Yo me siento la sangre. ¿No la sentís vosotros?
Sangre de la mujer, cáliz abierto.
Yo me siento la sangre. Ella me nutre.
Me llena, me dibuja, me sostiene.
Callada sinfonía de mis pulsos.
Verso rimado en rojo por mis venas.
Vuelo encerrado en íntimas volutas.
Río escondido de infinitas ramas
fertilizando mi sensible barro.
Yo la siento correr. Flujo y reflujo
bate las hondas playas de mi pecho,
sube por mi garganta estremecida,
moja mis labios con sabor espeso
de miel caliente. Grita
y enciende la codicia de mis ojos.
Mi sangre, zumo denso circulando
por todos mis poemas. Limpia savia
irguiéndose en la regia primavera
del hijo conseguido.
Amo mi sangre. Cuando yo me muera
no la dejéis cuajarse como hielo
hecho con agua sucia.
No la dejéis secarse en polvo oscuro.
Descomponerse en jugos malolientes.
Cuando yo muera, abridme, desatadme
las frágiles esclusas de las venas.
Verted mi sangre toda. Derramadla—.
Absórbala la tierra como suya
y el agua deslizante de algún río
unte con ella el lomo de sus peces.
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