Casa digital del escritor Luis López Nieves


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Las dos partes implicadas

[Cuento - Texto completo.]

J. D. Salinger

En realidad no hay mucho que contar. Quiero decir que no fue grave ni nada, pero fue así como raro, en todo caso. Quiero decir porque por un momento pareció que todo el mundo de la fábrica y la madre de Ruthie y to­dos se iban a burlar de nosotros. Habían estado diciendo que yo y Ruthie éramos demasiado jóvenes para casarnos. Ruthie tenia diecisiete años y yo tenía veinte, casi. Eso es ser bastante joven, de acuerdo, pero no si sabes lo que estás haciendo. Quiero decir que no lo es si todo va estupendamente entre ella y tú. Quiero decir entre las dos partes implicadas.

Bueno, como iba diciendo, Ruthie y yo en realidad nunca nos separamos. No nos separamos realmente. Y no es que la madre de Ruthie no estuviera deseándolo. La señora Cropper quería que Ruthie fuera a la universidad en vez de casarse. Ruthie se salió del colegio cuando tenía solo quince años, y donde ella quería ir no la aceptaban hasta que tuviera dieciocho. Quería ser médica. Yo le tomaba el pelo, “¡Llamando al doctor Kildare!”, le decía. Yo tengo un buen sentido del humor. Ruthie no. Es más inclinada a ser así como seria.

Bueno, en realidad no sé cómo empezó todo, pero la cosa se calentó realmente una noche del mes pasado en el local de Jake. Ruthie y yo habíamos ido allí. Ese antro realmente tiene clase este año. No tanto neón. Más bombillas. Más espacio para estacionar. Clase. ¿Saben lo que quiero decir? A Ruthie no le gusta mucho Jake’s.

Bueno, esta noche que les decía, Jake’s estaba repleto cuando llegamos, y tuvimos que esperar al­rededor de una hora hasta conseguir mesa. Ruthie no es­taba por esperar. No tiene paciencia. Entonces, cuando  por fin conseguimos una mesa, ella va y dice que no quiere una cerveza. Así que se queda allí sentada, en­cendiendo fósforos, soplándolos. Volviéndome loco.

―¿Qué pasa? ―le pregunté por fin. Al cabo de un rato me crispó los nervios.

―No pasa nada ―dice Ruthie. Deja de encender fósforos, se pone a echar miradas por el tugurio, como si estuviera ojo avizor a ver si veía a alguien en particular.

―Algo pasa ―dije yo. Me la conozco como la palma de mi mano. Como la palma de mi mano.

―No pasa nada ―dice―. Deja ya de preocuparte por mí. Todo está fabuloso. Soy la chica más feliz del mundo.

―Corta el rollo ―dije. Se estaba poniendo en plan sarcástico―. Solo te he hecho una pregunta. Eso es todo.

―Oh, usted perdone ―dijo Ruthie―. Y quieres una respuesta. Desde luego. Usted perdone.

Estaba poniéndose en plan muy sarcástico. No me gusta eso. No me molesta, pero no me gusta. Yo sabía qué mosca la había picado. Me la conozco a fondo, cada uno de sus cambios de humor.

―Vale ―dije―. Estás molesta porque hemos salido esta noche. Ruthie, para decirlo bien claro, un hombre tiene derecho a salir de vez en cuando, ¿no?

―¡De vez en cuando! ―dice Ruthie―. Me encanta eso. De vez en cuando. Así como siete noches a la semana, ¿eh, Billy?

―No han sido siete noches a la semana ―dije yo. ¡Y no lo habían sido! La noche anterior no habíamos sali­do. Quiero decir que nos tomamos una cerveza en Gordon’s, pero volvimos directamente a casa y demás.

―¿No? ―dijo Ruthie―. Vale. Dejémoslo. No se hable más.

Yo le pregunté, en plan tranquilo, qué se suponía que tenía que hacer. ¿Quedarme todas las noches sentado en casa como un tonto? ¿Mirar las paredes? ¿Oír cómo el niño se hartaba de berrear? Le pregunté, en plan tran­quilo, qué quería que hiciera.

―Por favor, no grites ―dice―. Yo no quiero que ha­gas nada.

―Escucha ―dije yo―. Estoy pagándole dieciocho semanales a esa chiflada de la Widger para que se haga cargo del niño un par de horas por las noches. Lo hice solamente para que tú pudieras descansar. Pen­sé que estarías encantadísima. Solía gustarte salir de vez en cuando ―le dije.

Entonces Ruthie va y dice que, en primer lugar, ella no quería que yo contratara a la señora Widger. Dijo que no le caía bien. Dijo que, de hecho, la odiaba. Dijo que a la Widger no le gustaba verla ni sostener al niño. Yo le dije a Ruthie que la señora Widger había tenido un montón de niños y que me imaginaba que sabia bastante bien cómo sostener a un muchacho. Ruthie dijo que cuando nosotros sa­limos por la noche, la Widger lo único que hace es estar­se sentada en el cuarto de estar, leyendo revistas; que nunca se acerca al niño. Yo dije que qué quería que hi­ciera, ¿meterse en la cuna con el crío? Ruthie dijo que no quería seguir hablando de ello.

―Ruthie ―dije yo―, ¿qué pretendes? Hacerme pa­sar por una rata?

Ruthie dice:

―No pretendo hacerte pasar por una rata. No eres una rata.

―Gracias. Muchas gracias ―dije yo. También yo puedo ponerme en plan sarcástico.

Dice ella:

―Eres mi marido, Billy.

Estaba apoyada en la mesa, casi llorando… pero ¡maldita sea, yo no tenía la culpa!

―Te casaste conmigo ―dice― porque decías que me querías. Se supone que también deberías querer a nuestro niño, y cuidarlo. Se supone que a veces deberíamos pensar en las cosas, no solo ir correteando por ahí.

Yo le pregunté, en plan tranquilo, quién decía que yo no quería al niño.

―Por favor, no grites ―dice―. Si gritas yo también gritaré ―dice―. Nadie ha dicho que no lo quieras, Billy. Pero lo quieres cuando a ti te conviene o no te viene mal. Cuando se está bañando o cuando juega con tu corbata.

Yo le dije que lo quiero en todo momento. ¡Y lo quiero en todo momento! Es un encanto de niño, un verdadero encanto de niño.

Dice ella:

―Entonces, ¿por qué no estamos en casa?

Entonces se lo dije. Quiero decir que no me daba miedo decírselo. Se lo dije:

―Porque ―dije― quiero tomarme un par de cervezas. Quiero un poco de vida. Tú no te pasas el día entero trabajando encima de un fuselaje. Tú no sabes lo que es eso.

Quiero decir que se lo dije

Entonces ella intentó ponerse en plan gracioso.

―¿Quieres decir ―dice― que yo no me paso el día entero trabajando como una esclava pegada a otro fuselaje bien caliente?

Le dije que sí era bastante caliente. Entonces empezó a encender fósforos otra vez, como una niña. Le pregunté si no entendía para nada lo que yo quería decir. Dijo que desde luego entendía lo que quería decir, y dijo que también entendía lo que quería decir su madre cuando su madre dijo que éramos demasiado jóvenes para casarnos. Dijo que ahora entendía lo que querían decir muchas cosas.

Aquello realmente me sacó de quicio. Lo admito. Estoy dispuesto a admitirlo. Nada me saca realmente de quicio, excepto cuando Ruthie saca a su madre a colación. No soporto que saque a su madre a colación. Le pregunté a Ruthie, en plan tranquilo, de qué estaba hablando. Dije:

―Solo porque un hombre quiere salir de vez en cuando.

Ruthie dijo que si volvía a decir “de vez en cuando” no la volvería a ver. Siempre se toma las cosas en un sentido distinto del que yo las digo. Se lo dije. Ella dijo:

―Bueno, ya estamos aquí. Vamos a bailar.

La seguí a la pista, pero justo al llegar nosotros la orquesta nos la jugó. Empezaron a tocar Moonlight Becomes You. Es ya vieja, pero es una canción fabulosa. Quiero decir que no está mal. La oíamos de vez en cuando en la radio del carro o en la de casa. De vez en cuando Ruthie cantaba la letra. Pero no era tan emocionante oírla aquella noche en Jake’s. Era embarazoso. Y el estribillo debieron tocarlo ochenta y cinco veces. Quiero decir que no dejaban de tocar la canción. Ruthie bailaba a unas diez millas de mí, y no nos miramos mucho. Por fin pararon. Entonces Ruthie se apartó de mí. Vuelve a la mesa, pero no se sienta. Simplemente coge la chaqueta y se larga. Estaba llorando.

Pagué la cuenta y salí detrás de ella tan rápido como pude. Caray, afuera de pronto hacía frío. Yo llevaba puesto mi traje azul, pero Ruthie, ella solo llevaba su vestido amarillo. Aquello no abrigaba a una pulga. Así que lo único que quería era llegar al auto de prisa y quitarme la chaqueta, y quizás echársela por encima. Quiero decir que hacía bastante frío.

Estaba en su lado del coche, toda como doblada, y estaba llorando, ruidosamente, como lloran los niños. Le eché mi chaqueta por encima e intenté que se diera la vuelta y me mirara, pero no quería volverse. Caray, me siento fatal cuando Ruthie hace eso. Quiero decir que me siento fatal. Preferiría estar muerto.

Le pedí como un millón de veces que simplemente me mirara una vez. Pero ella no quería. Estaba medio tirada en el suelo del carro. Me dijo que me volviera y me tomara un par de cervezas, que ella me esperaría en el auto. Le dije que no quería ninguna cerveza. Lo único que quería era que me mirase. Le dije que no creyera a su madre, siempre diciendo que éramos demasiado jóvenes y demás. Le dije que su madre estaba chiflada.

Bueno, como he dicho, le seguí pidiendo que se diera la vuelta, que se incorporara, y que me mirara, pero no quería. Así que por fin arranqué el carro y conduje hasta casa. Lloró durante todo el camino, medio tirada en el asiento, medio echada en el suelo, como un niño. Pero para cuando metí el auto en el garaje había parado ya un poco, estaba más erguida en su asiento. Lo admito, normalmente nos besamos un poco al entrar de noche en el garaje. Ya saben lo que quiero decir. Está oscuro y demás, y le entra a uno la sensación de que está en su propio garaje y demás, y en el de ella también. Quiero decir que a veces es fabuloso. Pero esta vez salimos del carro inmediatamente. Ruthie subió las escaleras casi corriendo. Cuando yo ya me disponía a subir oí el portazo de la puerta delantera. Era la señora Widger que se marchaba. Cuando llegamos de noche, bate unos treinta récords de velocidad al salir de casa.

Cuando subí a nuestra habitación, y ya me había quitado la corbata, Ruthie va y me dice (lo cual me molestó):

―Supongo que no querrás echarle un vistazo al niño. ¿Cómo sabes que no le ha salido bigote o algo desde la última vez que lo viste? ¿O es que no quieres verlo para nada en todo el mes?

No me gusta ese rollo en plan sarcástico. Le dije a Ruthie:

―¿Qué quieres decir con que si no quiero verlo? Claro que quiero verlo… y salí de la habitación.

Ruthie deja encendida la luz del pasillo que da al cuarto del niño, así que allí nunca está como boca de lobo. Me incliné sobre la cuna y miré al niño. Tenía el pulgar en la boca. Se lo saqué, pero el niño volvió a metérselo en seguida a pesar de que estaba dormido. Quiero decir que el muchachito no deja de pensar por estar dormido. Es listo. Quiero decir que no es bobo ni nada por el estilo. Le cogí un pie y lo tuve un rato en la mano. Me gustan los pies del muchacho. Quiero decir que simplemente me gustan. Entonces sentí a Ruthie entrar en el cuarto y quedarse detrás de mí. Tapé bien al niño y salí. Cuando volvimos a nuestra habitación, no sé por qué dije lo que dije, porque el niño realmente tenía buen aspecto. Sano. Como Ruthie.

―No me parece que esté muy bien ―le dije.

Ruthie dijo:

―¿Cómo que no está muy bien? ¿Qué le pasa?

―Parece que anda así como falto de peso ―dije yo.

―Tú andas falto de peso en la cabeza ―dijo Ruthie.

Yo dije, muy en plan sarcástico:

―Gracias. Muchísimas gracias.

Ruthie y yo no volvimos a cruzar palabra hasta la mañana.

*

Ruthie siempre se levanta a hacer el desayuno y me lleva en el carro a la parada del autobús. Yo siempre espero a tener ya puestas la camisa y la corbata antes de despertarla, y la mayoría de las veces no tengo que hacerlo porque ya está despierta. Pero aquella mañana tuve que darle poco menos que una paliza para que despertara. Me molestó algo que durmiera tan bien; bueno, quiero decir: porque yo no había dormido bien; bueno, en absoluto. Nunca duermo bien cuando estoy así como preocupado. Pero finalmente abrió los ojos.

Le digo:

―¿Te quieres levantar? ¿Te quieres levantar? Ya sabes que no tienes que hacerlo.

―Ya sé que no ―dice ella, en plan sarcástico. Pero de todas formas se levantó, preparó el desayuno y me llevó a la parada del autobús.

En el coche no hablamos nada. Quiero decir que no dijimos una palabra. Yo solo le dije “hasta luego” en la parada del autobús, luego me llegué rápidamente hasta donde estaba Moriarty. Entonces hice una cosa de locos. Le di a Moriarty una palmada en la espalda como si fuera mi compañero del alma. ¡Y yo a este tipo no lo aguanto! Está conmigo en fuselajes y siempre me hace disminuir mi rendimiento. ¿Qué les parece?

Caray, me salió un día fatal en la cadena. Yo hacía disminuir a Moriarty en vez de al revés. Empezó a tomarme el pelo con eso, y no llegué a soltarle un codazo porque Sidney Hoover estaba mirando. Sidney Hoover es el capataz de fuselajes.

Durante el almuerzo me metí dos veces en la cabina telefónica, pero las dos colgué antes de haber acabado de marcar nuestro número. No sé por qué. Quiero decir, en primer lugar, ¿para qué me metí allí dentro?

Aquella noche después del trabajo iba a jugar al baloncesto en Jóvenes Cristianos pero solo jugué la primera parte, luego fui a coger el autobús. Me figuré que Ruthie no estaba allí para recogerme porque pensaba que iba a jugar el partido entero. Quiero decir que no me molesté ni nada porque no estuviera allí. Y de todas formas, Joe y Rita Santine me acercaron en su carro así que no tuve problema.

Al llegar a casa, ¿qué se imaginan? Adivínenlo. Bueno, les diré. Ruthie no estaba allí. Lo único que había era una nota sobre la mesa de la entrada. Me la llevé al cuarto de estar. Ni siquiera me quité el sombrero. Y tenía gracia. Me temblaban las manos. Quiero decir que me temblaban de verdad.

La nota decía:

Billy: No veo que sirva de nada que sigamos juntos. Tú no pareces darte cuenta de que ya nos va tocando madurar en ciertas cosas. De que ya nos va tocando divertirnos de otra manera. No sé cómo decirte lo que quiero decir. De todas formas, no sirve de nada volver a machacar sobre ello, porque tú ya sabes lo que yo siento, y solo hace que te enfades de todas formas. Por favor no aparezcas por casa de mi madre. Si quieres ver al niño, por favor espera un poco.

Ruth

Bueno, encendí un cigarrillo y me quedé mucho rato allí sentado en el sillón que compramos juntos en Louis B. Silverman. Es la mejor tienda del pueblo. Clase. Luego me puse a leer la carta de Ruthie una y otra vez. Me la aprendí de memoria, realmente me la aprendí de memoria. Luego empecé a aprendérmela al revés, así: “poco un espera favor por niño al ver quieres Si”. Así. De locos. Estaba loco. Ni siquiera me había quitado aún el sombrero. Luego de repente entró la señora Widger.

Dice:

―Ruthie me dijo que le preparara la cena. Está lista.

Caray, era del tipo frío. Cómo la odié. Me imaginé que había convencido a Ruthie para que me dejara.

―No quiero cenar nada ―le dije―. Váyase a casa.

―Es un placer ―dice. Una dama de primera.

Al cabo de unos minutos la Widger da su portazo y yo me quedo solo. ¡Caray, me quedo solo! Sigo aprendiéndome del revés la carta de Ruthie, luego voy a la cocina. Me hice un pequeño sándwich, luego abrí nuestra botella de whisky y me la llevé al cuarto de estar. Con un vaso. No dejaba de pensar en cómo se emborrachaba Humphrey Bogart en Casablanca mientras esperaba a que apareciera Ingrid Bergman. Con Humphrey Bogart estaba aquel pianista de color, Sam, y después de tomarme unas cuantas copas empecé a hacer como si Sam estuviera conmigo en el cuarto. ¡Caray, estaba loco!

Sam ―dije, haciendo como si Sam estuviera por allí―, toca Moonlight Becomes You para mí.

Entonces también yo hice de Sam.

―Ay, no, esa pieza no la voy yo a tocar, patrón ―dije, haciendo de Sam―. Esa es la pieza de usted y de Ruthie.

¡Caray, estaba loco!

―¡Tócala, Sam! ―grité, haciendo de Humphrey Bogart― Tócala, Sam. Poco un espera favor por niño al ver quieres Si. ¿Me entiendes, Sam? ¿Entendido?

Me cansé de aquel rollo de locos y fui al teléfono. Intenté localizar a Bud Treebles por teléfono. Es mi mejor amigo y uno de los mejores jugadores de baloncesto del estado. Los tres últimos años de colegio los dos formamos parte de la selección estatal juvenil.

Se puso al teléfono la madre de Bud y por poco me destroza el oído.

―¡Pero bueno, Billy Vullmer! ¡Hace siglos que no sabemos de ti! ¿Y cómo está esa encantadora mujercita tuya, y ese niño adorable?

Caray, realmente te puede doblar la oreja esa mujer. Dijo que Bud no estaba en casa. Dijo:

―Tú ya conoces a esos solteros ―luego se rió como una tonta. Colgué. La mujer me estaba volviendo loco.

Bueno, me pasé las cuatro horas siguientes sentado en el sillón de Louis B. Silverman, emborrachándome, haciendo como que hablaba con Sam. Seguía esperando que Ruthie entrara. Una vez me levanté y fui a la puerta delantera y la abrí de un tirón. Ruthie no estaba allí, pero yo fingí que sí estaba. Quiero decir que hice como que estaba allí fuera.

Grité:

―¡Está bien! ¡Puedes entrar, Ruthie!

Finalmente volví a meterme en la casa. Tenía ganas de llorar, solo que no lo hice, por supuesto. Entonces fui al teléfono y llamé a casa de Ruthie. El teléfono sonó y sonó, hasta casi volverme loco, luego contestó la señora Cropper. Caray, odio hablar por teléfono con ella. Dijo que Ruthie estaba dormida. Pero no lo estaba, porque Ruthie se puso al teléfono. Ruthie y yo hablamos así como un rato, yo más o menos le pedí que volviera a casa. Le dije que yo estaba en casa. Ella dijo que volvería a casa. Colgó y yo colgué.

Al cabo de media hora oí el auto de su viejo girar en nuestra entrada, y fui a la ventana. Ruthie se bajó del carro, pero se quedó hablando de pie con su viejo muchísimo tiempo. Entonces se volvió de pronto y echó a andar hacia la casa. Su viejo se alejó en el carro.

Poco después estaba dentro, y me rodeaba con sus brazos. Estaba llorando a más no poder. A mí no se me ocurría nada que decir excepto: “Ruthie, Ruthie”. Seguí diciendo eso una y otra vez, como un idiota. Luego me senté en el sillón de Louis B. Silverman ―es realmente un buen sillón― y ella se sentó sobre mi regazo.

Le dije que tenía como miedo de que no volviera a casa. Ella no dijo nada. Tenía la cara contra mi cuello. Cuando tiene la cara contra mi cuello, nunca habla.

Le digo:

―¿Dónde está el niño?

No estaba con ella ni tampoco arriba. Ruthie dice:

―Estaba dormido. No quise despertarlo. Mi madre lo traerá mañana.

―Tenía miedo de que no volvieras a casa ―dije yo.

Ruthie dijo que su madre casi la mataba por volver a casa conmigo. Yo no dije nada. Entonces Ruthie dijo algo curioso:

―Mi madre contestó al teléfono con la redecilla del pelo puesta ―dijo Ruthie―. Eso me hundió. Quiero decir que al volver a verla tan cómica con su redecilla supe que ya no estaría bien en su casa. Quiero decir nada bien en casa de ellos.

Le pregunté qué quería decir, pero ella dijo que no sabía lo que quería decir. Qué muchacha curiosa.

Hubo rayos y truenos aquella noche ya muy tarde. Me desperté hacia las tres, y Ruthie no estaba allí a mi lado. Salté de la cama a toda prisa y bajé. Abajo estaban encendidas todas las luces, todas. Ruthie no estaba en el armario de la entrada, sino que estaba en la cocina. Llevaba puesto su pijama azul y esas zapatillas lanudas ―típicas de Ruthie― y estaba sentada a la mesa de la cocina leyendo una revista; solo que no estaba leyéndola realmente, porque se asusta demasiado para leer. Ustedes no han visto nunca a mi mujer cuando lleva puesto un pijama azul o un vestido azul o un traje de baño azul. Yo nunca supe de qué color iba vestida una chica hasta que conocí a Ruthie. Pero con Ruthie se sabe que lleva puesto algo azul.

Ruthie dijo que solo había bajado porque quería un vaso de leche.

Caray, qué tipo más miserable soy. Ustedes no entienden.

De repente le dije, solo por decírselo, cómo me había aprendido su nota del revés. Le dije: “poco un espera favor por niño al ver quieres Si”. Le digo:

―Eso es. Así es al revés.

Entonces… agárrense. Quiero decir que se agarren. ¡Ruthie se echó a llorar! Luego dijo:

―Ahora ya todo me da lo mismo.

Fue curioso que dijera eso. Ruthie dice muchas cosas curiosas. Qué muchacha curiosa. Es buena cosa que me la conozca a fondo. Más o menos.

Entonces dije algo así como:

―Despiértame cuando haya truenos, Ruthie. Por favor, no hay problema. Quiero decir que me despiertes cuando haya truenos.

Eso la hizo llorar aún más. Qué muchacha curiosa. Pero ahora me despierta, eso es lo que quiero decir. Por mí está bien. Quiero decir que por mí está bien. Quiero decir que no me importa si hay truenos todas las noches.

FIN


“Both Parties Concerned”,
Saturday Evening Post, 1944


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