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La Lechera

[Minicuento - Texto completo.]

Jean de La Fontaine

Juanita, con su cantarillo de leche, bien puesto a la cabeza sobre el cojinete, pensaba llegar sin obstáculo a la ciudad. Caminaba a paso largo, ligera y corta de saya, pues solo se había puesto, para estar más ágil, el refajillo y las sandalias. Así equipada, revolvía en su imaginación lo que sacaría de la leche y la manera de emplearlo. Compraba un centenar de huevos, hacía tres polladas; con su asiduo cuidado, todo iba bien.

—Cosa fácil es –decía–, criar los polluelos alrededor de la casa; por muy lista que ande la raposa, me dejará bastantes para comprar un cerdo. Engordarlo, es cuestión de un poco de salvado. Cuando lo compré ya era bastante grande; al revenderlo, me valdrá muy buen dinero. Y ¿quién me impedirá, valiéndome tanto, meter en el establo una buena vaca con su becerrillo, y verlo triscar en medio del rebaño?

Al decir esto, Juanita brinca también, llena de gozo. Cae el cántaro y se derrama la leche. ¡Adiós vaca y becerro! ¡Adiós cochino! ¡Adiós polluelos! La dueña de tantos bienes, mirando con ojos afligidos su fortuna por los suelos, volvió a excusarse con su marido, y se vio en peligro de una buena tunda. ¿Quién no se hace ilusiones? ¿Quién no construye castillos en el aire? Todos, desde el soberbio Pirro hasta la Lechera; todos, lo mismo los sabios que los locos. Soñamos despiertos, y no hay nada más agradable; halagadoras fantasías se apoderan de nuestra alma; todos los bienes del mundo son nuestros entonces, riquezas, honores, mujeres. Cuando estoy a mis solas, soy tan valiente que desafío al más bravo, y voy a destronar al Sofí de Persia. Elígenme rey; mi pueblo me adora; llueven coronas sobre mis sienes. Pero, a lo mejor, cualquier accidente me vuelve a la realidad, y soy un pobre Juan lo mismo que antes.

FIN



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