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La lluvia en el pinar

[Poema - Texto completo.]

Gabriele D’Annunzio

Calla. En las lindes
del bosque no oigo
palabras que dices,
humanas; pero oigo
palabras más nuevas
que pronuncian gotas y hojas
lejanas.
Escucha. Llueve
de las nubes dispersas.
Llueve sobre los tamarindos
salobres y resecos,
llueve sobre los pinos
escamosos e hirsutos,
llueve sobre los mirtos
divinos,
sobre las retamas refulgentes
de racimos de flores,
sobre los enebros tupidos
de bayas perfumadas,
llueve sobre nuestros rostros
silvestres,
llueve sobre nuestras manos
desnudas,
sobre nuestras ropas
ligeras,
sobre los frescos pensamientos
que el alma deja traslucir,
nueva,
sobre el bello cuento de hadas
que ayer
te engañó, que hoy me engaña,
oh Hermíone.

¿Oyes? La lluvia cae
sobre la solitaria
vegetación
con un crepitar que dura
y varía en el aire según las frondas
más ralas, menos ralas.
Escucha. Responde
al llanto el canto
de las cigarras
a las que el llanto austral
no asusta,
ni el cielo ceniciento.
Y el pino
tiene un sonido, y el mirto
otro sonido, y el enebro
otro más, instrumentos
diversos
bajo innumerables dedos.
E inmersos
estamos en el espíritu
del bosque,
de arbórea vida vivientes;
y tu rostro ebrio
está blando de lluvia
como una hoja,
y tus cabellos
perfuman como
las claras retamas,
oh criatura terrestre
que tienes por nombre
Hermíone.

Escucha, escucha. El acorde
de las aéreas cigarras
cada vez
más sordo
se vuelve bajo el llanto
que crece;
pero se mezcla con él  un canto
más ronco
que desde allá abajo sube,
de la húmeda sombra remota.
Más sordo y más débil
se distiende, se apaga.
Sólo una nota
aún tiembla, se apaga,
resurge, tiembla, se apaga.
La voz del mar no se oye.
Ahora se oye sobre toda la fronda
retumbar
la plateada lluvia
que purifica,
el retumbar que varía
según es la fronda
más tupida, menos tupida.
Escucha.
La hija del aire
ha enmudecido; pero la hija
del limo, lejana,
la rana,
canta en la sombra más honda,
¡quién sabe dónde, quién sabe dónde!
Y llueve sobre tus pestañas,
Hermíone.

Llueve sobre tus pestañas negras
de modo tal que parece que lloras
pero de placer; no blanca
sino casi reverdecida,
como salida de una corteza.
Y toda la vida es en nosotros fresca,
perfumada,
el corazón en el pecho es como un durazno
intacto,
entre los párpados, los ojos
son como manantiales entre la hierba,
los dientes en los alvéolos
son como almendras amargas.
Y vamos de maleza en maleza,
o unidos o separados
(y el verde vigor rudo
nos enlaza los tobillos,
nos entrevera las rodillas),
¡quién sabe dónde, quién sabe dónde!
Y llueve sobre nuestros rostros
silvestres,
llueve sobre nuestras manos
desnudas,
sobre nuestras ropas
ligeras,
sobre los frescos pensamientos
que el alma deja traslucir,
nueva,
sobre el bello cuento de hadas
que ayer
te engañó, que hoy me engaña,
oh Hermíone.



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