Lo hermoso es alegría para siempre: su encanto se acrecienta y nunca vuelve a la nada, nos guarda un silencioso refugio inexpugnable y un reposo lleno de alientos, sueños, apetitos. Por eso cada día nos ceñimos guirnaldas que nos unan a la tierra, pese a nuestro desánimo y la ausencia de almas nobles, al día oscurecido, a todos los impávidos caminos que recorremos; cierto, pese a esto, alguna forma hermosa quita el velo de nuestro temple oscuro: talla luna, el sol, los árboles que dan penumbra al ganado, o tales los narcisos con su universo húmedo o los ríos que construyen su fresco entablamento contra el ardiente estío; o el helecho rociado con aroma de las rosas. Y tales son también las pavorosas formas que atribuimos a los muertos, historias que escuchamos o leemos como una fuente eterna cuyas aguas del borde de los cielos nos llegaran.
Y no sentimos a estos seres sólo por breve lapso; no, sino que como los árboles de un templo pronto aúnan su ser al templo mismo, así la luna, la poesía y sus glorias infinitas cual una luz alegre nos hechizan el alma y nos seducen con tal fuerza que, haya sombra o luz sobre la tierra, si no nos acompañan somos muertos. Así, con alegría, yo refiero la historia de Endimión (…)
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