Non semper
No siempre descendiendo
la lluvia de las nubes baña el suelo:
ni siempre está cubriendo
la tierra el torpe yelo,
ni está la mar salada
siempre con tempestades alterada.
Ni en la áspera montaña
los vientos de contino haciendo guerra
ejecutan su saña;
ni siempre en la alta sierra,
desnuda la arboleda,
sin hoja, Nise, y sin verdor se queda.
Mas tú continuamente
insistes en llorar a tu robada
madre, con voz doliente;
y ni la luz dorada
del sol, cuando amanece,
mitiga tu dolor, ni si anochece.
Pues no lloró al querido
Antíloco sin fin el padre anciano,
que tres edades vido;
ni siempre en el troyano
suelo fue lamentado
el príncipe Troílo, en flor cortado.
Da fin a tus querellas,
y, vuelta al dulce canto que solías,
o canta mis centellas,
o tus duras porfías,
que convierten en ríos
los siempre lagrimosos ojos míos.
Di cómo me robaste
de en medio el tierno pecho, el alma y vida;
di cómo me dejaste,
nunca de mí ofendida,
y cómo tú de ingrata
te precias, y de amar yo a quien me mata.
Y cómo, aunque fallece
en mí ya la esperanza y alegría,
la fe viviendo crece
más firme cada día;
y siendo el agraviado
perdón ante tus pies pido humillado.
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