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La Rana y el Ratón

[Minicuento - Texto completo.]

Jean de La Fontaine

Muchas veces, quien trata de engañar a otro, se engaña a sí mismo.

Un Ratón, lucido y panzudo, que no conocía Adviento ni Cuaresma, solazábase a orillas de un pantano. Acercósele una Rana, y le dijo en su lengua:

—Ven a verme mañana; tendrás un buen banquete.

El Ratón accedió desde luego; no tenía necesidad la Rana de insistir más. A pesar de ello, alegó las delicias del baño, el placer del viaje, las muchas cosas que había en el pantano, dignas de verse. Algún tiempo podría contar su huésped a sus nietezuelos las bellezas de aquellos sitios, las costumbres de sus habitantes y el gobierno de la acuática república. Solo había un inconveniente para el Ratón; nadaba algo, pero necesitaba ayuda. La Rana encontró pronto el remedio: ató a sus patas traseras las delanteras de él: un junco tierno y flexible sirvió para el caso.

Dentro ya del charco, nuestra buena comadre se esfuerza en echar al fondo a su compadre, sin reparar en el derecho de gentes ni en la fe jurada. No pensaba más que en las sabrosas tajadas que haría de su víctima, y ya se relamía los hocicos. El pobre Ratón invocaba a todos los dioses; pero la Rana se mofaba de él.

Tirando la una y resistiendo el otro, acertó a verlos peleándose en el agua un milano que en los aires se cernía. Arrójase sobre el Ratón, llévaselo entre sus garras, y tras el Ratón el lazo de junco, y tras el lazo de junco, la mismísima Rana. ¡No le vino mal al ave rapaz la doble presa! Tuvo para cenar carne y pescado.

La añagaza más astuta es a veces la ruina de quien la inventó. La perfidia se vuelve con frecuencia contra el mismo pérfido.

FIN



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