Yo vi los negros ojos
de una trigueña,
cuando iba hacia los montes,
a cortar leña:
¡ojos de fuego!
Sentí que me dejaban
de amores ciego.
Seguí triste y turbado
por mi camino,
dejando a mis espaldas
perdido el tino;
sin pensamiento,
como la hoja que lleva
volando el viento.
Llegado que hube al monte
me eché en el suelo,
al pie de la arboleda
que cubre el cielo,
y allí en la calma
busqué paz y contento
para mi alma.
Y era la primer hora
de hermoso día,
mil pájaros la daban
su melodía,
y suspirando
vagaban por los aires
su amor cantando.
A la par que un pintado
bello sinsonte,
risueña flor del aire,
cantor del monte,
con voz parlera
dio comienzo a su trova
de esta manera:
«Escuchad, pajarillos,
que amáis cantando
de arbusto en arbusto
cantáis saltando,
no en el Yagrumo
poséis el raudo vuelo:
su amor es humo.
»Escuchad pues la historia
que he de contaros,
y su ejemplo os enseñe
de él alejaros,
y con cautela
a correr tras la dicha
que el alma anhela.
»Aunque es bella y lozana
la flor de amores,
tiene crueles espinas
cual otras flores;
si tenéis dudas
probadlo y sentiréis
penas agudas.
»Que la hembra al varón dice
y él a la hembra,
¡guay de aquel que en vosotros
cariño siembra!-
¡Pobres humanos!
¡se olvidan de que todos
nacen hermanos!
»Hubo un tiempo, avecillas,
que dos amantes
en su amor se juraron
vivir constantes
y de sus almas
los votos presenciaron
ceibas y palmas.
»Poco tiempo vivieron
los dos amados
sin que su ser turbasen
fieros cuidados,
porque la ausencia
muy presto vino a herirles
con su inclemencia.
»¡Contratiempo maldito!
¡ausencia cruda,
que pensar y aficiones
traidora muda!
Los dos mudaron
y su amor y suspiros
pronto olvidaron.
»Amor por castigarles
su falta insana,
convirtió en vanos leños
su forma humana;
y fue el Yagrumo
la forma que tomaron,
según presumo.
»Mirad cómo sus hojas
el viento leve
sin cesar, de continuo
las cambia en breve,
y el tronco ufano
un corazón encierra
frágil y vano.
»Que en los campos reinaba
perseverancia,
y solo entre los hombres
vivía inconstancia,
y la trajeron
y las plantas y flores
la conocieron.
»Desconfiad del Yagrumo,
que en los amores
la confianza muy ciega
cuesta dolores;
y al soplo leve,
del Yagrumo la hoja
se cambia en breve»-.
Terminó así el sinsonte
la trova grata,
y alejose volando
de mata en mata;
y pensativo
a cortar yo mi leña
comencé activo.
Y a los golpes del hacha
-¡Ay! repetía,
guarda tus negros ojos,
trigueña impía.
¡Ojos de fuego!
volvedme mis amores
que no estoy ciego.
Y a los golpes de mi hacha
de esta manera
derramaba mis ayes
en la pradera;
y así cantando
llegó la tardecita
solaz brindando.
Puse al punto los haces
sobre la espalda,
y en pos de mi casita
trepé una falda,
do hallé muy luego
a la hermosa trigueña
de ojos de fuego.
«La mujer es Yagrumo
cuya hoja aleve,
el más ligero soplo
la cambia en breve»
y así diciendo
yo pasé sin mirarla,
de amor huyendo-.
EL BARDO
Mas luego pasó el tiempo
y en cierto día
el leñador ¡incauto!
ya no la huía;
y del sinsonte
por no oír los cantares,
no volvió al monte.
La trigueña era hermosa,
de ojos de fuego,
y él con ciegos amores
volvió a estar ciego:
no vio que aleve
del Yagrumo la hoja
se cambia en breve.
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