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La doble moral

[Cuento - Texto completo.]

Fredric Brown

11 de abril. No sé si lo que siento es sobresalto, miedo o extrañeza de que las reglas puedan ser diferentes al otro lado del cristal. Yo siempre había creído que la moral era una constante. Y tiene que serlo, no sería justo que hubiera dos conjuntos de reglas. Su Censor debió de cometer algún error, eso es lo que debe haber ocurrido.

No tiene importancia, pero ocurrió durante un serial del Oeste. Yo era Whitey Grant, alguacil de West Pecos, estupendo jinete, magnífico luchador, héroe de los alrededores. Una pandilla de delincuentes armados entró en el pueblo a buscarme y dado que todos tenían miedo de enfrentarse con ellos me vi obligado a salir solo a su encuentro. Black Burke, el jefe de los forajidos, me dijo después (solo tuve que noquearlo, no matarlo), a través de las rejas de la celda, que aquello se parecía a «A la hora señalada» y tal vez tenía razón, pero eso ¿qué importa? A la hora señalada solo era una película y qué importancia tiene si la vida imita a la ficción.

Pero fue antes de esto, mientras todavía estábamos «en el aire», cuando miré a través del cristal (a veces lo llamamos «la pantalla») hacia el otro mundo. Solo es posible hacerlo cuando uno mira directamente a la pantalla. En las ocasiones relativamente raras en que esto ocurre nos asomamos a ese otro mundo, un mundo en el que también existe la gente, gente como nosotros, excepto que en lugar de hacer cosas o tener aventuras están quietos, sencillamente, y nos observan a nosotros a través de la pantalla. Por alguna razón -y esto es un Misterio para mí, uno entre tantos Misterios- nunca vemos a la misma persona o grupo de personas mirándonos desde ese otro mundo.

Anoche miré a través del cristal. En el salón que vi estaba sentada una joven pareja. Los vi juntos en un sofá, muy juntos, a menos de cuatro metros de distancia de mí: se estaban besando. Bien, en ocasiones aquí nos permitimos besos, aunque solo breves y castos. Aquel beso no parecía ninguna de ambas cosas. Aquellos dos estaban entrelazados, perdidos en lo que parecía un beso apasionado que mantuvieron durante largo tiempo, un beso con derivaciones sexuales. Los vi tres veces al acercarme y alejarme de la pantalla y el beso seguía prolongándose.

Cuando eché mi tercer vistazo seguían con el mismo beso Y habían transcurrido como mínimo veinte segundos. Me vi obligado a desviar la mirada: aquello era demasiado. ¡Besarse como mínimo veinte segundos! Probablemente más, si empezaron antes de mi primera mirada o continuaron después de la última. ¡Un beso de veinte segundos! ¿Qué clase de Censores tienen allí, que son tan descuidados?

¿Qué clase de Patrocinadores tienen, que permiten que los Censores sean tan descuidados?

Cuando el episodio del Oeste concluyó y el cristal volvió a opacarse dejándonos solos en nuestro mundo, pensé en hablar de la cuestión con Black Burke, pero aunque conversé un rato con él a través de las rejas decidí no contarle lo que había visto. Probablemente pronto colgarán a Burke, después del juicio que se celebrará mañana. Se comporta como un auténtico valiente, pero no quiero agregar motivos para su preocupación. Asesino o no, no es realmente un mal tipo y ya tiene bastante con pensar en la horca.

15 de abril. Ahora estoy profundamente perturbado. Anoche volvió a ocurrir. ¡Y fue peor! Esta vez fue, decididamente, algo chocante.

Las pocas noches transcurridas entre aquella primera vez y esta, peor aún, casi tuve miedo de asomarme. Miraba lo menos posible en dirección al cristal y solo muy fugazmente. Pero las pocas veces que miré no ocurría nada malo. Un salón distinto cada vez, pero en ningún caso un salón con una joven pareja que violara el Código. Gente sentada, que se comportaba correctamente, observándonos. A veces, niños. Lo de costumbre.

¡Pero anoche! Verdaderamente impresionante. Una joven pareja que también estaba sola… aunque por supuesto no se trataba de la misma pareja ni del mismo salón. En esta no había ningún sofá; solo dos grandes sillones mullidos… y los dos ocupaban el mismo: ella estaba sentada sobre las rodillas de él.

Eso fue todo lo que vi en una primera mirada. Yo era médico y en el hospital había una actividad frenética, lo que me hacía correr de sala en sala salvando vidas. Pero cerca del FIN (así decimos cuando aparece el último anuncio y ya no podemos ver a través del cristal ni los que están al otro lado pueden vernos a nosotros) me encontraba aconsejando a un doctor más joven y cuando volví la cara me encontré mirando a la pantalla, a través del cristal, y volví a verlos.

O se habían movido o vi algo que no había percibido cuando miré por primera vez. Observaban la pantalla y no se besaban. ¡Pero!

La muchacha llevaba pantalones cortos, pantalones cortísimos, y sobre su nalga estaba la mano de él… ¡no apoyada: se movía levemente y la acariciaba! ¿Qué clase de templo del vicio es ese en el que se permite semejante cosa? ¡Un hombre acariciando la nalga desnuda de una mujer! En nuestro mundo cualquiera se estremecería solo de pensarlo.

Y yo me estremezco ahora solo de pensarlo. ¿Qué ocurre con sus Censores? ¿Existe entre ambos mundos alguna diferencia que yo no comprendo? Lo desconocido siempre es temible. Estoy asustado. Y escandalizado.

22 de abril. Transcurrió una semana desde el segundo de los dos episodios perturbadores y había empezado a tranquilizarme. Había empezado a pensar que las dos violaciones del Código que había observado eran hechos aislados de indecencia, cosas que se habían deslizado por error.

Pero anoche vi -mejor dicho oí, en este caso- algo que era la más flagrante violación de una sección del Código totalmente diferente.

Quizá antes de describirla deba explicar el fenómeno de la «audición». Muy rara vez oímos sonidos desde el otro lado de la pantalla. Son demasiado débiles para penetrar el cristal o quedan ahogados por nuestras propias conversaciones o los sonidos que producimos, o por la música que suena durante las secuencias silenciosas. (Antes solía preguntarme por el origen de esa música dado que, excepto en las secuencias que tienen lugar en clubs nocturnos, salas de baile o similares, nunca hay cerca músicos que la produzcan, pero finalmente resolví que se trataba, sencillamente, de un Misterio que no se supone que debamos comprender.) Para que uno de nosotros escuche realmente sonidos identificables del otro mundo, se requiere una combinación de circunstancias. Solo puede ocurrir durante una secuencia en la que hay absoluto silencio, sin siquiera música, en nuestro propio mundo. Aun así, solo puede oírlo uno de nosotros a la vez, dado que esa persona tiene que estar muy, muy cerca del cristal. (Llamamos a eso «primer plano».) En ocasiones, bajo estas circunstancias ideales, uno de nosotros y solo uno, puede oír, comprender con claridad suficiente una frase e incluso una oración completa hablada en el mundo exterior.

Anoche, por un momento, se me presentaron estas circunstancias ideales y escuché toda una oración hablada, además de que pude ver al hablante y su interlocutor. Era una pareja de edad mediana, corriente y moliente; los dos estaban sentados en un sofá (pero decorosamente separados), frente a mí. El hombre dijo, y estoy seguro de haberlo oído correctamente, ya que hablaba en voz muy alta, como si la mujer fuese un poco dura de oído:

«[…], cariño, eso es horrible. Apaguemos ese […] aparato y bajemos a la esquina a tomar una cerveza».

La primera de las dos palabras para las que usé puntos suspensivos era el nombre de la Deidad y se trata de un término perfectamente correcto cuando se utiliza respetuosamente dentro de un contexto. Pero sin duda no sonó respetuoso y la segunda palabra era, evidentemente, una blasfemia.

Estoy profundamente alterado.

30 de abril. No existe ninguna razón por la que esta noche tenga que agregar nada a las notas que he escrito en los últimos tiempos. Estoy haciendo algo así como garabatear a máquina y es muy posible que arroje esta página a la basura cuando la haya concluido. Escribo simplemente porque tengo que estar escribiendo algo y da lo mismo hacer algo coherente que algo carente de significado.

Escribo «en pantalla», como decimos nosotros. Esta noche soy reportero de un periódico y me encuentro frente a mi máquina de escribir, en la oficina del diario.

Ya he desempeñado mi papel activo en esta aventura y estoy en segundo plano; solo es necesario que parezca ocupado y siga escribiendo a máquina. Puesto que sé escribir al tacto y no necesito mirar las teclas, esta noche tengo amplias oportunidades de echar ocasionales vistazos al otro mundo, a través del cristal. Otra vez veo a una joven pareja, sola. Su «escenario» es el dormitorio y obviamente están casados, ya que miran desde la cama. «Camas», en plural, por supuesto. Me complace ver que cumplen con el Código, que permite que las parejas casadas se muestren conversando desde sus camas individuales razonablemente separadas, aunque prohíbe -y con razón- que se les vea juntos en una cama doble: por distantes que estuvieran el uno del otro, la situación sería demasiado sugerente.

Eché otra mirada. Aparentemente no están demasiado interesados en observar la pantalla desde su lado. Conversan. Naturalmente, no puedo oír lo que dicen; aunque hubiera absoluto silencio en nuestro lado, estoy demasiado lejos del cristal. Pero él le hace una pregunta y ella asiente, sonriendo.

De pronto ella aparta la ropa de cama, asoma una pierna balanceándola y se sienta. Está desnuda. Dios mío, ¿cómo puedes permitir esto? Es imposible. En nuestro mundo no existe nada semejante a una mujer desnuda. Es algo que no puede ser.

Ella se incorpora y no puedo apartar los ojos de la imposiblemente hermosa, hermosamente imposible visión de esa mujer. Por el rabillo del ojo veo que él ha apartado la ropa de su cama y que también está desnudo. Le hace señas a ella de que se acerque; por un breve instante ella ríe, lo mira fijamente y se deja contemplar.

Algo extraño, algo que jamás sentí antes, algo que ignoraba fuera posible, me recorre la espalda. Hago esfuerzos por apartar la mirada pero no puedo.

Ella da los dos pasos que separan ambas camas y se tiende al lado de él. Instantáneamente él empieza a besarla y a acariciarla. Ahora…

¿Es posible que existan semejantes cosas? ¡Entonces es verdad! Ellos no tienen censura; pueden hacer y hacen las cosas que en nuestro mundo solo pueden sugerirse vagamente como hechos ajenos a la escena. ¿Por qué son libres ellos y nosotros no? Es una crueldad. Se nos niega la igualdad y nuestro patrimonio. ¡Déjenme salir de aquí! ¡DÉJENME SALIR! ¡Socorro, cualquiera que me oiga, SOCORRO! ¡Quiero salir! ¡QUIERO SALIR DE ESTA MALDITA CAJA!

FIN


“Double Standard”, 1963


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