I
Si te dicen que voy envejeciendo
porque me da fatiga la lectura
o me cansa la pluma, o tengo hartura
de las filosofías que no entiendo;
si otro juzga que cobro el dividendo
del tesoro invertido, y asegura
que vivo de mi propia sinecura
y sólo de mis hábitos dependo,
cítalos a la nueva primavera
que ha de traer retoños, de manera
que a los frutos de ayer pongan olvido;
pero si sabes que cerré los ojos
al desafío de unos labios rojos,
entonces puedes darme por perdido.
II
Sin olvidar un punto la paciencia
y la resignación del hortelano,
a cada hora doy la diligencia
que pide mi comercio cotidiano.
Como nunca sentí la diferencia
de lo que pierdo ni de lo que gano,
siembro sin flojedad ni vehemencia
en el surco trazado por mi mano.
Mientras llega la hora señalada,
el brote guardo, cuido del injerto,
el tallo alzo de la flor amada,
arranco la cizaña de mi huerto,
y cuando suelte el puño del azada
sin preguntarlo me daréis por muerto.
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