La rueda de la fortuna
[Teatro - Texto completo.]
Antonio Mira de Amescua
Personas que hablan en ella:
LOA FAMOSA
Hala de echar mujer en hábito de labradora Perdióse en un monte un Rey andando a caza una tarde con lo mejor de su gente: duques, príncipes y grandes. El sol hasta mediodía abrasó con rayos tales que el mundo a Faetón, su hijo, temió, otra vez arrogante. Pero revolviendo el tiempo y levantándose el aire se cubrió el cielo de nieblas y amenazó tempestades. Huyó a la choza el pastor, y a la venta el caminante y amainaron los pilotos todo el lienzo de las naves. Díjole al Rey un montero que al pie de aquellos pinares estaba una casería en tal ocasión bastante. Bajaron por una peñas entre mirtos y arrayanes, guiándoles el rumor que remolinaba el aire. Vieron que en un manso arroyo se bañaban los umbrales de un mal labrado cortijo con olmos delante. Apeóse el Rey, y entrando, primero que se sentase, quiso ver el dueño y huéspeda y como en su casa honrarle. Supo el labrador apenas que las personas reales ocupaban su aposento, cuando en hielo se deshace. Entró su pobre familia a decirle que no aguarde, pues le quiere ver el Rey, a que al mismo Rey le hable. Tiembla el labrador de nuevo, mira el sayo miserable, las abarcas y las pieles, y de vergüenza no sale. El pobre cortijo mira como vigüela sin trastes, hecho de pajas el techo sobre unos viejos pillares. Llamó a su mujer, y dice "Mujer, a huéspedes tales, si no es el alma, no tengo casa ni mesa que darles. Salid y decidle al Rey que no es mucho me acobarde ver su persona real en mis pajizos portales, que coma en la voluntad, que es mesa que a Dios aplace, y duerma en el buen deseo, que no tengo más que darle; que vos, como sois mujer, pues no hay cosa que no alcancen, hallaréis gracia en sus ojos, y al fin podréis disculparme". Dicen que entró la mujer muy temerosa a hablarle por la obligación que tienen de cuanto el marido mande, y el Rey, muy agradecido a su vergüenza notable, cenó y durmió más contento que entre holandas y cambrayes. Yo pienso, senado ilustre, que es esto muy semejante de lo que hoy pasa a Riquelme con este humilde hospedaje. En cada cual miro un rey, un César, un Alejandre; su pobre familia mira, que es la que a serviros trae. Si no salió el labrador teniendo a su Rey delante, quien ve tantos, ¿qué ha de hacer sino lo que veis que hace? Mandóme, como mujer, que saliese a disculparle; fue la obediencia forzosa, aunque rústico el lenguaje. No os ofrece grandes salas, llenas de pinturas graves, de celebradas comedias por autores arrogantes. No os ofrece ricas mesas llenas de gusto y donaire, sino voluntad humilde, que es la que con reyes vale. Perdonad al labrador, pues hoy en su casa entrasteis, porque me agradezca a mí las mercedes que hoy alcance. Oíd la pobre familia; ya los labradores salen, mientras que vuelvo a la corte, bésoos los pies, Dios os guarde.
BAILE CURIOSO Y GRAVE
Cuando desde Aragón vino la Infanta a casar con don Juan, Rey de Castilla, las fiestas que se hicieron en Sevilla no las olvida el tiempo y hoy las canta. Después que los castellanos hicieron muestra gallarda con máscaras y sortijas, toros y juegos de cañas, mantener quiso un torneo en servicio de su dama un gallardo aragonés de los Pardos de la casta. Airoso terció la pica, furioso juega la lanza, dando con destreza y brío los cinco golpes de la espada. Con la gloria de aquel día ganó de su gloria el alma, la cual, venida la noche, le admite dentro de su casa. Con amorosas razones consiguen sus esperanzas, y ella, alabándole, dice, al despedirlos el alba: "Mirad por mi fama, caballero aragonés". "Por tus amores, señora, cuanto me mandes haré". "Mas, ¿cómo la ha de guardar quien a sí guardar no pudo"? "Con sólo saber callar". "Que la guardéis no lo dudo". "Seré como piedra mudo y eterna fe guardaré; por tus amores, señora, cuanto me mandes haré". En un corillo otro día sin nombrar partes, se alaba, y un adivino celoso dio cuenta de ello a su dama. Sus blancas manos torcía, sus delgadas tocas rasga, y llamando a su presencia con este desdén le trata: "Alabásteisos, caballero, gentil hombre aragonés. No os alabaréis otra vez. Alabásteisos en Sevilla que teníades linda amiga. Gentil hombre aragonés, no os alabaréis otra vez". Sin admitirle disculpa que se ausente de ella manda, y él jura de no volver hasta volver en su gracia. El tiempo gastó la ira; mas, como el amor no gasta, la dama llora su ausente, el retrato que miraba, y la dama le demanda: "Y mi bien, ¿cuándo vendréis"? Y finge que le responde: "Lindo amor, no me aguardéis, que si de mi partida fue causa un disfavor, si no cesa el rigor, yo no volveré en mi vida". "Yo quedo arrepentida y mi bien, ¿cuándo vendréis"? Y finge que le responde: "Lindo amor, no me aguardéis". En hábito de romero un pajecillo despacha para que dé en Zaragoza al caballero una carta. Cuando llegó el pajecillo al salir de la posada encontróle el caballero. De esta manera le habla: "Romerico, tú que vienes donde mi señora está, di, ¿qué nuevas hay allá"? "Estáse la gentil dama a sombras de una alameda dando suspiros al aire, y a su fortuna mil quejas. Diome que os diese esta carta de su mano y de su letra, que al escribirla, sus ojos llenan el papel de perlas. Y díjome de palabra que a Sevilla deis la vuelta, adonde seréis su esposo en haz y en paz de la Iglesia". Con el amor y el deseo como con ligeras alas, vuelve al galán a Sevilla, y así le dice a su dama: "A ser vuestro vengo, querida esposa". "Dulce esposo mío, vení en buena hora". "Tras fieros desdenes, que la vida acortan y al amor pudieran negar la victoria, a ser vuestro vengo, querida esposa". "Dulce esposo mío, vení en buena hora". ACTO PRIMERO
FILIPO: Invicto César famoso, cuya mano poderosa temen la blanca Alemania y la abrasada Etïopia; tú, que en los hombros sustentas el Africa, Asia Europa, volando tu nombre eterno en las águilas de Roma; tú, que ceñiste la frente con esa inmortal corona, al polo del otro mundo quieres llegar con tus obras; ya que del ártico helado hasta la tórrida zona pagan tributo a tu imperio, sal a ver nuestras victorias. Triunfando, señor, venimos a la gran Constantinopla de los fieros esclavonios que de Misia huyendo tornan. Restaurado queda el reino; tus empresas prodigiosas que son espanto del mundo piden guirnaldas de gloria. Sube a los muros soberbios que de estrellas se coronan porque su altas almenas la triforme luna tocan. Verás tu ejército ufano con la gente victoriosa, que con bárbaros despojos los gallardos brazos honran. Verás la región del aire que la entapizan y adornan las enemigas banderas que tus soldados tremolan. Verás que en cadenas de oro cuatro mil cautivos lloran la pérdida desdichada de su libertad preciosa. Treinta mil hombres me diste; treinta y tres mil traigo agora, que a precio de mil cristianos sólo he comprado esta pompa. Veinte mil dejo sin almas y otros con vida tan poca que está esperando la muerte a sólo que abran las bocas. Ya la fama bachillera tocó en el aire la trompa; va publicando en el mundo esta jornada famosa. Temblando están de tu imperio los Alpes, Nervia, Borgoña, Galia, Germania, Bretaña, la Trapobana y Moscovia, la fiera invencible Escitia, la Tartaria belicosa, la inculta y áspera Armenia, la celebrada Panonia. Ya de todas las naciones más bárbaras y remotas, tributo te ofrecen unas y treguas te piden otras. Los indios vienen con oro, los samios vienen con rosas, los tirios con carmesí, los alarbes con aromas, los scitas con algodones, los egipcios con aljófar, los corinto con sus vasos, los fenicios con sus conchas. Cada nación en tributo te da las riquezas propias, porque las crezca el valor en tu mano poderosa. Todos repiten tu nombre, todos tu fama pregonan, con más lenguas que tenía la confusa Babilonia. Sírvete de ver la entrada de tu gente victoriosa, porque los ojos del rey con sólo mirar dan honra. Remunera con palabras sus hazañas victoriosas, que aun en boca de los reyes son necesarias lisonjas. Mostrándote agradecido, podrá una palabra sola más que el tesoro guardado en tus doradas alcobas. Descubre en público el rostro que a las gentes aficiona, porque será ver tu cara el triunfo de mi victoria. No me premian majestades ni plata me galardona; sólo quiero la presencia que tantos reyes adoran. Solamente con tocar la púrpura de tu bola dejaré de todo punto a mi fortuna envidiosa. Mi inclinación es servirte, premios no me correspondan, porque la virtud se mueve con el precio de sí sola. Deja besarte los pies y tus sumilleres corran esa cortina, que cubre tu majestad grandïosa. MAURICIO: Hoy, capitán vencedor, corona en tus sienes vea. El sol dé su resplandor. Tu misma victoria sea el premio de tu valor. Hacerte inmortal procuro, y harán tu nombre seguro desde el Betis al Hidaspes columnas de varios jaspes y estatuas de bronce duro. Todas tus empresas ricas pondré en aceradas planchas pues que mi fama publicas, mi temido imperio ensanchas, mis tesoros multiplicas. Si a los bárbaros enojas, y tu espada en sangre mojas, un laurel he de ponerte que ni el tiempo ni la muerte pueden marchitar sus hojas. FILIPO: Sólo, señor, me aficiona besar tus pies; que ellos solos enriquecen mi persona. MAURICIO: Cuanto abarcan los dos polos te diera, con mi corona. TEODOLINDA: (Capitán gallardo y bravo, [Aparte] bien verá cuando te alabo, que en amarle me anticipo). TEODOSIO: Es muy gallardo Filipo. TEODOLINDA: Es gran varón. FILIPO: Soy tu esclavo. TEODOLINDA: Por tan dichosa venida en albricias vuelvo a darte de mi alma y de mi vida aquella pequeña parte que me quedó a la partida. LEONCIO: Ronca la trompa bastarda, destemplado el atambor, y vestido el cuerpo de luto, y de ánimo el corazón; arrastrando el estandarte, que ufano en algo se vio, con sola aquesta cautiva, aunque de extraño valor, el pecho lleno de heridas, porque nunca atrás volvió, coronado de ciprés, hecho piezas el bastón; si son ceremonias tristes (¡Oh famoso Emperador!) usadas de el que es vencido, ya verás cual vengo yo. Nunca tu ejército viera el levantado pendón de los persas victoriosos tan a costa de mi honor. Nunca yo volviera vivo, (¡Pluguiera al eterno Dios que entre mi sangre vertida diera el alma a su creador!) pero quiso mi desdicha librarme en esta ocasión de la pena de la muerte para dármela mayor. Nunca logró sus deseos quien desdichado nació, que aun la muerte le aborrece, si el vivir le da dolor. Uno sintiera muriendo y viviendo siento dos: la pérdida de tu gente y de mi noble opinión. Mi vida sólo llorara; mas, ¡ay!, que llorando estoy un ejército de vida que el fiero persa quitó. Llegué un desdichado día cuando está el dorado sol entre los cuernos del toro cobrando fuerza y calor. Mil prodigios, mil agüeros nos causaron confusión; en un funesto ciprés la corneja nos cantó; tembló la preñada tierra de lástima o de temor; los montes se estremecieron, sonó en el aire una voz; mostróse el sol encendido en un encarnado arrebol, sudaron las naves sangre, y llovieron el sudor. Antes de dar la batalla cuyo fin contando voy, infinitos buitres vimos cortar el aire veloz; acobardóse la gente, porque la imaginación puede más que la verdad, cuando tiene aprehensión. Animéla dando voces, pero no me aprovechó, y no hay fuerza en las razones que dé al cobarde valor. Y aunque puede al desmayado animar la exhortación, y el ejemplo puede tanto que a veces es vencedor, si el temor es general, tímida la inclinación, la fortuna adversa cierta y el enemigo mayor, no animarán las palabras; que en guerras jamás suplió faltas de fuertes Aquiles un Ulises orador. Acometimos primero porque esta aceleración es parte de la victoria si hay igual competidor. El nuestro fue desigual, en número nos venció; cien mil personas juntaron de su bárbara nación. A los principios fue nuestra la victoria; mas, señor, la Fortuna siempre tiene [mudable la condición;] vueltas de ruedas veloces, humo negro, tierna flor, blanca sombra, débil caña, cosas inconstantes son. No hay cosa firme y estable; los que cuerpo vivo es hoy mañana es cadáver frío; toda va en declinación. La melancólica noche, triste para mí, cubrió los horizontes del mundo con su negro pabellón; no descubrió el sol hermoso su lucido aparador de estrellas, porque entre nubes la alegre luz se escondió. Cósroes, primer jefe persa, que desde el fuerte español hasta el antípoda oculto eterna fama ganó, sobrevino de repente, y vimos más confusión en el ejército nuestro que en la torre de Nembrot. Derramada y fugitiva, nuestra gente el alma dio, de pena y de rabia, al punto que pronunció esta razón; digo al fin que, desmayada nuestra gente del rumor [de las voces y los gritos] que hicieron, nuevo son, en tropel desordenado nuestro ejército huyó, cogiendo los enemigos de copete a la Ocasión. ¡Ay, pérdida desdichada! ¡Ay, cielo santo! ¡Ay, rigor de la mudable Fortuna y de la Parca feroz! Infinitas muertes dieron sin engaño ni traición; que yo alabo al enemigo porque envidio su valor. Entre los persas andaba como un antiguo Sansón, y como soy desdichado, nadie a matarme acertó. Hasta la tienda real pude entrar; que el escuadrón de guarda, con la victoria segura, se descuidó. En ella estaba esta dama, que a la lumbre de un farol se ligaba dos heridas que en pecho y brazo sacó. Llegué a asirla, defendióse, y aunque más se defendió, Anquises fue de estos hombros, Medea de este Jasón; por causar algún enojo al Príncipe vencedor la he cautivado y traído con no pequeña aflicción. Vencido vengo del persa pero de mí mismo no, pues no he llegado a su mano aunque le tenga afición. Esta es la trágica historia; no tengo la culpa yo. Sucesos son de la guerra; mátame o dame perdón. MAURICIO: (¿Cómo es posible que he oído Aparte razones de hombre que viene infamemente vencido? ¡Qué poca vergüenza tiene el que cobarde ha nacido!) ¿Vivo delante de mí has atrevido a ponerte? Cobarde, bárbaro, di, ¿para todos hubo muerte, y la faltó para ti? ¿Cómo la muerte inconstante en mi ejército arrogante, habiéndote de encontrar, a ti en el primer lugar, te dejó y pasó adelante? Sentimiento natural, cuando de otro está vencido, tiene cualquier animal; mas tú, que no lo has tenido, no eres hombre natural. Justo de hoy más ha de ser que a tu honrado proceder Parca de la patria nombres, pues que truecas cien mil hombres por una flaca mujer. La deshonra y vituperio tu corazón idolatra; basta que en nuestro hemisferio ha nacido otra Cleopatra para asolar el imperio. No es razón que así esté armado un capitán que ha huído ni ese pecho afeminado de acero esté guarnecido, pues de miedo está aforrado. Del lado le sea quitada la espada, siempre envainada; que hombre por mujeres trueca hile ya con una rueca pues no riñe con espada. Atarle también conviene las manos, porque sagaz huyendo del persa viene; no tenga mano en la paz si en la guerra no la tiene. Y ya que en él está mal ser capitán general, tú, Filipo, lo has de ser. TEODOLINDA: Muy bien sabrá defender tu corona imperial. TEODOSIO: El soldado victorioso que a su rey hace famoso, es razón que premio aguarde; que el castigo del cobarde le hace más animoso. FILIPO: Poderoso Emperador, casos de Fortuna han sido; y así no ha de estar, señor, desconfïado el vencido ni seguro el vencedor. No hay en el mundo igualdad ni estado en seguridad; espera quien desconfía que a la noche sigue el día, bonanza a la tempestad. Los estados son violentos; y así, con estas memorias los humano pensamientos esperan grandes victorias tras de grandes vencimientos. Tal afrenta no le des, que según el mundo es inconstante, adversa y vario, hoy le venció su contrario para que él venza después. LEONCIO: Gran César, en quien confío, antes que mi afrenta mandes, considera el caso mío. En los ejércitos grandes de Jerjes y de Darío los sucesos semejantes de tu memoria no borres; verás soberbios gigantes con máquinas y con torres en espaldas de elefantes; alcázares torreados, chapiteles levantados, que, perdiéndose de vista, sus pirámides conquista los rayos del sol dorados. Escuadras podrás hallar que, cubriendo el ancho suelo, se pudieran comparar a las estrellas del cielo o a las arenas del mar; y estando en pompa dichosa, las derriba y pone en tierra, o la Fortuna envidiosa, ve el suceso de la guerra, trágica, triste y dudosa. MAURICIO: No a la Fortuna atribuyas las que son flaquezas tuyas LEONCIO: ¿Por qué, señor, tanta infamia? MAURICIO: [Aún si fueras Hipodamia,] porque mueras y no huyas. Vayan las cajas delante y esté así en la plaza un día para que el vulgo inconstante destierra su cobardía con castigo semejante. LEONCIO: Cielos, cuyo amparo sigo, sed testigos y jüeces de la afrenta que ha tenido el que vencía tantas veces por una vez que es vencido. Bien es que venganza os pida cielos, un alma ofendida; Atropos tengo de ser, que es hilar y torcer el estambre de mi vida. Plega a Dios que revelada esté la tierra en que reinas, y los filos de tu espada la blanca nieve que peinas en sangre dejen bañada. Hoy se acaban tus sucesos, castigados tus excesos, aunque el mundo forme aprisa los túmulos de Artemisa para sepultar tus huesos. ¡Ay, famosa Mitilene!, no te estima como yo el que en tan poco le tiene al hombre que te venció. MITILENE: (Volver por mí me conviene.) Aparte No es ley ni bien que deshonres lo que honrado debe ser; Vencedor es, no te asombres, porque hay en Persia mujer de más valor que mil hombres. Y yo, que a este agravio salgo, más que mil persianas valgo, pues si traes mil veces mil por un ejército vil mira tú si ganas algo. Y el Príncipe que ha vencido tu ejército acobardado, tanto el vencer ha sentido que diera lo que ha ganado por sólo lo que ha perdido. Y aun te diera la corona porque estima mi persona; que también el arco flecho aunque no he cortado el pecho como bárbara amazona. Tu capitán es valiente, atrevido con valor, y reportado prudente; que ésta es la virtud mayor para quien gobierna gente. Si vencedor no escapó, la Fortuna lo ordenó, dudosa, adversa y esquiva. MAURICIO: Agora digo, cautiva, que mi capitán venció. MITILENE: El que victoria ha tenido salga a probar mi valor; y así verás cómo ha sido más fuerte que el vencedor el mismo que me ha vencido. MAURICIO: (Su hermosura es celestial, Aparte mi apetito natural, y en cosas de inclinación tiene fuerza la Ocasión.) Salte afuera, General. TEODOSIO: (O le ha cobrado afición, Aparte o con celosos enojos quiere doblar mi pasión. Dándole está por los ojos a beber el corazón.) Filipo, el Emperador manda que salgas. FILIPO: (Amor, Aparte ¿qué veneno me estás dando?) TEODOSIO: ¿No has oído lo que mando? FILIPO: ¿Qué me mandas? TEODOLINDA: (¡Ah, traidor! Aparte ¿Divertido en mi presencia contemplando otra mujer? FILIPO: (¡Ay, Amor! ¿Con qué violencia Aparte muestras en mí tu poder?) TEODOSIO: Filipo, ¿tanta licencia? MAURICIO: Tú, Teodosio, sal también, y todos lugar me den, ¡Ah, Príncipe, saLte afuera! ¿Ya estáis vos de esa manera? Parecido os habrá bien. ¡César! TEODOSIO: Señora, ¿me llamas? MAURICIO: Yo soy quien llamó. TEODOSIO: ¿Qué quieres? MAURICIO: Que así no mires las damas. TEODOSIO: Agrádanme las mujeres, y ésta más. MAURICIO: ¡Qué fácil amas! Repórtate y salte afuera a enfrenar esos intentos. TEODOSIO: ¡Ay, persiana! ¡Quien tuviera más almas que pensamientos, y en tu altar las ofreciera! MAURICIO: Ya, cautiva, en quien confío, es tan grande tu poder, que aunque el tiempo es como río, que atrás no puede volver hoy has vuelta atrás el mío. Con tus partes más que humanas las fuerzas del alma ganas, tus ojos me dan pasión, porque hacen refracción en la nieve de mis canas. Con amorosa inquietud siento un honrado temor de fénix en mi virtud, que, abrasándose en tu amor, ha vuelto a la juventud. MITILENE: Esa nueva alteración, que tu vieja edad pretende, merece mi corrección, pues, si mi rostro la enciende, la temple mi condición. Persiana soy. MAURICIO: Yo, el monarca que el orbe esférico abarca, y en el ancho mar es mío desde el más veloz navío hasta la más débil barca. El mundo de polo a polo tendrás, si no eres ingrata; oro te dará el Pactolo, los franceses montes plata, Arabia su fénix solo. Mal fin en mis reinos haya si en las faldas de tu saya no me parece que miro, en conchas del mar de Tiro los olores de Pancaya. El alarbe que hoy sujeto, ciñendo corvado alfanje, dará el bálsamo perfeto, sus blancas perlas el Ganges, sus panales el Himeto, el elefante marfil, la ballena ámbar sutil, Scitia verdes esmeraldas, y para hacerte guirnaldas, todo el año se hará abril. MITILENE: Si tu sacra majestad, porque su cautiva vivo, muestre en mí su potestad, el cuerpo tengo cautivo, pero no la voluntad. Nunca lascivos amores me enseñaron mis mayores; de una pica me enamoro, no de perlas, plata y oro, guirnaldas, bálsamos y flores. MAURICIO: ¿Quién eres? MITILENE: Una persiana que en los ejércitos vengo. MAURICIO: Pues, ¿quién te ha hecho inhumana? MITILENE: Mi noble sangre; que tengo odio a la nación romana. MAURICIO: ¿Qué romano fue atrevido a ofender tanta belleza? MITILENE: De ningún hombre lo he sido; mi misma naturaleza la inclinación me ha traído su memoria y su valor; de la memoria no aparto. TEODOSIO: (Perdone el Emperador, Aparte que está mi pecho de parto y ha de nacer este amor.) El ejército desea ver tu rostro. MAURICIO: Cuando sea tiempo saldré. TEODOSIO: (Mi pasión Aparte no pide esa dilación.) MAURICIO: Lugar daré a que me vea. Vete, César. TEODOSIO: (Es violento el irme en esta ocasión, porque es la gloria que siento rémora del corazón que para su movimiento. ¡Ay, mi persiana gallarda! Aunque el alma tiempo aguarda para hablarte, desespera, porque aun el alma, si espera, ofende, cuando se tarda.) FILIPO: Aunque la maten mis celos, vuelvo ya determinado a ver los rayos o cielos del sol que Persia ha creado entre sus montes y hielos. TEODOLINDA: (Otra vez la torna a ver. Aparte ¿Qué hago, que no persigo su vida? Pues la mujer es el mayor enemigo cuando da en aborrecer. No la tiene de mirar; luna soy, que he de eclipsar este sol para sus ojos.) FILIPO: ¿Dónde pondré los despojos de esta guerra? TEODOLINDA: ¿No hay lugar para tratarlo después? FILIPO: Los gallardetes no cuelgo hasta que bese tus pies. (¡Ay, cautiva!) Aparte TEODOLINDA: (Yo me huelgo, Aparte ingrato, que no la ves.) FILIPO: (Como entre nubes parecen Aparte unos pedazos de cielos, que en mis ojos resplandecen.) TEODOLINDA: (Muriendo estoy de estos celos; Aparte no la has de ver.) FILIPO: (Me oscurecen tus brazos mi sol divino.) MAURICIO: Mientras que lo determino, rige la gente. TEODOLINDA: (Traidor, Aparte mal disimulas tu amor.) FILIPO: (¡Ay, qué rostro peregrino Aparte sobre mis hombros estriba!) MAURICIO: El poder de tierra y mar todo es tuyo; haces reciba tu alma, que a cautivar viniste, a no ser cautiva. Dará el mar, si me regalas, el nácar de sus espumas, y el fénix rosadas alas para que sirvan sus plumas de penachos en tus galas. Teodolinda, favorece mi causa, pues entristece. Quite el jardín tus enojos, y en él harán estos ojos lo que el sol cuando amanece. TEODOLINDA: Servirte y obedecerte mi pecho humilde desea. TEODOSIO Si impidiere mi mal fuerte, aunque más mi padre sea, le tengo de dar la muerte. Aunque no lo debe ser, ni me parió su mujer; que, según le aborrezco, hijo de tigre parezco o fui trocado al nacer. MITILENE: Soy muy dichosa, digo, [si ese alivio mereciera.] TEODOSIO: Adentro van; yo la sigo. MAURICIO: Esta es la gloria primera que dio al hombre su enemigo. ¿Otra vez Teodosio aquí? No son presunciones buenas; y pues siempre que lo vi, se me han helado las venas; ninguna sangre le di. No es mi hijo y si lo es, me aborrece. Muera pues, no contradiga mi gusto, que quien quiere mi disgusto querrá mi muerte después. HERACLIANO: Heraclio, ¿qué te parece la corte y esta arrogancia? HERACLIO Que no es hombre de importancia quien la corte no merece. HERACLIANO Muchos hay que, retirados, buscaron la soledad. HERACLIO: Cansóles la voluntad el peso de los cuidados. esta pompa y edificios, las damas, la bizarría, el trato, la policía, el orden de los oficios mueven más mi corazón que el ganado, caza y sierra. HERACLIANO: ¿Te agradan cosas de guerra? HERACLIO: Es mi propia inclinación. Yo confieso que en el yermo, aunque más el perro ladra, mejor que en la dicha cuadra entre mis ovejas duermo. Como las gobierno y domo cuando mis silbos las llaman, sus tiernas ubres derraman la blanca leche que como. Danme la fuente y el río entre plata y cristal tierno, nieve por agua el invierno, leche pura en el estío. Los campos, con su quietud mis espíritus levantan; las dulces aves me canta, todo es gusto y aun salud. Mas la trompa y el atambor, la gente, la urbanidad, la corte, la majestad de un rey, un emperador, más me inclina y más me alegra. HERACLIANO: Todo me cansó una vez, cuando nevó la vejez copos en la barba negra. La Emperatriz ha salido despachando al limosnero. Es un ángel. HERACLIO: Verla quiero. AURELIANA: Pocos pobres han venido. LIMOSNERO: Nos manda el Emperador no darles, y me recelo. AURELIANA: Si es la limosna en el cielo como en el suelo el favor, ¿la niega? LIMOSNERO: Ya todo es vicio. AURELIANA: De la mujer ni el vasallo no es decirle ni escuchallo. Fe y alma tiene Mauricio. Da limosna. HERACLIANO: Pues la mano nunca merecí, los pies será razón que me des. AURELIANA: ¡Oh, famoso Heraclïano! HERACLIANO: Perdone Tu Majestad; que con el traje que vengo en la montaña le tengo. Ya posó mi urbanidad. AURELIANA: ¿Traes a Heraclio? HERACLIANO: Sí, señora, sin él no puedo venir. AURELIANA: ¿Es éste? HERACLIANO: Y podrás decir que ves un Héctor agora. En las cortes de los reyes no hay mancebo más bizarro; el movimiento de un carro detiene, con cuatro bueyes. Tan ligero corre y salta, que alguna vez ha alcanzado al corzuelo remendado por la montaña más alta. Es una cuartana fría del león bravo y furioso, es un vaguido del oso, del lobo melancolía. Porque al lobo, oso y león los acobarda y destierra; y sobre todo a la guerra tiene extraña inclinación. HERACLIO: (Sin duda tratan de mí. Aparte La Emperatriz me ha mirado. Si me querrá hacer soldado, en signo alegre nací. No sé qué deidad me inclina a respetar su presencia con amor y reverencia, como a una cosa divina. Inquietos están mis brazos para llegar a abrazalla. ¡Heraclio, bárbaro, calla! ¿Tú, a la Emperatriz abrazos? Para quitarse mejor lo que mi pecho desea, me retiro, y aunque sea silla del Emperador, me siento.) HERACLIANO: Yo he deseado que este galardón me des sólo en decirme quién es Heraclio, a quien he crïado; que como Tu Majestad me lo envió tan pequeño, discurro, imagino y sueño y no doy en la verdad. AURELIANA: Yo descubriré quién es; sírvame tu corazón agora con atención, y con secreto después. Desposéme, como sabes, siendo César, con Mauricio que ya es monarca del mundo desde el Austro al polo frío. Mi esposo y mi Emperador mostróme amor al principio y aborrecióme después; hombre, al fin, y amor del siglo. Pero, como son la paz de los casados los hijos, pedí al cielo me los diese y soñé extraños prodigios. (¡Ay, cielos, ay, rigor, ay, cruel castigo! Aparte Cumpla estos sueños Dios sólo conmigo.) Durmiendo, a mi parecer, temblaban los edificios de la gran Constantinopla, corriendo de sangre ríos. Dentro del mar y en la tierra sonaban grandes gemidos; hasta los pájaros daban articulados suspiros. Entre arreboles de sangre el sol estaba escondido; era un crepúsculo el día, la noche un oscuro abismo. Yo, confusa y temorosa, no de mi propio peligro, iba al templo, y admirada de los secretos jüicios, hallábalo profanado de bárbaros enemigos, que es el castigo mayor que da Dios al cristianismo. Entre estas calamidades un trágico caso he visto, que el corazón me suspende las veces que lo imagino. (¡Ay, cielos, ay, rigor, ay, cruel castigo! Aparte Cumpla estos sueños Dios sólo conmigo.) Un traidor, aunque cobarde, de humildes padres nacido, ya en el ejército nuestro, vanaglorioso y altivo, del gran imperio triunfaba, pasando a cuchillo a mis hijos, a mi esposo, y a este cuello triste mío. Dábanos Dios esta muerte por los pecados y vicios del Emperador, mi esposo. ¡Triste caso, a estar cumplido! (¡Ay, cielos, ay, rigor, ay, cruel castigo! Aparte Cumpla estos sueños Dios sólo conmigo.) Aunque es verdad que los sueños no tienen de ser creídos, por ser confusas especies de aquellas cosas que oímos; cuando son males se temen, porque suelen ser avisos de Dios, que en sus obras tiene investigables caminos. Todos los casos adversos parece que traen consigo más crédito y certidumbre que los sucesos propicios. (¡Ay, cielos, ay, rigor, ay, cruel castigo! Aparte Cumpla estos sueños Dios sólo conmigo.) Al fin, tras de muchos sueños de la manera que digo, parí a Heraclio; desde entonces le tienes a tu servicio. A tu casa le llevaron, y en su lugar puse un niño hijo de una esclava escita y de un esclavo fenicio; fue la culpa de esconderlo porque suceda en mis hijos el imperio si se escapa del riguroso martirio. (¡Ay, cielos, ay, rigor, ay, cruel castigo! Aparte Cumpla estos sueños Dios sólo conmigo.) Sospecho que ya se cumple el influjo de estos signos, porque ya el Emperador su conciencia ha distraído, aunque ya viejo, es crüel, es avariento y lascivo, y aun a la fe de cristiano le va corriendo peligro. Mas, ¡ay de mí! ¿Cómo juzgo defectos de mi marido? Yo he mentido, Heraclïano. ¡Júzguele Dios que le hizo! HERACLIANO: ¡Sueños extraños! Inquieta estarás con el temor. HERACLIO: Pues que soy Emperador, ¡el ejército acometa! ¡Heraclio soy, viva Cristo! Con su cruz he de vencer; ya se puede acometer, buenos presagios he visto. Emperador del Oriente y del Occidente soy, vengando la muerte estoy de una cordera inocente. HERACLIANO: Dormida habla consigo. Despierta, Heraclio, despierta. HERACLIO: ¡Capitán, cierra la puerta! ¡No se escapa el enemigo! HERACLIANO: ¿Quién en palacio y de día de espacio a dormir se pone? HERACLIO: Tu Majestad me perdone mi necia descortesía; porque, como allá dormimos sin respeto ni atención, no mudamos condición cuando a la corte venimos. AURELIANA: ¿Qué soñabas? HERACLIO: Niñerías, imposibles confusiones que causan las ilusiones del sueño y sus fantasías. Cosas que ni pueden ser; sueños, al fin, mal formados de casos imaginados. AURELIANA: Yo los tengo de saber. HERACLIO: Soñaba que Emperador era de toda la tierra, y que estaba en una guerra y escapaba vencedor --¡mil disparates!-- HERACLIANO: Sería cómo te asentaste mal en esa silla imperial y te dormiste. TEODOSIO: Porfía, y verás de tu hermosura en cristal ensangrentado si estás a mis ruegos dura; que un amor demasïado suele parar en locura. Siento, después que te vi, un letargo, un frenesí; y he de curar mal tan fuerte con tu amor o con tu muerte; que hay dos extremos en mí. Elige, pues, lo mejor, que en tu mano está. MITILENE: No quiero [ni mi muerte ni tu amor. TEODOSIO: Pues, ¿qué?] MITILENE: Que pruebes primero si hay en tus brazos valor. TEODOSIO: Son tus ojos muy humanos y fáciles mis antojos. MITILENE: (¡Por los cielos soberanos, Aparte que si muere por mis ojos, que ha de morir por mis manos!) Humane el pecho; que en él, si el fuego de amor no mata, le entraré esta daga. TEODOSIO: Infiel, premia mi amor. MITILENE: Soy ingrata. TEODOSIO: Dame vida. MITILENE: Soy crüel. TEODOSIO: Sosiégate. MITILENE: Soy un mar. TEODOSIO: ¿No me quieres ver ni hablar? MITILENE: Soy basilisco y sirena que con ver y hablar doy pena. TEODOSIO: Dámela, que al fin es dar. Denme pena tus enojos, tu vista y tus labios rojos, mas tú no hablaras ni vieras, si la ponzoña tuvieras en la boca y en los ojos. AURELIANA: ¿Qué es aquesto? ¿En mi presencia solicitándola estás? ¿Sin recato y con violencia? TEODOSIO: ¿Qué mujer tuvo jamás verdadera resistencia? Si es violencia o voluntad desacato o liviandad, deja de darme consejos. AURELIANA: Si los padres y los viejos tienen esa autoridad, ¿no la puedo yo tener, que tu propia madres soy? TEODOSIO: Mi gusto tengo de hacer. MITILENE: Un monte de mi honor soy que no me podrás mover; pues ofenderme deseas, aunque más Príncipe seas, ¡vive el cielo, que te mate! AURELIANA: ¡Teodosio!, ¿tal disparate? TEODOSIO: Ni me hables ni me veas. AURELIANA: ¿Hay tan ciega obstinación? Tus apetitos reporta. TEODOSIO: Yo sigo mi inclinación. AURELIANA: Déjala. TEODOSIO: Daréte. AURELIANA: ¡Corta! TEODOSIO: Toma, pues, un bofetón; dejaré en tu rostro escrito que mi voluntad confirmes, y no impidas mi apetito. HERACLIO: ¡Ejes del cielo, estad firmes a tan bárbaro delito! ¡Estrellado firmamento, planetas que vueltas dais con el rapto movimiento, montes, casas, no os caigáis con tan extraño portento; Angeles santos y buenos, ¿cómo no os dais desmayos? Nubes en aires serenos, ¿cómo no os rompéis con rayos ni nos asombráis con truenos? ¿Cómo tú, tierra pesada, que de metales preñada nombre de madre mereces, no tiemblas ni te estremeces viendo una madre agraviada? Vosotros, ojos, que atentos contemplasteis tal mujer, llorad, haced sentimientos, pues no los quieren hacer el sol ni los elementos. A tener razón, lo hicieran. Sosiega ya, corazón. ¿Qué movimientos te alteran; que siento aquel bofetón más que si a mí me lo dieran? Mano infame, mano ingrata, mano que muerde rabiosa al dueño que bien la trata, y víbora ponzoñosa que a su misma madre mata, buho que aborrece el día y con hambrientos antojos matar sus padres porfía, cuervo que saca los ojos a la madre que le cría, toma la espada, inhumano, bárbaro más que cristiano, pues que piedad no te enseña con los padres la cigüeña, apréndela de un villano. TEODOSIO: Este villano, ¿qué intenta? HERACLIO: Darte muerte. TEODOSIO: ¡Ah, de mi guarda! HERACLIO: Ira soy de Dios sangrienta, porque el castigo no tarda a quien sus padres afrenta. AURELIANA: Hecho pedazos te vea brevemente, aunque esto sea con la muerte de los dos. Pero no, que ofende a Dios quien mal a nadie desea. HERACLIANO: ¿No sabrá el Emperador tanta infamia, tanta mengua? AURELIANA: Callarlo será mejor. MITILENE: Inmóvil tengo la lengua de cólera y de dolor. HERACLIO: Haz que le den muerte dura. AURELIANA: No importa, que fue locura. HERACLIANO: Gusano de seda fuiste, que en tus entrañas trajiste tu muerte y tu sepultura. Eres muro y planta altiva, que en tus brazos has crïado la hiedra que te derriba. AURELIANA: Di que soy quien ha engendrado ese amor y esa fe viva. HERACLIO: En venganza y desagravios no has meneado los labios; con tu paciencia me aflijo. AURELIANA: (¡Qué bien pareces mi hijo Aparte en el sentir mis agravios!) Para quitar la ocasión a un loco, será razón que se lleve Heraclïano a la persiana. HERACLIANO: Yo gano un dichoso galardón. MITILENE: Venirme más bien no pudo, porque allí las piernas quiebre al jabalí colmilludo, corra la tímida liebre, saque del agua el pez mudo. Seguiré la veloz gama, el otoño, cuando brama, hasta que caiga herida en la hierba guarnecida con la sangre que derrama. Daré a las aves ligeras ya a prisión, ya a rescate. HERACLIO: Cuando no sigas las fieras, aquí tienes quien las mate, como sus servicios quieras. Las montañas de su altura destilarán agua pura, si a honrarlos tus ojos van, y en el cristal dejarán los rayos de tu hermosura. AURELIANA: Idos luego a las montañas, que es peligroso el palacio. HERACLIO: Son bárbaras sus hazañas. AURELIANA: ¡Quién te volviera despacio otra vez a sus entrañas! MITILENE: Ya por los montes suspiro. HERACLIANO: De tu modestia me admiro. AURELIANA: Toma, Heraclio. HERACLIO: Eres muy franca. (Esta Emperatriz me arranca Aparte el alma cuando la miro.) FIN DEL ACTO PRIMEROACTO SEGUNDO
Salen FILIPO y TEODOLINDA, Infanta TEODOLINDA: Como el tiempo antiguo y fuerte los edificios deshace, y la vida de el que nace la pálida y triste muerte, y como la vanidad consume cualquier riqueza, y la cobarde pobreza estraga la calidad; así, Filipo, la ausencia es la muerte del amor. FILIPO: Antes lo hace mayor cuando es breve. TEODOLINDA: En la apariencia: fuiste ausente y olvidaste. FILIPO: Por tus ojos o mis cielos, que esas sospechas y hielos con el amor engendraste. TEODOSIO: Madre injusta, tigre Hircana, ¿Cómo tan fiera anduviste? Quítame el ser que me diste, o vuélveme a mi persiana. AURELIANA: Hijo, si fui tigre fiera, no te podré querer mal, porque no hay otro animal que más a sus hijos quiera. Mas tu mano cruel y avara tornarse a entrar pretendió al vientre de quien salió, y quiso entrar por la cara. Hijo, enmendarte procura, de ofenderme no te cuadre; que Dios respetó a su madre con ser Dios. TEODOSIO: ¡Gentil locura! ¿Por qué me tiene escondida la que al amor de amor mata, la que es bella como ingrata, la que es alma de esta vida, la que es honra, luz y palma de mi honrado pensamiento, la que es rapto movimiento de los cielos y de mi alma? ¿Por qué has ligado y deshecho los ojos que luz me daban, y centro donde paraban los suspiros de mi pecho? Vuélveme la persa, o muera, aunque, muramos los dos. AURELIANA: Considera, pues, que hay Dios y que es justo considera. Si el deleite humano es sueño, y el desenfrenado amor es un caballo traidor que arrastra a su mismo dueño, resista tanta flaqueza la memoria del infierno; si es "hijo" nombre más tierno que nos dio naturaleza. Hijo, hijo regalado, tenme respeto y temor, que en el vientre del amor muchas veces te he engendrado. Contigo fui liberal, columnas mis brazos fueron, en peso un tiempo tuvieron este edificio mortal,. Hijo de mi corazón, pues que no te pido que seas con tus padres otro Eneas, huye de ser Absalón. TEODOLINDA: Tu Majestad, ¿para qué arrodillada se ha visto a mi hermano? Sólo Cristo mejor que su madre fue; sólo la Virgen podía arrodillarse a sus pies. Y tú, Teodosio, ¿no ves que ésta es nueva tiranía? ¿No has visto que no conoce la paternal reverencia? TEODOSIO: ¿Quien me dio tanta paciencia? AURELIANA También él la reconoce. TEODOSIO: Algún demonio me ha hecho que os aborrezca y me incita. FILIPO: César y Príncipe, quita esa cólera del pecho. La Emperatriz, mi señora, y vuestra, además de ser madre, Emperatriz, mujer, como ídolo te adora. Por cuatro razones, debes su respeto y reverencia. TEODOSIO: ¿Quién te dio tanta licencia que a mi persona te atreves? FILIPO: El ver que de buena gana me has hecho siempre merced. TEODOSIO: Hidrópico soy. Mi sed es beber la sangre humana. La tuya derramaré si aconsejas de esa suerte. FILIPO: Si te sirves con mi muerte mi espada propia daré. Saca con ella, señor, vida y alma racional del vasallo más leal que ha tenido emperador. Mas, mi palabra te empeño que, aunque le falte razón, no cometerá traición por no volverse a su dueño. A tu voluntad ofrezco este cuello y esta espada. TEODOSIO: ¡Oh, quién la viera empleada en las vidas que aborrezco! MAURICIO: No me da mi rabia espacio, porque en cólera me enciendo, y con un rayo pretendo asolar este palacio. ¿Cómo el cuerpo de esta casa que vida y alma no tiene, faltándole Mitilene, no se deshace y abrasa? ¿Cómo no das esta vez muerte a aquesta que ha escondido el claro sol que ha salido al alba de mi vejez? Dame, falsa, dame, ingrata, una cautiva que adoro; guarneceré con su oro esos cabellos de plata. Su cristal hermoso trae, trae su alabastro, importuna, porque sirve de coluna a esta vida que cae. Dame el alma que deseo, dame mi espejo infïel, porque si [me] miro en él de menos edad me veo. Hipócrita, ¿dónde tienes el ídolo de mi amor? AURELIANA: Espera, aguarda, señor; lleno de cólera vienes. MAURICIO: Este cabello villano por fuerza te arrancaré. AURELIANA: A la montaña se fue en casa de Heraclïano. No entendí darte disgusto; perdona, no estés con ira, que ofendes a Dios, y mira que es riguroso aunque justo. MAURICIO: ¿Qué dices y reprehendes, hipócrita? Sal de aquí. No estés delante de mí que me enojas y me ofendes. TEODOLINDA: Amor, si remedio esperas, a seguir su sol disponte,. que ya se puso en el monte porque es galán de las fieras. FILIPO: Con la razón que tenía, viendo el mal que ausente estaba, mi corazón palpitaba; pero yo no lo entendía. MAURICIO: Filipo, partirte puedes por mi cautiva gallarda; serás el águila parda de mi bello Ganimedes. Alba serás del sol mío que traerás sus rayos de oro; serás mi claro Pecloro, Argos serás de otra Io; pues su venida empiedra de granates los caminos; viste los montes y pinos de arrayán y verde hiedra; alumbren la negra noche cuando niegan luz los cielos, volcanes y Mongibelos; tiren paveses tu coche, como pintan a el de Juno; y al Fénix que arriba tiene trajera a el de Mitilene, a no ser Fénix uno. Al Príncipe te anticipo, César te hago de Roma, mi púrpura propia toma; tu Alejandro, soy Filipo. AURELIANA: Nuestro santo pontífice Gregorio, que ahora en Roma está con gran peligro, señor, ha despachado dos legados con esta carta para ti; recibe el recado que traen, si eres servido. MAURICIO: ¿Ya no sabe Gregorio que aborrezco sus cosas? ¿Para qué cartas me envía? Déjeme el Papa ya. FILIPO: La carta leo. Gregorio, obispo de Roma, siervo de los siervos de Dios, a ti, Mauricio, Emperador de Oriente y Occidente, salud y gracia y bendición apostólica, hijo en Cristo, la Sede apostólica y la Iglesia: En estas partes occidentales y reinos de Italia muy perseguida de infieles, principalmente en la ciudad de Roma, que está cercada de lombardos, y yo dentro sin poderla favorecer, si Dios por su divina misericordia no la ampara de parte suya, encarecidamente pido favor y bástale representar el peligro al Defensor de la Iglesia para que acuda con su ejército. Dios sea en vuestra gracia, Amén. Fecha en Roma, en las calendas de mayo del año de mil trescientos y tres. MAURICIO: Imposible ha de ser darle socorro; sus trabajos padezca, si los tiene; vuélvase el portador y déle aviso del mucho desamor que al Papa tengo. AURELIANA: Señor, mire tu grandeza que un cuerpo son los cristianos, y no es bien que estén las manos contrarios de la cabeza. Cabeza es la Iglesia, señor, y sufrirá muchos males si los miembros principales no le prestan el favor. Cuerpo el Papa, y el Rey es brazos de este cuerpo mixto; la cabeza sólo es Cristo, y los demás somos pies. Si al cuello favor no dan los brazos con fortaleza, enojarse ha la cabeza y los pies peligrarán como el Papa por su oficio. De la Iglesia eres coluna, pues si de dos falta una, ¿no se caerá el edificio? Dios con ella se desposa, tu brazo su escudo es; repara los golpes, pues, porque no den en su esposa. Su mano da el cortesano cuando cae una mujer; la Iglesia quiere caer, dale, señor, la mano. MAURICIO: Hipócrita, mal nacida, no me cansen tus sermones. ¡Vive el cielo, que en prisiones tienes de acabar la vida! Llevadla luego a una torre. TEODOLINDA: ¡Señor! MAURICIO: No más me prediques ni a mis órdenes repliques. Llévala tú. CRIADO: ¡Señor! MAURICIO: Corre, que padezca y sufra es justo, pues no me tiene afición la que niega mi opinión y contradiga mi gusto. ¡Válgame Dios! ¡Qué rüido! ¡Qué extraño temblor de tierra! FILIPO: Será la gente de guerra que algún motín ha movido; ponte, señor, tras de mí, porque estando de esta suerte, desdargue el golpe la muerte en mis hombros y no en ti. Cuando no fuere a la vista de tus ojos de provecho, un muro será mi pecho que el ejército resista. MAURICIO: No, es tierra; que son, creo batallas de hombres armados en el aire congelados. ¿No les veis? FILIPO: No los veo. MAURICIO: ¿No veis el cielo teñido con la sangre que se vierte? ¿No veis la pálida muerte? FILIPO: Solamente oigo el rüido. MAURICIO: ¿Veis una persona airada que me mira con rigor? FOCAS: Mauricio el Emperador morirá con esta espada. MAURICIO: ¿Viste en el aire pasar con una espada de fuego un monstruo? FILIPO: Sí, señor. MAURICIO: Luego mi muerte no [ha de tardar]. ¿Oístelo? FILIPO: [Sí, lo oí]. MAURICIO: ¿Vístelo? FILIPO: También. MAURICIO: No son casos de imaginación. ¡Ay, infelice de mí! Mi sangre está hecha hielos, el alma empieza a temer; nadie se puede esconder del castigo de los cielos. Viva el hombre con recelos de la justicia divina, que a los soberbios declina, sólo al humilde levanta; al fin, es justicia santa, que ni tuerce ni [inclina]. Desde el Austro al polo frío llegan con ancho hemisferio los límites de mi imperio. Dios hizo el mundo, y es mío; mas es mundo, en él no fío. Volver quiero el pensamiento a Dios, que es el fundamento donde el alma ha de estribar. David soy; quiero llorar sin suspender mi tormento. CRIADO: En sueño y melancolía está; a solas le dejemos. FILIPO: Cosas prodigiosas vemos en este trágico día. MAURICIO: Rey ni emperador se escapa de padecer mal tan fuerte. FOCAS: Focas te ha de dar la muerte porque aborreces al Papa. MAURICIO: ¡Que me matan! ¡Que me matan! Filipo, socorre, ayuda, con una espada desnuda mi vida vieja desatan. ¡Que me muero! ¡Que me muero! ¡Ay, Jesús, dame la mano, que me mata un villano! ¡Ay, qué tribunal espero! FILIPO: El Emperador da voces. ¡Ay, señor, señor! ¿Qué tienes? MAURICIO: Filipo, a buen tiempo vienes. ¿Esas sombras no conoces? Saca, Filipo, la espada; líbrame de estas visiones. FILIPO: ¡Si son imaginaciones! MAURICIO: ¿Los que me dan muerte airada? Dales, Filipo. FILIPO: No veo quien te ofende. MAURICIO: Aquí a este lado. Dales, Filipo. FILIPO: Admirado estoy y verles deseo. MAURICIO: Filipo, aquí se vinieron; castiga su atrevimiento. FILIPO: Ya les doy y nada siento. MAURICIO: Déjalos, que ya se fueron. ¡Ay, Dios justo es mi Dios bueno! ¿Conocerás un villano, ¡dichoso caso!, lozano, bajo de cuerpo y moreno? FILIPO: Buscaré bien. MAURICIO: Advïerte que aquí me lo has de traer; porque éste tiene de ser el que me ha de dar la muerte. Dios me quiere castigar, y mi pecho lo desea, como en esta vida sea. Favor al Papa he de dar. La Emperatriz es muy santa, ella será intercesora con el Justo Juez, que agora con su sentencia me espanta. HERACLIO: Esta es la fuente que tiene por guijas, cristal y perlas, porque cuando a cazar viene, llegue a coger y beberlas la gallarda Mitilene. Cuando aquí está calurosa, bebiendo su agua dichosa, le doy voces y le aviso no muera como Narciso viendo su imagen dichosa. MÚSICO 1: Delante se nos ofrece. MÚSICO 2: Venus en Chipre parece. HERACLIO: Hacedle una alegre salva, Sed ruiseñores del alba, que a mis ojos amanece. MÚSICOS: "Hela por do viene la cazadora que cautiva y prende en red amorosa. Del monte desciende más linda y hermosa que el sol cuando sale siguiendo el aurora; a la fuente viene, que corre envidiosa de ojos y labios que sus aguas doran. Fieras y hombres mata la cazadora que cautiva y prende en red amorosa." HERACLIO: Me pareces, descendiendo, si verdad quieres que trate, al sol que se va poniendo, garza que al suelo se abate, y alba que viene rïendo su tardanza. Por mi mal, la fuente está murmurando entre dientes de cristal, entendiendo está y brindando esos labios de coral. Hizo que a tus movimientos tenga mis ojos atentos por podérteme ofrecer. Sangre quisiera tener, como tengo pensamientos. MITILENE: ¿Son honrados? HERACLIO: Bien nacidos y como en creer no tardan, salen del alma atrevidos, llegan a ti y se acobardan, y vuelven arrepentidos. Después que entre fieras tratan, tus manos matan las fieras, nuestras vidas arrebatan, y a mí tus ojos me matan, que son del sol sus esferas. MITILENE: ¿Cómo estás tan cortesano? HERACLIO: Con amor teme el tirano, oye el sordo y habla el mudo, calla el loco, entiende el rudo y es político el villano,. MITILENE: Yo en el grado que te quiero a ninguno quise bien. HERACLIO: Dulce amor, ¿qué más espero? Dadme alegre parabién de este favor lisonjero. MUSICO 1: ¿Cómo de caza te ha ido? MITILENE: A tiempo has interrumpido su plática regalada. En la espesura intricada un ciervo dejo herido. Entre robles se escondía, paciendo tomillo tiernos, y como el cuerpo encubría, mostrando un árbol de cuernos, roble seco parecía. Movióse en espacio breve. Así dije: "Lo que veo ciervo es que pace, o bebe, porque aquí no canta Orfeo, el que los árboles mueve". Disparéle satisfecha una jara tan derecha, que al medroso ciervo dio y por el monte abajó más ligero que una flecha. Por heridas bocas iguales sangre y espuma vertía, y así dejaba señales, que la tierra parecía copos de nieve y corales. Corrió al fin tan diligente, que llegó a una clara fuente, y allí bebiendo y bañando se está agora desangrando para morir dulcemente. HERACLIO: Eres hermosa Dïana, eres el margen florido de esta fuentecilla ufana cuyo cristal has bebido. Siéntate. MITILENE: De buena gana. HERACLIO: Con la música y rüido del agua blanda, mi dueño dulcemente se ha dormido, y su rostro, con el sueño, rosado está y encendido. Al valle quiero bajar por rocas, para enramar sus cabellos y sus faldas. MÚSICOS: "Vamos todos por guirnaldas, dejémosla reposar". LEONCIO: Puede la música tanto, que como unicornio vengo de una cueva que tengo, húmeda ya con mi llanto. Castigóme el cielo santo con afrenta amarga y dura; mas hoy en la espesura ha suspendido mi pena esta voz, que fue sirena del mar de mi desventura. A vencer los persas fui, y en cuernos de la luna la rueda de la Fortuna me subió, pero caí; y en una plaza me vi con una rueca en el lado; y así, viéndome afrentado, a los montes me subí yo mismo, huyendo de mí ya que le honor me ha faltado. ¿Qué ninfa por agua viene a esta fuente clara y pura que sueño a su margen tiene? ¡O ésta es la misma hermosura o es la bella Mitilene! ¡Oh, dulcísima ocasión del estado en que me veo! ¿Si es ella? ¿Si es ilusión? ¿Si es imagen del deseo que está en la imaginación? El corazón se ha alterado como a su dueño ha mirado. ¡Ella es! Yo la despierto; mas no querrá a un hombre muerto que tal es un afrentado. Despierta no me ha querido, y así he de abrazarla yo agora que se ha dormido. Tente, apetito, eso no; que es amor descomedido. Entre estos lentiscos quiero mirarla con afición, y seré el hombre primero que se venció en la ocasión teniendo amor verdadero. TEODOSIO: Bosques oscuros, que por peregrinos merecían los célebres pinceles de Timantes, de Zeuxis y de Apeles, tenido en el mundo por divinos, cuyos frondosos y elevados pinos, verdes hayas, lentiscos y laureles, cipreses imitáis los chapiteles y os miráis en arroyos cristalinos, si de sombra servís a mi enemiga cuando viene a las fiestas con despojos de las fieras que mata en la espesura, decidme dónde está porque la siga si acaso de las hojas hacéis ojos para mirar despacio su hermosura. CRIADO: Sin ser de estos montes planta, yo podré decirte de ella. Mírala allí. TEODOSIO: Imagen bella de la gloria bella y santa, luciendo va como viento entre enebros y lentiscos, [entre peñascos y riscos] que en verla me dan tormento. Atad, pues, a la crüel que claramente me mata, más hermosa y más ingrata que fue otro tiempo el laurel. MITILENE: ¿Qué es aquesto? TEODOSIO: Una afición. MITILENE: ¿Quién me ató? TEODOSIO: Quien te ha adorado, un príncipe apasionado. MITILENE: Mejor dirás tu pasión. Traidores viles, villanos, ¿qué intentáis, qué pretendéis? El miedo que me tenéis os hizo atarme las manos, fantasmas del blando sueño en que he estado divertida. ¿Qué queréis? TEODOSIO: Hallar mi vida. MITILENE: ¿Quién te la quita? TEODOSIO: Mi dueño, yo te di mi libertad y agora me has de querer, o por fuerza he de vencer tu rebelde voluntad. MITILENE: ¿Cómo has de poder forzarla, pues aún no la fuerza Dios? TEODOSIO: Dándote muerte. Los dos de un árbol podéis atarla; con sus flechas ha de ser muerta, si mi gusto niega. LEONCIO: (Yo quiero ver dónde llega Aparte el brío de esta mujer). MITILENE: Bárbaro, que nombre cobras de traidor en pensamientos, en el alma, en los intentos, en palabras y en las obras. Plega a Dios que te diviertan el alma eternos pesares y las flores que pisares en serpientes se conviertan. Sígate un oso herido para que más bravo sea, un tigre que no vea los hijuelos que ha parido, un toro agarrocheado encuentres y un elefante; que tengas siempre delante un áspid recién pisado; fieros leones encuentres que salgan de la cuartana, porque con rabia humana te sepulten en sus vientres. Haz desatarme, traidor, y nuestras fuerzas probemos. TEODOSIO: En mi pecho hay dos extremos: que aborrezco y tengo amor. Si en la parte que te adoro no me dan tus ojos guerra, de las peñas de la tierra sacaré la plata y oro; de las entrañas saladas del mar, que sorbe las vidas, sacaré perlas asidas de conchas tornasoladas. Tuyas serán, tú mi dama, mientras con rayos eternos dore al toro el sol los cuernos, y el pez argente la escama. Pero si te demuestras fuerte, del extraño amor que siento, saldrá el aborrecimiento procurándote la muerte. MITILENE: Rompe mi pecho, traidor, y un pelícano seré, que con él sustentaré mis hijos, que es el honor. ¡Tira! ¡Acaba! ¡Tira! TEODOSIO: Advierte que en este mortal estrecho lo que hay de la flecha al pecho hay de la vida a la muerte. MITILENE: Y lo que hay del suelo al cielo habrá de mis pensamientos a tus cobardes intentos. TEODOSIO: (Que me ha de vencer recelo). Aparte A desnudarla comienza que, pues presume de fuerte, menospreciando la muerte tema su misma vergüenza. MITILENE: Leona es mi honra, villanos, que ligada se defiende, y con los dientes ofende si está herida en las manos. Perro seré, que guardando este honrado proceder, cuando no pueda morder, llamaré gente ladrando. ¡Montes, aves, plantas, fieras! ¡Tened en esta ocasión alma, piedad y razón! LEONCIO: Sí, tendrán, porque no mueras. CRIADO 1: Las hojas vienen hablando a amparar a esta mujer. CRIADO 2: ¡Huye, señor! TEODOSIO: Descender quisiera al valle volando. MITILENE: ¿Qué fiera, qué labrador, qué deidad ha pretendido mi defensa? Angel ha sido de la guarda de mi honor. FILIPO: Mientras que yo descanso un rato, pregunta por algún hombre a quien llamen de este nombre y parezca a este retrato. ¡Qué espectáculo divino! ¿No es la gloria que deseo? En un espejo me veo mirando lo que imagino. Dulce jüez y testigo de mi amorosa pasión, ¿qué es aquesto? MITILENE: Una traición que usó el Príncipe conmigo. Desátame, General. FILIPO: (Con mi amor, esta ocasión Aparte ha de perder la opinión de cortesano y leal. ¡En qué peligro me veo! Los cielos me están mirando y aquí me va despeñando el caballo del deseo. [El amor me ha desafiado], la buena ocasión esfuerza. Gozarla quiero por fuerza; pero no, que soy honrado. Yo la voy a desatar.) MITILENE: ¿No me desatas? LEONCIO: (Ya tengo Aparte cuando a desatarla vengo, otro caso que mirar). FILIPO: (La ocasión es poderosa: Aparte hace al cobarde crüel, ladrón hace al hombre fiel, a la verdad mentirosa; traidor hace a el que es leal, lascivo al más contingente, riguroso a el que es clemente, y corto a el que es liberal. ¡Cuántos hombres han estado en esta resolución y una pequeña ocasión ciegos los ha derribado!) Mitilene, tu hermosura sirva a esta planta de hiedra y tú del todo eres piedra estando inmóvil y dura; desde el punto que te vi te adoré; como el soldado en las batallas que he dado, nunca la ocasión perdí. Si ves que te doy la muerte, ¿has de dejarte gozar? MITILENE: Mil muertes pienso pasar. FILIPO: (¡Una mujer es tan fuerte Aparte que la vida ha aventurado por su honra! No es razón que venza una tentación al que quiere ser honrado. Noble soy y temo a Dios, honra quiero y Dios es gloria). LEONCIO: (¡Ay, Filipo, esa victoria Aparte hemos ganado los dos!) MITILENE: Buscando voy, deseosa, uno que me dio la vida. Luego vuelvo. FILIPO: Esa huída es honrada y animosa. LEONCIO: (Solo queda. La amistad Aparte que me ha tenido consiente que agora salga y le cuente mi extrema necesidad. Como afrentado he vivido en los montes retirado, me siento necesitado de dineros y vestido. De pasar me determino a los persas; y así salgo a pedir que me dé algo para ponerme en camino. Pero dudo, y no estoy cierto si con este nuevo estado la condición ha trocado. Mejor es llegar cubierto. Vergüenza y desdicha están en el que a pedir comienza y es más desdicha y vergüenza si pidiendo no le dan.) Caballero, si hay piedad en los capitanes fuertes, mi vida está entre dos muertes: agravio y necesidad. Yo, como vos, fui soldado y tuve riqueza alguna, pero la adversa Fortuna soberbia me ha derribado. Rico pensaba morir y ya vivo pobremente si no soy como la fuente que baja para subir. Otro es ya lo que yo fui; lo que fueron otros soy. Mandé en el mundo y ya estoy sin poder mandarme a mí. Envidiáronme el estado; mas ya es mayor en la gente la lástima del presente que la envidia del pasado. Di otro tiempo y no pedí; no era pobre aunque más diera, y agora rico estuviera con lo menos que yo di. Fue mi estado como un sueño que gozándolo soñé, y perdido desperté y halléle en otro dueño. Fui arcaduz, siendo mío, lleno. En la rueda subió y en otro el agua se vio, y así he bajado vacío. Hoy me obliga a que te pida limosna. Así tu privanza no padezca la mudanza de mi desdichada vida. FILIPO: Tú has mostrado en el cubrir el rostro que noble has sido, porque siempre al bien nacido causa vergüenza el pedir. Quien viendo al necesitado a darle no se comide y a el que con vergüenza pide, aunque lo pida prestado, noble no se ha de llamar. Y así será caso cierto que tú has de pedir cubierto y que yo tengo de dar. Yo en la corte voy subiendo; mas con miedo de vivir porque he encontrado al subir otro que viene cayendo. Lo que con favor se gana decir no se puede estado sino dinero prestado que es de otro dueño mañana. Y así, el mío te daría, mas tanto de él desconfío, es tan común, que hoy es mío y tuyo será otro día. Un grande amigo se vio en mi peso, en mi privanza; bajó al mundo su balanza y así en otra subí yo. Procura, pues, remediarte con esos pobres despojos. Más te diera, y aun los ojos sus lágrimas quieren darte, el corazón su piedad, los brazos un lazo estrecho, su misma vida mi pecho, y el alma su voluntad, mas ya que en adversidades a ejemplo imitas muy bien, imítalo aquí también en recibir voluntades. Y el irme así no te asombres que el corazón me has quebrado en verte tan desdichado que has menester otros hombres. LEONCIO: Es pedir mal tan airado que, después de haber pedido, y con haber recibido tiemblo de haberlo pasado. MITILENE: Si no hay causa que lo impida, honra y luz de los mortales, yo te pido agradecida esas mano liberales que saben dar una vida. Más tu venida me honró que el padre que me engendró, porque si yo la perdiera mayor mi deshonra fuera que la honra que él me dio; y si saberla guardar es más que darnos la honra, padre te puedo llamar que en guardarme vida y honra hoy me vuelves a engendrar. ¿Quién eres? LEONCIO: Dos fui y soy uno. MITILENE: Extraña naturaleza: dos hombres asido en uno. LEONCIO: Dos fuimos yo y mi riqueza; ya soy pobre y soy ninguno. MITILENE: ¿Tanto has sentido el perder que pierdas también el ser? LEONCIO: Sí, que en haberlo perdido tan otro soy de el que he sido que no me has de conocer. MITILENE: ¿Qué es tu riqueza perdida? LEONCIO: Vida y honra. MITILENE: ¡Gran deshonra! ¿Quién fue causa? LEONCIO: Tu venida. Por ella perdí mi honra, quizá mi hacienda y mi vida. MITILENE: Si te la puedo volver, como sin deshonra sea, pídeme. LEONCIO: Podrás hacer lo que mi pecho desea sin ganar y sin perder. MITILENE: Harélo pues, pero advierte que tengo de conocerte. LEONCIO: Cuando ya vivir me sienta. MITILENE: ¿No vives? LEONCIO: No, que una afrenta es mayor mal que la muerte. [No me pidas más, señora. MITILENE: Mi sortija te daré]. Esta será desde agora prenda y fe. LEONCIO: Estará esa fe en el alma que te adora. MÚSICOS: "El alba en las flores su aljófar vierte para la cabeza de Mitilene". HERACLIANO: Todos guirnaldas te hacen de flores cultivadas; amapolas encarnadas entre los trigos se nacen; romero que en las montañas flor [olorosa] nos deja de quien saca miel la abeja y ponzoña las arañas; flor de gayomba amarilla [verde aún en el invierno]; toronjil y trébol tierno que nos quita la polilla; poleo, con que las garzas suelen purgarse en las selvas; [. . . . . . . . . . . . . . . . . . .] [. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .] HERACLIO: Flores son, pero ningunas tan finas como mi amor. MITILENE: Por esas flores pudieras hallarme ya de otra suerte. HERACLIO: ¿De qué modo? MITILENE: Con la muerte. HERACLIO: ¿Siguiéronte algunas fieras? MITILENE: Más que fieras --un traidor que me ha ligado durmiendo; pero no volverá. Huyendo, él probará mi valor. HERACLIANO: Es tanto tu atrevimiento que ya este viejo desea saber quién tu origen sea. MITILENE: Contarélos, estáme atento: Yo, famoso Heraclïano, nací en el reino de Persia, y el cielo me dio aquel nombre, la desdicha y la nobleza. Gozó el Rey una serrana, enamorándose de ella, que es el rey como le muerte, que no tiene resistencia. Encinta quedó aquel día, y ojalá el cielo le diera la esterilidad de Sara aunque entonces no era vieja. Cumpliéronse nueve meses, llegó mi parto, y mi estrella me sacó al mundo, llorando sus desdichas y miserias. Nací, pues, y fui crïada entre los montes y fieras, y así a la guerra y a la caza me inclinó naturaleza. Cazando el Príncipe un día, con el calor de una siesta, llegó a la sombra de un pino y me vio durmiendo en ella. Desperté sin conocerle; me avergoncé en su presencia, que naturalmente todos a su Príncipe respetan. La majestad de los reyes es tan grande y tan severa, que aunque no los conozcamos, no provoca reverencia. Pero la sangre real que da vida a nuestras venas, nos dio la afición entonces con su amistad estrecha. Nunca fue el Príncipe a caza que yo a su lado no fuera, ni sin tenerme presente descansó en la verde hierba. Al fin llevóme a la corte; fui sin gusto, porque en ella anda la verdad vestida con máscaras de vergüenza. Después en su compañía iba también a las guerras y más de cuatro naciones de sólo mi nombre tiemblan. Creció nuestro mutuo amor cuando supimos quién era, y apartónos la Fortuna con sus mudanzas adversas. El desdichado Leoncio, que agora llora su afrenta, desterrado del imperio, llegó una noche a mi tienda. Defendíme de sus brazos, pero vine sin defensa por dos livianas heridas y fui en las suyas presa. Nunca el Príncipe, mi hermano, me vio, porque las tinieblas de la noche lo impedían, y el ser su victoria cierta. Pero después no ha sabido de mí; que, si lo supiera, mi libertad procurara a costa de su cabeza. HERACLIO: Detente, no digas más; calle, señora, tu lengua porque me llevas el alma a tus razones atenta. Nunca el Rey enamorado tu dichosa madre viera, nunca gozara aquel día su recatada belleza; nunca tuviera ocasión de gozarla; nunca fuera tan generoso y fecundo, para que tú no nacieras; nunca el Príncipe cazara; nunca llevarte quisiera a la guerra ni a la corte; nunca al imperio vinieras. Y ya que todo fue así, para darme mayor pena, nunca te vieran mis ojos que en vano tu luz desean. Pluguiera al eterno cielo que humildes padres te diera el generoso principio que tiene ya tu grandeza. Fuera un villano tu padre, tu patria una noble aldea, tu sangre como la mía porque yo te mereciera, que ya un tosco labrador no es posible que merezca mirar el rostro divino de una gallarda Princesa. ¡Esperanzas mal logradas! ¡Imaginaciones muertas! ¡Afición desengañada! ¡Loco amor, alma indiscreta! Pero si los propios hechos suelen suplir la nobleza, que a los que nacen humildes la naturaleza niega, a los ejércitos voy. ¡Y por el Dios que gobierna un mundo, cuatro elementos, once cielos y una Iglesia!, que en las ásperas montañas no has de verme hasta que tenga ganadas por estas manos honra propia y fama eterna. Mis hazañas han de darme lo que a ti naturaleza, si acaso querrás entonces que tus favores merezca. MITILENE: Escucha, Heraclio, detente. HERACLIANO: Hijo, aguarda, oye, espera. Una vez determinado, difícil será su vuelta. ¡Ah, sangre conocida, cómo te inflamas y alteras con la bizarra memoria de generosas empresas! Algún día querrá el cielo... MITILENE: ¿No es labrador? HERACLIANO: Sí, que siembra esperanzas de un imperio y ha de coger fruto de ellas. CRIADO: La Emperatriz, mi señora, viene a verte. MAURICIO: Enhorabuena, que si ha llegado mi hora, culpas que esperan tal pena piden tal intercesora. AURELIANA: Llámame Tu Majestad y así he venido, señor, a tu voz con humildad, con paciencia a tu rigor y con gusto a tu piedad. Bien puedes ser riguroso, que tanto como piadoso te he de querer y estimar. MAURICIO: Hoy ha empezado a temblar mi corazón animoso. Devota, santa, piadosa, pacífica, religiosa, discreta, humilde, obediente, mártir que sufre paciente mi condición rigurosa, ruega a Dios, pues es tu amigo, que en la muerte que me envía se resuelva mi castigo; ampárame, santa mía, yo mismo fui mi enemigo. Ave soy, que no he volado porque, del cebo engañado, en la red del mundo di; pez he sido, que me así del anzuelo del pecado. Nave del mundo es mi pecho, que de vicios se cargó; mas ya llegando al estrecho, mis pensamientos y yo pedazos nos hemos hecho. Árbol he sido lozano que en flores pasé el verano, pero el invierno ha venido y sin fruto me ha cogido, que tal es un mal cristiano. Ha sido con propriedad primavera mi [niñez], otoño mi mocedad, y así será mi vejez el invierno de mi edad. Virgen he sido dormida, que sintiendo la venida del Esposo, desperté, y sin aceite hallé la lámpara de mi vida. Préstame lo que has guardado, Virgen cuerda, mujer fuerte, que ya mi Esposo ha llamado a las puertas de la muerte y temo verle enojado. FILIPO: Con diligencias no pocas, entre los montes y rocas un labrador he hallado con las señas que me has dado y con el nombre de Focas. MAURICIO: Este es el mismo villano que yo soñaba; éste viene a ser conmigo inhumano. ¡Qué extraño aspecto que tiene! ¡Cómo parece tirano! Tiemblo de haberle mirado; éste será mi cuchillo. FILIPO: Con su muerte estás guardado. MAURICIO: ¿Cómo podré yo impedillo si Dios lo ha determinado? FILIPO: Es un cobarde. MAURICIO: Pues de él será razón que se guarde el valiente y el fïel, porque siempre, el que es cobarde es traidor y así es crüel. Mas yo no me he de guardar; mis culpas quiero pagar y a mi Dios tendré contento, regalando el instrumento con que me ha de castigar. ¿Quién eres? FOCAS: Un monstruo fui. MAURICIO: ¿Y tus padres? FOCAS: Mi fortuna y el mar, porque en él nací, y una barca fue mi cuna hasta que a tierra salí. Un pescador me sacó y como a mí me crïó con palmas y verdes ovas y leche de mansas lobas, soy melancólico yo. Con esta melancolía me suele dar un furor que imagino cada día que mato al Emperador. Esta locura es la mía. Salí, crïéme, y crecía; entre estos montes viví; en tus palacios estoy; yo mismo no sé quién soy quién he de ser ni quién fui. MAURICIO: Este prodigio se note. FILIPO: Mátalo, ten confïanza; tu sangre no se alborote. MAURICIO: Mira que es mala crïanza quitarle a Dios el azote. FILIPO: Si es, al contrario, mentira cualquier suceso soñado, en él se convierta. MAURICIO: Mira que tengo a Dios enojado y será darle más ira. FILIPO: La defensa es natural y hasta el bruto irracional quiere conservar la vida. MAURICIO: Mata, pues, a mi homicida. Pero no, que es mayor mal. Si he de pagar de esta suerte mis pecados, ¿no es mejor que los pague con la muerte? FILIPO: Dios perdona al pecador. MAURICIO: Mátalo. Mas oye, advierte Si Dios me ha de castigar, y yo le quiebro esta vara, ¿otra le puede faltar? FILIPO: Claro está, no faltara. MAURICIO: Pues no le quiero matar. FILIPO: Quizá Dios te ha perdonado. MAURICIO: Dale la muerte. Detente. ¿No será mayor pecado matar a un hombre inocente en sueños sólo culpado? Viva pues. FILIPO: Temo, señor, tus sueños. MAURICIO: También los temo; dale muerte. FOCAS: ¿Qué rigor, qué mal, qué agravio, qué extremo cometió este labrador? MAURICIO: Déjalo, bien dice. Espera, no me niegue Dios su luz; darle un abrazo quisiera por abrazarme a la cruz donde Dios quiere que muera. Llégate a mí, labrador, llégate, que ya es amor la amenaza de matarte; llega, que quiero abrazarte. FOCAS: Pues, ¿ cómo a mí, gran señor? MAURICIO: Tus brazos un lazo son de mi vida muy estrecho. ¡Ay, Dios, qué extraña pasión! Un gran mal siento en el pecho que me abrasa el corazón. Si a ser mi muerte has venido con el temor que he tenido vencer mi muerte pretendo; que no la teme muriendo quien viviendo la ha temido. Como un hombre de importancia, regalado ambos a dos, perdónete tu ignorancia. FOCAS: ¿Qué es aquesto? AURELIANA: Déle Dios su don de perseverancia. MAURICIO: Figura que, pasando el tiempo, engaña, flor que marchita el caluroso estío, ampolla hecha en el agua ya por frío, correo de la muerte, débil caña; sombra que hace tela de una araña, ave ligera, despeñado río, hoja del agua y veloz navío que navega este mar a tierra extraña; un punto indivisible, un breve sueño, corrido sueño y muerte prolongada es la vida del hombre desabrida. ¡Miserable de mí!, si es tan pequeño el curso de mi edad, que es casi nada, ¿por qué pasé tan mal tan corta vida? FIN DEL ACTO SEGUNDOACTO TERCERO
Sale un ejército de soldados en orden de guerra, y el parche tocando adelante, detrás dos CAPITANES CAPITÁN 1: ¡Rimbombe el son del sonoroso parche, publicando el motín que se ha movido! CAPITÁN 2: El ejército quiere que elijamos emperador que ampare nuestra iglesia. CAPITÁN 1: Desnúdase la púrpura Mauricio y muera en su vejez su infame vicio. LEONCIO: Romanos, capitanes del ejército, los que siempre mostrasteis vuestros ánimos en caso de fortuna adversa o próspera, soldado valerosos que el Impérïo tenéis en vuestros hombros, conservándole contra las fuerzas de naciones várïas, mirad de la Fortuna el espectáculo, que las entrañas de los montes ásperos enternecer podrán, causando lástimas; contemplad la rüina y la misérïa de un hombre que se vio en los Elíseos y resbalando por los aires lóbregos al abismo bajó, profundo y cóncavo; estimado me he visto entre los césares que sólo me faltó vestir la púrpura, y agora entre las bestias más selváticas alimentos me dan silvestros árboles; Leoncio soy, si duran las relíquïas de este nombre infelice en las memórïas; miradme, si podéis, no dando lágrimas; contemplad de mi vida el caso trágico. Yo fui el que vencí los medos y árabes, yo puse el yugo a la cerviz indómita de los partos feroces y los vándalos, y del imperio dilaté los límites; un segundo Jasón del mar de Océano me llamaron a mí los fuertes húngaros, y vosotros, un Hércules católico, que al mundo daba vueltas, hecho un émulo del sol, que vueltas da por los dos trópicos; mas ya después que el infinito número de los persas venció nuestros ejércitos, lloro mi afrenta triste y melancólica; veis aquí el premio de mis nobles méritos. Éste es el triunfo raro y honorífico, éste es el galardón que dan los príncipes, y aqueste el corazón, que con espíritu pensaba de imitar a los elíopos. Con esta débil rueca se vio en público. Capitanes invictos y magnánimos, ¿qué premios esperáis de un rey colérico? Agravio es vuestro y yo muero llorándolo; si aunque el mundo venzáis del Austro al ártico, y de nuevo ciñáis a los antípodas, discrepando una vez de casos prósperos, mi afrenta habéís de ver en vuestros ánimos. ¿No os lastima mi mal? ¿No os causa cólera? ¿No altera vuestra sangre esta ignomínïa? ¿No lloran vuestros ojos, apiadándose? ¿No late el corazón sus alas próvidas? En vuestros pechos fuertes, ya tan fáciles, si ya el Emperador es otro Cómodo, e imita con sus vicios a Heliogábalo, ¿qué esperáis, capitanes, defendiéndole? Elegid, elegid otro pacífico, justiciero, clemente, afable y próspero. Mauricio en el gobierno está decrépito, aunque en la vida sigue a los sobérbïos. Mírenme todos ya, compadeciéndose, vestido de unas pieles, como sátiro, huyendo de las gentes, más que un bárbaro. Eximid, eximid nuestra república del tirano poder de aqueste sátrapa que a Roma desampara y al pontífice. ¡Viva la gloria del eterno artífice! CAPITÁN 1: ¡Viva Leoncio! ¡Désele el Imperio, la púrpura se vista! TODOS: ¡Viva, viva! CAPITÁN 2: Mauricio es avariento y no nos paga; un soldado queremos que gobierne el Imperio de Oriente. TODOS: ¡Viva, viva! LEONCIO: Ejército romano, yo no pido que carguéis esa máquina en mis hombros; no soy Hércules yo, no soy Atlante, que sufra tanto peso en mis espaldas. TODOS: A Leoncio queremos. CAPITÁN 1: El ejército da voces, eligiéndote. Corona tus sienes de laurel. Púrpura viste. LEONCIO: ¿En efecto el ejército me elige? TODOS: Sí. LEONCIO: ¿Soy Emperador? TODOS: ¡Viva Leoncio! LEONCIO: Pues que ya de común consentimiento el Imperio me dais, y yo lo acepto, lo primero que mando es que Leoncio no viva ya afrentado, y a mi cargo tomo su agravio y honra; su persona por leal al Imperio le declaro, y pues no tuvo culpa en ser vencido, bastón de General le restituyo. ¿Venís en ello? CAPITÁN 2: Siendo tú Leoncio, y siendo Emperador, venga tu agravio. LEONCIO: No es bien que Emperador y alto Monarca satisfaga el agravio de Leoncio, y ya que General honrado vivo, el Imperio, la púrpura renuncio, porque el mundo entienda que no pretendo riqueza ni interés, sino el bien público. Mi nombre, pues, venció mi ánimo altivo. CAPITÁN 1: ¿Quién lo ha de ser? SOLDADO 1: Justino. CAPITÁN 1: Es muy cobarde. SOLDADO 2: Filipo, el general. CAPITÁN 1: No querrá serlo. CAPITÁN 2: Germano Quinto sea. SOLDADO 2: Es avariento. CAPITÁN 2: Persio Cuarto. SOLDADO 2: Es loco. LEONCIO: Demeterio. CAPITÁN 1: Es muy crüel. SOLDADO 1: Sea Liberio. SOLDADO 2: Es viejo. LEONCIO: Tómense votos, llámese a consejo. ¿Quién ha visto prodigio semejante? Una águila caudal entre las uñas una espada se lleva. Ya la deja en medio del ejército, y ligera, la lóbrega región del aire corta, oponiéndose al sol con ojos firmes. La espada levantemos. CAPITÁN 2: Letras de oro al pomo de la espada están grabadas. LEONCIO: ¿Y dicen? CAPITÁN 2: "Tenla y reina sólo un día". LEONCIO: ¡Temeroso portento! La cuchilla, ¿qué tal es? CAPITÁN 1: En la vaina está aferrada; que mi fuerza no basta a desasirla. CAPITÁN 2: Pruebo a sacarla yo. ¡Difícil caso! LEONCIO: Dámela a mí también; es imposible. Capitanes, ya entiendo este prodigio; esta espada se cuelgue de este árbol y todos los soldados uno a uno a quitarle la vaina lleguen luego, y aquel que desnudarla mereciere, es el dueño, sin duda, a quien el cielo esas letras escribe, y quien conviene que el Imperio gobierne. CAPITÁN 1: Bien has dicho; pongámosla en los ramos de este árbol, y a recoger se toque porque lleguen los soldados al campo no vencido. ¡Oh, Fortuna mudable! Ayuda agora aqueste corazón, brazos y pecho. ¡Mal haya mi desdicha! No la arranco. SOLDADO 1: Brazos y manos, yo seré Cósroes, un Escévola he de ser y he de quemaros si no la desnudáis. ¡Oh, voto a Cristo! SOLDADO 2: Hoy pienso renegar de mi fortuna si no la desenvaino. ¡Voto al cielo, que es arrancar un monte! Hoy reniego mil veces de mí mismo y de mi fuerza. CAPITÁN 2: Aguila parda, que en tus uñas negras diste la espada, si eres algún diablo, vuelve por mí si no la desenvaino. Mas ya puedes volver, que soy un puto. FOCAS: Inconstante Fortuna, cielo airado, ¿qué pretendes haber de un miserable que en el mundo no cabe su desdicha? Soberbio mar, ¿por qué me anegaste en las hinchadas olas, que crïaban tus espumas azules y salubres, cuando de ti nací, como otra Venus? Fieras del monte, ¿cómo me negastes el funesto sepulcro en las entrañas cuando lecho me disteis desabrida? Nunca sintiera tanto la miseria en que agora he venido, y no me viera aborrecido del linaje humano. Arboles verdes, sustentad mi cuerpo; tú, lazo estrecho, aprieta mi garganta. Ciega el órgano ya, por donde expira el pulgón de este cuerpo desdichado. CAPITÁN 1: ¡Oh, bárbaro sin fe, espera! ¿Qué intentas? FOCAS: Dar desdichado fin a mis desdichas. Rematar una vida lastimosa que aborrecen los hombres y los cielos. CAPITÁN 2: ¿Por qué pierdes agora la paciencia? FOCAS: Porque naciendo, no conozco padres. Porque viviendo, nunca tengo gusto. Porque estando en los montes con pobreza, el pasado bochorno del estío y la nevada escarcha del enero, a los palacios de Mauricio vine, y siendo de su mano regalado, el Príncipe, envidiando mi desdicha, aun los pobres sayales me ha quitado y me escapé huyendo de la muerte. LEONCIO: Dinos tu nombre. FOCAS: Yo me llamo Focas. LEONCIO: Un hombre que nació tan infelice algún suceso no pensado espera. Llégate a desnudar aquella espada. SOLDADO 1: ¿Un bárbaro que está desesperado, y que casi le quitan de la horca, también ha de probar y entrar en suerte? LEONCIO: ¡Válgame Dios, qué prodigio extraño! ¡Focas, Emperador! CAPITÁN 1: El cielo quiere que Emperador tengamos prodigioso. SOLDADO 1: ¡Focas, víctor! CAPITÁN 1: Corónense sus sienes del precioso laurel que Roma estima. ¡Víctor es Focas! TODOS: ¡Viva, viva Focas! FOCAS: Soldados, capitanes valerosos, ¿burláis de mí? CAPITÁN 1: Si tuyo es el imperio, de púrpura te viste, y con diadema adorna la cabeza, que es del mundo. De la silla quitemos a Mauricio. Focas la ocupe y acometa al campo a los muros que honró Constantinopla. FOCAS: Cielos eternos, ¿cómo tenéis juntos los extremos mayores de este mundo? ¡Ah, rueda de Fortuna varïable, vueltas extrañas das! Tente, Fortuna. ¿Emperador soy ya? TODOS: Sí, ¡viva Focas! FOCAS: Mauricio, ¿no lo es? TODOS: ¡Muera Mauricio! FOCAS: Yo acepto; acometamos al palacio porque quiero emprender la monarquía aunque me dure sólo un breve día. LEONCIO: Aunque a Mauricio persigo, me desmaya y desatina su riguroso castigo; que al bien nacido lastima el daño de su enemigo. Dejar pienso descuidado el ejército alterado, y todo lo que es mal hecho, aunque venga en su provecho, le aborrece el que es honrado. HERACLIO: ¿Quién gobierna en el real? LEONCIO: Yo. ¿Hete parecido mal? HERACLIO: Tu persona, no tus pieles. En ejércitos crüeles una fiera es general. LEONCIO: ¿Qué quieres? HERACLIO: Ser alistado. LEONCIO: ¿Cansóte el ser labrador? HERACLIO: Siento en mí un ánimo honrado y aspiro a más. LEONCIO: Es valor. Sígueme, nuevo soldado. TEODOSIO: [De] emperador inhumano y no de padre piadoso es tu amor. MAURICIO: Es cortesano. No vivas tan envidioso de Filipo y de un villano; porque dar algún favor a un soldado, a un labrador, es premio y es regocijo; no por eso para el hijo me ha de faltar el amor. Mis regalos no merece tu perversa condición, pues cuando el hijo parece que sigue su inclinación, aún el padre le aborrece. TEODOSIO: ¿Yo soy tu hijo? MAURICIO: Te crío por tal, y en tu madre fío. Si la Emperatriz no fuera tu propia madre, creyera que no era tú hijo mío. Y ella es santa y te parió, pero a tu padre pareces porque soy muy malo yo. TEODOSIO: Un hijo al fin aborreces que siempre te aborreció. MAURICIO: ¿Me aborreces? TEODOSIO: Sí, y desea mi corazón... MAURICIO: ¿Qué? TEODOSIO: Tener [tu mismo imperio. MAURICIO: ¡Así sea!] Pero si malo has de ser, hecho pedazos te vea. FILIPO: César invicto, tu peligro nota, que eres hombre, aunque Rey; teme la muerte, que el ejército infame se alborota, y el vulgo novelero ha de ofenderte, perdida la vergüenza y la fe rota. ¿Quién puede resistirlos? Huye, advierte, que el animoso, prevenido tarde, hace al valiente tímido cobarde. El confuso tropel desordenado al que tiene tu voz derriba y mata; el erario común ha despojado, que es prodigio el amor de ajena plata. Con cólera y furor desenfrenado alcázares derriba y desbarata. En efecto, señor, sus viles bocas callan tu nombre y apellidan Focas. El vulgo, como toro, en voz del Papa te viene a acometer. No son eternos los reyes. Si no es Dios, nadie se escapa. Sacude por los hombros los gobiernos, el mundo universal sirve de capa. Has dejado el Imperio entre los cuernos; correr podrás sin carga [nutrida], que el más dulce reinar es tener vida. MAURICIO: Ampara a el que te engendró, templa esas entrañas fieras. TEODOSIO: Fénix soy, "César o no"; que he menester que tú mueras para que empiece a vivir yo. MAURICIO: Hijo, en tu amparo me fundo. TEODOSIO: Soy un Hércules segundo, tú, viejo Atlante, y por eso te quiero quitar el peso de la máquina del mundo. Sin duda el vulgo desea que Emperador venga a ser. MAURICIO: Plega al cielo que así sea; pero si malo has de ser, hecho pedazos te vea. Filipo, pues me tuviste siempre, como noble, amor, el ejército resiste. FILIPO: Escóndete ya, señor, que tus palacios embiste. Pueblo ciego y atrevido, ¿no veis que traición ha sido? SOLDADO 1: La libertad se desea. FILIPO: el Rey, aunque malo sea, ha de ser obedecido. ¿Por qué la espada se toma contra nuestro Emperador? SOLDADO 2: Porque con tributo doma la gente, y no dio favor al Pontífice de Roma. FILIPO: Ya le dio, volvéos atrás. Señor, ¿adónde te vas? MAURICIO: Aunque huyendo así me fui, confuso me vuelvo atrás. FILIPO: Vete, no te hallen aquí. SOLDADO 1: Prenderle tenemos. FILIPO: Antes con sangre habéis de ablandar esos pechos de diamantes. SOLDADO 2: Servirános de incitar que somos como elefantes. FILIPO: Tente, ejército crüel; que he de morir antes que él. Huye, ¿no ves lo que pasa? MAURICIO: Es laberinto mi casa que no acierto a salir de él. Huyo y vuelvo turbado al mismo puesto. ¡Ay de mí! ¡Pecador y desdichado! FILIPO: Soldados, vengo yo así porque es de Dios sólo el dado. Y aquel rigor y malicia con máscara de justicia os ha cubierto los ojos. Quebrad en estos despojos la cólera y la codicia. Templad, templad vuestros [hechos]; saquen estos eslabones lumbres de fe en vuestros pechos. ¿En el peligro te pones? Escóndete en [estos techos]. Huye, señor, de palacio mientras que yo los regracio. Tomad. Tomad. SOLDADO 2: Vuelta al juego. MAURICIO: Hüí de prisa, mas luego aquí me vuelvo despacio. La majestad ofendida de mi Dios me causa asombros. FILIPO: Sube en mi espalda atrevida, que Atlante serán mis hombros de los cielos de tu vida. Aunque me huelles y pises, a la parte que ir deseas, será con que me avises que soy como católico Eneas de un viejo y cristiano Anquises. Tu libertad así fundo, huyendo iremos los dos, pues soy Cristóbal segundo, y tú pareces a Dios porque pesas más que un mundo. Mover no puedo la planta. ¡Quién fuera agora Atalanta o Dédalo en el andar! MAURICIO: A quien Dios quiere humillar, en vano el hombre levanta. FILIPO: Montes sustento pesados y el dejarte me lastima entre bárbaros soldados. MAURICIO: Bien dices, que traes encima el monte de mis pecados. Poco importa tu servicio si la mudable Fortuna me derriba, si es su oficio, y no basta una coluna por tan bajo edificio. ¿Qué confusos sobresaltos son estos? De mal tan fuerte no estamos los reyes faltos, que es como el rayo la muerte que rompe edificios altos. ¡Ay, hija amada!, quisiera que el ejército tuviera benignidad de elefante para ponerte adelante como inocente cordera; mas el lobo hace la presa en el cordero mejor. Llévalas, Filipo, apriesa, y vivan por tu valor la Emperatriz y Princesa. AURELIANA: Huyamos, aunque primero, por si vives y yo muero, digo, señor, que temiendo el caso que estamos viendo, he guardado tu heredero; a Teodosio no parí; Heraclio es el que he parido, que está en los montes; y así, porque sea conocido tu sortija real le di, y Heraclïano le cría. Perdona y guárdete Dios. MAURICIO: Extrañas nuevas me envía. Procurad vida a los dos y mejor que fue la mía. AURELIANA: Vete, señor, a esconder. MAURICIO: No es posible lo que dices. Soy árbol que en mal hacer eché en el mundo raíces y no me puedo mover. TEODOLINDA: Abrazos y alma pretendo darte, siempre agradecida. MAURICIO: Los brazos estás haciendo puntales, porque es mi vida pared que se está cayendo. Llévalas, Filipo, luego que en lágrimas las anego. FILIPO: Salgamos a las montañas. TEODOLINDA: Bañando van mis entrañas montes de nieve y de fuego. MAURICIO: La muerte habéís de temer, que es toro que está en la plaza, y yo la capa he de ser que mientras me despedaza en cobro os podéis poner. CAPITÁN 1: Todo el palacio rendido tienes ya. FOCAS: Verme deseo de la púrpura vestido, ya que en la rueda me veo de la Fortuna subido. CAPITÁN 2: ¿Cómo Mauricio no muere? SOLDADO 1: Deja esa ropa, que quiere vestirla el Emperador. MAURICIO: Si la merece mejor, Dios le guarde y prospere. Cabeza he sido de Europa; mas a quitármela viene el ejército de tropa y hombre que cuerpo no tiene. Bien podrá pasar sin ropa. SOLDADO 2: Déjanos, señor, ponerte esta ropa. TEODOSIO: ¡Feliz suerte! MAURICIO: Pues venís a desnudarme, bien cerca estoy de acostarme en la cama de la muerte. FOCAS: Para quitar la ocasión de que se me atrevan otros, acabe la pretensión de aqueste, y a cuatro potros le ligad. TEODOSIO: Sucesos son y admiración de soldados; pero los cielos pretenden que mueran despedazados hijos que la madre ofenden, soberbios y mal crïados. FOCAS: Pues que el Imperio procura, désele esta muerte dura, que estando así dividido vendrá a ser su sepultura. MAURICIO: Hijo, si mueres, advierte que a Dios lágrimas le des; que quien muere de esta suerte, cisne de esta margen es, que da música a la muerte. TEODOSIO: Si sus obsequias cantando muere el cisne, yo hombre soy, que nace y muere llorando. FOCAS: Mi tapete has de ser hoy, porque quiero pisar blando. No quiero alfombra ninguna, que en tu vejez importuna quiero que estriben mis pies en señal de que ésta es la rueda de la Fortuna. MAURICIO: Soberbio en tu trono estuve y Dios, que es investigable, hoy me derriba y te sube, antídoto saludable de la soberbia que tuve. Un soberbio emperador tenga la pena y molestia de Nabucodonosor; que es bien que padezca bestia el hombre que es pecador. FOCAS: Si un Alejandro esculpido el mundo en el pie ha tenido, a ser más eterno vengo; que el mundo en las manos tengo y a los pies quien le ha regido. ¡Oh, tragedia nunca oída! ¡Fortuna desconocida! ¡Confusión de Babilonia! Basta ya esta ceremonia. Quitadle la vieja vida. Atravesadle en el pecho ésta. MAURICIO: Labrador bizarro, ¿por qué tanto mal me has hecho? Pero, como soy de barro, fácilmente me has deshecho. Con regalos, con terneza, tu extraña naturaleza traté, bien puedes decillo; mas, ¡ay!, que afilé el cuchillo para cortar mi cabeza . FOCAS: Ten paciencia; Dios lo ordena por sus secretos jüicios. MAURICIO: Su madre, de gracias llena, alcance de él, que mis vicios se purguen con esta pena. HERACLIO: (Su muerte está recelando Aparte mi triste imaginación; los ojos están llorando, pulsando está el corazón, los brazos están temblando. ¿Qué es aquesto? ¿Ajeno mal me lastima de esta suerte? ¿O es el temor natural con que acobarda la muerte el ánima racional?) SOLDADO 2: ¿Cómo lloras tú, criatura? HERACLIO: El no llorar ni gemir, mirando una sepultura o viendo a un hombre morir, no es valor sino locura. FOCAS: Con un aplauso pomposo publicad que soy del suelo Emperador prodigioso, y si espada me da el cielo conviene ser religioso. SOLDADO 2: Ya está el pecho atravesado. FOCAS: Muera, sólo porque sea hasta en morir desgraciado, y sólo su muerte vea ese villano o soldado. MAURICIO: Gracias a Dios podré dar, pues debiéndole esta muerte, hoy la ha venido a cobrar porque no hay dolor más fuerte que es deber y no pagar. Vida a censo le he pedido, porque más que pobre he sido; mas, pues eres liberal y te pago el principal, hazme suelta en lo corrido. Y si quieres ser pagado por entero, dame luz para buscarlo prestado en el banco de la cruz donde estoy acreditado. HERACLIO: Viendo su sangre vertida, y con lastimosas penas, la que a mi cuerpo da vida siento alteradas las venas, aunque no soy su homicida. MAURICIO: ¿Qué es aquesto, muerte airada, que siendo tú tan impía, asombras imaginada y con verte cada día te tenemos olvidada? Eres cierta, eres dudosa, soberbia, fuerte animosa, al mismo Dios atrevida, y el que viviendo lo olvida, te halla más peligrosa. HERACLIO: Señor, a vuestra flaqueza sirva de ánimo mi pecho, de consuelo mi tristeza, mis brazos sirvan de lecho, de almohada mi cabeza. En tal ansia y agonía tened en mí compañía; no muráis solo, señor, que es la desdicha mayor que Dios en la muerte envía. MAURICIO: Yo quisiera agradecerte este favor que me has dado. ¿Quién eres, que en sólo verte, parece que me has dorado la píldora de la muerte. Compadécete de mí, que soy viejo y mozo fui, y una residencia espero; que he sido Rey, aunque muero tan pobre como nací. ¿Quién eres? HERACLIO: Soy un villano labrador. MAURICIO: Cualquier cristiano un labrador de Dios es, y las otras son las mies, una es paja y otra es grano. ¿Cuál tendré de aquestas dos? Paja podrá decir Roma. HERACLIO: También tendréis grano vos, en que pique la paloma del espíritu de Dios. MAURICIO: Dime ya tu nombre, hermano. HERACLIO: Heraclio. MAURICIO: ¿Quién te crïó? HERACLIO: El famoso Heraclïano. MAURICIO: ¡Válgame Dios! ¿Quién te dio la sortija de esta mano? HERACLIO: La Emperatriz, mi señora. MAURICIO: Calla, Heraclio, calla agora; en el alma me ha desmayado este gusto demasiado. HERACLIO: ¡Qué tiernamente que llora! Y por más me lastimar quedó del hablar ya falto. MAURICIO: Viendo la muerte tardar, ha llamado al sobresalto para acabar de matar. ¿Qué dices, Heraclio? Calla, porque breve vida siento. La muerte quiere quitalla, y la defiende el contento, y están los dos en batalla. ¿Tú eres Heraclio? HERACLIO: Yo soy. MAURICIO: ¡Que así a conocerte vengo, mi Heraclio! Muy pobre estoy; una hora de vida tengo, en albricias te la doy. Ya he de morir, no me aflijo. Abrázame. HERACLIO: ¡Qué afición! MAURICIO: Tú sin duda eres mi hijo, que lo dice el corazón con último regocijo. Como en mi pecho te pones y junto los corazones, de sentir sus movimientos conozco tus pensamientos y sé tus inclinaciones. ¿No sientes que eres mi hijo? HERACLIO: Muéstraslo, a mi parecer, en morir con regocijo, y yo lo doy a entender en lo mucho que me aflijo. MAURICIO: ¿Tu sangre, Heraclio, no siente la alteración de mi pecho, siendo tu imagen presente? Dame ya un abrazo estrecho para morir dulcemente. La muerte me martiriza, que en desdicha fénix soy, y en ti mi fe se eterniza porque has venido a ser hoy gusano de mi ceniza. Por librarte y defenderte, entre montes te han crïado; vive encubierto y advierte que aborrezcas el pecado, que fue causa de mi muerte. Si el Imperio pretendieres y la púrpura vistieres, ampara como cristiano al Pontífice romano cuando en peligro le vieres, que es la llave que abrir sabe el arco en que Cristo cabe, y así guardarle conviene, porque, si guardarnos tiene, ¿cómo puede abrir la llave? Nunca tengas olvidada la muerte y eterno abismo, pues tu principio no es nada, y has de volver a ese mismo en el fin de la jornada. El mundo es mar que anegando anda aquel que a Dios no halla; no peques pues, y en pecando, la penitencia es la talla en que has de salir nadando. Toma siempre el buen consejo, honra al clérigo y al viejo; reparte a pobres tus bienes, y por si soberbia tienes, pobre y humilde te dejo. Infeliz puedes llamarme, y en la desdicha imitarme, que un mundo te pude dar ayer, y hoy has de buscar limosna para enterrarme. HERACLIO: Señor, bendición te pido, ya que en la voz y en el tacto por Jacob me has conocido. MAURICIO: Dios te bendiga. HERACLIO: ¡Qué acto para un pecho endurecido! MAURICIO: Abrázame ya, que entiendo que con el grave dolor el alma se va saliendo. En vuestras manos, Señor, este espíritu encomiendo. HERACLIO: ¡Ay, años bien fenecidos! ¡Cuerpo helado y sin sentido! Voces te he de dar; perdona, que pienso, como leona, resucitarte a bramidos. Dísteme el ser de criatura, y yo quisiera pagarte, mas tal es mi desventura que lo más que puedo darte es la pobre sepultura. HERACLIANO: ¡Gran mal! MITILENE: ¿Si es nueva dudosa? HERACLIANO: La fama de nuevas malas tiene ligeras las alas y es la del bien perezosa. MITILENE: Llegaremos a los muros. HERACLIANO: Como padre y como viejo, ni lo mando ni lo aconsejo, que no estaremos seguros. FILIPO: ¿Vienes cansada? TEODOLINDA De suerte que me ha faltado el aliento. AURELIANA: Y yo mil desmayos siento. FILIPO: ¿Son de hambre? AURELIANA: Son de muerte. TEODOLINDA: Filipo, ¿dónde nos llevas? Que pasar de aquí es gran yerro. FILIPO: En la falda de este cerro hay, señora, algunas cuevas. En ella podéis estar recatadas y escondidas, para conservar las vidas que el mundo os quiere quitar. HERACLIANO: ¡Oh, mi señora! TEODOLINDA: (Los cielos Aparte a Mitilene han traído porque matarme han querido con hambre, temor y celos.) HERACLIANO: ¿Adónde vas? AURELIANA: Voy temiendo el ejército alterado. ¿Y mi Heraclio? HERACLIANO: A ser soldado se me ha venido huyendo; que sigue su inclinación. MITILENE: Dame tus manos. AURELIANA: Los brazos te he de dar. MITILENE: Serán los lazos de mi amorosa prisión. Bien os podéis esconder de una escuadra desmandada. AURELIANA: Filipo, voy desmayada. FILIPO: Yo buscaré de comer. No sé si acertado sea ir por ello a la ciudad. No, porque es temeridad; mejor será a alguna aldea. Pero, ¿cómo, si he quedado sin dinero ni vestidos, que todo lo he repartido en el motín? Cielo airado, ¿qué mudanza es la que miro? ¿En una hora tanto mal? ¡Ya Alejandro liberal, ya más pobre que [Piro]. LEONCIO: Que me aflige el alma, os digo, y no es de hombre el corazón que no tiene compasión viendo muerto a su enemigo. FILIPO: ([Viene Leoncio, mi amigo], Aparte bastón trae de General. No dudo que en el real sus cargos antiguos tiene. Tal estoy, y a tiempo viene que puede ser liberal; pero mil vueltas ha dado en su estado, y yo no sé si la amistad y la fe se mudan con el estado. Quiero llegar embozado porque el que pide importuna, y no hay miseria ninguna a que ya puede venir, pues la mayor es pedir a rueda de la Fortuna). Caballero, mi esperanza es teatro en quien le fundo; representé su mudanza yo, el personaje segundo de la comedia Privanza. Luego un capitán triunfando y después un general, venciendo y desbaratando, y ya estoy representando un pobre a lo natural. Fui leal porque serví; vencí por llegar a tiempo y triunfé porque vencí, y en un minuto de tiempo muy rico y pobre me vi. Representé un vencedor en la primera jornada, [luego me vi con honor], y aquésta, que es la postrera, representé lo peor. Si muero de esta caída, será mi vida tragedia en desgracia fenecida. Quiera Dios hacer comedia del discurso de mi vida. Hoy tengo a quien sustentar; aunque es justo el recibir, tanto en el dar suelo hallar, que, con ser muerte el pedir, vengo a pedir para dar. Dio siempre y jamás pidió la familia que alimento, y así soy cigüeña yo, que quiero darle sustento al mismo que me le dio. Y si es pedir un estrecho que la sangre hace sudar, un pelícano me ha hecho, pues que quiero alimentar con la sangre de mi pecho. Sólo el mundo es un tablero en que no hay persona alguna que no juegue y sea tercero, el naipe, que es la Fortuna, me dijo muy bien primero. Pude al principio ganar; no me quise levantar. Perdí todo el resto junto y estoy esperando punto para poderme esquitar. LEONCIO: Mucho tu desdicha siento, que en el teatro violento de este mundo y sus locuras, hice tus mismas figuras y yo también represento. Jugué, ganaba, perdí; otro mi resto ganó, mas barato le pedí. Y así, con lo que me dio al juego otra vez volví. Suertes he empezado a hacer aunque, temiendo perder el naipe de la Fortuna, no quise parar a una que emperador pude ser. Quíseme al fin levantar y de barato he de dar lo mismo que recibí cuando otra vez lo pedí para volverme a jugar. Yo recibí buena obra, y Dios me la dio en empeño; pagar quiero, tú la cobra, porque el hombre pobre es dueño de lo que al rico le sobra. Aunque nos parecen dadas las limosnas, son prestadas; como arcaduces vivimos que damos y recibimos, y andan las suertes trocadas. (Este tiene calidad, Aparte y a Filipo me parece; saber tengo si es verdad, que una industria se me ofrece para probar su lealtad.) FILIPO: Las prendas mismas me ha dado que en las montañas di yo; él fue sin duda el soldado que limosna me pidió, o mejor diré, prestado. En todo lo he de imitar, en el dar y en el recibir, en el subir y bajar; él me ha enseñado a pedir, yo le he enseñado a dar. AURELIANA: Llamar quiero a Heraclïano, que vaya a comprar comida. HERACLIANO: Mejor estás escondida; no salgas, que es muy temprano. FILIPO: ¡Ah, señora! ¿Dónde vais? ¿No advertís que no es cordura siendo secreta y segura esta cueva donde estáis? MITILENE: Viéndola en tantos temores de su lado no me aparto. AURELIANA: Soy como mujer de parto, que me inquietan los dolores. TEODOLINDA: Yo consuelo sus enojos llorando; que al alma vuelvo la razón y la resuelvo en lágrimas de mis ojos. LEONCIO: ¿Venís ya bien advertidos? SOLDADO 1: Sí, señor. LEONCIO: Yo he de esperar y el suceso he de mirar entre estos sauces crecidos. SOLDADO 2: Filipo, el Emperador tu vida y honra perdona, y has de elegir la persona que quisieres. HERACLIANO: Gran error fue salirnos de las cuevas. SOLDADO 2: Escoge, pues, si ha de ser vida de alguna mujer de ésas que contigo llevas. FILIPO: Y cuando yo haya elegido, ¿has de morir las demás? SOLDADO 2: Sin cabezas las verás. FILIPO: ¡Oh, qué riguroso ha sido! Pero de esta vez intento defenderlas con mi muerte. SOLDADO 2: No es posible defenderte. Somos muchos, somos ciento. Mira la que has de elegir; que ésta es rueda de la Fortuna. FILIPO: ¿Que ha de vivir sola una y las dos han de morir? Confuso el alma me tiene, que la una es mi señora, otra me estima y adora, y yo adoro a Mitilene. ¡Oh, qué extraña confusión! ¿Cuál de ellas he de elegir? Mejor me será morir que llegar a esta ocasión. MITILENE: Filipo, ¿ qué te suspendes? Pues que las armas tenemos lo que quieres haremos. FILIPO: No es cierto lo que pretendes. La obligación natural por la Emperatriz alega, por Mitilene me ruega el amor, que es liberal; humano agradecimiento defender quiere a la Infanta, que nunca de mí se levanta los ojos del pensamiento. Aquí mis ojos están como inciertos peregrinos que han hallado tres caminos sin saber adónde van. De mi confusión me admiro. ¿Qué he da hacer? Dios me resuelva: no sé a qué parte me vuelva, cuando a todas tres las miro. TEODOLINDA: Si en el alma que te adora hay fuerza alguna que cuadre, Filipo, yo tengo madre, y advierte que es tu señora. La Emperatriz tenga vida, y tú, que en su amparo vienes, has de elegirla si tienes honra y alma agradecida. Muera yo y mi madre viva; ¿qué dudas en la elección? Si no es que alguna afición del ser racional te priva. FILIPO: Dices, señora, verdad. Su vida libre ha de ser. Viva, porque ha de vencer a la afición la lealtad. Mas, ¿podré librar a dos aunque yo venga a morir? SOLDADO 2: Dos vidas has de elegir. Haz tu gusto. FILIPO: ¡Santo Dios! Otra confusión me viene, que a la razón tiene presa; yo no quiero a la Princesa porque quiero a Mitilene. Si la Princesa me adora, Mitilene me aborrece. ¿Cuál vida de éstas merece que muera por ella agora? De ambas estoy obligado sin inclinarme a ninguna, agradecido con una, y con otra enamorado. ¡Y qué dudosa carrera! ¡Qué confuso mar inquieto donde el hombre más discreto casi anegado se viera! Los ojos y corazón Mitilene me arrebata; hallo luego el alma ingrata y me llama a la razón. Yo me voy determinado, y por sólo agradecer, he de morir y perder a la que estoy adorando. Ya, Mitilene gallarda, me resuelvo en lo mejor; y aunque me anima el amor la ingratitud me acobarda. Viva la Infanta y perdona, que contigo he de morir. MITILENE: Has acertado a elegir como noble. LEONCIO: Una corona merecerá tu lealtad, y la vida que yo tengo es de todos, y así vengo humilde a Tu Majestad. Mauricio es muerto, mas tanto su muerte se ha de estimar, que se puede celebrar pues que murió siendo santo. Tras la noche del morir salió el alma con el alba, rióse el cielo, y con salva Dios le salió a recibir. Mártir ha sido, y prometo que en mí no ha caído culpa; que el ejército disculpa mi buen celos. AURELIANA: ¿Que en efeto el Emperador murió? ¡Ay, extraña desventura! ¿Cómo podré estar segura? LEONCIO: Sí, podrás, viviendo yo. Moriré en vuestra defensa. AURELIANA: Mis prodigios se cumplieron; secretos misterios fueron de la majestad inmensa. CÓSROES: Soldados y capitanes del ejército romano, los que sujetáis al mundo desde el Antártico al Austro; los que bárbaras naciones estáis siempre conquistando, egipcios, tártaros, medos, calibes y garamantos, y otros godos, indios negros, alarbes, persas y partos, masejetes y argatisos, scitas, armenios y francos; los que tenéis todo el orbe lleno de vuestros soldados, de los campos averinos hasta los Elíseos Campos; pues sois señores del mundo, eligiendo con aplauso Emperadores de Oriente y del Occidente echarlos, escuchadme: yo soy persa, y vengo desafïando a Leoncio, General. Del ejército gallardo de Persia vino vencido, que la fuerza de mis brazos no pudieron resistir el poderoso contrario. Robónos el sol hermoso del ejército persiano, que el Príncipe de aquel reino Aquiles fue de sus rayos. La gallarda Mitilene a los persas ha faltado, y a la pérdida no iguala la victoria que alcanzaron. Restitúyanos la dama que ya el orbe ha eternizado, o yo quiero conquistarla cuerpo a cuerpo. ¡Salga al campo! Si no acepta el desafío, toma el rescate, que traigo valor y precio por ella, que un reino no vale tanto: doce caballos famosos que en Libia los engendraron en doce tártaras yeguas los vientos desenfrenados; bozales de plata y oro mas no jaeces bordados que en sus espaldas desnudas suben los persas bizarros; diez mil romanos cautivos, que cuando fue desdichado perdió su adversa Fortuna aunque su valor mostraron; traigo púrpura de Tiro, telas de Persia y Damasco, y vuestros césares muertos traigo vivos de alabastro; entrégueme la cautiva que sol en Persia llamamos; reciba el rico rescate o salga desafïado. MITILENE: Déjame a mí responder. Oye, persa temerario, que al General desafías, siendo un crüel Estebano; si a Mitilene ha traído, vencióla como soldado, y como noble le hizo que no recibiese agravio; si Persia tanto la estima, estimada está aquí en tanto que es miserable el rescate que prodigio estás llamando. No se acepta el desafío porque el General romano, si no es con príncipe o rey, no puede salir al campo. CÓSROES: Pues yo, que le desafío, bien puedo desafïarlo, que soy el Príncipe persa. MITILENE: ¡Gran señor, querido hermano! El alma triste me alegras, y ya te esperan mis brazos. CÓSROES: ¡Oh, famosa Mitilene! Voy a dejar el caballo. CAPITÁN 2: Muera, muera capitanes el atrevido villano que a Focas ha dado muerte, y ya le lleva arrastrando. CAPITÁN 1: Si se esconde en esos montes, se ha de librar y es gallardo. que el ánimo y el temor son alas y vuelan tanto. LEONCIO: ¿Qué es esto que pretendéis? CAPITÁN 2: Dar a un mozo temerario mil muertes. LEONCIO: ¿Qué ha cometido? CAPITÁN 2: Un delito extraordinario. En el palacio imperïal pudo entrar y con un lazo puesto en el cuello de Focas, salió del mismo palacio; muerte le dio y su fortuna lugar y ocasión le ha dado para escaparse ligero del rigor de nuestras manos. HERACLIO: Soldados y capitanes, que el orbe habéis conquistado, ¿no es deshonra que os gobierne un hombre desesperado, un bárbaro en las costumbres, monstruo en las obras y trato enemigo riguroso de nuestro linaje humano? Que le di muerte confieso, porque en ella he vengado la de Mauricio mi padre. Su hijo soy, no os dé espanto; hasta aquí viví encubierto en casa de Heraclïano. La madre tenéis presente de este corazón hidalgo; por propia naturaleza al Imperio soy llamado. Vida quiero, no el Imperio, que es miserable teatro. HERACLIANO: Ejército valeroso, la verdad os dice Heraclio. La Emperatriz, mi señora, le ha tendido disfrazado temiendo de la Fortuna aquestos sucesos varios que en su infeliz nacimiento los cielos pronosticaron. Verdadero César nuestro es, sin duda, y está claro que la sangre generosa venga al padre desdichado. AURELIANA: Si con los hombres piadosos pueden las mujeres algo, y las lágrimas enternecen los corazones de mármol, una huérfana y vïuda agora os piden llorando piedad y vida de un hijo y de un infeliz hermano. A mi esposo me quitasteis, y ya el cielo está pisando, pues que pagó con su muerte sus descuidos y pecados. Ejército riguroso, capitanes y soldados, sargentos y centuriones, General, Maestro de campo, Heraclio es mi propio hijo. Sed clementes, sed humanos. LEONCIO: Entre el aire suenan voces. VOCES: ¡Viva Heraclio! ¡Viva Heraclio! LEONCIO: Si ya su nombre celebran con voces los cielos santos, Heraclio es Emperador. CAPITÁN 1: ¡Viva Heraclio! CAPITÁN 2: ¡Viva Heraclio! LEONCIO: [El reino fue, que de Focas] estaba pronosticado. Rija Heraclio nuestro Imperio. ¡Viva Heraclio! TODOS: ¡Viva Heraclio! CÓSROES: Mi gallarda Mitilene, ¿dónde estás? Dame tus brazos. MITILENE: Estoy, Príncipe famoso, tu venida deseando. CÓSROES: ¿Quién es el Emperador? MITILENE: El que agora han coronado. CÓSROES: Dale al Príncipe de Persia las manos. HERACLIO: ¡Felice caso! Los brazos tengo de darte y a Mitilene la mano de esposo. LEONCIO: No puede ser, porque la suya me ha dado. MITILENE: Leoncio, ¿qué estás diciendo? LEONCIO: Con esta sortija hablo. Por ella me prometiste, entre esos altos peñascos, cuando una vez te di vida, Que pidiese ya ha llegado el tiempo a la condición; que no pierdes y yo gano. MITILENE: ¿Tú fuiste? ¡Válgame el cielo! Obligada estoy y callo; digo que sí. LEONCIO: Pues agora, serás esposa de Heraclio; vencerme quiero a mí mismo. El es señor, yo crïado, y él merece solamente ser tu esposo. AURELIANA: ¡Leal vasallo! Filipo, dale a la Infanta la mano, pues has ganado la honra que es de gozar. FILIPO: Dasme honor. TEODOLINDA: Vivas mil años. Y la historia prodigiosa aquí tiene fin, senado, pero no la rueda de la Fortuna, porque siempre está rodando.
FIN DEL ACTO TERCEROFIN DE LA COMEDIA |