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La pintura que hacéis prueba evidente…

[Poema - Texto completo.]

Gertrudis Gómez de Avellaneda

La pintura que hacéis prueba evidente
Es del hábil pincel que la ha trazado:
En ella advierto creadora mente
Y de entusiasta amor fuego sagrado.

Toques valientes, vivo colorido,
Dignidad de expresión, conjunto grato
Todo es bello, ¡oh amigo! El parecido
Sólo le falta a tan feliz retrato.

En vuestro genio, sí, no en el modelo,
Esos rasgos halláis tan ideales,
Que sólo al pensamiento otorga el cielo
Engendrar en su luz bellezas tales.

Si como me pintáis, así os parece
Verme, creed que a confusión me muevo;
Pues tanto vuestra mente me engrandece,
Que ni a mirarme como soy me atrevo.

Regio ropaje a su placer me viste
Vuestra exaltada y rica fantasía,
Y entre tanto fulgor no sé si existe
Algo real de la sustancia mía.

¡Desdichada de mí si el tiempo alado
Se lleva en pos el fúlgido atavío,
Y halláis un día, atónito, turbado,
El esqueleto descarnado y frío!…

En esta tierra de miseria y lloro
Dispensad compasión, cariño tierno;
Mas no gastéis tan pródigo el tesoro
De admiración y amor que os dio el Eterno.

Lo que se cambia y envejece y pasa,
Lo que se estrecha en límites mezquinos,
No es nada para el alma -que se abrasa
Anhelando de amor goces divinos.-

¿Ventura reclamáis de mí, que en vano
Tras de su sombra consumí mi brío?…
¡A mí, del polvo mísero gusano,
Que de mi propia mezquindad me río!

Queréis volar, y os arrastráis despacio,
Y en pobre cieno vuestro afán se abisma
¡Salid, salid del tiempo y del espacio
Y traspasad vuestra esperanza misma!

Yo, como vos, para admirar nacida;
Yo, como vos, para el amor creada;
Por admirar y amar diera mi vida…
Para admirar y amar no encuentro nada.

Siempre el límite hallé: siempre, doquiera,
La imperfección en cuanto toco y veo
No juzgo al universo una quimera,
porque en él busco a Dios, porque en Dios creo.

Tú eres, ¡Señor!, belleza y poesía;
Tú solo, amor, verdad, ventura y gloria;
Todo es, mirado en Ti, luz y armonía;
Todo es, fuera de Ti, sombra y escoria.

¡Oh, desdichado quien -de juicio escaso-
Hallar la dicha en lo finito intente
Quien en turbio licor y estrecho vaso
Quiera apagar la sed que interna siente!

No así jamás os profanéis, ¡oh amigo!
No en esas aras de vuestra alma bella
ídolo vano alcéis, que yo os predigo
Que con desdén y horror lo hundirá ella.

Queredme bien, compadecedme y hasta:
No apreciéis cual diamante humilde arcilla:
Dadle el tesoro que jamás se gasta
A Aquel que siempre permanece y brilla.

Yo no puedo sembrar de eternas flores
La senda que corréis de frágil vida;
Pero si en ella recogéis dolores,
Un alma encontraréis que los divida.

Yo pasaré con vos por entre abrojos;
El uno al otro apoyo nos daremos;
Y ambos, alzando al cielo nuestros ojos,
Allá la dicha y el amor busquemos.

¿Qué más podéis pedir? ¿Qué más pudiera
Ofrecer con verdad mi pobre pecho?
Ternura os doy con efusión sincera
¡De mi ídolo el altar ya está deshecho!

No igual suerte me deis, ¡oh, vos, que en esta
Tierra de maldición sois mi consuelo!
¡No me queráis alzar ara funesta!
¡No me pidáis en el destierro el cielo!

Vedme cual soy en mí, no en vuestra mente,
Bien que el retrato destrocéis con ira;
Que, aunque cual creación brille eminente,
Vale más la verdad que la mentira.



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