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La canción de la campana

[Poema - Texto completo.]

Friedrich Schiller

Afianzado en el suelo fuertemente
Ya el molde está de recocida greda;
Hoy fabricada la campana queda,
Obreros, acudid a la labor.
Sudor que brote ardiente
Inunde nuestra frente;
Que si el cielo nos presta su favor,
La obra será renombre del autor.

A la grave tarea que emprendemos
Razonamiento sólido conviene:
Gustoso y fácil el trabajo corre
Cuando sesuda plática se tiene.
Los efectos aquí consideremos
De un leve impulso a la materia dado:
De racional el título se borre
Al que nunca en sus obras ha pensado.
Joya es la reflexión ilustre y rica,
Y dióse al hombre la razón a cuenta
De que su pecho con ahinco sienta
Cuanto su mano crea y vivifica.

Para que el horno actividad recobre,
Trozos echad en él de seco pino,
Y oprimida la llama, su camino
Búsquese por la cóncava canal.
Luego que hierva el cobre,
Con él se junte y obre
Estaño que desate el material
En rápida corriente de metal.

Esa honda taza que la humana diestra
Forma en el hoyo manejando el fuego,
En alta torre suspendida luego
Pregón será de la memoria nuestra.
Vencedora del tiempo más remoto
Y hablando a raza y raza sucesiva,
Plañirá con el triste compasiva,
Pía rogando con el fiel devoto.
El bien y el mal que en variedad fecundo
Lance sobre el mortal destino sabio,
Herido el bronce del redondo labio
Lo anunciará con majestad al mundo.

Blancas ampollas elevarse he visto;
En buen hora: la masa se derrite.
La sal de la ceniza precipite
Ahora la completa solución.
Fuerza es dejar el mixto
De espuma desprovisto:
Purificada así la fundición,
Claro el vaso ha de dar y lleno el son.

Él con el toque de festivo estruendo
Solemniza del niño la venida,
Que a ciegas entra en la vital carrera,
Quieto en la cuna plácida durmiendo.
En el seno del tiempo confundida
Su suerte venidera,
Mísera O placentera,
Yace para el infante;
Pero el amor y maternal cuidado
Colman de dicha su dorada aurora,
En tanto, como flecha voladora,
Van huyendo los años adelante.
Ya esquivo y arrogante
El imberbe doncel huye del lado
De la niña gentil cuando él nacida,
Y al borrascoso golfo de la vida
Lanzándose impaciente,
Con el báculo se arma del viajero,
Vaga de tierra en tierra diferente,
Y al techo paternal vuelve extranjero.
En juventud allí resplandeciente,
Y a un ángel igualándose de bella,
Luego a sus ojos brilla
La Cándida doncella,
Púrpura rebosando su mejilla.
Insólito deseo
El pecho entonces del mancebo asalta:
Ya entre la soledad busca el paseo,
Ya de los ojos llanto se le salta,
Ya fugitivo del coloquio rudo
De antiguos compañeros, que le enoja,
Desde lejos le sigue con vergüenza
El paso a la beldad: sólo un saludo
Mil placeres le inspira;
Y de sus galas el vergel despoja
Para adornar la recogida trenza
Del caro bien por cuyo amor suspira.
En aquel anhelar tierno, incesante,
Con aquella esperanza dulce y pura,
Ye los cielos abiertos el amante,
Y anégase en abismos de ventura.
¡Ay! ¿Porqué han de pasar tan de ligero
Los bellos días del amor primero?

Esos cañones negrear miramos:
Pértiga larga hasta la masa cale;
Que si de vidrio revestida sale,
No habrá para fundir dificultad.
Sus compañeros, vamos,
Y pruebas obtengamos
De que hicieron pacífica hermandad
Los metales de opuesta calidad.

Sí, que del justo enlace
De rigidez al par y de ternura,
De fuerza y de blandura,
La armonía cabal se engendra y nace.
Mire quien votos perdurables hace
Si con su corazón cuadra el que elige;
Que la grata ilusión momentos dura,
Y el pesar del error eterno aflige.
Asienta bien sobre el cabello hermoso
De la virgen modesta
La corona nupcial que la engalana,
Cuando con golpe y son estrepitoso
Convoca la campana
De alegre boda a la brillante fiesta:
Mas día tan feliz y placentero
Del abril de la vida es el postrero;
Que al devolver los cónyuges al ara
Velo y venda sutiles,
Con ellos de su frente se separa
La ilusión de los goces juveniles.
Rinde al cariño la pasión tributo;
Marchítase la flor, madura el fruto;
Desde allí entra el varón en lid constante:
Verásele afanado y anhelante
Pretender, conseguir; veréis que osado
Con cien y cien obstáculos embiste
Para que su tesón el bien conquiste:
Entonces de abundancia rodeado
Se encontrará, que por doquier le llega:
Su troj rebosa de preciosos dones;
Crecen sus posesiones,
Y la morada que heredó se agranda,
En cuyo íntimo círculo despliega
Su celo cuidadosa
La vigilante madre, casta esposa.
Ella en el reino aquel prudente manda;
Reprime al hijo y a la hija instruye:
Nunca para su mano laboriosa,
Cuyo ordenado tino
En rico aumento del caudal refluye,
De esa mano, que le hace en remolino
Al torno girador, zumbar sonoro,
Brota el hilo y al huso se devana:
Ella el arca olorosa llena de oro,
Ella los paños de escogida lana,
Ella la tela de nevado lino
Custodia en el armario, que luciente
Mantiene la limpieza;
Ella une el esplendor a la riqueza,
Y al ocio junto a sí jamás consiente.

El padre en esto, sonriendo ufano,
Desde alto mirador sobre la casa,
Que deja registrar tendido llano,
De sus bienes el número repasa.
El árbol corpulento
Ve de crecidas ramas agobiado;
Su granero contempla apuntalado,
Y en densas olas al batir del viento
Moviendo las espigas el sembrado.
Y atrévese a exclamar con vanagloria:
«Tan firme como el mismo fundamento
Que sostiene la mole de la tierra,
Fuerte contra el poder de la desgracia
Me hace el tesoro que mi techo encierra.»
¡Oh esperanza ilusoria!
¿Cuál poder eficacia
Contra el destino tiene?
No hay lazo que sus vuelos encadene,
Y antes de prevenir con el amago,
Se nos presenta el mal con el estrago.

Bien se parte la escoria recogida:
Ya principiar la fundición se puede;
Mas antes que la masa libre ruede,
Récese una plegaria con fervor.
Dad al metal salida.
¡Dios un estrago impida!
Río humeante, negro de color,
Se abisma en el canal abrasador.

Es el fuego potencia bienhechora
Mientras la guía el hombre y bien la emplea,
Que a su fuerza divina auxiliadora
Deudor entonces es de cuanto crea;
Pero plaga se vuelve destructora
Cuando una vez de sus cadenas franca,
Por la senda que elige libre arranca,
Y avanza con fiereza,
Salvaje de cruel naturaleza.
¡Ay, si sacude el freno, y ya no hallando
Quien resista sus ímpetus violentos,
En apiñada población derrama
Incendio asolador inmensa llama!
Guardan los elementos
Rencor a los humanos monumentos.
La misma nube cuyo riego blando
Los perdidos verdores
Devuelve a la pradera que fecunda,
Rayos también arroja furibunda.
¿Escucháis en la torre los clamores
Lentos y graves que a temor provocan?
No hay duda: a fuego tocan.
Sangriento el horizonte resplandece,
Y ese rojo fulgor no es que amanece.
Tumultuoso ruido
La calle arriba cunde,
Y de humo coronada
Se alza con estallido,
Y de una casa en otra se difunde,
Como el viento veloz, la llamarada,
Que en el aire encendiendo
Sofocador bochorno,
Tuesta la faz cual bocanada de horno.
Las largas vigas crujen,
Los postes van cayendo,
Saltan postigos, quiébransen cristales,
Llora el niño, la madre anda aturdida,
Y entre las ruinas azorados mugen
Mansas reses, perdidos animales.
Todo es buscar, probar, hallar huida,
Y a todos presta luz en su carrera
La noche convertida
En día claro por la ardiente hoguera.
Corre a porfía en tanto larga hilera
De mano en mano el cubo, y recio chorro
En empinada comba
Lanza agitando el émbolo, la bomba.
Mas viene el huracán embravecido:
El incendio recibe su socorro
Con bárbaro bramido,
Y ya más inhumano
Cae sobre el depósito indefenso
Donde en gavilla aun se guarda el grano,
Donde se hacina resecado pienso;
Y cebado en aristas y maderas,
Gigante se encarama a las esferas,
Como en altivo alarde
De querer mientras arde
No dejar en el globo en que hace riza
Sino montes de escombros y ceniza.
El hombre en esto, ya sin esperanza
Se rinde al golpe que a parar no alcanza,
Y atónito cruzándose de brazos,
Ve sus obras yacer hechas pedazos.

Desiertos y abrasados paredones
Quedan allí, desolador vacío,
Juguete ya del aquilón bravio.
Sin puertas y sin marco los balcones,
Bocas de cueva son de aspecto extraño,
Y el horror en su hueco señorea,
Mientras allá en la altura se recrea
Tropel de nubes en mirar el daño.

Vuelve el hombre los ojos
Por la postrera vez a los despojos
Del esplendor pasado,
Y el bastón coge luego de viandante
Sonriendo tranquilo y resignado.
Consuelo dulce su valor inflama.
El fuego devorante
Le privó de su próspera fortuna;
Mas cuenta, y ve que de las vidas que ama
No le faltó ninguna.

El líquido en la tierra se ha sumido;
El molde se llenó dichosamente:
¡Ojalá a nuestra vista se presente
Obra que premie el arte y el afán!
¿Si el bronce se ha perdido?
¿Si el molde ha perecido?
Nuestras fatigas esperanzas dan;
Mas ¡ay! ¡si destruidas estarán!

Al seno tenebroso
De la próvida tierra confiamos
La labor cuyo logro deseamos.
Así con fe sencilla
Confía el campesino laborioso
Al surco la semilla,
Y humilde espera en la bondad celeste
Que germen copiosísimo le preste.
Semilla más preciosa todavía
Entre luto y lamentos se le fía
A la madre común de lo viviente;
Pero también el sembrador espera
Que del sepulcro salga floreciente
A vida más feliz y duradera.

Son pausado,
Funeral,
Se ha escuchado
En la torre parroquial.
Y nos dice el son severo
Que un mortal
Hace el viaje lastimero
Que es el último y final.

¡Ay, que es la esposa de memoria grata!
¡Ay, que es la tierna madre, a quien celosa
El rey de los sepulcros arrebata
Del lado del esposo,
Del cerco de los hijos amorosos,
Frutos lozanos de su casto seno,
Que miraba crecer en su regazo,
Su amante corazón de gozo lleno!
Roto ya queda el delicioso lazo
Que las dichas domésticas unía.
La esposa habita la región sombría;
Falta al hogar su diligente brazo
Siempre al trabajo presto,
Su cuidado, su aliño;
Falta la madre, y huérfano su puesto,
Lo usurpará una extraña sin cariño.

En tanto que se cuaja en sus prisiones
El vertido metal, no se trabaje,
Y libre como el ave en el ramaje,
Satisfaga su gusto cada cual.
Si al toque de oraciones,
Libre de obligaciones
Ve los astros lucir el oficial,
Sigue el maestro con tarea igual.

Cruza con ágil pie la selva espesa
Gozoso ya el peón, bien cual ausente
Que al patrio techo próximo se siente.
Abandona el ganado la dehesa,
Y en son discorde juntan
El cordero su tímido balido,
Y el áspero mugido
La lucia vaca de espaciosa frente;
Caminando al establo que barruntan.
A duras penas llega
Atestado de mies a la alquería
Bamboleando el carro; y en los haces
Una corona empínase y despliega
Colores diferentes y vivaces,
Fausta señal de que empezó la siega.
El pueblo agricultor con alegría
Se agolpa al baile y al placer se entrega.
La ciudad mientras tanto se sosiega,
Según desembaraza
El gentío las calles y la plaza,
Formando en amigable compañía
Las familias el corro de costumbre,
Ya en torno de la luz, ya de la lumbre.
Cierra la puerta de la villa el guarda,
Y ella cruje al partir del recio muro.
La tierra se encapota en negro manto;
Pero el hombre de bien duerme seguro.
No la sombra nocturna le acobarda
Como al vil criminal, ni con espanto
Pesadilla horrorosa le desvela;
No; de reposo regalado y puro
Disfruta la virtud: un centinela,
La previsora Ley, su sueño vela.

¡Preciosa emanación del Ser Divino,
Salud de los mortales, orden santo!

Mi labio te bendiga.
La estirpe humana que a la tierra vino
En completa igualdad, por ti se liga
Con vínculo feliz, que sin quebranto
Guarda a todos su bien. Tú sólo fuiste
Quien allá en la niñez de las edades
Los cimientos echó de las ciudades;
Tú al salvaje le hiciste
Dejar la vida montaraz y triste;
Tú en la grosera prístina cabaña
Penetraste A verter el dulce encanto
Que a las costumbres dulces acompaña;
Tú creaste ese ardor de precio tanto,
Ese AMOR DE LA PATRIA sacrosanto.

Por ti mil brazos en alegre alianza
Reconcentran su fuerza y ardimiento,
Y a un punto dirigida su pujanza,
Cobra la industria raudo movimiento.
Maestro y oficial en confianza
De que les da la libertad su escudo,
Redoblan el ardor de sus afanes;
Y cada cual contento
Con el lugar que conquistarse pudo,
Fieros desprecian con desdén sañudo
La mofa de los ricos haraganes.
Es la fuente del bien del ciudadano.
Es su honor el trabajo y su ornamento.
¡Gloria a la majestad del soberano!
¡Gloria al útil sudor del artesano!

Paz y quietud benigna,
Unión consoladora,
Sed de estos muros siempre
Benéfica custodia.
Nunca amanezca el día
En que enemigas hordas
Perturben el reposo
De que este valle goza.
Nunca ese cielo puro
Que plácido colora
La tarde con matices
De leve tinta roja,
Refleje con la hoguera
Terrible y espantosa
De un pueblo que devasta
La guerra matadora.

Esa fábrica endeble y pasajera
Fuerza es, pues ya sirvió, que se destroce
Y ojos y corazón nos alboroce
Obra que salga limpia de lunar.
Recio el martillo hiera:
Salte la chapa entera.
La campana veréis resucitar,
Cayendo su cubierta circular.

Sabe con segura mano,
Sabe en momento oportuno
Romper el maestro el molde
Cuya estructura dispuso;
Mas ¡ay, si el líquido ardiente
Quebranta indómito el yugo,
Y en vivo raudal de llama
Discurre al antojo suyo!
Con el bramido del trueno,
Con ciego y bárbaro impulso,
Estalla, y la angosta cárcel
Quiebra en pedazos menudos;
Y cual si fuese una boca
De los abismos profundos,
Estragos tan sólo deja
En el lugar donde estuvo.
Que fuerza a quien no dirige
La inteligencia su rumbo,
No en creaciones, en ruinas
Emplea su empuje rudo,
Cual pueblo que se subleva,
En cuyo feroz tumulto
Desgracias hay para todos
Y bienes para ninguno.

Horrible es en las ciudades
Donde, hacinado y oculto,
Sedicioso combustible
Largamente se mantuvo,
Verlo de repente arder,
Y alzarse un pueblo iracundo,
Rompiendo en propia defensa
Hierros de dominio injusto.
Entonces la rebelión,
Dando feroces aúllos,
Del tiro de la campana
Se suspende por los puños,
Y el pacífico instrumento,
Órgano grave del culto,
Da profanado la seña
Del atropello y disturbio.
La LIBERTAD, la IGUALDAD
Se proclama en grito agudo;
Y el tranquilo ciudadano
Cierra el taller y el estudio,
Y échase encima las armas,
Zozobroso y mal seguro.
Los pórticos y las calles
Se llenan de inmenso vulgo,
Libres vagando por ellas
Los asesinos en grupos.
Revístense las mujeres
De la fiereza del bruto,
Y al terror de la matanza
Unen la befa, el insulto,
Y con dientes de pantera
Despedazan sin escrúpulo
El corazón palpitante
Del contrario aun no difunto.
Desaparece el respeto;
Nada es ya sacro ni augusto:
El bueno cede el lugar
Al malvado inverecundo;
Y los vicios y los males,
Entronizándose juntos,
Envanecidos pasean
La carroza de su triunfo.
Peligroso es inquietar
El sueño al león sañudo;
Terrible es el corvo diente
Del tigre ágil y robusto;
Mas no hay peligro más grande
Ni de terror más profundo,
Que el frenesí de los hombres
Poblador de los sepulcros.
¡Mal haya quien en las manos
Al ciego la luz le puso!
A él no le alumbra, y con ella
Se puede abrasar el mundo.

¡Ah!, nos oyó la celestial grandeza.
Ved salir de la rústica envoltura,
Como dorada estrella que fulgura,
Terso y luciente el vaso atronador.
Del borde a la cabeza
Relumbra con viveza,
Y el escudo estampado con primor
Deja contento el hábil escultor.

Acudid en tropel, compañeros,
Y según la costumbre cristiana,
Bauticemos aquí la campana
Que Concordia por nombre tendrá.
Para amarnos al mundo vinimos,
Y es la unión la ventura del hombre;
Con su voz la campana y su nombre
De esa unión pregonera será.

Que ese es el futuro empleo,
Ese es el fin para el cual
El artífice, su amor,
La ha querido fabricar.
Levantada sobre el valle
De la vida terrenal,
En medio del éter puro
Suspensa debe quedar;
Y vecina de las nubes
Que engendran la tempestad,
Y rayando en los confines
De la región sideral,
Habrá de ser desde allí
Una voz divina más
Que alterne con las estrellas,
Que en su giro regular
La gloria de Dios pregonan
Y leyes al año dan.
Sólo pensamientos graves
Inspire a la humanidad,
Cuando con sonoro acento
Mueva el labio de metal.
Sirva al tiempo y al destino
De lengua para contar
La rapidez de las horas
Y el curso del bien y el mal;
Siguiendo siempre, aunque ajena
De sentir gozo y piedad,
Las mudanzas que en la vida
Se suceden sin cesar.
El propio sonido suyo,
Cuyo armónico raudal
Pujante el espacio llena
Y se oye y pasa fugaz,
Imagen es que nos dice
Que así presuroso va
Todo en la tierra a perderse
En la inmensa eternidad.

Ahora, con el cable retorcido,
Salga del foso ya,
Y ascienda a las regiones del sonido,
Al aire celestial.
Tirad, alzad, subid. Ya se ha movido:
Ya suspendida está.—
¡Resuene, oh patria, su primer tañido
Con la gozosa nueva de la paz!


1799


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