Sobre ignorada tumba solitaria, A la luz amarilla de la tarde, Vengo a ofrecer al cielo mi plegaria Por la mujer que amé. Apoyada en el mármol la cabeza, Sobre la húmeda hierba la rodilla, La parda flor que esmalta la maleza Humillo con mi pie.
Aquí, lejos del mundo y sus placeres, Levanto mis delirios de la tierra, Y leo en agrupados caracteres Nombres que ya no son. Y la dorada lámpara que brilla Y al soplo oscila de la brisa errante, Colgada ante el altar en la capilla Alumbra mi oración.
Acaso un ave su volar detiene Del fúnebre ciprés entre las ramas, Que a lamentar con sus gorjeos viene La ausencia de la luz: Y se despide del albor del día Desde una alta ventana de la torre, O trepa de la cúpula sombría A la gigante cruz.
Anegados en lágrimas los ojos Yo la contemplo inmóvil desde el suelo Hasta que el rechinar de los cerrojos La hace aturdida huir. La funeral sonrisa me saluda Del solo ser que con los muertos vive, Y me presta su mano áspera y ruda Que un féretro va a abrir.
¡Perdón! ¡No escuches, Dios mío, Mi terrenal pensamiento! ¡Deja que se pierda impío Como el murmullo de un río Entre los pliegues del viento!
¿Por qué una imagen mundana Viene a manchar mi oración? Es una sombra profana, Que tal vez será mañana Signo de mi maldición.
¿Por qué ha soñado mi mente Ese fantasma tan bello, Con esa tez transparente Sobre la tranquila frente Y sobre el desnudo cuello?
Que en vez de aumentar su encanto Con pompa y mundano brillo, Se muestra anegada en llanto Al pie de altar sacrosanto, O al pie de pardo castillo.
Como una ofrenda olvidada En templo que se arruinó, Y en la piedra cincelada Que en su caída encontró, La mece el viento colgada.
Con su retrato en la mente, Con su nombre en el oído, Vengo a prosternar mi frente Ante el Dios omnipotente, En la mansión del olvido.
¡Mi crimen acaso ven Con turbios ojos inciertos, Y me abominan los muertos, Alzando la hedionda sien De los sepulcros abiertos!
Cuando estas tumbas visito, No es la nada en que nací, No es un Dios lo que medito, Es un nombre que está escrito con fuego dentro de mí.
¡Perdón! ¡No escuches, Dios mío, Mi terrenal pensamiento! ¡Deja que se pierda impío Como el murmullo de un río Entre los pliegues del viento!
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