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La prima Teresa

[Cuento - Texto completo.]

Saki

Cuando Basset Harrowcluff regresó a casa de sus padres tras una ausencia de cuatro años estaba claramente satisfecho de sí mismo. Sólo tenía treinta y un años, pero había prestado un útil servicio en un apartado pero importante rincón del mundo. Había pacificado una provincia, abierto una ruta comercial, forzado la tradición de respeto que es el equivalente al rescate de muchos reyes en regiones remotas, y lo había hecho todo gastando bastante menos de lo que se necesitaría para organizar una sociedad benéfica en su país natal. En Witehall y en los lugares que cuentan, sin duda contaban con él. Su padre se permitió imaginar que no sería inconcebible que el nombre de Basset figurara en la siguiente lista de condecoraciones.

Basset sentía bastante desprecio por su hermanastro Lucas, al que encontró febrilmente absorto en la misma mezcla de elaboradas tonterías que habían requerido todo su tiempo y energía hacía cuatro años, o casi tanto como era capaz de recordar. Era el desprecio del hombre de acción por el hombre de actividades; y probablemente era un desprecio recíproco. Lucas era un individuo excesivamente bien alimentado, unos nueve años mayor que Basset, con un color que en un espárrago se habría considerado como signo de cultivo intensivo, pero que en este caso significaba probablemente que simplemente se abstenía de hacer cualquier ejercicio. El cabello y la frente proporcionaban una nota recesiva en una personalidad que, en todos los demás aspectos, era penetrante y enérgica. No existía ciertamente sangre semita en los antepasados de Lucas, pero su aspecto transmitía por lo menos una sugestión de extracción judía. Clovis Sangrail, que conocía de vista a la mayoría de sus amigos, decía que era sin la menor duda un caso de mimetización protectora.

Dos días después del regreso de Basset, Lucas entró a almorzar de un brinco y en un estado de excitación e inquietud que no refrenó ni siquiera la consideración inmediata por la sopa, por lo que tuvo que descargarla verbalmente en chisporroteante competencia con bocados de fideos.

—He tenido una idea de algo inmenso —balbuceó—. De algo que es, simplemente, Eso.

Basset lanzó una breve risa que habría servido igualmente bien como bufido si alguien hubiera querido intercambiarlo. Su hermanastro tenía la costumbre de descubrir nimiedades que eran «simplemente Eso» a intervalos frecuentemente recurrentes. Generalmente el descubrimiento significaba que se iba volando a la ciudad, precedido por una serie de telegramas encendidos, para ver a alguien relacionado con el mundo de la escena o la edición, ir juntos a una o dos fiestas trascendentales, entrar y salir con ligereza de «Gambrinus» una o dos noches y regresar a casa con una actitud de importancia apagada y el tono de espárrago ligeramente intensificado. Normalmente la gran idea era olvidada semanas más tarde con la excitación de algún nuevo descubrimiento.

—La inspiración me llegó cuando me estaba vistiendo —anunció Lucas—. Será el éxito de la próxima revue del music-hall. Todo Londres se volverá loco con él. Sólo es un pareado; desde luego habrá más palabras, pero no tendrán importancia. Escuchad:

La Prima Teresa saca a César,
Fido, Jocky el gran borzoi.

Un estribillo melodioso y pegadizo, como veis, y luego está el asunto de los timbales sobre las dos sílabas de borzoi. Esto es inmenso. Lo he pensado todo muy bien; el cantante cantará solo el primer verso, y luego durante el segundo verso, entrará la Prima Teresa seguida por cuatro perros de madera sobre ruedas; César será un terrier irlandés, Fido un caniche negro, Jock un foxterrier, y el borzoi será, desde luego, un borzoi. Durante el tercer verso la Prima Teresa avanzará sola mientras desde el ala opuesta tiran de los perros; entonces la Prima Teresa delega en el cantante y sale de la escena en una dirección, mientras la procesión de los perros continúa en la otra, cruzándose en route, lo que siempre es muy eficaz. Aquí se producirán muchos aplausos, y para el cuarto verso la Prima Teresa aparecerá con un abrigo de marta y los perros llevarán todos puesta una capa. Después he tenido una gran idea para el quinto verso; cada uno de los perros será llevado por un chiflado, y la Prima Teresa saldrá por el lado opuesto, cruzándose en route, lo que siempre es muy eficaz, para luego darse la vuelta y dirigir a todos ellos en fila, mientras todos cantan como enloquecidos:

La Prima Teresa saca a César,
Fido, Jocky el gran borzoi.

¡Tum-Tum! Los tambores en las dos últimas sílabas. Estoy tan excitado que no creo que pueda pegar ojo esta noche. Me voy mañana en el tren de las diez quince. He telegrafiado a Hermanova para que almuerce conmigo.

Si algún miembro del resto de la familia sintió alguna excitación por la creación de Prima Teresa, consiguió ocultarla con éxito.

—El pobre Lucas se toma tan en serio sus estúpidas ideas —comentó después el coronel Harrowcluff en la sala de fumadores.

—Ciertamente —añadió su hijo menor, aunque en un tono algo menos tolerante—. Dentro de uno o dos días regresará para decirnos que su sensacional obra maestra está por encima de la capacidad del público, y dentro de tres semanas estará loco de entusiasmo con un plan para dramatizar los poemas de Herrick o algo igualmente prometedor.

Después sucedió algo extraordinario. Contradiciendo todos los precedentes, la emocionada previsión de Lucas se vio justificada y ratificada por el curso de los acontecimientos. Si Prima Teresa estaba por encima de la capacidad del público, éste se adaptó heroicamente a su elevación. Introducida como un experimento en un momento apagado de una nueva revue, el éxito del número fue inequívoco; las peticiones fueron tan insistentes y estridentes que ni siquiera las grandes ideas de «asuntos» adicionales que tuvo Lucas bastaron para mantenerse al nivel de la demanda. Los teatros llenos en noches sucesivas confirmaron el veredicto del público de la primera noche, butacas y palcos se llenaban significativamente poco antes del número y se vaciaban, igual de significativamente, tras haberse interpretado el último encore. El gerente reconoció con los ojos llenos de lágrimas que Prima Teresa era el Éxito. Tramoyistas, figurantes y vendedores de programa se lo reconocían unos a otros sin la menor reserva. El título de la revue ocupó una importancia secundaria y grandes letras de color azul eléctrico proclamaban las palabras «Prima Teresa» en la fachada del gran palacio del placer. Y desde luego, la magia del famoso estribillo extendió su hechizo por toda la metrópolis. Dueños de restaurantes se vieron obligados a proporcionar a los miembros de sus orquestas perros de madera pintada sobre ruedas, para que la melodía siempre solicitada y concedida se interpretara con los necesarios efectos espectaculares, y el estrépito de botellas y tenedores sobre las mesas nada más mencionar al gran borzoi solía ahogar los esfuerzos más sinceros del intérprete de los tambores o los platillos. En ninguna parte ni lugar podía uno librarse del doble golpetazo que producían las dos sílabas del estribillo; los juerguistas que regresaban tambaleándose a su casa por la noche daban los golpes sobre puertas y vallas de construcción, los lecheros golpeaban sus latas con esa cadencia, los mensajeros, siguiendo el mismo principio, golpeaban a otros mensajeros más pequeños con resonantes bofetadas dobles. Los círculos más serios de la gran ciudad no fueron sordos a la afirmación y el significado de la popular melodía. Un predicador emprendedor y emancipado hizo desde su pulpito un discurso acerca del significado interior de «Prima Teresa»; y Lucas Harrowcluff fue invitado a dar una conferencia sobre el tema de su gran logro ante los miembros de la Liga de Jóvenes en Favor del Esfuerzo, el Club de las Nueve Artes y otras instituciones ilustradas y deseosas de conocimiento. En la buena sociedad parecía ser el único tema del que le gustaba hablar a la gente; hombres y mujeres de edad mediana y educación media se encontraban en las esquinas discutiendo seriamente no sobre la cuestión de si Serbia debía tener una salida al Adriático, o acerca de las posibilidades de un éxito británico en las competiciones internacionales de polo, sino sobre el tema más absorbente del problemático origen azteca o nilótico del motif de Teresa.

—La política y el patriotismo resultan tan aburridos y están tan anticuados —dijo una dama muy reverenciada que tenía ciertas pretensiones oraculares—. Hoy en día somos demasiado cosmopolitas para conmovernos realmente con esos temas. Por eso damos la bienvenida a una producción comprensible como «Prima Teresa», que tiene un mensaje auténtico para cada uno. Evidentemente, no es posible entender ese mensaje de inmediato, pero desde el principio se siente que está ahí. Yo la he visto dieciocho veces, y voy a volver mañana y el jueves. Nunca resulta demasiado.

—Resultaría bastante popular si le concediéramos a ese Harrowcluff una orden de caballería o algo parecido —afirmó el ministro en tono reflexivo.

—¿A qué Harrowcluff? —preguntó su secretario.

—¿Cómo dice? Sólo hay uno, ¿no le parece? —replicó el ministro—. Al de «Prima Teresa», desde luego. Creo que todo el mundo estará contento si le nombramos caballero. Sí, póngalo en la lista de nominados seguros… bajo la letra L.

—¿La letra L es de liberalismo o liberalidad? —preguntó el secretario, que era nuevo en el empleo.

La mayoría de los receptores del favor ministerial esperaban cualificarse bajo uno de esos títulos.

—De literatura —contestó el ministro.

Y así fue como se vieron satisfechas las expectativas del coronel Harrowcluff de ver el nombre de su hijo en la lista de los honrados.

*FIN*


Beasts and Super-Beasts, 1914


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