Cleto, un simpático muchacho, de unos veintitrés años -con excelente educación, con un raro conocimiento del griego- está gravemente enfermo. Lo atacó la fiebre que este año ha asolado a Alejandría. Lo atacó la fiebre estando ya agotado moralmente por la pena de que su amigo, un joven actor, dejó de amarlo y no lo quiere. Está gravemente enfermo, y sus padres tiemblan. Y una anciana sirviente que lo crió tiembla también ella por la vida de Cleto. En su terrible inquietud le viene a la memoria un ídolo que adoraba de pequeña, antes que entrara aquí, como criada, a una casa de Cristianos importantes, y de cristianizarse. Toma en secreto unos bizcochos, y vino, y miel. Los lleva ante el ídolo. Canta cuantas melodías de súplica recuerda. La necia no se da cuenta que a ese demonio negro poco le importa si sana o no sana un cristiano.