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Intromisión

[Minicuento - Texto completo.]

Fernando Pessoa

Me asomo, desde una de las ventanas de la oficina abandonada al mediodía, a la calle en la que mi distracción siente movimientos de gente en los ojos, y no los ve, desde la distancia de mi meditación. Los pormenores de la calle sin animación por la que muchos andan se me destacan en un alejamiento mental: los cajones apiñados en el carro, los sacos a la puerta del almacén del otro y, en el escaparate distante de la tienda de ultramarinos de la esquina, el vislumbre de las botellas de ese vino de Oporto que sueño que nadie puede comprar. La gente que pasa por la calle es siempre la misma que ha pasado hace poco, es siempre el aspecto fluctuante de alguien, manchas sin movimiento, voces de incertidumbre, cosas que pasan y no llegan a suceder.

Y, de repente, suena, detrás de mí, en la oficina, la llamada metafísicamente abrupta del mozo. Siento que podría matarlo por haber interrumpido lo que no estaba pensando. Le miro, volviéndome, con un silencio lleno de odio, escucho anticipadamente —con una tensión de homicidio latente— la voz que va a gastar para decirme alguna cosa. Se sonríe desde el fondo de la casa y me da las buenas tardes en voz alta. Le odio como al universo.

FIN



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