¿Desconoces
el milagro de la Bella Durmiente?
Mira tu corazón, íntimo bosque
donde ella está dormida— ¿Para siempre?—
Hasta que una manzana, un beso, un nombre
la despierten.
—¡Ah, párpado sin luz, puerta cerrada!
¿Dónde quedan tus goznes?
¿En la boca, en el alma
de la que duerme? ¿Dónde
llamaré para que abras
al niño peregrino de la noche?
¿Es tu llave una lágrima
glacial, es una risa joven?
¿Es de plata
o de bronce?
Los cánticos silvestres.
las liras, los acordes
de la lluvia en el césped,
los mármoles insomnes,
los lirios, los cipreses,
responden:
Llave es la propia vida.
—Déjame ver la cerradura entonces
para hallar la pupila
que se esconde.—
La corola visual da, por sí misma,
pistilo recto y luminoso brote,
y sólo será flor cuando el enigma
o la verdad, agobien.
Sólo despertará con la caricia
de la duda, el tormento, los reproches.
—Dime, celeste amiga
de la Bella, ¿qué voces,
cuáles cantos inspiran
el despertar del ágata en el cofre?.—
Yo conozco las nubes
y las fuentes,
las tórtolas impúberes,
las sierpes
verdosas, y las ubres
rosadas, y los peces
cuyos velos azules,
rojos, morados, verdes
se agitan en los túneles
acuáticos e inertes;
el luminoso cuerno de los faunos,
las alas incoloras de los duendes,
las carrozas, los cascos
de los raudos corceles
desde que el sol advino por sus párpados
desangrando la aurora por sus sienes.
Cuando, otra vez, rendida por el sueño,
cayó en el denso bosque,
me estremecí de llanto y de silencio.
de ternura y de goce.
¡Vuelve! pedí en mi angustia
y en el monte.
¡Vuelve, belleza pura,
que duermes en el cáliz de lo enorme!
Y la vi ciega, muda,
entre cojines, lámparas y flores.
Nunca
se apagará su luz en mi horizonte.
Riego el rosal de sangre que perfuma
mi soledad y aguardo que retorne.
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