Las caras de los hombres que en mi vida he encontrado me persiguen y viven adentro de mi espíritu. Las caras de los hombres que he encontrado en mi vida me miran y me abruman. Podría dibujarlas pero nunca me atrevo. Algunas tienen cuerpos y llevan en las manos anillos y collares, flores de terciopelo, algunas son mansiones, son jardines, son ríos, algunas son un viaje, una playa, un desierto. Algunas son de mármol, algunas son fenicias, algunas son romanas, griegas y perniciosas con los rasgos borrados. Algunas tienen penas, muchas penas algunas, y largas cabelleras que lloran en el viento. Algunas son horribles, casi siempre me advierten que un peligro me acecha. Algunas tienen horas marcadas en los ojos y son como clepsidras, me despiertan de noche. Algunas me quisieron y movieron los labios para decir mi nombre. Algunas no entendieron nunca lo que les dije ni supieron por qué las miré largamente. Algunas son anónimas llevan frutas y fuentes, manos de terracota, como las estaciones. Algunas se arrodillan, buscan algo en la tierra. Algunas como pájaros siempre estiran el cuello. Algunas se inclinaron y escribieron sus nombres sobre mi corazón sin que yo lo advirtiera. Algunas fueron mías, algunas se alejaron y perdieron su sexo, su virtud y su candor; fueron como la imagen del infierno en el mundo que tratamos, en vano, de olvidar. Algunas fueron deidades que no olvidaré nunca.
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