La loca
[Cuento - Texto completo.]
Naguib Mahfuz¡Cuántas peleas hay en nuestro barrio! Ya sea por motivos graves o por causas banales, nuestro barrio es una reyerta continua. No hay hora del día o de la noche en que no vuelen insultos, burlas o ladrillos. Dos o más personas comienzan a pelearse y, de pronto, grandes y pequeños se amontonan alrededor. ¡Y pobres de nosotros si se prolonga la pelea! Pues se forman grupos a favor de cada uno de los contendientes, y la disputa, propagándose como el fuego, provoca destrucción por todas partes. Incluso si la pelea no dura mucho y los contendientes se ven obligados a separarse, las desgracias no cesan sino que todo va complicándose día a día.
Por eso, el ambiente que se respira en nuestro barrio está cargado de acecho, precaución, odio y temor, una atmósfera siempre presta a incendiarse y a explotar por cualquier cosa: un chiste, un guiño de ojos o un carraspeo.
De entre tantas batallas campales que hemos sufrido, destaca sobre todo una que se recuerda por el gran derramamiento de sangre que produjo. Fue una lucha inaudita, tremenda, irracional, que superó con creces todas las demás. Por eso la llamaron «la loca» y se convirtió en una leyenda.
Un día, se desencadenó en el barrio una lucha general en la que participaron todos los trabajadores y parados que quisieron. Empezaron con las manos, para seguir con los pies y la cabeza.
Cada vez que alguien intervenía, por curiosidad, para ayudar a alguna persona querida o para poner paz entre los contendientes, se veía en seguida envuelto en la pelea de una u otra forma.
La lucha tomó proporciones cada vez mayores, y para ello se utilizaron armas inusitadas como ladrillos, sillas, garrotes y objetos contundentes. Pasaron unas dos horas antes de que se avisara al comisario de policía. Cuando llegaron los agentes de seguridad, se encontraron el barrio lleno de muertos, agonizantes y heridos graves. Se oían muchos gritos y sonoros lamentos. Ni un solo hombre salió sano y salvo, y no hubo familia que no perdiera a uno o más de sus miembros.
El acontecimiento tuvo una gran resonancia por parte de las autoridades competentes y, en cuanto apareció la noticia en los periódicos, acompañada de un buen número de dramáticas fotografías, la opinión pública reaccionó con profunda tristeza y rabia. Los agentes se quedaron desorientados: ¿es que su misión se reducía a enterrar a los muertos? ¿Por qué había empezado la lucha, quién la había iniciado y quién era el verdadero responsable? ¿Quién podría responder al interrogatorio, si el número de muertos entre los dos bandos era equivalente, y la atrocidad se había llevado a cabo sin ningún temor y casi con desdén, sin calcular las consecuencias?
-Hay que llegar a la verdad, cueste lo que cueste.
Pero ¿qué provecho se podía esperar de aquel sangriento episodio? ¿Qué nuevo orden había creado? A los antiguos enemigos se habían añadido otros nuevos, y la causa era la rivalidad entre los diversos grupos. Mas habían muerto todos sin excepción. No quedaba ninguno de los que habían participado en la lucha. Solo se habían salvado los que se habían marchado del barrio para ganarse la vida en otro sitio, descubriendo a su regreso que habían perdido a algún hijo, al padre o a algún tío.
-Podemos imaginar cómo empezó la lucha y cómo se extendió, pero ¿quién fue el principal responsable?
Una mujer dijo:
-Yo salí de casa para ir a coger agua en la fuente y vi a Igl que corría jurando venganza por su fe y su religión.
¿Vengarse de qué y de quién? La mujer no había oído nada más. Había vuelto a su casa y, al poco rato, se armó un gran alboroto.
-Miré por la ventana y vi a un grupo de hombres que se golpeaban brutalmente entre sí hasta que caían.
-¿Viste a Igl entre ellos?
-Sí, estaba peleando, y la sangre le cubría la cara y el pecho.
-¿Y contra quién peleaba?
-Me resultaba imposible distinguir a todos los contendientes.
Bien. Puede que Igl fuera quien iniciara la pelea, y también es posible que esta hubiera empezado antes y que él acudiera a ponerse de parte de los que habían sido atacados. Pero ¿quién era el tal Al Igl? Era uno que preparaba tamiya, y pertenecía al grupo de Agrama. ¿Había que atribuir la lucha al odio tradicional entre los hombres de Agrama y los de Al Manadili? Pero muchos afirmaban que en el momento de la reyerta, las relaciones entre Agrama y Al Manadili atravesaban por una fase de tregua aunque, a posteriori, resultaba muy difícil verificar este punto, pues habían muerto los tres: Al Igl, Agrama y Al Manadili.
-Entonces, ¿quiénes son las personas por las que Al Igl se jugó la vida?
-Su hermano Hathut -respondieron muchos. Se supo que este último era vendedor de papas y que también había muerto en la reyerta.
-¿Quiénes eran sus enemigos?
-Todos los hombres de Al Manadili; pero ya no queda ninguno.
Se intentó saber si quedaba algún participante en la reyerta que pudiera arrojar alguna luz antes de morir.
-Yo vi a un amigo participar en la lucha y me uní a él, pero no sé el motivo -dijo uno.
-Creo que la lucha se libraba entre Agrama y Al Manadili y, naturalmente, me uní a este último -añadió otro.
Un tercero continuó diciendo que había participado en la lucha porque no podía presenciarla sin resistir la tentación de intervenir.
Otro afirmó que había observado entre los que se peleaban a un rival suyo en el amor de una mujer. Por eso, se abalanzó sobre él sin dudarlo.
Otro más contó que, mientras se alejaba de su casa, le alcanzó un ladrillo y entonces él empezó a tirar ladrillos al azar hasta que lo alcanzó un cuchillo…
Y así, hasta que se aclaró que un individuo había atacado a otro no por un motivo concreto, sino por razones de antipatía personal.
A pesar de todas las cosas que se dijeron, de la investigación no resultó nada concluyente. El papel de Al Igl quedó rodeado de misterio, y los motivos principales de la lucha permanecieron sin saberse.
-;Es que nadie había visto a Al Igl matando a alguna de sus víctimas o cuando lo mataron a él?
-Yo vi a Al Igl matar a Al Qalali -dijo una mujer.
-Y yo vi a Al Igl cuando caía muerto a manos de Daqla -dijo otra.
Entonces, Al Igl había matado a Al Qalali y Daqla había matado a Al Igl. No era extraño que Daqla, que era uno de los hombres de Al Manadili, hubiera matado a un hombre como Al Igl, que era del grupo de Agrama. Pero ¿por qué Al Igl había matado a Al Qalali, si ambos eran hombres de Agrama?
Los investigadores no cesaban de discutir:
-Es un enigma.
-Sí, pero si lográsemos resolverlo, tendríamos la solución.
Así las cosas, la atención de los investigadores se concentró en Al Qalali y las indagaciones mostraron la existencia de un hermano que se llamaba Al Zayn. Así pues, le preguntaron a este sobre la relación existente entre su hermano AI Qalali y Al Igl, y respondió simplemente:
-Los tres éramos amigos, y pertenecíamos al grupo de Agrama.
-Pero ¿no habían cambiado las relaciones entre ellos últimamente?
-En absoluto. Fuimos amigos hasta el momento en que me marché del barrio: la mañana del día funesto.
Luego, empezó a contar detalladamente todo cuanto sabía.
-Yo salí por la mañana temprano con mi carrito para vender. Solía venir conmigo Hathut, el hermano de Al Igl, que vendía papas. Estábamos acostumbrados a trabajar y a descansar siempre juntos…
-¿Y cuándo te enteraste de la pelea?
-A mediodía, cuando regresé al barrio, todo había terminado. Encontré a mi hermano, a Al Igl y a Hathut muertos.
-Tú has dicho que Hathut estaba siempre contigo. Entonces, ¿cómo es posible que muriese en la pelea?
-Le sucedió algo que lo obligó a regresar a su casa antes de tiempo.
-¿Qué fue?
-Teníamos la costumbre de divertirnos en nuestro tiempo libre practicando una especie de lucha cuerpo a cuerpo. Aquel día, estábamos luchando y de repente él cayó desmayado. Entonces le empecé a echar agua por la cara hasta que volvió en sí. Me confesó que consumía estupefacientes y que se sentía débil. Por eso regresó al barrio, sin saber que iba derecho a la muerte.
El rompecabezas permanecía sin descifrar. ¿Por qué Al Igl había matado a Al Qalali, si era su amigo y pertenecían al mismo grupo? ¿Era el hombre del que Al Igl había jurado vengarse, o Al Qalali había ido para defender a Al Igl de algún enemigo?
A estos testimonios se unió el de un hombre que no era del barrio sino un cliente de Al Igl. Dijo:
-Fui a la tienda de Al Igl a comprar tamiya y lo vi alejarse precipitadamente, gritando encolerizado: «¿Quién ha sido el criminal que te ha matado? ¡Me las pagará!»
Aquel era otro testimonio que confirmaba el de la primera mujer y que añadía nuevos detalles. Según ese testimonio, Al Igl habría querido vengar a una persona que ya estaba muerta: alguien a quien habían matado incluso antes de iniciarse la pelea, tal vez el día anterior o durante la noche. El testigo espontáneo continuó:
-Me senté en la tienda y esperé unos minutos. De pronto, el corazón me dijo que algo había sucedido pero, sabiendo cómo estallan las peleas en el barrio por el menor motivo, fui después de que todo hubiera acabado.
-¿No viste a nadie en la tienda?
-Vi a un chico de unos diez años parado junto a la entrada y le pregunté que dónde había ido Al Igl, pero él retrocedió, como asustado, y luego corrió hasta alejarse.
Se presentó un grupo de chicos del barrio pero el hombre no reconoció entre ellos al chico del que había hablado. Entonces fue a indagar la dirección de la primera víctima, a la que Al Igl había querido vengar. ¿Quién podía ser? ¿Habían matado a algún habitante del barrio o a alguno de los amigos de Al Igl antes de iniciarse la pelea? En absoluto, ninguno de aquellos había muerto con anterioridad al inicio de la pelea, ni unas horas ni unos días antes.
-Podríamos continuar dando vueltas y más vueltas al asunto sin dar un paso adelante.
La minuciosa investigación comprobó que el lugar en el que había comenzado la reyerta estaba lleno de escombros que obstaculizaban el acceso a la freiduría de Al Qalali. Era posible que Al Igl hubiera ido a la freiduría de Al Qalali para agredirlo, se desencadenara una pelea y luego se extendiera hasta convertirse en una batalla campal. En cualquier caso, era de suponer que el propio Qalali había matado a la persona de la que Al Igl se quería vengar. Pero ¿cómo dar crédito a esta hipótesis sin tener la certeza de que alguien hubiera muerto antes de la pelea?
-Quizá nos estemos acercando a la verdad y no tenemos más que tirar del hilo de la madeja.
En definitiva, Al Igl debía de saber que Al Qalali había matado, o estaba a punto de matar, a una persona querida para él. Entonces salió de su tienda y se dirigió hacia la freiduría para vengarse. El lugar no estaba vacío ni Al Qalali era un bocado fácil, pues había muchos hombres entre los dos contendientes.
Así habría comenzado la pelea en la que, por motivos diversos, participaron muchos, arrastrando a los hombres de Agrama y de Al Manadili, que actuaron de mala fe, o simplemente hubo un mal entendido.
Rápidamente, la reyerta se extendió y toda la gente del barrio se vio envuelta en ella.
¿Había sucedido todo aquello para vengar la muerte de un desconocido que hasta ahora no se sabía con certeza que hubiera muerto?
-Pero ¿quién puede ser el chico que estaba en la tienda de Al Igl? -se preguntaron los agentes de seguridad pública.
-Hemos convocado a muchos chicos, pero el testigo no ha reconocido a ninguno.
-Tal vez no fuera un chico del barrio.
-Quizá sea el hilo conductor que buscamos.
-Pero ¿qué hacía en la tienda?
-¿Y por qué corrió como si tuviera miedo?
Aquellas hipótesis fueron confirmadas por un hombre que no vivía en el barrio sino que vendía kunafa en una callejuela que conducía a él. Su testimonio fue el siguiente:
-Yo vi a un chico de unos diez años correr hacia el barrio gritando: «¡Han matado a tu hermano, Hathut!»
Aquel testimonio explotó como una bomba. Así que fueron convocados inmediatamente de nuevo muchos chicos del barrio para la identificación, pero el hombre no reconoció entre los presentes al chico. ¿Qué significaban las palabras de aquel chico? Que Hathut, el hermano de Al Igl, había muerto en la reyerta. Había llegado cuando la pelea ya estaba iniciada, según el testimonio de muchos, vio el cadáver de su hermano Al Igl, y cuando supo que lo había matado Daqla, se lanzó contra él para asesinarlo y luego murió él.
Le preguntaron al vendedor de kunafa:
-¿Viste al chico antes o durante la reyerta?
-Antes.
-¿Tienes una idea del tiempo transcurrido entre el momento en que viste al chico y el inicio de la pelea?
-Alrededor de un cuarto de hora.
Los agentes de la seguridad pública intercambiaron opiniones:
-Seguro que fue el chico quien encendió la mecha.
-Sí. Corrió a anunciar a Igl la muerte de su hermano.
-Pero en aquel momento, el hermano estaba todavía vivo.
-¿Y por qué mintió el chico?
-Tal vez alguien lo impulsó a ello por algún motivo personal.
-Pero ¿dónde se habrá metido?
-Quizá no sea de este barrio.
-No hay duda de que es el mismo chico que fue visto en la tienda de Al Igl. Las investigaciones se prolongaron y se ramificaron, pero no aportaron ningún resultado satisfactorio ni convincente. Por fin, el comisario de policía reunió a sus hombres, que estaban extenuados a causa de las investigaciones y las hipótesis, y les dijo:
-He revisado todo el expediente y estoy convencido de que no podemos reconstruir los hechos. Pero mi opinión es que la reyerta se desarrolló de la siguiente forma:
»A1 Zayn (hermano de Al Qalali) y Hathut (hermano de Al Igl) vagaban juntos -como tenían por costumbre hacerlo cada día-, y en el tiempo libre practicaban -también como de costumbre- la lucha cuerpo a cuerpo para entretenerse. Un grupo de chicos se reunió a su alrededor para presenciar la lucha y cuando Hathut cayó sin sentido a causa de la droga, el chico desconocido creyó que había muerto como consecuencia de la lucha. Entonces corrió al barrio para informar a Al Igl de que Al Zayn había matado a su hermano. Al Igl se creyó la noticia y, sin molestarse en confirmarla y presa de un acceso de cólera y locura, salió de su tienda para vengar a su hermano. Al no encontrar al asesino y suponer que este había huido, se dirigió al hermano de Al Zayn, Al Qalali, para vengarse. Los dos hombres se enzarzaron en una pelea a la que se unieron amigos de ambos para ayudarlos.
»Los hombres de Agrama y de Al Manadili se consideraron en el deber de participar en la reyerta, y así lo hicieron. Luego se unieron otros; unos por motivos personales y otros por pura casualidad, hasta que todo el barrio se vio envuelto. Después pasó lo que tenía que pasar: todos los que participaron resultaron muertos.»
Los hombres del comisario se quedaron atónitos ante aquellas palabras. Aunque se tratara de una mera suposición, resultaba convincente y unía todas las piezas del caso. Sobre esa base, era posible resolver el enigma.
-La fantasía supera a la realidad.
-Entonces ¿se ha destruido un barrio entero por la bobada de un chico?
-Más bien por la bobada de un hombre.
-Por la bobada de todo el barrio. Esa es la verdad.
La historia de la reyerta se hizo proverbial, legendaria. Los que la contaban hacían hincapié, sobre todo, en el papel del chico desconocido, no tanto porque creyeran en la veracidad de los hechos sino porque se trataba de algo extraño cuyo secreto se había perdido para siempre, dejando tras de sí un recuerdo envuelto en dolor y tristeza.
FIN