La noche imaginada
es porosa y con bocas
de Colt y parpadeos
de ojos tácitos. Tiene
sus casas recogidas en madera
de desierto con perro. Y hay crujidos
de arboleda y serpiente
en un acecho negro.
¿Es verdad? ¿El cuchillo,
la bala, el puño sordo,
el grito de muchacha violada
que expira, el paseante hecho despojo
y ahorcado con su cinto,
los millones de manos, de pupilas,
de pasos redoblantes, de centellas
con sangre, son del sueño?
Era día luciente
y un tumor cerebral atado a un rifle
subió ala torre y explotó dejando
media milla de muertos.
El motor que hace pausa y roba al niño
necesita la luz. Voy caminando
por esa esponja del terror unido
al “¡Qué más da!” que traigo
desde lejos, incrédulo.
No veo más que brazos
de árbol amigo y luz en lejanía,
y solo escucho las respiraciones
sosegadas llegando por un aire
de perfume y caricia
que sostiene las pálidas estrellas.