Ahora, señor, ahora que ya este humano edificio en el polvo de su fin se reduce a su principio; ahora que descompuesto este vital artificio que un suspiro gobernó, le va faltando un suspiro; ahora que a mis alientos está el número cumplido, pues sin esperanza de otro, respiro este que respiro; ahora que rebelados mis potencias y sentidos, son, parciales de mi muerte, mis mayores enemigos; ahora que el corazón, por alegar que él ha sido quien quiso vivir primero, morir el postrero quiso; ahora que al desatarse esta lazada que hizo la naturaleza, el alma está pendiente de un hilo; ahora que al despedirse del cuerpo donde ha vivido, en vez de darle los brazos, le lucha a brazos partidos; ahora, en efecto, ahora que ya el pecho helado y frío, descompasado el aliento, los miembros estremecidos, el pulso desnivelado, torpe la voz, yerto el brío, en parasismos se emboza el último parasismo, es tiempo, Señor, es tiempo de conocer los amigos, pues el amigo mayor se ve en la mayor peligro. ¡Oh dulce Jesús mío! No entréis, Señor, con vuestro siervo en juicio. ¡Oh, cuánto el nacer, oh cuánto al morir es parecido, pues si nacimos llorando, llorando también morimos! Un gemido la primera salva fue que al mundo hicimos, y el último vale que le hacemos, es un gemido. Entre cuna y ataúd sola esta distancia ha habido hacia la tierra o el cielo arrojarnos o admitirnos. ¡Qué bien en sus confesiones lo significó Agustino, cuando a esta proposición no le averiguó el sentido! ¿Vive el hombre o muere el hombre? Pues que ninguno ha sabido si vive o muere, porque todo se hace de un camino. ¿Qué más ejemplo que yo, a este letargo rendido, pues vivo al tiempo que muero y muero al tiempo que vivo? Y si al fin para morir no ha menester más deliquio ni más crítico accidente el hombre, que haber nacido, ¡oh felice yo, oh felice que morir he merecido en vuestra fe, conociendo tantos mortales avisos! Y aunque es preciso el morir, con lo que os pago os obligo, pues resignado en vos, hago voluntario lo preciso. Y así, aunque vivir pudiera mi vida estando a mi arbitrio, hoy os hiciera en mi muerte de mi vida sacrificio. ¡Oh dulce Jesús mío! No entréis, Señor, con vuestro siervo en juicio. No justiciero cerréis a mis voces los oídos, sino misericordioso atended al llanto mío. Justicia y misericordia, dos atributos son dignos, que un y otro en vos están igualados, no excedidos. Pues ¿por qué habéis de mostraros riguroso y no benigno, siendo rigor y piedad en vos, Señor, uno mismo? El castigo y el perdón una costa os han tenido: pues echad antes la mano al perdón, que no al castigo. ¿Job no dijo que era el hombre en pecado concebido? ¿Qué maravilla que amase maldad que nació conmigo? Mas ¡ay de mi! que también David a este intento dijo que siempre contra mí está mi pecado por testigo. Yo lo confieso, y confieso que mis culpas y delitos son infinitos, por ser obrados y cometidos contra un infinito Dios; confieso que no he podido satisfacer por mi solo el número de mis vicios. Pero por esto, Señor, de la Iglesia en los archivos también infinitos son vuestros méritos divinos. Ellos por mi satisfagan, pues mi fiador habéis sido, y en vuestros méritos pague lo infinito a lo infinito. ¡Oh dulce Jesús mío! No entréis, Señor, con vuestro siervo en juicio. ¡Qué dignamente, qué bien en vuestra piedad confío, si cuando llego a rogaros clavado en la cruz os miro! No me diera confianza el veros en el impíreo glorioso más que en la cruz veros humano y pasivo. Que esa derramada sangre que en arroyos fugitivos tiñe en púrpura la nieve, deshoja el jazmín el lirios, a lavar mis culpas corre, cuyo segundo bautismo hará que esta piel manchada venza el candor del armiño. Y puesto que vos morís para que yo viva, indigno será, Señor, que un Dios muerto no salve un pecador vivo. ¿Indigno dije? ¡Ah Señor! No supe cómo decirlo, al verlo en vos intentado sin verlo en mi conseguido. Mas ¡ay de mi!, que vos siempre salvarme habéis pretendido; pero aunque sin mi me hicisteis, me habéis de salvar conmigo. Salvadme en vuestra virtud; que yo a vuestros pies resigno este cuerpo sin acción y este alma sin albedrío. Y si es vuestra voluntad condenarme a los abismos, para que en mí se ejecute este espíritu os envío. Y padeciendo diré, por los siglos de los siglos: ¡Quién siempre os hubiera amado! ¡Quién no os hubiera ofendido! ¡Oh dulce Jesús mío! No entréis, Señor, con vuestro siervo en juicio.
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