Todo en ella encantaba, todo en ella atraía: su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar… El ingenio de Francia de su boca fluía. Era “llena de gracia”, como el Avemaría; ¡quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!
Ingenua como el agua, diáfana como el día, rubia y nevada como Margarita sin par, al influjo de su alma celeste amanecía… Era llena de gracia, como el Avemaría; ¡quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!
Cierta dulce y amable dignidad la investía de no sé qué prestigio lejano y singular. Más que muchas princesas, princesa parecía: era llena de gracia, como el Avemaría; ¡quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!
Yo gocé el privilegio de encontrarla en mi vía dolorosa; por ella tuvo fin mi anhelar, y cadencias arcanas halló mi poesía. Era llena de gracia, como el Avemaría; ¡quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!
!Cuánto, cuánto la quise! ¡Por diez años fue mía; pero flores tan bellas nunca pueden durar! ¡Era llena de gracia, como el Avemaría, y a la Fuente de gracia, de donde procedía, se volvió… como gota que se vuelve a la mar!
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