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Las exequias de la leona

[Minicuento - Texto completo.]

Jean de La Fontaine

Murió la esposa del León: todos acudieron para cumplir con el príncipe, abrumándolo con esas frases huecas de consuelo, que son un recargo al dolor. Diose aviso a todo el reino de que tal día y en tal punto se celebrarían las exequias; sus chambelanes y prebostes estarían allí para disponer la ceremonia y colocar la gente. Nadie faltó. Entrégase el príncipe a los extremos de su aflicción, y resonaron en el antro real sus alaridos. No tienen otro templo los leones. Al compás de los lamentos del monarca, lamentáronse todos los cortesanos, cada cual en su jerga y algarabía.

¿Quieren que les defina la corte? Es un país donde la gente, gozosa o afligida, a todo dispuesta, a todo indiferente, es lo que quiere el príncipe que sea, y si no lo es, procura aparentarlo. Pueblo-camaleón, pueblo-mono, copiando siempre a su amo y señor. Mil cuerpos hay, y parece que no tengan más que un alma. Allí si que puede decirse que los hombres no son más que máquinas.

Para volver a nuestro cuento, el ciervo no lloró. ¿Cómo había de llorar, si aquella muerte vengaba sus agravios? La leona había estrangulado a su esposa y a sus hijos. No lloró, pues. Un adulador fue a decírselo a Su Majestad, y añadió que lo había visto sonreír. La cólera de un rey es terrible, como dice Salomón, y si el rey se llama León, aún lo es más.

Pero aquel ciervo no había leído la Biblia. El monarca le dijo:

-¡Cobarde huésped de la espesura, tú ríes! ¡Tú ríes, ajeno a todos esos lamentos! No me dignaré hincar en tus profanos miembros mis garras sacrosantas. Vengan, Lobos; venguen a la reina. Inmuelen ese traidor a sus augustos manes.

El ciervo contestó:

-Señor, pasó la hora de las lágrimas: el dolor es ya inútil. Tu digna cónyuge se me ha aparecido recostada entre flores, muy cerca de este lugar. Al punto la reconocí. Amigo -me dijo- guárdate bien de llorar cuando me abran los dioses su morada. En los Campos Eliseos he disfrutado los supremos goces conversando con los bienaventurados como yo. En cuanto al rey, déjalo sumido por algún tiempo en su desesperación.

Apenas oyeron esto, gritaron todos:

-¡Milagro! ¡Apoteosis!

Y el ciervo tuvo, en vez de castigo, rico regalo.

Diviertan a los reyes con ensueños y fantasías; adúlenlos con mentiras halagüeñas; por muy indignados que estén, tragarán el anzuelo, y serán su favorito.

FIN



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