Ay, qué desgracia, que, estando tú hecho para obras hermosas e importantes, la injusta suerte tuya tenga siempre que negarte la osadía y el éxito. Que te hayan de estorbar usos serviles, cosas indignas e insignificantes. Y qué terrible el día en que te rindes (el día en que te cansas y te rindes) y emprendes el camino para Susa y llegas ante el rey Artajerjes que te acoge entre su corte complacido y te ofrece satrapías y esas cosas. Y las aceptas con desesperanza, todas las cosas esas que no quieres. Otras busca tu alma, otras ansía: el elogio del Pueblo y los Sofistas, los “¡Bravo!” inapreciables y difíciles, el Ágora, el Teatro y las Coronas. Eso, ¿cómo va a dártelo Artajerjes, ni cómo hallarlo en una satrapía? ¿Y qué vida podrás hacer sin eso?