“Tomando en cuenta que, entre nosotros
hay mucha indiferencia para con los dioses…”
—Habla con ademán grave—.
¡Indiferencia!, y bien, ¿qué esperaba?,
organizaba la religión como quería;
podía escribir al sumo sacerdote de Galatia
y arreglarlo todo,
o exhortar y guiar a otros igualmente importantes.
Sus amigos no eran cristianos, eso era seguro;
pero no podían, como él, presentarse abiertamente
profesando una nueva religión
—tan ridícula la idea como la aplicación—;
después de todo, eran griegos;
nada en exceso, Augusto.