| 
 Hubo una selva y un nido 
y en ese nido un jilguero 
que alegre y estremecido, 
tras de un ensueño querido 
cruzó por el mundo entero. 
Que de su paso en las huellas 
sembró sus notas mejores, 
y que recogió con ellas 
al ir por el cielo, estrellas, 
y al ir por el mundo, flores. 
Del nido y de la enramada 
ninguno la historia sabe; 
porque la tierra admirada 
dejó esa historia olvidada 
por escribir la del ave. 
La historia de la que un día, 
y al remontarse en su vuelo, 
fue para la patria mía 
la estrella que más valía 
de todas las de su cielo. 
La de aquella a quien el hombre 
robara el nombre galano 
que no hay a quien no le asombre, 
para cambiarlo en el nombre 
de Ruiseñor mexicano. 
Y de la que al ver perdido 
su nido de flores hecho, 
halló en su suelo querido 
en vez de las de su nido 
las flores de nuestro pecho. 
Su historia… que el pueblo ardiente 
en su homenaje más justo 
viene a adorar reverente 
con el laurel esplendente 
que hoy ciñe sobre tu busto. 
Sobre esa piedra bendita 
que grande entre las primeras, 
es la página en que escrita 
leerán tu gloria infinita 
las edades venideras; 
Y que unida a la memoria 
de tus hechos soberanos, 
se alzará como una historia 
hablándoles de tu gloria 
a todos los mexicanos. 
Porque al mirar sus destellos 
resplandecer de este modo, 
bien puede decirse entre ellos 
que el nombre tuyo es de aquellos, 
que nunca mueren del todo. 
 
1872
  |