«Cuando medito a solas en el hombre, en la naturaleza, en esta vida, veo alzarse ante mí series de imágenes que acompaña un resquicio de delicia pura, sin mezcla de tristeza. Y soy consciente de afectuosos pensamientos y de gratos recuerdos que sosiegan el alma que desea sopesar el bien y el mal en nuestra condición. A estas emociones -sobrevengan por una circunstancia sólo externa o de un impulso propio del espíritu- quisiera dedicar copiosos versos. Verdad, amor, belleza o esperanza, miedo o nostalgia por la fe domados, palabras de consuelo en la tristeza, fuerza moral, poder del intelecto, alegría esparcida por el mundo, espíritu del hombre que mantiene su ascético retiro, solamente sujeto a la conciencia y a la ley suprema de aquel Ser que todo rige, esto canto. ¡Que encuentre mi auditorio!»
Así rezaba el bardo en su sagrado arrobamiento. «¡Urania, necesito la guía de una musa, si es que hay tales y la tierra o el alto cielo habitan! Porque he de fatigar oscuras simas, hollar profundidades y otros mundos para los que el Azul no es más que un velo. Ningún terror o fuerza indescriptible que haya cobrado jamás una forma, el mismo Yahvé, su trueno y sus ángeles canoros en los tronos del Empíreo, ninguno temo. Ni siquiera el Caos ni el más oscuro pozo del Erebo ni el vacío insondable que los sueños escrutan, me provoca este temor que cae sobre nosotros al volvernos hacia el alma del hombre, mi obsesión y región principal de este mi canto. La belleza -presencia de la tierra que supera las más hermosas formas que el arte haya compuesto con materias terrenales- vigila mi trayecto, prepara el campamento mientras ando y me sigue de cerca. Paraísos, Campos Elíseos que en el Atlántico se buscaban antaño ¿por qué deben ser sólo crónica de un mundo extinto o una mera ficción, jamás reales? Porque cuando el intelecto del hombre Desposa este universo de hermosura con amor y pasión, los halla como un hecho cotidiano cualquier día. Antes de la hora definitiva cantaré solitario la alegría de este gran desposorio y, con palabras que tan sólo refieren lo que somos, despertaré al sensual del mortal sueño y al vacuo y vanidoso propondré nobles empresas, mientras mi voz canta con qué delicadeza el alma humana (quizá también las mismas facultades de la especie en conjunto) se conforma a este mundo exterior; y al mismo tiempo -tema éste olvidado por los hombres- cómo el mundo se adecua al alma humana. También he de cantar la creación -no merece otro nombre- que esta unión puede alcanzar: es éste mi argumento. Con estos mis propósitos, si a veces me vuelvo hacia otra parte -con las tribus y pueblos de los hombres, donde abundan recíprocas pasiones de locura, oigo a la Humanidad cantar su angustia en los campos, o rumio la tormenta del dolor, refugiado ya por siempre en la ciudad- que suenen estos versos ante oídos benévolos y yo no sea despreciado ni abatido. ¡Desciende, aire profético que inspiras al alma con la voz del universo, soñando el porvenir, y que posees un templo en los henchidos corazones de los grandes poetas! Vierte en mí el don de la visión y que mi canto brille con la virtud en su lugar, derramando benéfica influencia segura de sí misma y siempre a salvo del efecto fatal que nos envían, desde el mundo inferior, las mutaciones que acechan a lo humano. Y si con esto mezclo asuntos más bajos (el objeto contemplado y la mente que contempla, el qué y el quién, el hombre transitorio que tuvo esa visión, el cuándo, el dónde y cómo fue su vida) no habrá sido en vano esta tarea. Si este tema roza objetos más altos -¡pavoroso Poder cuyo favor es la semilla de la iluminación!- que mi existencia sea imagen de un tiempo más perfecto, maneras más sencillas, más juiciosos deseos. Nutre mi alma en libertad y puros pensamientos: sea entonces tu amor mi guía, alivio y esperanza.
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