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La broma

[Cuento - Texto completo.]

Fredric Brown

El robusto hombre del traje verde chillón extendió su manaza sobre el mostrador del quiosco.

-Jim Greeley -se presentó-. Compañía de Novedades Ace.

El empleado le dio la mano y de pronto se sacudió convulsivo cuando algo zumbó dolorosamente en su palma.

La risa del hombrón estalló alegremente.

-Es nuestro Alegre Zumbador -dijo, volviendo la mano para mostrar el pequeño aparato de metal oculto en ella-. Uno de los mejores trucos que tenemos. ¿Qué le ha parecido? Deme cuatro de esos cigarros, de los de dos por veinticinco. Gracias.

Puso medio dólar sobre el mostrador y, disimulando una sonrisa, encendió uno de los cigarros, mientras el dependiente trataba inútilmente de levantar la moneda. Riendo, el tipo depositó sobre el mostrador otra moneda, esta vez sin truco, y levantó la anterior con la punta de una navajilla. Colocó la moneda en una cajita y la guardó en un bolsillo del chaleco.

-Es un nuevo truco, bastante bueno. Es una broma segura para reírse y… bueno, «bromas para todos» es el lema de la Compañía Ace; soy viajante comercial de Ace.

-Yo no podría…

-No estoy tratando de venderle nada -interrumpió el hombre-. Solo vendemos al por mayor. Pero me divierte mostrar nuestra mercancía.

Exhaló un anillo de humo y pasó a la recepción del hotel.

-Doble con baño -pidió al empleado-. He hecho una reserva a nombre de Jim Greeley. El equipaje será enviado desde la estación y mi esposa vendrá más tarde.

Sacó una estilográfica del bolsillo, ignorando la que le ofrecían, y firmó la tarjeta. La tinta era azul brillante, pero resultaría divertido cuando el empleado, un poco más tarde, tratara de archivar la tarjeta y la encontrara totalmente en blanco. Entonces le explicaría lo ocurrido, rellenaría nuevamente el impreso del registro y sería una buena broma y una propaganda excelente para Novedades Ace.

-Deje la llave en el casillero -indicó-. No voy a subir ahora. ¿Dónde están los teléfonos?

Se dirigió a las cabinas telefónicas indicadas por el empleado y marcó un número. Una voz femenina respondió:

-Habla la policía -dijo él- hemos recibido cierta información en el sentido de que usted alquila habitaciones a gente deshonesta. ¿O solo era gente de paso?

-¡Jim! ¡Oh, me alegra tanto que estés en la ciudad!

-También yo, querida. ¿No hay moros en la costa; no está tu marido? Espera, no me lo digas; no me habrías dicho lo que dijiste si él estuviera ahí, ¿no es verdad? ¿A qué hora regresa a casa?

-A las nueve de la noche, Jim. ¿Pasas a recogerme antes? Le dejaré una nota diciendo que voy a quedarme con mi hermana, porque está enferma.

-Bien, cariño. Esperaba que dijeras eso. Veamos, son las cinco y media. Estaré ahí en un momento.

-No tan pronto, Jim. Tengo cosas que hacer, y aún no estoy arreglada. Ven después de las ocho. De ocho a ocho y media.

-Muy bien, encanto. A las ocho. Así nos dará tiempo a prepararnos para una gran noche. Ya he reservado una habitación doble en el hotel.

-¿Cómo sabrías que estaría disponible?

El hombrón río divertido.

-De no haber sido así, habría llamado a alguna de las otras que tengo anotadas en la agenda. No te enfades; solo bromeaba. Te llamo desde el hotel, pero aun no me he registrado; no era más que una broma. Es algo que me gusta de ti, Marie, tienes sentido del humor; por eso me quieres. Todos mis seres queridos tienen que apreciar el humor, como yo lo hago.

-¿Todos tus seres queridos?

-Y todos a los que amo. ¿Cómo es tu marido, Marie? ¿Tiene sentido del humor?

-Algo. Un poco chiflado, no es como tú. ¿Tienes esta vez artículos nuevos?

-Verdaderas preciosidades. Te los mostraré. Uno de ellos es una cámara con un truco que… bueno, ya la verás. Y no te preocupes, encanto, recuerdo muy bien que tienes un corazón delicado y no te mostraré nada que pueda asustarte. No te voy a espantar, cielo; todo lo contrario.

-Grandullón. Está bien, Jim, no antes de las ocho. Pero bastante antes de las nueve.

-Con campanillas, encanto. Nos vemos.

Salió de la cabina telefónica cantando Esta noche es mi noche con mi nena, y se ajustó la chillona corbata ante un espejo del vestíbulo. Se pasó la mano inquisitivamente por el rostro. Sí, necesitaba un afeitado. Bueno, tendría tiempo de sobra en dos horas y media. Se dirigió a un botones.

-¿Hasta que hora estás de servicio, hijo?

-Hasta las dos treinta. Nueve horas. Acabo de empezar mi turno.

-Bien. ¿Cómo va lo del alcohol? ¿Hay horas de venta?

-No se puede comprar botellas después de las nueve. Bueno, a veces sí, arriesgando algo. Quizá sea mejor que yo se lo consiga antes de esa hora, si lo desea.

-Me parece bien -Jim sacó unos billetes de la cartera-. Cuarto 603. Lleva una botella de whisky y dos de agua mineral, un poco antes de las nueve. Pediré algo de hielo cuando lo necesite. Y escucha, quiero que me ayudes a gastar una broma.

-¿Cuál?

-Mira estas chinches y cucarachas artificiales -le mostró el contenido de una pequeña caja-. Ponlas sobre las sábanas. Cuando mi mujer aparte la ropa, se llevará el susto de su vida. ¿Te gustan las bromas, hijo?

-Seguro.

-Más tarde te enseñaré algunas bastante buenas. Tengo una maleta llena.

Solemnemente guiñó un ojo al botones y salió a la calle. Entró a una taberna y pidió algo de beber. Mientras el camarero le servía, fue a la máquina de discos y metió una moneda. Regresó sonriendo y silbando Tengo una cita con un ángel. La música del disco le hizo cambiar el tono erróneo de su silbido.

-Se le ve feliz -comentó el camarero-. Casi todos vienen a llorar sus penas.

-No tengo ninguna -aseguró Jim-. Al contrario, me siento más contento porque encontré en su sinfonola una vieja canción favorita que me viene al dedillo. Hoy tengo una cita con un ángel, solo que de carne y hueso. Sí, señor -extendió la mano sobre el mostrador, y propuso-: Chóquela con un hombre feliz.

El zumbador produjo su efecto acostumbrado y Jim rió a carcajadas.

-Tome un trago conmigo, camarada. No se enfade. Me gustan las bromas inofensivas. Me dedico a venderlas.

El camarero sonrió, aunque sin mucho entusiasmo.

-Parece usted la persona idónea para ello. Está bien, beberé ese trago con usted. Pero espere, hay un pelo en su vaso, le traeré otro.

Vació el vaso y lo puso entre los sucios, regresando con otro, de cristal tallado con intrincado diseño.

-Buen intento -halagó Jim-, pero ya le he dicho que yo los vendo; reconozco a primera vista los vasos goteadores. Además, es un modelo viejo. Tiene solo un agujero y si se le pone el dedo encima ya no gotea. Mire, de este modo. Salud.

El vaso goteador no goteó.

-Ponga otras dos copas por cuenta mía. Me gustan los tipos que lo mismo saben aguantar una broma que gastarla -se rió-. Trataré de hacer una, de todos modos. Déjeme hablarle de las últimas novedades que tenemos. Es un nuevo plástico llamado Skintex que… espere, aquí tengo una muestra.

Sacó del bolsillo un objeto que se desenrolló al ponerlo en el mostrador: era una máscara de sorprendente aspecto natural.

-Es mejor que cualquier tipo de máscara que haya en el mercado. Se ciñe tan perfectamente que se sostiene por sí misma. Pero lo que la hace diferente es que parece tan real que es necesario mirar un par de veces antes de darse cuenta de que no lo es. Vamos a comercializarla para bailes y fiestas, y en Carnaval haremos una fortuna.

-Es verdad que parece real -convino el camarero.

-Contamos con una enorme variedad. Actualmente tenemos solo unas cuantas en producción. Este es el modelo del Guapo Dan. Sirva otro par de copas.

Enrolló la máscara y la guardó nuevamente en el bolsillo. Esta vez se olvidó de poner el dedo en el vaso y un chorrito de bebida cayó sobre su corbata de fantasía. Al darse cuenta, rió más estentóreamente que antes y ordenó una ronda para todos. No le salió muy caro, porque solo había otro parroquiano además de él y el camarero.

El otro cliente correspondió con otra ronda, y luego Jim les enseñó un par de trucos con monedas.

Pasaba de las siete cuando salió de la taberna. No estaba borracho, pero sentía el peso del alcohol. Realmente se sentía feliz. Pensó en tomar un bocado, pero decidió esperar por si Marie deseaba ir a cenar a algún sitio.

De pronto recordó que necesitaba ir a la barbería. Se detuvo y se pasó la mano por la cara. Realmente necesitaba afeitarse. Por suerte, encontró una barbería unos cuantos pasos más adelante. Solo había un peluquero y no tenía ningún cliente.

Antes de entrar se detuvo en el quicio de una puerta vecina y sacando la máscara de Skintex se la puso sobre el rostro y, con ella puesta, entró en la barbería. Con la voz algo apagada por la máscara, dijo:

-Un afeitado, por favor.

Cuando el barbero se colocó a su lado, se inclinó, y retrocedió con expresión de asombro. El bromista no pudo contenerse más y soltó la risa, con lo que la máscara se cayó de su sitio, la cogió y se la enseñó al barbero.

-Dará vida a cualquier fiesta, ¿no es así? -preguntó cuando pudo dejar de reír.

-Seguro -aceptó el hombrecillo, con admiración-. Diga, ¿quién las fabrica?

-Mi compañía, Novedades Ace.

-Yo estoy con un grupo teatral de aficionados -explicó el barbero-. Oiga, podríamos usar alguna de esas máscaras, para papeles cómicos, si es que fabrican máscaras cómicas. ¿Las hacen?

-Las hacemos. Nosotros las fabricamos y las vendemos al por mayor, por supuesto. Pero podrá adquirirlas en Brachman y Minton, aquí en la ciudad. Mañana iré a verlos y los dejaré bien surtidos. ¿Qué hay de ese afeitado? Tengo una cita con un ángel.

-Muy bien -asintió el hombrecillo-. Brachman y Minton. Nosotros compramos allí la mayor parte de nuestro vestuario y maquillaje. Está bien.

Puso una toalla bajo el grifo del agua caliente, la escurrió y la colocó sobre el rostro del hombretón. Empezó a batir la crema de afeitar, en la taza.

Bajo la toalla húmeda el hombre del traje verde canturreaba Tengo una cita con un ángel. El barbero quitó la toalla y aplicó la crema, con toques diestros.

-¡Sí! -exclamó el hombretón-, tengo una cita con un ángel y aún tengo mucho tiempo libre. Deme un servicio completo, masaje, todo lo que tenga. Me gustaría quedar tan guapo con mi rostro verdadero como con la máscara esa, nuestro modelo del Guapo Dan. A propósito, debería ver las otras. Las verá si va a Brachman y Minton dentro de una semana. Nos lleva ese tiempo entregar la mercancía después de recogerles el pedido mañana.

-Sí, señor -asintió el barbero-. ¿Dijo servicio completo? ¿Masaje y todo? -apoyó la navaja y empezó a rasurar con cortes nítidos y seguros.

-¿Por qué no? Hay tiempo. Y esta noche es mi noche con mi chica. Y qué chica, compañero. Rubia, con un cuerpo que no puede usted imaginarse. Tiene una pensión aquí cerca… Oiga, tengo una idea. Una buena broma.

-¿Cuál?

-La engañaré. Usaré la máscara del Guapo Dan cuando llame a la puerta. Quizá se decepcione cuando le muestre mi verdadera jeta, después de ver a alguien tan bien parecido, pero la broma será buena. Y apuesto a que se sentirá menos desilusionada cuando vea que es el viejo Jim. Sí, haré eso.

El hombrazo rió anticipadamente.

-¿Qué hora es? -preguntó. Se sentía somnoliento. Ya habían terminado de afeitarlo y los movimientos del masaje facial resultaban soporíferos.

-Las ocho menos diez.

-Bien, hay tiempo de sobra. Hasta un poco antes de las nueve. Entonces sorprenderé a Mary Rhymer cuando me presente ante su puerta. ¿Cuál es el nombre de su grupo teatral? Le diré a Brachman que ustedes quieren algunas de las máscaras Skintex.

-Es el Centro Social de la Avenida Grove. Mi nombre de Dane; Brachman me conoce. Seguro, dígale que necesitaré algunas.

Toallas calientes, cremas frías, dedos masajeando. El hombre de verde se adormeció.

-Muy bien, señor. Está listo. Es un dólar con sesenta y cinco -se rió quedamente-. Hasta le puse su máscara para que todo quede a punto. Buena suerte.

Jim se enderezó y se miró al espejo.

-Perfecto -sonrió. Se levantó y sacó dos billetes de la cartera-. Así está bien. Buenas noches.

Se puso el sombrero y salió. Ya oscurecía y echando una ojeada a su reloj pulsera descubrió que eran casi las ocho y media. Cálculo perfecto.

Empezó a canturrear nuevamente Esta noche es mi noche con mi nena. Deseaba silbar, pero no podía hacerlo con la máscara. Se detuvo ante la casa y miró alrededor antes de subir los escalones. Rió quedamente mientras quitaba el letrero de VACANTE que colgaba de la puerta, y se lo ponía delante del pecho al tocar el timbre.

Unos segundos después escuchó los pasos de ella acercándose a la puerta. Se abrió y él se inclinó cortésmente. Ella no reconocería su voz ahogada por la máscara.

-¿Tié usté un guarto, sañora?

Era hermosa, tan hermosa como cuando la viera por primera vez un mes antes. Ella dijo, vacilando:

-Sí tengo una, pero temo no poder enseñárselo esta noche. Espero a una persona y se está haciendo tarde.

Él se inclinó nuevamente.

-Astá bienn, sañora. Ragrasaré dasbués.

Y entonces, echando la barbilla hacia delante para soltar la máscara, se quitó el sombrero, levantando la máscara al mismo tiempo.

Sonrió y empezó a decir… Bueno, no importa lo que quiso decir, porque Marie Rhymer gritó y se desplomó en el umbral.

Asombrado, el hombretón dejó caer el letrero que aún sostenía y se inclinó sobre ella.

-Marie, cariño, que… -y rápidamente cruzó el umbral y cerró la puerta. Recordando que el corazón de ella era débil, puso una mano donde pensó que debería estar latiendo. Debería, pero no latía ya.

Salió de allí rápidamente. Con su propia esposa e hijo en Miniápolis, no podía… Bueno, se escabulló.

Caminando rápidamente llegó hasta la barbería. Las luces estaban apagadas. Se detuvo frente a la puerta. El oscuro cristal de la entrada, iluminado por una distante luz, resultaba transparente, pero, al mismo tiempo, ofrecía las características de un espejo. En él vio tres cosas.

Vio en el espejo la cara horrorosa que era su propio rostro. Verde brillante, con un cuidadoso y experto sombreado que lo convertía en el semblante de un cadáver andante, de un vampiro con ojos hundidos y labios azules. La cara verde se reflejaba sobre el traje de idéntico tono y la chillona corbata roja: la misma cara que el experto barbero maquillador le arregló mientras dormía…

Y vio la nota, colocada al otro lado de la puerta de la barbería escrita con lápiz verde sobre un papel blanco:

CERRADO
Dane Rhymer

Marie Rhymer, Dane Rhymer. Y a través del cristal, dentro de la oscura barbería, vio la pequeña figura del barbero colgando de la lámpara y dando vueltas lentamente, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha…

FIN


“The Joke”, 1948


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