Ese montón de piedras hacinadas, Morenas con el sol que se desploma, Monstruo negro de escamas erizadas Que alienta luz y música y aroma; A quien un pueblo inválido rodea Con pies de religión, frente de miedo, Que tan noble lugar mancha y afea, Es catedral de lo que fue Toledo. Pálida y triste, pobre y abatida, Llora el favor de los hundidos años; Reina sin corte, anciana y desvalida, Por sus hijos robada y los extraños. Por vestir el espectro de su nada, Hoy convoca sus hijos a las fiestas, Celebrando su mal, desesperada, Con campanas, con órganos y orquestas. Gigante que, muriendo en la llanura A manos de contrario más valiente, Con voz tremenda su venganza jura, Y fuerza y vida en sus palabras miente. Una tribu elegante y voluptuosa De otro país de fuentes y de flores, Los cimientos fundó donde reposa, Para otro Dios de guerras y de amores. Y un rey, o más piadoso o más prudente, Cambióla en templo por sellar su gloria; Y tal vez dijo al Dios omnipotente: Tuyo es el nombre, mía la memoria. Quedóse al fin en templo consagrado Del sumo Dios bajo el excelso nombre, Para ser a los tiempos revelado Como página histórica de un hombre. Mas apilando el tiempo los despojos De los mismos valientes que la hicieron, Vasto sepulcro levantó a sus ojos Donde un palacio levantar creyeron. Y hoy, al caer del templo la grandeza, Muestra el coloso, al expirar su imperio, Que ha cobijado su mortal corteza Templo, historia, palacio y cementerio.
I Con ceño sombrío mira El Tajo, que a sus pies corre, Y al despecho que la inspira, Con las gargantas suspira De sus campanas la torre. Que tiene para consuelo En su abatimiento y mengua, La frente cerca del cielo, Y para hablar con el suelo Trece campanas por lengua. Con tan gigante armonía Todo su cuerpo estremece, Y al oírla se creería Que crece así su alegría Cuanto su estrépito crece A ese clamor tan violento, Incapaz de tanto ruido, Vibra fatigado el viento, Dejando el confuso acento Por la atmósfera perdido. Que en su canto desigual Hay música tan liviana, Que en su murmullo infernal Canta y llora y ríe insana Con sus lenguas de metal. Que ellas pregonando van Lo que sus clamores son, Que a veces tristes están Pidiendo por los que van A eterna condenación. Y en su clamor muestran bien Otras el alegre fin, Pues revoltosas se ven Cual si colgadas estén Por heraldos de un festín. Otras, en su inquieto afán, Ruedan y vibran, según Con los clamores que dan Al mundo anunciando están Placer o luto común. Y en vez de agudo esquilón, De la tarde anuncia el fin El doblar de la oración, Que apaga su ronco son Del horizonte al confín Y a su movimiento enorme Rueda en el cóncavo hueco De la bóveda el informe Postrer quejido del eco Con vibración uniforme. A su paso estremecidas Oscilan allá en las sombras Las lámparas suspendidas, Dibujando en las alfombras Sombras y luz confundidas. Cobra entonces movimiento Todo el templo y se estremece, Cual fantasma de un momento Que alza el rostro macilento Y al punto, se desvanece. Van luego dejando ver Los vacilantes reflejos, Las sombras al repeler, Los objetos a lo lejos Sus formas desenvolver. Se van mostrando despacio Las verjas de oro amarillas, Canceles de aquel palacio Que dividen el espacio De la nave y las capillas. Se ven en turbios colores Detrás de los altos hierros, Entre marmóreas labores Cumpliendo así sus destierros, Dormidos los fundadores. Se ven al rayar el día En los pintados cristales, Cómo luchan a porfía La claridad que lucía, Y los rayos matinales. Entonces el sol brillante Que a las ventanas asoma, Su fogosa luz gigante En la llama agonizante De las lámparas desploma. Dejan torre y capitel, Y entran por los rosetones Las sombras huyendo dél, Plegándose en los rincones En fantástico tropel. La luz, del templo señora, Por el templo derramada, Saluda al Dios que ella adora Por las losas prosternada Ante el ara que colora. Ciñe la bóveda, avara, Y en los robustos pilares Se quiebra picante y clara, Y bulliciosa se ampara Del oro de los altares. Que joven y rica y bella, En la riqueza se posa, Y en los diamantes destella, Y en la joya más vistosa Para competir con ella. Porque el astro rey la envía A que sus galas ostente, Y en la bóveda sombría Vierta la lumbre del día Revoltosa y transparente.
II Se oyen después los pasos mesurados Del sacerdote, y la crujiente seda Del manto, que, los lienzos desplegados, Por el sonoro pavimento rueda, Cual si al cruzar se oyera el vago aliento Con que a cumplir con su misión le incitan, Soplando bajo el mudo pavimento, Las osamentas que a sus pies dormitan. Se coronan de antorchas los altares, Se sienten rechinar las verjas de oro, Se escuchan los católicos cantares Vibrar sublimes desde el hondo coro. Se ve el pueblo llegar, y reverente Postrarse humilde, y bendecir la vida, Y alzar del suelo la humillada frente, De la luz de los ángeles ceñida. . Y se alza del altar la voz tremenda Que las palabras del Señor repite, Cantadas porque el pueblo las comprenda Solemnes porque el pueblo las medite. Y el órgano despliega rebramando La voz robusta de las trompas de oro, Como por la cascada caen rodando Aguas y espumas en tropel sonoro.
Y en los aires a torrentes Vierte la música santa Por la céntuple garganta De los tubos de metal; Y en sus cánticos remeda, Con el prolongado acento, El ronco bramar del viento O el crujir del vendaval. O finge en son temeroso La aguda lengüetería La discorde gritería Del infierno en rebelión; o con lamento apagado Canta al justo moribundo Saliendo alegre del mundo Sin ira en el corazón. Canta el placer de la esposa Que inquieta al esposo aguarda, Canta al esposo que tarda A sus puertas en llamar; O entonando del profeta La sacrosanta salmodia, Sublimemente parodia El fuego de su cantar. Y llora con Jeremías, Y entona en arpa de flores Los voluptuosos amores Del sabio rey Salomón; Canta los cedros del Líbano, La castidad de Susana, Y Jezabel la profana, Y el vigoroso Sansón. O en tonos más desmayados La postrera despedida Que dio a la penosa vida El Hacedor de la luz; O más lánguido remeda Las lágrimas de María Cuando en el terrible día Lloraba al pie de la cruz. Mas, pasan las santas horas Y cesa la voz que canta, Y el pueblo, que se levanta, Murmura a su vez también: Se oye el rumor de sus pasos Que por las naves se alejan, Y las capillas que dejan, Abandonadas se ven. Apenas un sacerdote Que sordas preces murmura Cruza con planta insegura Por delante de un altar, Se oyen correr los cerrojos Y las cortinas de seda, Y hacinadas en manojos Se oyen las llaves ahocar, No queda en el santo templo Más que el ambiente de aroma, La luz del sol que se asoma Por el pintado cristal; Las tumbas de las capillas Y los pálidos reflejos De lámparas que a lo lejos Penden de un arco ojival. Pasa el sol, viene la tarde, Y el día desaparece, Y la negra sombra crece, Y su imperio vuelve a ser. Se estrella por fuera el viento En la calada ventana, Y lo que ayer fue mañana, Mañana se dice: ayer.
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