Las fortunas de Andrómeda y Perseo
[Teatro - Texto completo.]
Pedro Calderón de la Barca
Personas que hablan en ella:
JORNADA PRIMERA
Descúbrese el teatro de las caserías nevadas, dicen dentro y salen después BATO, GILOTE, ERGASTO y RISELO, villanos, [y tras ellos, sale PERSEO] RISELO: ¡Huye, Gilote!
GILOTE: ¡Huye, Bato!
BATO: ¡Huye, Ergasto!
ERGASTO: ¡Huye, Riselo!
PERSEO: ¡Vive Júpiter, villanos,
que habéis morir!
RISELO: Los fresnos
me amparen.
ERGASTO: A mí los chopos. GILOTE: A mí los álamos negros. BATO: A mí las cepas y parras,
los pampanos y sarmientos,
árboles santos, pues siempre
por ermitas los encuentro.
GILOTE: El diabro mos trujo acá
este mochacho soberbio
para que mos mande a todos.
ERGASTO: Cuando los montes cubiertos
de nieve, tiene ateridos
la ancianidad del invierno,
es quando más solicita
llevarmos por juerza a ellos,
para que a sus caserías
le sirvamos los ogeos.
RISELO: Un lobo, que diz que anda
en la sierra, es el intento
con que hoy pretende llevarnos.
ERGASTO: ¿Lobo?
GILOTE: Sí.
BATO: No es lo peor eso.
RISELO: ¿Qué es?
BATO: Que el lobo es un perdido,
jugador, y mojeriego;
que a ser un lobo apricado
de estos que llaman caseros,
el primero huera yo
que huera donde él primero
se metiera en mis entrañas
GILOTE: Yo nieve ni lobo temo,
sino es que tan atrevido,
tan osado y tan resuelto
que un día me quixo entrar
en eso lóbrego seno,
funesta gruta sagrada
a la deidad de Morfeo,
donde siempre andan visiones.
ERGASTO: Nosotros mismos tenemos
la culpa de que mos trate
un rapaz con tanto imperio;
que, si hubiera entre nosotros,
aunque pesara a Cardenio
que por nieto le ha crïado,
uno que, osado y resuelto,
le diera a entender quién es,
a fe que tuviera menos
soberbia.
GILOTE: Muchos hubiera;
que si les dijeran eso,
quizá abajaran los bríos.
BATO: Decidme, para saberlo,
¿es cierto que si supiera
quién es, desde aquel momento
no diera los mojicones
que suele dar?
ERGASTO: Y tan cierto
que viviera desde allí
más humilde y más modesto,
sin atreverse a mirarnos
a las caras.
BATO: ¡Vive el cielo,
que lo ha de saber de mí
muy bien sabido! Pues puedo
decirlo mijor que todos
como testigo del cuento.
Una sola enfecultad
se me ofrece. He aquí que empiezo
la historia. ¿Basta empezarla
para que él se me esté quedo
y no se atreva a mirarme
a la cara?
GILOTE: No, por cierto,
porque la ha de saber toda.
BATO: Pues entre otro, que no quiero;
que, al principio de la hestoria,
vea donde va el intento
y, antes que ella llegue al fin,
llegue yo al fin.
ERGASTO: Para eso
habrá una traza.
BATO: ¿Qué traza?
GILOTE: Nosotros te le tendremos
de suerte que, aunque no quiera,
todo te lo escuche.
BATO: ¿Y luego?
LOS TRES: Luego seguro estás.
BATO: Manos
a la labor; que reviento
por decírselo en su cara
dónde y cómo y cuándo, a trueco
de que él no mire la mía
PERSEO: Villanos, ¿qué atrevimiento
es llamaros yo y hüir?
GILOTE: Como hacía tan mal tiempo,
rehusábamos ir al monte.
PERSEO: ¿Hácele para mí bueno?
Pues el que pasare yo,
bárbaros, viles, groseros,
no le pasaréis vosotros?
Venid conmigo.
BATO: ¡Qué presto
ha de bajar estos bríos!
PERSEO: Que seguir la fiera quiero
que escandaliza estos valles
con tantos robos sangrientos
de pastores y ganados.
Hoy se la he ofrecido al templo
de Júpiter que en las altas
cumbres del monte es opuesto
rebellín contra los rayos,
los relámpagos y truenos
que Acaya padece, a quien
yo no sé por qué secreto
aún más que todos adoro,
más que todos reverencio.
Siendo así, que no hay remota
provincia, apartado reino
que no envíe a consultarle
los arduos casos; y, puesto
que se la tengo ofrecida,
hoy su armada testa tengo
de clavar a sus umbrales.
Ven, Ergasto.
ERGASTO: Ya obedezco.
PERSEO: Ven, Gilote.
GILOTE: Ya voy yo.
PERSEO: No te escondas tú, Riselo.
RISELO: Ya voy tras ti.
PERSEO: Ven tú, Bato.
BATO: Déjame a mí, porque quiero
estodiar toda la hestoria.
PERSEO: ¿Qué historia?
BATO: Una que te tengo
de contar.
PERSEO: ¿A mí?
BATO: Sí.
PERSEO: Pues,
¿qué historia es?
LOS TRES: Agora es tiempo.
PERSEO: ¿Qué es esto? Pues, ¿cómo ansí
a mí os atrevéis.
GILOTE: Queremos
que sepas que no hay razón
de tratarnos con desprecio
no siendo mijor que todos.
ERGASTO: ¿Cómo mijor? ¡Ni aun tan bueno!
PERSEO: ¡Viven los cielos, villanos!
GILOTE: Bato, dile sus sucesos.
BATO: ¿Está bien tenido?
LOS TRES: Sí.
BATO: ¿Bien, bien?
GILOTE: Tan bien que no creo
que se escape de mis brazos.
ERGASTO: Yo aquesta mano le tengo.
RISELO: Yo, estotra.
BATO: Pues, finalmente
como digo de mi cuento:
PERSEO: ¡Que esto Júpiter permita!
BATO: Desvanecido mozuelo,
pisaverde de estos prados,
pisapardo de estos cerros,
¿quién te imaginas y piensas
que eres, para no tenernos
mochísima estimación
y mochísimo respeto?
¿Qué cosa es que cada día
mos trates como a tus negros
siendo tus brancos? ¿De qué
nace el desvanecimiento?
Si presumes que eres hijo
de la hija de Cardenio
nueso mayoral, te engañas;
ni ella es hija, ni tú nieto.
¿Va bien?
LOS TRES: Lindamente va.
PERSEO: ¡Que esto consientan los cielos!
BATO: Pues tenedle lindamente,
no se deslinde el intento.
Porque has de saber que un día,
alterado el mar, corriendo
fortuna, trujo un bajel
a la vista de este puerto
donde, encallando en los bajos,
que son Escilas del griego
piélago, del Negroponto,
fue escollo de algas cubierto.
Ni árbol, ni jarcia, ni vela
traía el buque y, presumiendo
que del deshecho del agua
era ojeriza del viento,
no causó más novedad
que la lástima de verlo;
hasta que unos pescadores
que, de la cólera huyendo
de Neptuno, a estas orillas
volvían a vela y remo
contaron que, al pasar cerca
de aquel derrotado leño,
habían escuchado humana
voz que en mísero lamento
favor pedía a los Dioses.
¿Va bien?
LOS DOS: Muy bien.
BATO: Pues, tenedlo
hasta la postrer palabra.
PERSEO: Ya no hay para qué, supuesto
que más que esta fuerza atado
me tiene esa voz suspenso.
BATO: Aplacó su saña el mar
y, en mirándole sereno,
la curiosidad llevó
a conocer si era cierto
que había gente, pescadores
y villanos. Uno de estos
fui yo y, abordando al vaso,
vimos una mujer dentro
con un infante en los brazos
que abrigándole en el pecho
sin tenerle ella, le daba
el calor y el alimento.
Ni otra persona ni señas
de haberla tenido vieron
nuestros ojos. La piedad
la sacó a la tierra...¡Tenedlo,
que parece que se escurre
y ya falta poco al cuento!
PERSEO: No temas que, aunque decirlo
no quieras, querré saberlo.
BATO: Entre cuanta gente, pues
a tierra sacó el suceso,
fue uno Cardenio y, movido
de ver el semblante bello
de la mujer que aún estaba
diciendo el delito honesto,
si ya no de la inocente
culpa, del infante tierno,
en su casa la albergó,
dándola el anciano viejo,
obrigado a su hermosura,
a su vertud y a su ingenio,
nombre de hija. Ésta es tu madre
y el infante tú. Y sopuesto
que nunca por buena fue
entregada al mar violento
con tan grande desamparo,
desabrigo y desconsuelo,
¿qué te persuade a pensar
que eres más que un extranjero
advenedizo pastor,
hijo vil de un adulterio
u de otra traición? Y así
trata desde hoy de no vermos
las caras, siendo desde hoy
más humilde y más modesto.
LOS TRES: ¿Tienes más que decir?
BATO: No.
GILOTE: Pues, cuidado; que le suelto.
ERGASTO: Y yo también.
RISEO: Y yo, y todo.
PERSEO: ¿Esto sufro? ¿Esto consiento
sin haceros mil pedazos?
LOS TRES: Vamos de su furia huyendo.
BATO: ¿Para qué si se ha de estar
quedito?
PERSEO: ¡Bárbaro, necio,
infame, loco, villano,
qué has tenido atrevimiento
para decirme en mi cara
mi desdicha!
BATO: ¡Estése quedo,
y trate de no mirarme
a la mía!
PERSEO: ¡Vive el cielo
que has de morir a mi mano!
BATO: Algo se me olvidó al cuento;
pues aún pega todavía.
¡Ay, que me mata!
DANAE: ¿Qué es esto?
PERSEO: Esto es vengar en quien no
tiene la culpa, tus yerros.
BATO: Tenle, señora, que está
más loco que antes y, habiendo
oídolo todo, aún no quiere
modesto ser. ¡Y es molesto!
DANAE: ¿Siempre te tengo de hallar
altivo, sañudo y fiero?
PERSEO: ¿Razón tienes de reñirme,
cuando no sólo no serlo
mas ni aún atreverme a ver
al sol debiera, sabiendo
ya en tu fortuna mi agravio,
y en tu traición mi desprecio?
DANAE: ¿Qué dices? ¡Ay, infelice!
PERSEO: Que, ¿por qué el nativo seno
que a infame ser disponía
mi infelice nacimiento
no le hiciste mi sepulcro
abortándome primero
que darme a la luz del sol?
O, ¿por qué, ya que pariendo
víbora no reventaste,
[a] aquel derrotado leño
que fue mi primera cuna
no hiciste mi monumento?
¿Por qué, antes que abrigaran
las piedades de tus pechos,
no me arrojaste a las ondas?
Fuera mi desdicha menos,
muerto en el primer umbral
de la vida que no muerto
al baldón de unos villanos
que con todos tus sucesos
me han dado en rostro, notado
de advenedizo extranjero
pastor, hijo de un delito,
merecedor de aquel riesgo.
DANAE: ¡Ah, Perseo! Tu soberbia
en este trance te ha puesto;
que no fueran ellos libres
si tú no fueras soberbio.
Pocas veces el humilde
escucha baldones.
PERSEO: Luego,
¿razón tienen?
DANAE: Razón tienen.
PERSEO: ¿No lo niegas?
DANAE: No lo niego
porque contra la razón
no hay más razón que el silencio.
PERSEO: En fin, ¿que la tienen?
DANAE: Sí.
PERSEO: Pues ya que la tienen ellos,
tengámosla todos. Dime
quién soy y quién eres, puesto
que el presumir que soy más
hará tu delito menos.
Consuélame con que sepa
si lo que alguna vez pienso,
al mirar que no me viene
el corazón el el pecho,
es verdad; pues no hay latido
que dé que no sea diciendo
que no nació para verse
de tosco sayal cubierto.
Del extremo de una infamia
pasemos a otro; que a precio
de no ser villano vil
te perdono cualquier yerro.
Y, supuesto que no eres
humilde hija de Cardenio,
¿qué puedes ser que no sea
mejor? Dime, pues te ruego,
¿quién eres?
DANAE: No sé quién soy.
PERSEO: Pues, ¿quién fuiste?
DANAE: Eso sé menos.
PERSEO: ¿Quién fue mi padre?
DANAE: No sé.
PERSEO: ¿Por qué te echó airado y fiero
al mar?
DANAE: No lo sé tampoco.
PERSEO: ¿Soy noble?
DANAE: No sé.
PERSEO: ¿Qué es esto?
¿Nada sabes?
DANAE: No sé nada
y no me apures; que, puesto
que es secreto y soy mujer
y no lo digo, no debo
de poder decirlo. Y baste
ver un prodigio tan nuevo
como que en un pecho vivan
juntos mujer y secreto.
Pregúntaselo a los dioses.
Quizá, enternecidos ellos,
te responderán; que yo
sólo con el llanto puedo
decirte que hay soberano
poder que me obligue a esto.
PERSEO: ¿Por qué?
DANAE: Por guardar tu vida.
PERSEO: Yo desde aquí se la ofrezco
y, pues me mata el dudarlo,
haz que me mate el saberlo.
Háblame claro.
DANAE: Es en vano.
PERSEO: ¿Cómo?
DANAE: Como no me atrevo
ni aún a respirar.
PERSEO: ¿Quién cerra
tus labios?
DANAE: Poder supremo.
PERSEO: ¿De quién?
DANAE: De injusta deidad.
PERSEO: ¿Qué pudo obligarla?
DANAE: Celos.
PERSEO: ¿Celos?
DANAE: Sí.
PERSEO: ¡Ay de mí!
DANAE: ¿De qué
suspiras?
PERSEO: De que no tengo
ya apelación a no ser
hijo de delito, puesto
que no hay celos sin delito.
DANAE: Bien puede sin él haberlos.
(O ingrata deidad de Juno, Aparte
¿en qué confusión me has puesto?)
PERSEO: ¿Cómo?
DANAE: No sé.
PERSEO: ¿Al "no sé" vuelves?
DANAE: Tampoco sé dónde vuelvo.
Y déjame, no me aflijas;
que no puedo, que no puedo
decir más ni callar más.
(Grande Júpiter supremo, Aparte
ya que ocasionaste el daño,
acude con el remedio.)
PERSEO: ¡Oye, aguarda! Mas, ¡ay triste!
Que aunque seguirla pretendo,
no sé qué oculto poder
en viva estatua de hielo
me ha transformado quedando
sin alma, vida, ni aliento.
¡Oh, gran Júpiter, oh padre
de los hados! Mas, ¿qué es esto?
Al decir padre, no sé
qué no usado, qué violento
impulso me alborotó
el corazón acá dentro
como que le dan las llaves
de las cárceles del pecho.
Mas, si padre y hados dije
¿por qué juzgo, por qué pienso
que fue una voz y no otra
la que dio el latido, puesto
que de él no puedo ser hijo
ni de ellos dejar de serlo.
¡Oh, gran Júpiter, oh padre
de los hados y los tiempos!
Digo otra vez si a piedad
te ha movido algún lamento,
sirva de ejemplar al mío;
que yo a tus aras ofrezco
en víctima cuantas fieras
el monte contiene. Al ruego
te compadece de un triste
que náufrago de los vientos
navega a saber quién es
en alas de un devaneo;
que le persuade a que es más
cuando le dicen que es menos.
Y, pues mi madre lo calla,
dime tú si habrá consuelo
tal vez a mi duda.
MÚSICA: "Sí."
PERSEO: ¿Qué armonïosos acentos
oigo? ¿Si fue ilusión?
MÚ:SICA: "No."
PERSEO: Pues que ya en süaves ecos
oigo las voces que suelen
tener al aire suspenso
cuando alguna deidad pisa
la tierra, porque su acento
métricamente sonoro
suena más dulce que el nuestro,
con él he de hablar. ¡Oh tú,
deidad que escucho y no veo!
Si eres mi oráculo, dime,
¿quién soy?
MÚSICA: "Tú lo sabrás presto."
PERSEO: ¿Quién me lo ha de decir?
MÚSICA: "Nadie."
PERSEO: Pues, ¿cómo puede ser eso?
¿Decirlo, y nadie?
MÚSICA: "Llegando..."
PERSEO: Prosigue; que no te entiendo.
MÚSICA: "A decirlo sin decirlo,
y a saberlo sin saberlo."
PERSEO: "¿A decirlo sin decirlo,
y a saberlo sin saberlo?"
Ahora conozco --¡ay de mí!--
que es ilusión del deseo
la que me persuade a que
hablan conmigo los cielos;
que ellos no usaran confusos
enigmas, y más si atiendo
a que todos los espacios
del aire están tan serenos
que apenas pequeña nube
se decubre en todos ellos
que Boreal carro triunfal
sea de sagrado dueño
de la voz, pues una sola,
que allá en el perfil postrero
del horizonte es apenas
fingida garza del viento,
no es capaz trono de hermosa
deidad. Mas con todo eso
preguntar quiero otra vez,
--¡Oh tu sonoroso estruendo,
háblame claro!
VOZ: ¡To, to,
Barcino!
LIDORO: ¡A la cumbre!
FINEO: ¡Al puerto!
PERSEO: ¡Qué distinto voces ya
de las que escuché primero
responden! Pequeña tropa
allí, allí bajel pequeño,
el puerto y la población
buscando vienen, a tiempo
que de la parte del monte
cazadores, y monteros
salen también; pero a mí,
¿qué me importa todo esto
sino seguir a mi madre?
Y, pues que del rendimiento
tal vez se vale el rencor
humilde a sus plantas puesto,
solicitar que me diga
mi hado antes que llegue el tiempo.
PERSEO y
MÚSICA: "A decirlo sin decirlo,
y a saberlo sin saberlo."
VOCES: ¡To, to! Melampo, Barcino!
POLÍDITES: ¡Al llano!
LIDORO: ¡A la cumbre!
FINEO: ¡Al puerto!
MÚSICA: "A decirlo sin decirlo,
y a saberlo sin saberlo."
PALAS: "Ya, hermoso galán Mercurio,
alado dios del ingenio
que has querido que, dejando
el sacro palacio excelso
de Júpiter nuestro padre,
la fértil tierra pisemos
de Acaya haciendo sus montes
volcanes de nieve y fuego,
dime, ¿qué intento te trae
a sus campos pretendiendo
que yo en ellos te acompañe?"
MERCURIO: "Oye, y sabrás el intento
ya que, porque no le alcance
el siempre sañudo ceño
de nuestra madrastra Juno,
contigo a estos montes vengo.
Ya sabes, hermosa Palas,
cuya beldad, cuyo acero
las almas rinde a su agrado
y las vidas a su esfuerzo,
que de Júpiter divino
hijo el infeliz Perseo,
hermano es nuestro. Y ya sabes
que, por temor de los celos
de Juno no le declara,
obligando sus depechos
a que en rústicos sayales
le deje vivir muriendo.
Yo, compadecido hoy,
de ver su ultraje, atendiendo
a que Júpiter quisiera
responder a sus lamentos
si aquella infausta deidad
de la Discordia, a quien dieron
las altiveces de Juno
en nuestro dosel asiento,
sus soberanas piedades
no embarazara, pretendo
que interesados los dos
solicitemos un medio
que, sin decirle quién es,
le diga quién es, haciendo
que ni le pene el dudarlo
ni le embanezca el saberlo."
PALAS: "¿Qué medio puede ser ése?
Que, como tú le des, quiero
yo ayudarle; que también
su mal, como hermana, siento."
MERCURIO: "Yo le he de representar
en las fantasmas de un sueño
toda su historia, con que
alentado a un mismo tiempo
y desconfïado viva
pues, ignorando y creyendo.
Ni aquello le tendrá humilde
ni estotro le hará soberbio;
que, viendo por una parte
quién es y por otra viendo
que no es, las cercanías
disfrazadas en los lejos,
le harán que intente labrarse
la fortuna, conociendo
que para cierto es engaño
lo que para engaño es cierto.
A este fin le he de llevar
con algún fingido objeto
que le arrebate tras sí
a la gruta de Morfeo
donde, entre confusas sombras,
ha de ver su nacimiento."
PALAS: "Pues si has de fingir alguno,
el más hermoso, el más bello,
que puede para fingido
prestarte lo verdadero
es Andrómeda."
MERCURIO: "En su imagen
transformado hablarle pienso.
Sola la dificultad
que resta es que, Juno viendo
el fin, no intente estorbarlo;
a cuyo advertido afecto
tú, Palas, mañosamente
la has de asistir, pretendiendo
apartarla la Discordia
de su lado aquel momento."
PALAS: Yo te agradezco. No solo
lo piadoso del afecto
pero también lo sutil
de la industria te agradezco.
Y, pues lo que a mí me toca,
para reparar los riesgos
del hado que le amenaza,
es divertir el inquieto
semblante de la Discordia
que a pesar de todo el cielo
conserva en el cielo Juno,
yo desde aquí te lo ofrezco
con ánimo; que, si no
basta mañoso el intento,
baste el valor a arrojarla
del no merecido asiento
a cuyo glorioso fin
sobre las alas del viento
otra vez a los umbrales
de nuestra alcázar me vuelvo."
MERCURIO: "Pues yo en esta confïanza
hoy en la tierra me quedo
a fingir una hermosura
y a representar un sueño."
PALAS: "Pues queda en paz."
MERCURIO: "En paz partes
porque llegue a un mismo tiempo."
LOS DOS: "A decirlo sin decirlo,
y a saberlo sin saberlo."
VOCES: ¡To, to! Melampo, Barcino. POLÍDITES: Al valle. LIDORO: Al campo. FINEO: Al puerto. POLÍDITES: Retírese la gente y no prosiga
la caza.
CRIADO: ¿Qué es, señor, lo que te obliga?
POLÍDITES: Habiéndome informado
la desvelada posta del cuidado
que asiste con afectos singulares
en guarda de estos montes y estos mares,
por esperar que un día
--si no miente la docta astrología--
ha de venir una beldad a ellos,
madre de un joven que ha de enriquecellos
de triunfos, de que el sol será testigo.
Habiéndome informado, otra vez digo,
la atenta centinela,
que vela el mar y la campaña vela,
que unos y otros espacios
ocupan de estos rústicos palacios
extranjeras naciones, cuya nueva,
hallándome cazando el que la lleva,
en el monte me dio, saber deseo
quién son.
DANAE: (Aquí a Perseo Aparte
en las dudas dejé de mi fortuna.
Vuelvo a buscarle por si acaso alguna
razón puede en mi honor asegurarle,
ya que posible no es desengañarle
porque sellan mis labios,
de Juno celos y de Jove agravios.)
POLÍDITES: Solicita informarte
de alguién.
CRIADO: Una villana hacia esta parte
viene.
POLÍDITES: Al ver perfección tan soberana
de una deidad en traje de villana,
decidme --¡ciego estoy a luz tan pura!--
prodigio de estos montes --¡qué hermosura!--
¿qué gente es la que ve vuestro horizonte
sulcar el golfo y discurrir el monte?
DANAE: Aunque decirlo quiera,
no me es posible, que de la ribera
ni de camino vengo.
POLÍDITES: Esperad.
DANAE: Haré mal si me detengo
porque en alcance voy de otro cuidado.
POLÍDITES: Ya no lo llevaréis pues le habéis dado.
DANAE: Eso es lo que no entiendo.
POLÍDITES: Bien fácil es; pues lo que yo pretendo
decir es, que si os lleva
un cuidado y le dais, será acción nueva
darle y quedar con él.
DANAE: ¿A quién le he dado?
POLÍDITES: A quien le tiene ya de haber mirado
vuestra rara belleza.
DANAE: Es error; que no puede mi tristeza
dar su cuidado a nadie, y bien lo pruebo,
pues no es el que tenéis como el que llevo.
POLÍDITES: ¿No es de amor?
DANAE: Bien podría
ser que lo fuese; pero no sería
posible que lo fuese
tal que mi amor al vuestro pareciese.
Quedad con Dios.
POLÍDITES: Oíd.
PERSEO: ¿Qué es lo que veo?
DANAE: (A mal tiempo--¡ay de mí!--llegó Perseo.) Aparte
PERSEO: Hidalgos cortesanos,
queda la lengua esté, quedas las manos...
(¡Un nuevo fuego en mis entrañas arde!) Aparte
...que tiene la zagala quien la guarde.
POLÍDITES: ¡Qué donairoso brío
de joven!
DANAE: Perdonad, que es hijo mío
y, crïado en aquestas caserías,
no sabe lo que son cortesanías.
POLÍDITES: ¿Hijo es vuestro, o hermano?
PERSEO: ¡Qué lisonjero chiste cortesano!
¡Hijo y muy hijo!
POLÍDITES: ¿Y es de aquesta aldea?
DANAE: Aquí nació.
POLÍDITES: ¡Feliz la patria sea
de una y otra hermosura soberana!
¿Cómo os llamáis?
DANAE: Dïana.
POLÍDITES: ¿Hija de quién?
PERSEO: ¿Quién vio preguntas tantas?
No le respondas más.
CARDENIO: Dame tus plantas.
TODOS: Y a todos mos las dé.
BATO: No más que a vellas
que su merced se quedara con ellas.
POLÍDITES: Del suelo alzad.
CARDENIO: Habiéndome contado
vuestros monteros como habéis trocado
el bosque por la aldea,
vengo a saber, ¿qué dicha nuestra sea
la que aquí os ha traído?
POLÍDITES: Habiéndome informado que ha venido
por tierra y mar a aqueste puerto gente,
quise saber quién son.
CARDENIO: Pues facilmente
podrá informaros ella,
pues de tierra y de mar llegáis a vella.
DANAE: ¿Quién es, señor, aqueste caballero?
CARDENIO: El rey.
PERSEO: ¿Éste es el rey? Sin duda hoy muero.
LIDORO: Rústicos aldeanos,
decid...
FINEO: Decid, ilustres cortesanos...
LIDORO: ...¿por dónde de esta cumbre
antes podré vencer la pesadumbre?
(Pero, ¿qué es lo que miro?) Aparte
DANAE: (Lidoro es éste.) Aparte
LIDORO: (Justamente admiro Aparte
su hermosura y su seña.
Fuerza es callar, pues a callarme enseña.)
FINEO: Lo mismo mi deseo
os preguntara y, pues mi duda veo
en otros labios puesta,
satisfaga a los dos una respuesta.
POLÍDITES: Antes es bien que acuda
a dos dudas mi voz con una duda.
Quién sois saber pretendo
primero que os informe.
LIDORO: Yo siguiendo...
(Fuerza es disimular) ...voy la ventura
de la más infeliz, triste hermosura
que vio el sol, cuya mísera fatiga
a consultar a Júpiter me obliga.
No puedo detenerme ni hablar puedo.
FINEO: Yo tampoco; que pierdo, si me quedo,
el mejor temporal para volverme
al instante, que llegue a responderme
el oráculo a una
pregunta, hija también de otra fortuna.
Perdonad; que hoy sin responder me vaya.
CARDENIO: Ved que es el rey Polidites de Acaya
con quien habláis.
LIDORO: A vuestras plantas pido
me perdonéis.
FINEO: También a ellas rendido
me sirva de disculpa
saber que la ignorancia nunca es culpa.
POLÍDITES: Ya que sabéis quién soy, saber es fuerza
quién sois los dos.
FINEO: Aunque el efecto tuerza
de mi primer intento,
ley el respeto es. Escucha atento.
Casiopea de Trinacria,
hermosa infelice reina
--que las infelicidades
son lunar de las bellezas--
de Cefeo, amante suyo,
una hija tuvo tan bella
que afrentó con su hermosura
toda la naturaleza;
puesto que desconfïada
de hacer otra como ella
en sus excelencias mismas
apuró sus excelencias.
Creció Andrómeda--que éste
es su nombre--tan perfecta...
¿Pensarás que a decir voy
que no hay nadie que la vea
que no le enamore? Pues
tan al contrario lo piensa;
que no hay nadie que la mire
que la ame; que no deja
esperanzas para amarla
a nadie que llegue a verla.
Y ansí, en su primer instante
la voluntad más atenta
no es posible quedar viva
viendo su esperanza muerta.
Dígalo yo; pero eso
no es del caso. Casiopea,
mirando a Andrómeda un día
que a la orilla lisonjera
del Nereo festajada
de las hermosas Nereidas,
ninfas suyas, florecía
el oro de sus arenas
al contacto de sus plantas,
desvanecida y soberbia,
les dijo, "Decid a Venus,
marítima deidad vuestra,
que reina de la hermosura
no se entitule; pues llega
a ver que Andrómeda sola
hay que ese imperio merezca;
pues que ella sola debía
ser de la hermosura reina."
Ofendiéronse las ninfas;
que, en tocando a esta materia
de "más hermosa soy yo,"
no hay deidad que no lo sienta.
Sumergiéronse en las ondas
y, ofendidas por sí mesmas,
en voz de Venus pidieron
satisfacción de la ofensa.
Nereo, sagrado río
que en el mar gozoso entra,
sólo por ver si en el mar
con alguna espuma encuentra
de las que fueron de Venus
cuna, pues amante de ella
son sus lágrimas sus ondas,
sintió de fuerte la afrenta;
que en toda Trinacia quiso
vengarla y satisfacerla.
Marino monstruo escamado,
de cerúleas verdinegras
conchas, con pies y con alas
en sus bóvedas engendra,
de sus entrañas aborta,
y de sus senos revienta,
tan disforme que si nada,
tan tremendo que si vuela,
brama el aire y gime el mar
confundidos de manera
que no se sabe si es
aire o mar adonde llega;
pues escupidas las ondas
hace, cada vez que alienta,
que el mar se suba a las nubes
y el aire a las ondas venga
a ocupar aquel vacío,
haciendo la azul esfera
mil desiguales montañas
de nubes y de cavernas.
Éste, pues, fiero vestigio,
ésta, pues, marina bestia
con su saliva las aguas
de todo el río avenena,
con su anhélito inficiona
del monte plantas y hierbas
y de todos los ganados
el templado ambiente infesta.
A la orilla no es posible
llegar nadie que no sea
pasto suyo. No hay bajel
de cuantos al puerto llegan
que no zozobre a su vista
porque su estatura inmensa,
si se mueve es huracán,
escollo si se está queda.
De suerte que horror y susto
tienen a Trinacia hecha
sepultura de sí misma
en sed, hambre y pesta envuelta.
De varios ritos ha usado,
devota, la piedad nuestra,
sacrificándola a Venus
en sus altares diversas
víctimas pero ninguna
su sacra ojeriza templa.
Yo, que más interesado
que todos soy en su adversa
fortuna porque infelice
primo de Andrómeda bella
espero lograr su mano
siendo en tan gloriosa empresa
el no merecerla medio
de llegar a merecerla,
a Júpiter en su templo
que más antiguo celebra
la anciandidad de los siglos
que es ése, cuya eminencia
sobre la siempre nevada
cerviz de Acaya se asienta,
ofrecí un precioso don
que traigo conmigo en muestra
del voto. Y así te pido,
señor, que me des liciencia
para penetrar su cumbre
y saber de su respuesta
qué sacrificios a Venus
haremos con que se vea
su beldad desagraviada
y mi feliz patria exenta
de este monstruo que le aflige,
este susto que la cerca,
este pasmo que la asombra,
y este horror que la atormenta.
POLÍDITES: ¡Extraño caso!
DANAE: ¡Notable
prodigio!
PERSEO: ¡Rara extrañeza!
No porque haya un monstruo, cuanto
porque no haya quien lo venza.
LOS VILLANOS: ¿Quién de oírlo no se admira?
BATO: ¿Quién de escucharlo no tiembra?
LIDORO: Aunque de esta novedad
tan grande el extremo sea,
oye, señor, que no menos
extraña es la que me lleva
al templo también a mí
de Júpiter con la mesma
acción, si bien es la causa
en sus principios opuesta.
(¡Ay, Danae, no sé si al verte Aparte
palabras tendrá la lengua!)
Yace a la falda de aquel
monte africano que ostenta
sobre su cerviz el cielo,
bien que ya alguna experiencia
mostró que sólo un cuidado
aun más que sus rumbos pesa,
yace pues, digo, a su falda
una fábrica pequeña,
casa de camnpo a una parte
y a otra una intricada selva,
cuya varïado país
tiene siempre en competencia
de primores, aquí el arte,
y allí la naturaleza.
Ésta, pues, noble alquería
nativa cuna primera
fue de Medusa, beldad
tan sin ejemplar que apenas
le vendrán las alabanzas
que otro de Andrómeda cuenta,
bien que no tan venturosa,
cuya infelice experiencia
dice que es más su hermosura
cuanto es más triste su estrella.
Entre cuantas perfecciones
doró el cielo su belleza.
En la que más se esmeró
fue el cabello, cuyas hebras
hiló el sol entre sus rayos,
siendo su frente una esfera
que trenzada anochecía
porque amaneciese suelta.
Dígalo el efecto, pues
un día que a la ribera
[d]el mar a peinar salió
el rubio Ofir de sus trenzas,
envidioso al ver Neptuno
que el aire en su espacio tenga
más bello golfo de ondas,
cuyos piélagos navegan
en bajeles de marfil
conchas de nácar y perlas,
pasó la envidia a deseo
si ya no a codicia necia
de presumir que podía
enriquecer su soberbia
con el oro de otras Indias,
más ricas cuanto más cerca.
Amante pues, suyo no,
se valió de las finezas
de rendido; que el amor
de un poderoso no ruega
cuando puede la caricia
valerse de la violencia.
Y ansí, un día que la vio
en el templo de Minerva,
que a las orillas del mar
sobre sus rizos se asienta,
desatando de sus ondas
toda la saña violenta
para sus tranquilidades
se valió de sus tormentas.
El templo inundó y entre
el susto que a todos cerca,
el miedo que a todos turba,
el pavor que todos ciega,
reservando de Medusa
la soberana belleza,
por fuerza logró su amor.
Mas miente, miente mi lengua;
que aunque consigue, no logra
el que consigue por fuerza.
Minerva, ofendida al ver
los dos sacrílegas muestras
que a su templo y su decoro
hizo la ruina y la ofensa,
no pudiendo de él vengarse,
dispuso vengarse en ella;
que un rencor que en el culpado
no se satisface queda
siempre rencor hasta que
en el que puede se venga.
Y viendo que fue el cabello
causa de su amor primera,
las hebras que fueron de oro
trocó en rizadas culebras
cuyo veneno en los ojos
se comunica y se ceba,
tanto que a ninguno miran
que en tronco no le conviertan.
Rabiosa vive en los montes,
tan sañuda bandolera
de las vidas que no pasa
peregrino que no muera
a su vista, racional
basilisco de la selva.
Nadie se atreve a matarla
porque nadie que a ver llega
su rostro vive. Y porque
darla la muerte no puedan
dormida, sus dos hermanas
están en su guarda puestas
de suerte que cuando una
descansa la otra está en vela.
Con que es posible que
remedio este asombro tenga
si ya Júpiter sagrado
a quien yo traigo otra ofrenda
como príncipe que soy
de aquella Africana tierra
--bien que príncipe infelice
dado a fortunas adversas
tanto que si hablara de otras
no fuera la mayor ésta--
con su piedad no socorre,
con su poder no remedia,
este escándalo, esta ruina,
este estrago, esta violencia,
en sus oráculos dando
a mis preguntas respuesta
de cómo desenojar
a la deidad de Minerva
cuando libre mi patria
de desdichas y miseras,
ansias y calamidades,
iras, muertes y tragedias.
POLÍDITES: De vuestros raros sucesos
tanto me admiran las nuevas
que tengo de acompañaros
al templo por ver qué llega
Júpiter a responderos.
(Mas miento --¡Ay zagala bella!-- Aparte
por verte este rato más
no doy a la corte vuelta.)
FINEO: Guárdete el cielo. LIDORO: Tus plantas
beso. (¡Ay, Danae, quién pudiera Aparte
hablarte!)
DANAE: (¡Quien por no verte, Aparte
Lidoro, ni que supieras
de mí, se hubiera anegado
en el mar!)
CARDENIO: Ven, Diana bella,
a ver Júpiter qué dice
en maravillas como éstas.
DANAE: Ven, Perseo.
PERSEO: Ya yo voy.
GILOTE: Ven, Bato.
BATO: Id vos norabuena
que yo no pienso ir allá.
ERGASTO: ¿Por qué?
BATO: Porque no quijera
ver nada que me acordase
de que hay monstruos y culebras
en el mundo; pues me basta
saber que hay suegros y suegras,
que hay cuñados y cuñadas,
que hay tíos, tías y viejas,
y viejos, y finalmente
que ay...
GILOTE: Di, ¿qué?
BATO: Dueños y dueñas.
PERSEO: ¿Loco pensamiento mío,
que cuando ignoras quién eres
pasar temerarios quieres
de la duda al desvarío
adonde te lleva el brío
presumiendo, altivo y vano,
que uno y otro horror tirano
tú solo vencer podrás?
¿Si oyendo a un villano estás
que aun no eres un villano?
¿Quién de Trinacia venciera
el monstruo? Y de África, ¿quién
venciera el pasmo también?
¿Para qué nadie pudiera
decir que más que yo era?
Pues a quien se hace por sí
la fortuna es a quien vi
dar mayor estimación
que hijos de sus obras son
los hombres; mas...
ANDRÓMEDA: ¡Ay de mí!
PERSEO: El "ay de mí" aquella roca
antes que yo pronunció.
No sin causa me quitó
el suspiro de la boca
pues es mi suerte tan poca
que ni aun suspirar merece
por el alivio que ofrece
el "ay" de un triste; y assí
no digo yo el...
ANDRÓMEDA: ¡Ay de mí!
PERSEO: Oírse más cerca parece.
Mal haré si osado no
descubro cúya es la ira
que anticipada suspira
porque no suspire yo.
ANDRÓMEDA: Si el cielo, oh joven, te dio
valor que desmienta el traje,
siendo de tu vida ultraje,
verse de sayal vestida,
procura amparar mi vida
de una fiera, antes que baje
de ese risco donde --¡ay cielos!
andando a caza la vi.
PERSEO: Cobra el aliento y de mí
fía, oh beldad, tus recelos
que no esos azules velos
en vano a mí te han traído.
ANDRÓMEDA: Que no me siga, te pido,
mientras yo escapo.
PERSEO: Eso no;
que mal podré vencer yo
dejándome tú vencido.
Si, mientras te dejo ir,
ella de esos montes baja
y en otra parte te ataja,
¿de qué te podré servir?
Y ansí, pues he de morir
en tu defensa, será
bien que no te deje ya
pues el riesgo de que huir quieres
está donde tu estuvieres
no donde la fiera está.
ANDRÓMEDA: Eso es querer que yo hoy
dé en un riesgo por huir,
de otro. Ni me has de seguir,
joven, ni saber quién soy.
Y ansí, mientras yo me voy,
buscar la fiera procura.
PERSEO: ¿No ves que será locura
de vario amor por hallar
a una fiera aventurar
el perder una hermosura?
Contigo he de ir pues contigo
va tu peligro.
ANDRÓMEDA: ¡Eso no!
Quédate.
PERSEO: Mal podré yo
acabarlo ya conmigo.
ANDRÓMEDA: Pues, sígueme.
PERSEO: Ya te sigo. ANDRÓMEDA: Si a volar te atreves, mas... PERSEO: El viento se deja atrás. ANDRÓMEDA: ¿Aún seguirme intentas? PERSEO: Sí.
ANDRÓMEDA: ¡Ay, infelice de ti;
que no sabes dónde vas!
PERSEO: Como vaya donde fueres
no temo infelicidad.
ANDRÓMEDA: Ya que mi velocidad,
mísero joven, prefieres,
búscame si hallarme quieres
en esta gruta.
PERSEO: Aunque veo
que en la gruta de Morfeo
se ha entrado, tras ella voy.
ANDRÓMEDA: Aquí me hallarás, pues soy
la sombra de tu deseo.
DISCORDIA: No hallará, porque primero
le diré yo cuanto pasa
a Juno.
PALAS: "Calla, Discordia."
DISCORDIA: ¿Cuándo la Discordia calla?
¡Sagrada deidad de Juno!
PALAS: "No prosigas."
DISCORDIA: Suelta.
PALAS: "Aparta.
No has de hablar."
DISCORDIA: No he de callar.
Mira que en el cielo Palas
y que Mercurio en la tierra...
PALAS: "Suspende la voz."
DISCORDIA: Aguarda.
Por declarar el bastardo
hijo de Júpiter, andan
en oprobio de tus celos;
pues, si una vez le declaran
sabrá el mundo que no estima
tu mérito el que te agravia.
PALAS: "Suspende la aleve lengua,
mentida deidad, pues basta
que el acento de tu voz
sonando sin consonancia
diga quién eres sin que
lo diga también la saña
de tu siempre escandalosa
condición."
DISCORDIA: En vano tratas
que calle; y si, para esto
de Juno agora me apartas,
yo sabré volverme a ella.
PALAS: "No harás; porque hasta que haya
Mercurio el fin conseguido
que pretende, a cuya causa
con la bellísima imagen
de Andrómeda llevar traza
a la gruta de Morfeo
a Perseo, mi esperanza
te tendrá aquí."
DISCORDIA: Mal podrás.
PALAS: "Mira."
DISCORDIA: Suelta.
PALAS: "Escucha."
DISCORDIA: Aparta
o desde aquí daré voces.
PALAS: "Pues mira; que, si no callas,
te haré callar de otra suerte."
DISCORDIA: ¡Qué soberbia con las armas
que te dio Marte, rendido
a tu hermosura y tu gracia,
estás! Pero contra mí
ni escudos ni arneses bastan
porque, ¿qué puedes tú hacerme?
PALAS: "Arrojarte de este alcázar."
DISCORDIA: ¿Tú a mí?
PALAS: "¡Yo a ti!"
DISCORDIA: Pues si Juno
en él me conserva y guarda,
¿de qué suerte podrás tú
obligarme a que de él salga?
PALAS: "¡De esta suerte! Recibid,
montes, en vuestras entrañas
esta mentida deidad
que arroja del cielo Palas."
DISCORDIA: ¡Ay infelice de mí!
PALAS: "Sigue, Mercurio, la instancia
sin temor que la Discordia
ya de entre nosotros falta."
FIN DE LA PRIMERA JORNADAJORNADA SEGUNDAPERSEO: Seguirte tengo, aunque te entres
al centro más pavoroso.
ANDÓMEDA: Aquí me hallarás, Perseo,
rayo y sombra, en humo y polvo.
PERSEO: ¿Qué lóbrega estancia es ésta
en cuyos cóncavos hondos
delirios son cuantos veo,
fantasías cuantas toco?
¡Oh tú, caduca deidad
que con nombre de reposo
paréntesis de la vida,
eres la muerte del ocio!
Dime, si una sombra sigo,
¿cómo --¡ay, infelice!-- cómo
entre tantas no la encuentro
en sitio tan pavoroso?
Si aquí tras ella llegando...
--¡mas ay!-- que cuando te invoco
no ya los conceptos pero
aun las palabras no formo.
Recíbeme a tus umbrales
que ya a tus fuerzas me postro,
viva peña entre tus peñas,
vivo tronco entre tus troncos.
MORFEO: "Felice infelice joven,
pues en un instante propio
eres de unos dios ceño
y eres cuidado de otros,
lo fiera de una deidad
temple de otra lo piadoso,
y quédese en mi silencio
informe el amor y el odio.
Quién eres has de saber,
y, en aquel instante proprio,
aún has de ignorar quién eres
viendo que no es nada todo."
PERSEO: ¿Cómo es posible --¡ay de mí!--
que si yo una vez me informo,
vuelva a quedar con la duda?
MORFEO: "Agora te diré cómo.
Representadle ilusiones
su nacimiento, de modo
que le vea y que no sea
creído después de los otros."
PERSEO: ¿Mi madre entre tantas reales
pompas, estrados y adornos?
¿Qué es esto, cielos?
DANAE: Cantad,
por si algún aliento cobro.
DUEÑA: Canten haciendo labor;
que bien puede hacerse todo.
DAMAS: "Ya no les pienso pedir
más lágrimas a mis ojos
porque dicen que no pueden
llorar tanto y ver tan poco."
DANAE: Bien a la fortuna mía
corresponden letra y tono
pues lo que lloro y no veo
son mi consuelo y mi enojo.
Mi consuelo, pues no tienen
mis penas más desahogo
que el de la piedad y el llanto
que en estas prisiones formo,
y mi enojo, pues al ver
que de él el alivio gozo
le aborrezco de manera
que por no gozarle sólo...
DANAE y DAMAS: "Ya no les pienso pedir
más lágrimas a mis ojos."
DANAE: ¿Para qué, piadosos cielos
--si es, cielos, que sois piadosos--
en dar a un infeliz vida
quitáis de la vida el logro?
Si a vivir presa nací,
no nacer fuera más proprio;
que no es lisonja de un preso
el dorarle el calabozo.
Si para llorar sin ver
me habéis dejado los ojos,
para todo los quitad
o dádmelos para todo.
Ved que quejosos de mí
no quieren uno sin otro.
DANAE Y DAMAS: "Porque dicen que no pueden
llorar tanto y ver tan poco."
DANAE: ¿Qué delito cometí
para que tan riguroso
mi padre me la castigue?
Si enamorado Lidoro
de un retrato, a verme vino,
¿qué causa es de que celoso
tema tanto de su amor
y fíe de mi honor tan poco
que me prenda? Mas, ¡ay triste!
¿Para qué gimo ni lloro?
Cantad, cantad repitiendo
una y otra vez a coros.
COROS: "El que adora imposibles llüeva oro
que sin él nada se vence y con él todo."
DANAE: Oíd. ¿Qué nuevo acento es
el que por los aires oigo?
DAMA 1: No sé, señora, mas sé
que aún ése no es el asombro.
DANAE: ¿Pues qué?
DAMA 2: Que de la dorada
techumbre el artesón roto
se viene abajo, lloviendo
sobre nosotras el oro
que le esmaltaba.
DAMA 3: Es en vano,
que el que llueve a lo que noto;
es de más sagrada nube.
DAMA 4: Sea él fino, aunque es hermoso,
y venga como viniere.
DAMA 1: Sin duda que algún dios mozo,
recién heredado, quiere
aplausos de generoso
y echa el oro por ahí
que le dejó en patrimonio
el viejo dios de su padre.
DAMA 2: Coge, Laura."
DAMA 3: Ya yo cojo.
Desde hoy, senora, he de ser
de escaparate y biombo.
DAMA 4: Mañana hago treinta estrados
que ya cinco o seis son pocos.
DUEÑA: Yo el solar de la montaña
que fue de mi abuelo compro.
DAMA 1: Por vida de cuantos hay
que si mi dote recojo
y una vez rica me veo,
que no ha de gozarme esposo
letrado. Espada y guedeja
ha de ser mi matrimonio.
PERSEO: ¿Qué dulce sueño me tiene
aún más que dormido, absorto?
DANAE: ¿Qué prodigio es éste, cielo?
JÚPITER: "Ya yo a tus dudas respondo." "El que adora imposibles llüeva oro;
que sin él nada se vence y con él todo."
JÚPITER: "Hermosísima beldad,
en cuyo divino rostro
por uso de lo desdichado
se ha vengado de los hermoso,
Favonio, el galán de Flora,
que es el que penetra sólo
tu alcázar porque no hay
alcaide para Favonio,
con sus flores me ha pintado
tus perfecciones, de modo
que a tu fama los oídos
se han rendido sin los ojos.
Y para llegar a verte
del aire mismo celoso
divirtiéndome las guardas
aquesta lluvia dispongo."
"...el que adora imposibles llüeva oro;
que sin él nada se vence y con él todo."
DANAE: Alada deidad, ¿quién eres;
que tus señas desconozo;
que el oro, el ave y las alas
piensan uno y dicen otro.
JÚPITER: "Júpiter soy aunque ves
que de las plumas me adorno
de Amor; que para llegar
a tu vista más dichoso
depuesto el ceño sagrado,
depuesto el semblante heroico
con que los rayos esgrimo
y los relámpagos formo,
liberal y hermoso quise
que me vieses, y así tomo
de la ave, de Cupido
la ala, y el metal de Apolo.
Si bien sólo esto bastara
que para llegar airoso
a los ojos de una dama,
no hay más gala que el soborno;"
"...el que adora imposibles llüeva oro;
que sin él nada se vence y con él todo."
DANAE: Si eres Jove, como dices,
y es fuerza que seas piadoso,
duélete de mí. No quieras
que de tu afecto amoroso
sea trofeo mi vida.
Decreto hay, que al punto propio
que entre aquí, aunque sea deidad,
me echen derrotada al golfo
del mar.
JÚPITER: "Yo sabré ampararte
cuando alguien te diere enojo.'
DANAE: ¿No es mejor no darle tú
que vengar que los dé otro?
JÚPITER: "¿Cuándo lo fue el rendimiento?"
DANAE: Ahora lo es. ¡Cielos, socorro!
JÚPITER: "Porque sus voces no escuchen,
decidme conmigo vosotros..."
"...el que adora imposibles llüeva oro;
que sin él nada se vence y con él todo."
DANAE: Aunque los cientos confundas,
mi voz saldrá sobre todos.
¡Cielos, piedad; favor, cielos!
¡Socorro, dioses, socorro!
MÚSICA: "El que adora imposibles llüeva oro;
que sin él nada se vence y con él todo."
PERSEO: ¡Oye, aguarda, escucha, espera!
¡Que aunque seas poderoso,
Júpiter, vengaré en ti
de mi madre! Mas, ¿qué loco
del sueño despierto? Pues
nada veo, nada oigo
de cuanto veía y oía.
¿No es éste aquel sitio propio
donde mentida ilusión
contra el sangriento destrozo
de una fiera, me pidió
favor? Sí, pues, como...
DANAE: ¿Cómo,
Perseo, cuando caminan
al templo llevados todos
de dos tan nuevos prodigios,
tú aquí te has quedado sólo?
A cuya causa a buscarte
como esposa y madre torno.
PERSEO: ¿Quién vio aquellas majestades
y ve estos sayales toscos?
DANAE: ¿Qué te suspende?
PERSEO: No sé.
DANAE: ¿Qué tienes?
PERSEO: No sé.
DANAE: ¿Qué ahogo
te aflige?
PERSEO: No sé.
DANAE: ¿Qué pena
lloras?
PERSEO: No lo sé tampoco.
DANAE: ¿Nada sabes?
PERSEO: No sé nada,
y pienso que lo sé todo.
DANAE: ¿Cómo?
PERSEO: No sé.
DANAE: ¿Al "no sé" vuelves?
PERSEO: Conmigo hiciste lo propio,
y déjame. No me apures
obligándome a que absorto
te pregunte, ¿qué se hicieron
tus galas y tus adornos,
tus faustos, tus majestades,
presa entre los reales solios
de un alcázar? Mas, ¿qué digo?
Mienten las voces que formo,
mienten los sueños que creo,
y las fantasmas que ignoro.
DANAE: Perseo, de cuanto has dicho
nada entiendo.
PERSEO: Yo tampoco.
DANAE: Dale al aire lo que es suyo.
PERSEO: Sí, haré; pues basta estar loco
sin que sepan que lo estoy.
DANAE: ¡Qué sentimiento!
PERSEO: ¡Qué ahogo!
DANAE: ¡Qué confusión!
PERSEO: ¡Qué delirio!
LOS DOS: ¡Qué pasmo!
FINEO: ¡Qué horror!
LIDORO: ¡Qué asombro!
PERSEO: Segunda vez de la boca
me ha quitado licencioso
el aire el suspiro.
DANAE: ¿Quién
de la lengua y de los ojos,
embargándome el gemido,
me ha embarazado el sollozo?
PERSEO: Cuantos al templo subieron
parece que temerosos
vienen al valle.
DANAE: ¿Quién duda
que Júpiter riguroso
les ha respondido?
PERSEO: Yo
no lo dudaré. Si noto
que a dios que sueño en delitos,
no es mucho hallarle en enojos.
Y, si es consuelo del triste
la sociedad del ahogo,
callemos en nuestras penas
y oigamos las de los otros.
BATO: Yo no entiendo aquestos dioses
que andan siempre con mosotros
en oráculos, habrando
allá por sus circumlquios
que nadie hay que los entienda.
PERSEO: ¡Bato!
BATO: ¡Válgame el dios Momo
que es dios de los que habran más
que deben!
PERSEO: No temeroso
huyas de mí; que ya quiero
ser tu amigo.
BATO: ¿De qué modo?
Porque hay modos en amigos
y hay modillos y hay modorros.
PERSEO: Agradeciéndote el que
me desengañes tú solo.
BATO: Oigan. Ya la purga va
obrando. También y todo
era golloria el querer
que obrase al instante propio.
DANAE: Dime a mí, ¿qué hubo en el templo
que vuelven tan tristes todos?
BATO: Que hicieran sus sacrificios
los dos, y al uno y al otro
Júpiter respondió...
LOS DOS: ¿Qué?
BATO: Dos casos bien espantosos.
LOS DOS: ¿Qué son?
BATO: De uno no me acuerdo
bien, mas del otro tampoco.
Y, pues ya aquí los he dicho
voy a decirlos a otros,
que no hay cosa como andar
con sus nuevas de retorno
uno engañando a otros tantos,
a otros tintos y a otros tontos.
LOS DOS: ¿Qué les habrá sucedido?
FINEO: ¡Triste pena!
LIDORO: ¡Fiero asombro!
FINEO: No hay consuelo para mí.
LIDORO: Ni para mí le ha de haber.
POLÍDITES: Aunque con vosotros fui
al templo para saber
vuestras respuestas, y oí
la voz de Júpiter, no
entendí de su sentido
el sentido que causó
vuestro temor, y así os pido
me la repitáis.
FINEO: Mal yo
podré con discursos sabios
articular mis agravios
ni sus venganzas porque,
al pronunciarlas, no sé
si aliento tendrán los labios.
"Ofrecida al monstruo muera
Andrómeda," su confusa
voz dijo, horrible y severa,
"pues con solo eso se excusa
de Trinacria la ira fiera."
Con que dos desdichas lloro:
si al oráculo no creo,
el sacrilegio no ignoro;
y si le creo, trofeo
de un monstruo hago a la que adoro,
de suerte que a un tiempo me hallo
entre creerlo y dudallo,
fiel de uno y otro castigo
pues muero yo si lo digo,
y ella y todos si lo callo.
LIDORO: En mí de no menos fiera
respuesta su deidad usa,
pues dijo de esta manera,
"De la sangre de Medusa
uno y otro alivio espera."
De modo que da a entender
que hasta que haya quien dé muerte
a Medusa, no ha de haber
quien nos pueda defender
de persecución tan fuerte.
POLÍDITES: De las dos respuestas creo,
habiendo oído cada una
de por sí, que se hace una.
LOS DOS: ¿Cómo?
POLÍDITES: Repita el empleo
cada cual de su fortuna.
FINEO: "Ofrecida al monstruo muera
Andrómeda; que esto excusa
de Trinacia la ira fiera."
LIDORO: "De la sangre de Medusa
uno y otro alivio espera."
POLÍDITES: Luego bien se da a entender
que uno de otro haya de ser
el remedio. Y, siendo así,
que ya no tenéis aquí
que esperar, pues el poder
de Júpiter, indignado
hoy con los dos, ha mostrado
en uno y otro sentido
que está en Venus ofendido
y está en Minerva agraviado.
Sin otra particular
causa de oculto destino
que a mí me obliga a guardar
el puerto, ése es tu camino
y el tuyo también el mar.
Id en paz.
FINEO: Dudando iré.
¡Ay, Andrómeda! ¿Qué haré
entre callar o morir!
LIDORO: Tus pies beso. Fuerza es ir;
mas yo, Danae, volveré.
POLÍDITES: Cardenio, yo también quiero
dejar la aldea.
CARDENIO: Señor,
no es éste el favor primero
que viene, como favor,
tardo y se vuelve ligero.
POLÍDITES: El cielo or guarde, Dïana.
DANAE: Él aumente vuestra vida.
POLÍDITES: (¡Qué beldad tan soberana!
Aunque ves que mi partida
finjo, Libio, sólo es gana
de quedarme retirado
de ese monte en lo intricado
por si alguna ocasión veo
en que hablar pueda el deseo
a esa esfinge que ha robado
con su hermosura, su brío,
y su ingenio mi albedrío;
pues pensé que le tenía,
y era porque no sabía
que era suyo y no era mío.)
DANAE: Padre, de un grande pesar
cuenta te quisiera dar.
CARDENIO: Pues de aquí nos retiremos.
DANAE: Ven conmigo; que tenemos
muchas cosas que tratar.
PERSEO: (Pues de mí se han recatado Aparte
dejarlos quiero. ¡Oh, hado!
Dime sin tanto desdén
si fue soñado mi bien;
pero, ¿qué bien no es soñado?)
DANAE: Sabrás, padre, que ya están
nuestros sucesos...
VOCES: ¡Aparta!
¡Ténganse!
DANAE: ¡Ay de mí!
CARDENIO: Hacia allí
oí ruidos de cuchilladas.
Voy a saber si es Perseo.
DANAE: Tras ti iré. LIDORO: ¡Detente, aguarda!
Que yo he fingido este ruido
porque su industria me valga
para hablarte.
POLÍDITES: Sola el viejo
la dejó. Bien es que salga;
mas otro --¡ay de mí!--- por mano
me ganó.
LIBIO: Pues oye y calla.
DANAE: Lidoro, ¿pues no bastó
la seña de que callaras,
para que la obedecieras?
LIDORO: Con gente, sí, pero...
DANAE: Aparta.
LIDORO: Estando sola, ¿cómo es
posible que mi esperanza
que llora tu muerte, pueda?
DANAE: No prosigas. ¡Basta, basta!
Que importa mucho que nadie
sepa quién soy.
POLÍDITES: Oye y calla.
que aquí, sin duda, algún grave
secreto hay que los dos guardan.
LIDORO: Si por un retrato tuyo,
bella Danae soberana...
POLÍDITES: ¡Danae dijo! ¿Si es aquélla
que es asunto de la fama?
LIDORO: ...vine a verte; si celoso
Acrisio tu padre, a causa
de nuestras enemistades,
te encerró en aquel alcázar
que apenas rompió Favonio,
veloz amante de Laura,
si de él, no sé por qué...
DANAE: ¡Ay triste!
LIDORO: ...transcendiendo su venganza
de crüel a escandalosa,
de terrible a temeraria,
en un derrotado leño
supe que te echó a las aguas,
y sobre tantas fortunas
te hallo en traje de villana.
¿Cómo es posible que deje,
a costa de via y alma,
de socorrer tus desdichas,
de socorrer tus desgracias,
y saber, Danae, en qué puedo
ampararte?
CARDENIO: No fue nada
el ruido. Ven, Diana bella.
POLÍDITES: Detente, Danae, no vayas...
CARDENIO: ¿Qué escucho?
DANAE: ¿Qué oigo?
LIDORO: ¿Qué veo?
POLÍDITES: ...sin que primero mi saña
castigue dos osadías,
contra mi decoro ambas,
bien que la tuya, extranjero,
mandándote que te vayas
y habiendo vuelto, parece
que hay sagrado que la valga,
y así, a precio de que sepa
de ti quién es esta rara
perfección, quiero a la queja
hacer de tu vida gracia.
Vete, pues, y advierte que
si aquí otra vez...
LIDORO: Señor...
POLÍDITES: Nada
me digas.
LIDORO: ¡Ay infelice!
Yo me iré pues mi contraria
suerte, para volver sólo
a perderla, volvió a hallarla.
¡Ah, fortuna de extranjeros,
por cuántos desaires pasan!
POLÍDITES: ¿Cómo, bárbaro villano,
cuando tengo puestas guardas
a estos montes y a estos mares
porque nadie entre ni salga
sin que yo lo sepa, vos
ocultáis en vuestra casa
quizá la beldad que espero,
de quien mis reinos aguardan
los trofeos, las victorias
y los aplausos que sabia
anticipa en las estrellas
la luz de la judiciaria?
¡Vive el cielo, que a mis manos
has de morir!
DANAE: ¡Señor...!
POLÍDITES: Nada
ha de valerle tu ruego
porque eres tú a quien agravia.
CARDENIO: Señor, yo...
PERSEO: ¿Qué es lo que miro?
POLÍDITES: ¡Muere, traidor!
PERSEO: Ten la daga,
señor, y emplea...
DANAE: ¡Ay de mí!
PERSEO: ...su cuchilla en mi garganta
que mejor cortará en estos
bríos que en aguellas canas.
POLÍDITES: Levanta, Perseo, del suelo,
que tú y Danae...
PERSEO: (¡Pena rara! Aparte
Danae dijo.)
POLÍDITES: ...desde hoy
habéis de deberme tantas
finezas que la primera
su vida es...
LOS DOS: Beso tus plantas.
POLÍDITES: ....y porque no aquí se quede
el principio a mi esperanza,
¡Libio!
LIBIO: ¿Señor?
POLÍDITES: A la corte
es bien que al instante partas
y que prevenido vuelvas
de carrozas, joyas, galas,
y todos los aparatos
que convienen a una infanta
de Epiro. Y a ti, porque
iguales extremos hagas
con los dos, mi amor te ofrece
darte ejércitos y armadas
con que vengues tus agravios
y restituyas tu patria.
Porque has de saber, Perseo,
que eres de sangre tan alta
que en aquesta obligación
me pone el cielo, venganza
de la tiranía de Acrisio,
tu abuelo, que en una barca
al arbitrio de la espuma
pobre, sola y derrotada
a Danae contigo en brazos
al mar, sin vela ni jarcia
entregó a las fieras ondas.
Paréceme que te extrañas
de que lo sepa; pues no
lo extrañes porque crïadas,
si con oro callan, Danae,
dos días, cuatro no callan.
Y así, pues con tus sucesos
hoy mis sucesos se enlazan,
dándose la mano a un tiempo
tu noticia y mi esperanza,
ven conmigo en tanto que
Libio de la corte traiga
lo que he mandado, y vosotros,
pastores de estas montañas,
venid a pedirme albricias.
TODOS: ¡Vivan Perseo y Dïana!
POLÍDITES: No digáis Dïana, Danae
es el nombre que la ensalza.
PERSEO: ¿Si es que sueño todavía?
Pero sueñe o no, me basta
ser hijo de mis delirios
para emprender cosas altas.
GILOTE: ¡Viva Danae, y tú perdona
a quien se pone a tus plantas!
PERSEO: Alzad, amigos, que todos
habéis de ser en tan raras
fortunas interesados.
DANAE: De confusa y de turbada,
nada a responder acierto.
CARDENIO: Ni yo acierto a decir nada.
DANAE: Padre, adiós.
CARDENIO: En dos pedazos
el corazón me arranca.
POLÍDITES: Venid, y si fue hasta aquí
vuestra fortuna contraria,
ya favorable será.
DISCORDIA: No será, porque mi rabia
impedir sabrá sus dichas.
MERCURIO: "Sí será, porque mi instancia
todas sabrá hacer que llegue
a cumplirlas y lograrlas."
DISCORDIA: ¿Qué es esto, traidor Mercurio?
¿No basta--¡ay de mí!--, no basta
que con tan pública nota
me echase del cielo Palas
sino que en la tierra tú
también me persigas?
MERCURIO: "Calla,
y persuádete a que yo
asistirle tengo en cuantas
acciones intente."
DISCORDIA: Pues,
yo tengo de embarazarlas
con mayor poder, y ansí
al arma, Mercurio.
MERCURIO: "Al arma,
Discordia. Y viva quien venza."
BATO: ¡Bravas novedades andan
en estos montes, pardiez!
Que dicen que la arrogancia
de Perseo va saliendo
verdad. Éste de las alas
me lo dirá. Callabero,
¿es verdad el runrún que anda
de que es príncipe Perseo
y que su madre Dïana
es una reina?
MERCURIO: "Verdad
es."
BATO: ¡Ay, Dios, y qué bien canta!
No vi tan buen pajarote
jamás en tronco ni rama.
Vuelva a decirme otra vez
si es verdad.
MERCURIO: "Verdad es clara."
BATO: ¡Ay Dios, y qué gorgoritos
que tiene aquí en la garganta!
¿Es algún ruin-señor?
MERCURIO: "Sí."
BATO: Lo creo en Dios y en mi alma
que aunque lo señor no veo
lo ruin sí.
MERCURIO: "¿Dónde?"
BATO: En la barba.
MERCURIO: "Ya que te agradas de mí,
págame lo que te agradas
de una cosa."
BATO: Sí, haré.
MERCURIO: "Tras esa mujer te anda
por donde quiera que fuere
y sábeme cuanto trata;
que cuando tú me lo digas,
yo te aseguro la paga."
BATO: Yo lo haré, e iré tras ella
por donde quiera que vaya,
a cuyo efeto me quedo
escondido entre estas matas
desde donde alcanzo a verla.
MERCURIO: "Con aquesta vigilancia
sin que se guarde de mí,
vendré a saber cuánto trata
para que anden mis favores
delante de sus venganzas."
DISCORDIA: Hermosa deidad de Juno divina,
dime, pues sola te invoca mi voz,
¿cómo consientes los ojos de Argos
que aduerma Mercurio también al pavón?
Mira que van en tu ofensa y mi ofensa
Palas altiva y Mercurio traidor,
mejorando aquestas fortunas
y que yo no puedo lidiar con los dos.
Escucha mi acento.
JUNO: "Ya escucho tu acento,
Discordia, y verás que te amparo y te doy
tales armas que puedas con ellas
lidiar esa diosa y vencer ese dios."
BATO: Otro pájaro canta en el aire
y no menos bien está. ¡Vive ños,
que pienso que andan los dioses en celo!
DISCORDIA: Pues, ¿qué arma ha de ser que esperándola estoy?
JUNO: "Recibe esta vara, y sacude con ella
las duras entrañas de aquese terror;
que expira entre nieve el fuego que guarda
por muerta pavesa de su corazón.
A su golpe el Báratro todo
verás que obedece, y rasgando veloz
sus entrañas en cuyo Cocyto
la Hidra y Cerbero primer guarda son.
A su contacto adormece con ella
el uno y el otro tartárico horror,
y pasa a las Furias y di que dispongan
de Danae y Perseo la persecución.
Con cuya asistencia no dudo, Discordia,
que pueda tu aliento sangriento y atroz
no sólo embotar a Mercurio y a Palas,
en ésta lo fiero, en aquél lo veloz;
pero de Jove, mi adúltero esposo
la publicidad de dorada traición
y si a las luces del sol la sacare
empañe también las luces del sol."
DISCORDIA: Pues ya que me dejas la vara en la mano,
verás que al Vesuvio de Acaya feroz
hoy, rasgando las duras entrañas,
penetro lo horrible y descubro lo atroz.
BATO: Bien raras cositas me han sucedido
pero, con todo, tras ella me voy.
DISCORDIA: ¡Oh, tú, duro centro!
BATO: Allí se ha parado.
Bien para echar a este parte estoy.
DISCORDIA: Al precepto de Juno tus senos
franquee al acento infeliz de mi voz
y, en disonante música opuesta
a la de los dioses, oíd mi invocación.
FURIAS: "¿Qué quieres, Discordia? Que ya a tu obediencia
nos mandan abrir Proserpina y Plutón."
BATO: ¡Ay de mí! ¿Qué demonios es esto?
DISCORDIA: ¿Quién habla a esta parte?
BATO: Un maldito mirón
que se ha metido en garitos del diablo
sin qué, ni por qué, a mirar tal visión.
DISCORDIA: Ya que seguirme quisiste--
y aun a mí este horror me espanta--
ve tú delante; que un miedo
de otro miedo se acompaña.
BATO: ¿Yo delante? Aqueso no;
que a mí el ir detrás me mandan.
DISCORDIA: Pasa adelante.
BATO: ¡Ay de mí!
¡Qué mal manojo de caras!
DISCORDIA: No temas.
BATO: No es fácil eso.
DISCORDIA: Pues a buen lado te apartas.
BATO: Tres bocas tiene sin ser
pistola, boleta o llaga
este, a un tiempo perro, gozque
y perro braco, y de falda.
DISCORDIA: Toma esta vara y con ella
sacude aquellas gargantas
y esas fauces.
BATO: ¿Qué son frauces?
DISCORDIA: Llega.
BATO: Llegue ella y su alma.
DISCORDIA: En virtud de Juno, duerme,
Hydra, y tú, Cerbero, calla,
y vosotras responded,
oh Furias, que encarceladas
yacéis.
FURIA 1: "¿Qué nos atormentas?"
FURIA 2: "¿Qué nos quieres?"
FURIA 3: "¿Qué nos mandas?"
DISCORDIA: Que de este centro saliendo,
me ayudéis a que deshaga
de Perseo las fortunas
que ya su gran nombre ensalza.
FURIA 1: "Yo ofrezco alterar las ondas
de suerte que sus armadas,
al primer paso que den,
corran en el mar borrasca."
FURIA 2: "Yo, donde fuere perdido,
furias le sembraré tantas
que la menor será amor
con celos, sin esperanza."
FURIA 3: "Yo ese amor y esa tormenta
creceré a penas tan raras
que le pondré en los mayores
riesgos, tormentas y ansias."
DISCORDIA: Pues con esa condición
yo aceto las tres palabras;
y, en fe de que asistiréis
las tres siempre a mi venganza
salid del centro y volved
a cerrar de sus entrañas
el duro horroroso seno.
BATO: Eso no hasta que yo salga,
seor Cancerbero, Hidra adiós;
y veámonos mañana.
LAS TRES: "Ve segura, que a las tres
tendrá siempre tu esperanza
prontas para tu obediencia."
DISCORDIA: Pues, Furias, al arma.
LAS TRES: "Al arma."
DISCORDIA: Que tengo de ver, si el infierno os desata,
qué vale Mercurio ni qué puede Palas.
FINEO: A tierra, a tierra, y haciendo
alto todos, nadie llegue
primero que yo a las plantas
de Andrómeda, que la breve
esfera de aquella quinta
hizo su fábrica verde
o bien de su oriento ocaso
o mal de su ocaso oriente.
CELIO: Dicha ha sido que tan presto
saliera a tierra la gente
antes de verse asaltada
de dos contrarios crüeles.
FINEO: ¿Cómo?
CELIO: Como apenas vio
la foca el varado huésped
de sus ondas cuando horrible
las turbadas alas mueve
haciéndole que zozobre
al espolón de su frente
al tiempo que amotinado
de espuma el imperio leve
montes de piélagos hace
que al sol la cerviz encrespen.
FINEO: ¡Oh mar, y de cuántas vidas
eres deudor!
CELIO: ¡Triste suerte
mandó a la armada que vimos
que hecha ciudad de bajeles,
a Epiro iba.
FINEO: Al cielo gracias
que arribé yo, aunque no tiene
mucho de piedad el que
para ser vencido vence.
¿Avisaste, Celio --¡ay triste!--
a cuantos conmigo vienen
que a nadie a decir se atreva
el oráculo inclemente
de Andrómeda?
CELIO: Sí, señor,
bien que inútil me parece.
FINEO: ¿Por qué?
CELIO: Porque no hay secreto
que entre muchos se conserve;
y más cuando de un peligro
están los demás pendientes.
FINEO: Cumpla mi amor con mi amor
que menos inconveniente
es quitar a todos vida
que dar a Andrómeda muerte.
REY: Por las señas del bajel
conocí que el tuyo fuese.
No tanto porque su porte,
velas y jarcias me acuerden,
cuanto porque lo que previne
que otro ninguno pudiese
sulcar estos mares, pues
nadie sin los intereses
particulares, tocara
las amenazas crüeles
de ese bandido pirata
que nunca en mi daño duerme.
FINEO: Mayores riesgos, señor,
es justo que yo desprecie
en tu servicio, y mayores
peligros e inconvenientes
en el de Andrómeda a quien
suplico, después que bese
tus pies, que me dé licencia
para que rendido intente
poner los labios adonde
ella las plantas; pues tienen
tan buenas señas labios
que no es posible que yerren
el sitio, pues al hermoso
contacto de fuego y nieve
cuantos va ajando en jazmines
viene brotando en claveles.
ANDRÓMEDA: Guárdete el cielo. (¡Ay Fortuna! Aparte
¿Dónde dicen que estar suelen
Sirtes y Escilas, si al fin,
sin que unas y otras encuentre
un aborrecido parte,
y un aborrecido vuelve?)
REY: ¿Qué hay, Fineo, del intento
que te ausentó? ¿Ahora enmudeces?
¿Mirando al cielo suspiras?
Y si los ojos no mienten,
¿las lágrimas que recatas
bien, como hurtadas las viertes?
¿Qué es esto?
FINEO: No sé, señor;
mas sí sé. (¡Amor, no me afrentes!)
Júpiter en Venus bella,
por los informes aleves
de las ninfas de Nereo,
ofendido está, de suerte
que con víctimas humanas
desea satisfacerse.
Vírgenes vidas, aun no
de amor las nevadas sienes
domadas al yugo, que
fácil peso y carga débil,
han de ser su sacrificio
si ya de su sed ardiente
la hidropesía no apaga
sangre de Medusa aleve.
Medusa, monstruo africano,
cuyo cabello de sierpes
coronado, es duro asombro
de cuantos desde su albergue
basilisco de las vidas
en duros troncos convierte.
Su sangre, de nuestro monstruo
es el tósigo que puede,
con su veneno postrarle
con su tosigo vencerle.
De suerte que, hasta que haya
quien uno matar intente
no es posible morir otro;
y aún no es el mayor mal éste,
sino alguno que quizá
es fuerza que yo reserve,
porque es tan escandaloso,
tan riguroso, tan fuerte
que aun callado mata. Mira
lo que hará dicho.
REY: Suspende
la voz, Fineo. Y pues no
hay medio que nos consuele,
muramos todos a manos
de esta venenosa peste
hasta que Venus aplaque
tantas cóleras y cesen
las repetidas querellas
de las Nereidas crüeles.
ANDRÓMEDA: Ya extrañaba yo que había
consuelo que tú trajeses.
FINEO: Pues aun, si bien lo supieras,
lo extrañaras de otra suerte.
ANDRÓMEDA: ¿Cómo?
FINEO: Como sólo hay uno
para todos, y no debes
saber tú de él.
ANDRÓMEDA: No me espanto;
que si tú le traes, no puede
ser consuelo para mí.
FINEO: Por más, señora, que esfuerces
de tus aborrecimientos
los no olvidados desdenes,
por lo menos esta vez
no me quitarás que llegue
a saber yo para mí
que es mucho lo que me debes.
ANDRÓMEDA: ¿Yo?
FINEO: Sí.
ANDRÓMEDA: ¿Qué te debo?
FINEO: Nada.
ANDRÓMEDA: Nada y mucho. ¿Cómo puede
ser?
FINEO: Como es mucho, señora,
para que yo...
ANDRÓMEDA: Di.
FINEO: ...lo aprecie;
y nada para que tú
lo agradezcas, que quien quiere
tan rendido como yo,
tan constante, y tan prudente
nunca es mucho lo que calla,
siempre es poco lo que siente.
ANDRÓMEDA: Huélgome de no saber
la causa porque no quede
en obligación.
FINEO: Y yo
me huelgo de que te huelgues;
que no es poca granjería
de un triste hacer un alegre.
ANDRÓMEDA: No lo estoy yo, que antes sufro
destemplados accidentes
de muchas melancolías
que la tregua que hoy conceden
sólo es ignorar que haya
que tenga que agradecerte.
FINEO: Pues ignorarlo no importa;
que el que una fineza ofrece
por ganar las gracias, no
la sirve sino la vende.
ANDRÓMEDA: Eso es decir que la hay,
y basta para que deje
de ser fineza.
FINEO: No basta;
que hay unas de tal especie
que, aunque se dicen, se callan.
ANDRÓMEDA: ¿Cómo?
FINEO: Como no se pueden
adivinar y se quedan
dichas y calladas siempre.
ANDRÓMEDA: Tan poca curiosidad
la mía es que no me mueve
a saberla.
FINEO: Eso me basta
para que yo serlo piense.
ANDRÓMEDA: Y esotro, para que cansen
groserías tan corteses.
¡Hola!
LAURA: ¿Señora?
ANDRÓMEDA: Un venablo
me da, Laura.
LAURA: Aquí le tienes.
ANDRÓMEDA: Ninguna al monte me siga.
Quieren los cielos que encuentre
con alguna fiera en quien
tan necios desaires vengue.
FINEO: ¿Cuándo, Laura, han de tener
término las altiveces
con que siempre me ha tratado?
LAURA: Tarde o nunca me parece;
porque tarde o nunca hay quien
lo que es natural enmiende.
FINEO: Luego, ¿tarde o nunca --¡ay triste!--
será posible que lleguen
a enmendarse mis desdichas?
Y así habré de vivir siempre
diciendo...
DISCORDIA: ¡Ay de mí, infelice!
FINEO: ¿Qué nuevo lamento es éste?
LAURA: Están tan acostumbrados
a repetidos desdenes
estos montes y estos mares
que no hay quien saber intente
quien se queja; bien que allí
derrotado me parece
que ha dado en tierra un pequeño
esquife.
PERSEO: ¡Cielos, valedme!
FINEO: Menos la segunda voz
que la primera me mueve
porque de mujer aquélla
me pareció, y pues no puede
a lástimas de mujer
noble oreja ensordecerse,
seguir tengo el boreal norte
de su suspiro.
LAURA: Crüeles
hados, ¿cuándo han de acabarse
tantas ansias?
DISCORDIA: Cuando llegue
la venenosa sed mía
en sangre a satisfacerse
de Perseo, por quien hoy
Mercurio y Palas me ofenden.
Y pues que las desatadas
Furias su armada acometen
de suerte que no hay bajel
que por rumbos diferentes
no haya arribado, dejando
en su amparo solamente
un esquife, que a esta playa
le ha sacado, en ella intenten
perseguirle mis rencores,
a cuya causa pretenden
darle en Fineo un contrario
tan poderoso, tan fuerte,
que con sus celos le mate
o, por lo menos, le empeñe
a que muera despechado.
A cuyo fin será este
bosque de amor y de celos,
teatro en que represente
sus tragedias su fortuna.
Y para que el acto empiece,
--¡ay infelice de mí!--
repetiré tantas veces
cuantas muevan a Fineo
que, tras mis ecos, se acerque
donde vea sus desdichas.
Atención, orbes celestes,
al mayor de mis engaños.
PERSEO: ¡Valedme, cielos!
BATO: Valedme
a mí también, si es que hay
piedad para los sirvientes.
PERSEO: ¿Qué intricada selva es ésta,
donde las iras crüeles
del mar nos han derrotado?
BATO: Muy lindo descuido es ése
pues, ¿a quién se lo preguntas?
¿Sé yo más de que imprudente
después que de aquel infierno,
que te he contado otras veces,
salí, te hallé de una armada
general y, por hacerte
lisonja, quise seguirte
pasándome neciamente
a ser escudero andante?
¿Sé más de que tus bajeles
embestidos de las Furias
que desatadas te ofenden,
apartados unos de otros
todos de vista se pierden?
¿Sé más que por tomar tierra
en un esquife te metes
conmigo? Pues, ¿qué me haces
preguntas impertinentes?
PERSEO: Mira si acaso descubres
población, cabaña o gente
por aqueste despoblado.
BATO: ¡Muy linda flema te tienes
cuando ves que en todo el monte
sólo hay riscos con que encuentre.
PERSEO: ¿Para qué, deidad injusta,
que a cargo mi vida tienes,
verdad los sueños hiciste
de aquella sombra aparente?
¿Para qué la revelaste
por extraños accidentes
a Polídites quién era
Danae? ¿Para qué, inclemente,
le pusiste en que la armada
a la conquista me diese
de mi patria si al primero
paso a mi dicha previenes
que para dar con los males
sólo acechase los bienes?
Dejárasme en mi desdicha
sin que de un punto a otro hiciese
la cuna de mis pesares
sepulcro de mi placeres.
Mas, ¿qué temo de los hados
ni contrastes, ni vaivenes;
que nunca crece a ser grande
el que sin desdichas crece?
Sígueme por esta parte.
ANDRÓMEDA: Allí las hojas se mueven.
Sin duda, allí alguna fiera
emboscada yace. Muere
a la acerada cuchilla
de mi venablo.
PERSEO: Detente,
divino asombro, porque,
si es que mi vida te ofende,
a menos costa del golpe
tienes lograda mi muerte.
ANDRÓMEDA: Galán joven es. No en vano
vista y acción se suspenden.
DISCORDIA: ¡Ay, infelice de mí!
¿No hay quien a amapararme llegue?
FINEO: Si llamas huyendo, ¿cómo
habrá quien contigo encuentre?
Mas, ¡ay infeliz!, ¿qué miro?
¿Cúyo, errado acento, eres
que me llamas con piedades
y con rigores me ofendes?
PERSEO: ¿Para qué segunda vez,
hermosa deidad, pretendes
que con tus sombras me alumbre
y con tus luces me ciegue?
Para rendirme a tus plantas
no es menester que ensangrientes
el asta, que ya tú sabes
cuán sin peligro me vences.
FINEO: ¿Gallardo joven --¡ay triste!--
a Andrómeda humildemente
postrado adora? Estas ramas
me oculten hasta que llegue
a ver si mienten mis celos;
mas, ¿cuándo los celos mienten?
ANDRÓMEDA: Extranjero peregrino,
enmudecida dos veces
me tienes a tus acciones
y a tus razones me tienes.
¿Cuándo me viste otra vez?
PERSEO: Si importa que yo me deje
engañar--porque quizá
alguien en tu alcance viene--
yo lo haré; pero no quieras
que conmigo no me acuerde
de otra vez que vi tus soles
para mi menos crüeles.
ANDRÓMEDA: ¿Tú me has visto otra vez?
PERSEO: Sí.
Por señas de que tú eres
a quien debo honor y vida.
ANDRÓMEDA: Hombre, ¿tú a mí, qué me debes?
FINEO: Sin duda que ella me ha visto
y disimular pretende.
PERSEO: Débote el primer aliento
para que imagine y piense
que soy más de lo que soy
al ver que me favoreces
llevándome donde vea
de aquél, mi primer oriente,
el extraño origen.
ANDRÓMEDA: ¿Yo?
¿Dónde, cómo u de qué suerte?
BATO: Mas, ¿qué la hace creer
él que la ha visto otra veces?
PERSEO: Tú lo sabes.
ANDRÓMEDA: No sé nada,
y déjame. No me fuerces
a decirte que te engañas.
Y que para que pretendes
valerte de otras traiciones
si puedes, joven, valerte
de tu gala y de tu brío.
¿Pero quién mi aliento mueve?
¿De cuándo acá --¡ay infelice!--
se dieron mis altiveces
al partido del agrado?
Miente el labio, la voz miente,
huya el peligro.
PERSEO: Eso no.
ANDRÓMEDA: Suelta.
PERSEO: Aguarda.
ANDRÓMEDA: Aparta.
PERSEO: Tente,
que no ya como otra vez
has de ser sombra aparente
que desvanecida huyas.
ANDRÓMEDA: Pues, ¿quién podrá detenerme?
FINEO: Yo podré para que veas,
dando a ese joven la muerte
a tus ojos...
ANDRÓMEDA: ¡Ay de mí!
PERSEO: ¿Uno de los dos no es éste
que vi en el templo de Acaya?
FINEO: Que el duelo de las mujeres
está en que ellas nos agravien
y en que en los hombres se vengue.
Muera un infeliz a manos
de un feliz, y quien merece
de ti el honor y la vida
que confiesa que te debe.
PERSEO: Primero será la tuya
de mi espíritu valiente
trofeo.
BATO: Esto nos faltaba.
ANDRÓMEDA: Tente, joven. Fineo, tente.
FINEO: Deja que quien muere mate.
PERSEO: Deja que mate quien muere.
DISCORDIA: Ya que conseguí el principio,
conseguir el fin no deje.
Llegad todos; que a Fineo
dan dos extranjeros muerte.
BATO: No da sino solo uno;
que yo soy, si bien se advierte,
cero veces cero, nada.
REY: Muera quien mi sangre ofende.
PERSEO: ¿Qué es morir? Todos sois pocos
como a mí este sol me aliente.
BATO: No son, señor, sino muchos.
Huye.
PERSEO: ¿Qué eso me aconsejes
pudiendo morir matando?
BATO: Pues si el consejo no quieres,
mira cómo yo le tomo.
ANDRÓMEDA: ¡Quien vio confusión más fuerte!
FINEO: Esperad. No le matéis.
REY: ¿Pues tú su vida defiendes?
FINEO: Sí, porque no ha de morir
con tan generosa suerte
como a vista de quien ama
desesperado y valiente.
No quiero que muera airoso
a vista de lo que quiere
porque el acero y los ojos
no le equivoquen la muerte
y muriendo de la herida
que muere del amor piense.
Y, pues que en llegando a celos,
no hay pundonor que no cese;
pues el que siente más noble
es quien más infame siente.
Civilmente de los dos
mis sinrazones me venguen.
Quien me acuse de tirano
de ingrato, fiero y aleve,
vea sus celos, verá
que el más atento y prudente
puede callar con desprecios,
pero con celos no puede.
Quien pierde una dama, menos
sensible dolor padece
para que muera, que cuando
para otro galán la pierde.
El Oráculo, que yo
callé sacrilegamente,
manda que al sañudo, al fiero
monstruo, Andrómeda se entregue.
No creáis a mis desdichas;
creed a todos los que vienen
conmigo. Y pues del silencio
mi ceguedad os absuelve.
Hablad todos, decid todos
si es verdad que el cielo quiere
que a Venus se satisfaga
con la que a Venus ofende.
Entregadle si queréis
que vuestras desdichas cesen;
cesarán también las mías
si a la distancia se atiende
de la lástima a la envidia;
pues menos inconveniente
será ver a la que adoro
--ya que a perderla me fuercen--
en poder de quien la mate
que en poder de quien la aprecie.
REY: Oye...
ANDRÓMEDA: Aguarda...
REY: ...escucha...
ANDRÓMEDA: ... espera...
REY: ...tirano...
ANDRÓMEDA: ...traidor...
REY: ...aleve...
ANDRÓMEDA: ...que celoso te recuso
pues miente tu voz.
CELIO: No miente.
Esto Júpiter ordena
y, pues ya público viene
a estar, entregarla trata
que sea al fin cuya fuere.
Menos importa una vida
que tantas como perecen.
UNOS: Andrómeda muera.
OTROS: Muera.
REY: Vasallos y amigos fieles,
no un despecho os ocasione
a seguirle y a creerle.
TODOS: La verdad es la que ha dicho.
REY: Dadme plazo en que lo llegue
a averiguarlo.
CELIO: Una luna
por mí el pueblo te concede.
REY: Yo lo aceto. ¡Oh, si entre tanto
mi fin y no el tuyo viese!
ANDRÓMEDA: ¡Suerte injusta!
REY: ¡Triste hado!
ANDRÓMEDA: ¡Fiera pena!
REY: ¡Estrella fuerte!
¡Ay, hija, lo que me cuestas!
ANDRÓMEDA: ¡Ay, joven, lo que me debes! PERSEO: ¿Qué es lo que pasa por mí?
¿Quién vio en un espacio breve
tantas penas, tantas ansias,
como mi vida acometen,
como mi discurso asaltan,
y mis pensamientos vencen?
¿Para qué le revelaste
por extraños accidentes
a Polídites, quién era
Danae? ¿Para qué, inclemente,
le pusiste en que la armada
a la conquista viniese
de mi patria, si al primero
paso a mi dicha previenes
que para dar con los males
solo acechase los bienes?
Dioses, si algún auxiliar
de una hermosura se duele,
de unos celos se lastima,
de un amor se compadece,
permitidme que me diga
piadoso, humano y clemente,
¿de qué suerte podré yo
volver por mí?
MERCURIO: "De esta suerte:
Ama, espera y confía; porque no puede
el que vence sin riesgo decir que vence."
PERSEO: ¿Quién eres, hermoso joven,
que dulce y veloz dos veces
suspendes, no sin asombro,
el aire en que te suspendes?
¿Quién eres, que tremolando
los alados martinetes
del sombrero y del coturno
vuelas pájaro celeste?
MERCURIO: "Soy quien de tus altos hechos,
Perseo, a su cargo tiene;
que la Discordia no logre
las iras con que te ofende.
Mercurio soy, que a animarte
vengo, para que no entregues
al acaso la esperanza,
ni al valor al accidente.
No temas, pues, de los hados
ni contrastes ni vaivenes;
que nunca crece a ser grande
quien sin sobresaltos crece."
"Ama, espera y confía; porque no puede
el que vence sin riesgo decir que vence."
PERSEO: Perdóname, que de ociosa
a tu persuación moteje,
pues el brío a que persuades
yo le tengo.
MERCURIO: "Pues, ¿qué temes?"
PERSEO: Que falten medios al brío
con que generoso intente
la ejecución.
MERCURIO: "Pues, porque
lo menos de mí no pienses,
quiero de mi caduceo
hacerte dueño. Con este
cetro de áspides atado
los ojos de Argos se aduermen.
Aduerme con él los ojos
de Medusa, porque llegues
vencido un monstruo a vencer
otro."
PERSEO: Aunque es justo que acepte,
humilde puesto a tus plantas,
el alto don que me ofreces,
¿de qué suerte podrá el cetro
asegurar que me acerque
sin que a lo lejos su vista
me mate antes?
PALAS: "De esta suerte:
Ama, espera y confía; porque no puede
el que vence sin riesgo decir que vence.
Yo que la deidad de Palas
soy, a quien también competen
tus triunfos porque no menos
que a Mercurio me engrandecen,
a su don vengo a añadirte
este escudo transparente
que de Estérope y de Bronte
le dio la fatiga temple.
Experiencia es que si el fiero
basilisco a sí se viese
a sí se mate porque
en sí su veneno vierte."
PERSEO: Sí, mas ¿cómo recibirle
puedo? Porque no es decente
pedirte que tú le bajes
que si Mercurio desciende
a la tierra. No es lo mismo
que tú el alto solio dejes
de tu epiciclo; que, al fin,
deidad de otro sexo eres
cuyo respeto me turba,
me embaraza y me suspende,
para que no te suplique
que del orbe que transciendes
abatas el vuelo; pues
para que se privilegien
mujeres que son deidades,
no dejan de ser mujeres.
PALAS: "Agradecida de oír
tus atenciones corteses,
quiero, que el camino partan
rendimientos y altiveces.
Y ansí, porque no descienda
yo, ni tú recibir dejes
el don, te envío esa nube.
Baje ella y yo me quede,
para que, puesto tú en ella,
subas adonde te entregue
el escudo."
PERSEO: ¡Qué favor!
MERCURIO: "Tú, Perseo, le mereces
que eres de Júpiter hijo,
y pues mi hermana lo quiere,
conmigo hasta el cielo sube."
PERSEO: Tu caduceo el tridente
será con que yo, felice,
piélagos de luz navegue.
PALAS: "Sube a mi sagrado solio..."
MERCURIO: "Sube a los orbes celestes..."
PALAS: "...donde mi escudo recibes..."
MERCURIO: "...donde mi favor te aliente..."
PALAS: "...para que felice triunfes..."
MERCURIO: "...para que dichoso reines..."
PALAS: "...venciendo dificultades."
MERCURIO: "...allanando inconvenientes."
PERSEO: Ninguno habrá para mí
que no postre, no atropelle
como aqueste escudo embrace
y este caduceo gobierne.
LOS DOS: "Pues en esta confïanza
digamos una y mil veces:"
"Ama, espera y confía; porque no puede
el que vence sin riesgo decir que vence."
FIN DE LA SEGUNDA JORNADAJORNADA TERCERA
PERSEO: Si no me mienten las señas,
allí del caduco Atlante,
allí de noble alquería,
allí de intricado parque,
éste es el sitio que vengo
buscando.
BATO: Así Dios te guarde,
que, si no es contra etiqueta
de caballeros andantes
decir a sus escuderos
algunos de los dislates
que se les ponen en testa,
que me digas qué te trae
a estos africanos montes
con tanta prisa.
PERSEO: Si sabes,
que desatadas las Furias
embravecieron los mares,
que derrotado llegué
a las discreción del aire
a la boca del Nereo
que en el mar trinacrio se hace
medio mar y medio río,
centauro de dos cristales;
si sabes que venturoso
vi, en su avenenada margen,
en luces una hermosura
que había visto en sombras antes;
que celoso del engaño
que padeció loco amante,
a despecho de su amor
osadamente cobarde,
dijo el oráculo que
manda que Andrómeda aplaque
las iras de Venus, siendo
víctima del formidable
monstruo cuyas altas peñas
que el mar repetido bate,
han de ser del sacrificio
los sacrílegos altares;
si sabes que de su vida
mi vida pendiente yace,
siendo el término una luna
que ya declina al menguante;
porque siempre altos deseos
se ejecutan mal o tarde;
y si sabes finalmente,
que el verme en tantos pesares
Mercurio y Palas, en quien
hierve sin fuego la sangre
del gran Júpiter, me adornan
de este escudo de diamante
y este caduceo con que
venciendo el común ultraje
de Medusa volver pueda,
donde, altivo y arrogante,
con un horror venza otro,
¿qué preguntas?
BATO: ¿Ahora sales
con que a buscar a Merluza
vienes? Por ventura, ¿sabes
que es una mujer que tiene
por moño y por aladares
milagros y basiliscos,
con licencia del romance?
PERSEO: Sí, sé.
BATO: Pues, ¿cómo con esa
flema vienes en su alcance?
PERSEO: Como no hay riesgo que no
venza, temor que no allane,
peligro que no atropelle,
dificultad que no arrastre
un amor que lo que adora
ve en peligro. Si llegases
tú a saber cómo se siente
el menos violento achaque
de quien gasta a un mismo tiempo
su vida y la de su amante,
vieras que aun el más difícil
remedio parece fácil.
Mas tú, ¿por qué has de saberlo;
que primores semejantes
no caben en pechos viles?
Sólo en reales pechos caben.
Y pues no veo la hora
de conseguir el fin antes
que de los contados días
el breve término pase,
mira si habrá quien nos diga
por ese monte, ese valle,
del sitio donde esta fiera
se alberga.
BATO: ¿No es disparate
que de la que todos huyen
quieras que te diga nadie?
PERSEO: Pues sígueme.
BATO: ¿Qué papel
me he de hacer yo?
PERSEO: El de ayudarme
a dale muerte.
BATO: Para eso
mejor es que un doctor llames
y a un boticario, que son
asesinos familiares.
PERSEO: Sígueme digo.
BATO: ¿Habrá, cielos,
nacido en el mundo alguien
menos a los sastres dado
y más dado a los desastres?
PERSEO: No temas, pues vas conmigo.
BATO: Contigo iba, y si no echase
a correr, me hubieran dado
con algo un poquito antes;
y pues ya tengo experiencia
que es remedio saludable
el huír, déjame huír.
LIDORO: ¡O prendeles o matadles!
BATO: Pues que nos dan a escoger,
el prendernos es más fácil.
PERSEO: ¿Qué gente y armas es ésta?
LIDORO: Ignorados caminantes,
a quien trae su destino
sin saber adonde os trae,
daos a prisión.
BATO: Yo por mí
dado estoy. ¿Dónde es la cárcel?
PERSEO: ¿Éste no es el otro joven
de Acaya?
LIDORO: ¿Qué esperas? Date
a prisión.
PERSEO: ¿Pues qué delito
es que este monte pisase?
LIDORO: Ninguno; mas sin ninguno
hay hados inexorables
que dan la muerte sin culpa
de quien muera ni quien mate.
Y, porque con el consuelo
mueras de que ellos te hacen
la sinrazón y no yo,
infelice joven, sabe
que este monte de Medusa
teatro es en cuyo boscaje
no hay verde tronco que no
sea un humano cadáver.
No han bastado contra ella
sacrificios, hasta darle
a Júpiter en Acaya
humos, que ardieron en balde.
De su sangre, respondió,
que habían de fabricarse
los remedios de otras ruinas;
y así hoy los naturales
hemos elegido un medio
para derramar su sangre.
Éste es que todos, armados
de arcos y flechas, se amparen
de las sombras de los troncos
y, poniendo a sus umbrales
condenado a muerte a uno,
sea el reclamo que la saque
para que, mientras él muere,
todos los demás disparen
y corone amor de plumas
a la flecha que la alcance.
Sobre cuál había de ser
al que la suerte tocase
fue voto ser el primero
que por esta senda pase.
A los dos cupo la suerte;
y, pues en desdichas tales
podéis quejaros de todos
sin ofenderos de nadie
y uno es el que ha de morir,
agora entre los dos echarse
podrá otra suerte.
UNO: Es en vano
supuesto que hay ley que mande
que cuando de dos el uno
muera y el otro se salve,
sea el que muera el de peor
cara; y así ése se ate
de pies y manos.
BATO: ¿Pues yo,
cuando esa ley se guardase,
soy el de peor cara?
UNO: Sí,
y mucho peor.
BATO: No se engañen.
Facción por facción me miren;
verán que soy como un ángel.
Miren ¡qué rostro si lloro!
Si río, ¡miren qué semblante!
Al mesurarme, ¡qué tez!
Y ¡qué ceño! al enojarme.
UNO: Éste ha de ser el que muera.
BATO: Miren que soy como un ángel
sino que no caen el ello.
PERSEO: Si la novedad os place
de que haya quien morir quiera,
haced cuenta que me cabe
la suerte. Yo me prefiero
ser quien a Medusa llame.
Y, como espada ni escudo
me quitéis, a sus umbrales
iré delante de todos.
LIDORO: Si a aquesto te atreves, parte;
que aquel edificio que
a tierra en ruinas se abate
es su albergue.
PERSEO: Retiraos
todos, y solo dejadme.
LIDORO: Retiraos y cada uno
detrás de su tronco aguarde.
UNO: Tengamos aquéste preso
por si esotro se escapare.
BATO: Sayón de capa y espada,
¿qué os va a vos en que me maten?
LIDORO: ¿Quién será este joven, cielos,
tan soberbio y arrogante?
BATO: Es un joven cosicosa,
que se sabe y no se sabe.
PERSEO: ¿Qué es aquesto, corazón?
¿Agora con pavor lates?
Mas, ¡ay!, que el primer recelo
no es de ánimo cobarde
porque una cosa es temerle
y otra cosa es despreciarle.
Sus dos hermanas, sin duda,
son las que a la puerta salen.
Hasta mejor ocasión
estas ruinas me recaten.
LIBIA: Mientras que Medusa duerme
porque no nos sabresalte
ningún temor, la campaña
reconozcamos.
SIRENE: De nadie
pisada se mira.
LIBIA: En tanto
que nuestros desvelos guarden
su sueño, para engañar
la posta, el cuidado cante.
LIBIA: "Pisa, pisa con tiento las flores
quedito, pasito, amor, que no sabes
en cual de ellas se esconden los celos."
SIRENE: "Y puesto que son de tus flores el áspid..."
LOS DOS: "...no, no los despiertes; duerman y callen."
PERSEO: Quien, al tomar uno y otra
vuelta, a una y a otra tocase
con aqueste caduceo
introduciendo el süave
sueño de Argos en sus ojos
porque, ellas dormidas, pase
yo adonde duerme Medusa.
Mercurio, mi intento ampare.
LIBIA: "Pisa, pisa, [con tiento] las flores,
quedito, pasito, amor, que no sabes..."
¿Qué es esto? ¿Qué ardiente hielo
hay que en mis venas se esparce?
¿Qué me extremece?
SIRENE: ¿Qué tienes?
LIBIA: No sé. Pasa tú adelante.
SIRENE: "...en cual de ellas se esconden los celos,
y puesto que son de sus flores el áspid..."
Mas, ¡ay triste! A mí también
hay letargo que me embargue
los sentidos.
LIBIA: ¿Qué te turba?
SIRENE: Tampoco lo sé.
PERSEO: Ya hace
su efecto el sueño.
LIBIA: A pesar
velamos, de efectos tales.
LAS DOS: "No, no los despiertes; duermen y callen."
SIRENE: En vano yo me resisto.
LIBIA: También yo me animo en balde.
SIRENE: Vela tú, mientras yo duermo.
LIBIA: No a mí el cuidado me encargues,
mejor velarás que yo.
SIRENE: Pues venzámonos iguales
diciendo una y otra vez
para que el sueño se engañe.
LAS DOS: "Pisa, pisa con tiento las flores
quedito, pasito, amor, que no sabes
en cual de ellas se esconden los celos,
y puesto que son de tus flores el áspid...
No, no los despiertes; duerman y callen."
PERSEO: Ya al sueño las dos rendidas,
no hay quien la entrada me guarde.
Por medio pasaré de ellas.
Mas, ¡ay, que al paso me sale
Medusa! ¿Qué haré después
de verme si helado, antes
que me vea, me ha dejado
el ver monstruo semejante?
MEDUSA: ¿Cómo de mis dos hermanas
hoy el siempre vigilante
cuidado fallece? ¿Cuándo
fue posible que me falte
de una la asistencia el tiempo
que el venenoso coraje
de mis nunca muertas iras
rendido al sueño descanse?
¿Qué hubiera sido si alguno,
de tantos como combaten
mi vida, hubieran gozado
de esta ocasión y, al hallarme
sin ojos que me defiendan,
hubieran podido darme
la muerte? ¡Libia! ¡Sirene!
¡En profundo sueño yacen!
PERSEO: Cobrado el primer asombro
que el verla me dio, acercarme
puedo ya en fe de este escudo.
MEDUSA: ¡Sirene! ¡Livia! No trate
despertarlas; que no es sueño
sino letargo el que hace
tan no usado efecto en ellas.
¡Oh, vengativas deidades,
en cuya ojeriza vivo
para horror de los mortales,
racional fiera en los montes,
humano monstruo en los valles!
¿Qué novedad será ésta
de que hoy me desamparen
las que me velan?
PERSEO: ¡Medusa!
MEDUSA: ¿Quién puede haber que a nombrarme
se atreva, siendo mi nombre
tan escándalo en el aire
que aun a los ecos, tal vez,
cayeron muertas las aves?
PERSEO: ¡Medusa!
MEDUSA: ¿Cúya eres, voz
tan osada que me llames
cuando otras me huyeron?
PERSEO: Vuelve los ojos.
MEDUSA: Y en ellos tales
iras que ellas te escarmienten
de osadía semejante...
mas, ¡ay infeliz de mí!
¿Qué es lo que miro?
PERSEO: Tu imagen.
MEDUSA: ¿Ésta soy yo?
PERSEO: Sí, ésta eres.
MEDUSA: ¿Qué mucho que a todos mate
si aún me da la muerte a mí
el horror de mi semblante?
¡Qué horrible forma! ¡Qué fea!
¡Qué asombrosa! ¡Qué espantable!
Quita, o tú quien quiera que eres,
ese cristal de delante
de mis ojos. No cometas
en mí barbarismos tales
como hacer la que padece
de la persona que hace.
PERSEO: Si das la muerte a quien miras,
mírate a ti.
MEDUSA: Que me espante
de mí es fuerza, y que de mí
huya.
PERSEO: Seguiré tu alcance.
MEDUSA: ¡Sirene, Libia, acudidme
a valerme, y ampararme
que me dan muerte!
SIRENE: Las voces
de Medusa el viento trae.
LIBIA: Si ha despertado, a asistirla
las dos acudamos, antes
que sepa el descuido.
MEDUSA: ¡Ay triste!
SIRENE: Pues, ¿de cuándo acá sus ayes
lastimosamente suenan?
LIBIA: Vamos a ver qué lo cause.
PERSEO: A tu vista muere.
MEDUSA: No
me aflijas más. Baste, baste
el saber que mi veneno
ya por mis venas se esparce
y que cebado en mi mismo
corazón tan sin mí late
que neutral de fuego y nieve
ni bien hiela ni bien arde.
PERSEO: Hasta que tu mismo aliento
te ahogue, te deje y te falte,
te ha de estar dando en los ojos
la luz de aquestos cristales.
MEDUSA: Cerraré los ojos yo;
mas, ¡ay de mí que ya es tarde!
Pues ya mi ponzoña ha hecho
su efecto en mí; que cobarde
no hay ira que no fallezca.
No hay rencor que no desmaye;
mas con todo huiré de ti
porque yo conmigo acabe
respirando Etnas de fuego,
Mongibelos y volcanes
sólo porque no blasones,
sólo porque no te alabes
que tú me diste la muerte.
PERSEO: Por más que de mí huir trates,
te he de seguir hasta que
vierta mi acero tu sangre.
LIBIA: De un hombre huyendo, vencida,
aquí tropieza allí cae.
SIRENE: Huyamos, Libia, pues fuimos
de desdicha semejante
causa, no a las dos también
su venganza nos alcance.
LIBIA: Dices bien, aquestos montes
nos favorezcan y amparen.
LIDORO: Deteneos. ¿Dónde vais?
SIRENE: Huyendo por no ver darle
la muerte a Medusa un joven.
LIDORO: Vamos todos a ayudarle;
que es vergonzosa omisión
que un extranjero nos gane
el aplauso.
BATO: ¿Para qué
hemos de ir si ya ella sale
huyendo de él?
PERSEO: Aunque intentes
huir al monte, he de alcanzarte.
MEDUSA: ¿Qué más pretendes de mí
si ya me resisto en balde,
y tropezando en mi sombra
soy de mi misma cadáver?
PERSEO: Agora, que ya en la tierra
muerta a tu veneno yaces,
este acero será bien
que con tu púrpura esmalte
las flores de África, adonde
nazca en cada gota un áspid.
BATO: Eso, yo también lo hiciera
a saber que era tan fácil.
Salte hacia otra parte usted,
seora cabeza, y no salte
hacia mí, se lo suplico.
LIDORO: Al ver acción semejante,
la admiración y el silencio
sólo es justo que te alaben.
Dame los brazos y piensa
qué premio habrá con que pague
tan heroica acción.
PERSEO: El premio
me le ha de dar aquesta sangre
y, pues he de cobrar de ella,
no es bien que tú me lo pagues.
LIDORO: Pues, ¿qué premio de ella aguardas?
PERSEO: No sé más de que es constante,
si a aquel oráculo creo
de Acaya, que ella ha de darle.
LIDORO: ¿Eres tú de Acaya?
PERSEO: Estaba
en ella cuando llegaste
tú a su gran templo.
LIDORO: Bien dices,
porque si vuelvo a acordarme
de la sangre de Medusa
dijo que había de formarse
el remedio de otras ruinas.
Mas, aunque el creerlo es fácil,
no es fácil el verlo, pues
aunque su sangre derrames,
¿adónde el remedio está
que de ella puede esperarse?
PERSEO: Para responder, la tierra
pienso que en bocas se abre.
LIDORO: ¡Horrible bostezo! Es
una grieta, y de ella nace,
si no me miente el asombro,
un bruto.
PERSEO: No es sino una ave
pues las alas en el viento
es lo primero que bate.
LIDORO: Monstruo es de dos especies
pues hijo es de tierra y aire.
PERSEO: Sobre la cumbre del monte
Parnaso, émulo de Atlante,
ha parado el primero vuelo.
LIDORO: No aquí la admiración pare,
pues hiriendo con la uña
el fuego a sus pedernales,
en vez de brotar centellas
brotan líquidos cristales.
BATO: La fuente de los poetas
será.
UNO: ¿Qué hay de que lo saques?
BATO: De que quitará la sed
y no quitará el hambre.
PERSEO: ¿Bato?
BATO: ¿Qué quieres?
PERSEO: Que al monte
subas al punto y me bajes
aquel caballo en que pueda
volver volando.
BATO: No es fácil
que suba yo y que él se deje
coger de mí.
PERSEO: Yo a alcanzarle
subiré, pues para mí
la tierra le aborta. Tráete
tú esa cabeza y conmigo
ven.
BATO: ¿Qué cabeza?
PERSEO: Ignorante,
ésa de Medusa.
BATO: ¿Yo?
PERSEO: ¿Pues quién?
BATO: El turco.
PERSEO: No tardes.
Ázale del suelo y ven.
BATO: Lleve el diablo quien tal hace.
PERSEO: ¡Vive Júpiter, villano!
Si no la traes que te mate
porque ella ha de ser blasón
de mis hechos inmortales.
BATO: ¿Por dónde tengo de asirla?
PERSEO: Por cualquier truncado áspid.
BATO: Buenas señas para mí.
¡Ay, que muerden!
PERSEO: No te espanten;
que muertos están
BATO: Sepamos
cuando yo con ella cargue
y te siga, ¿en qué he de ir yo
si tú volando te partes?
PERSEO: A las ancas del Pegaso
irás.
BATO: Pues, ¿y de qué sabes
que sufre ancas?
PERSEO: Tráela, pues.
BATO: Yo llevo para librarme
de los peligros del vuelo
linda cabeza de mártir.
PERSEO: Vosotros quedad en paz
que el volverme es importante.
LIDORO: ¿No admitirás de nosotros
las gracias de semejante
acción?
PERSEO: No, que las que espero
amor me ha de dar triunfante
de otra fiera.
LIDORO: Oye,
PERSEO: Es en vano.
LIDORO: Pues, dinos ya que te partes,
¿quién eres?
PERSEO: Perseo, hijo
de Júpiter y de Danae.
LIDORO: ¿Danae y Júpiter? ¡Cielos!
Sin duda éste es de sus graves
fortunas causa en los celos
del rey Acrisio su padre;
y, aunque me acuerden los míos,
tanto me obliguen sus partes
que he de seguirle a saber
si puedo en algo pagarle
esta fineza, inquiriendo
en qué las fortunas paren
de Perseo, ilustre hijo
de Júpiter y Danae.
DISCORDIA: Ya en Trinacria ninguno
hay que esta vara trágica de Juno
no le haya tocado;
porque atento a las cóleras del Hado
contra Andrómeda pida
que salve tantas vidas una vida.
Ya que cumplió la luna,
sombra condicional de la Fortuna,
su término, Perseo,
no has de lograr el fin de tu deseo,
por más que honrar te pudo
de Palas bella el cristalino escudo,
de Mercurio el dorado caduceo.
Y, puesto que ya veo
el pueblo conmovido,
sea el tumulto música a mi oído;
porque no me baldone la ignorancia
de bastarda deidad, cuando veloces
vea mi idioma en acordadas voces,
que suenan con más dulce consonancia,
repitiendo la instancia
de mi cólera altiva
y de mi envidia fiera.
VOCES: Muera Andrómeda.
TODOS: ¡Muera!
VOCES: ¡Viva Trinacria!
TODOS: ¡Viva!
DISCORDIA: Aquésta sí que es cláusula festiva
para la vanidad de mi deseo,
y más cuando ya veo
lograrse de mis cóleras el fruto;
pues vestida de luto,
al funesto compás de destempladas
cajas, de triste canto acompañadas,
Adrómeda camina
al teatro fatal de la marina,
donde ha de ser de mi rencor indicio,
verla de unmonstruo humano sacrificio,
antes que volver pueda
del África Perseo donde queda
imaginando que esta ruina es culpa
la derramada sangre de Medusa.
Pero, por más que su favor aguarde,
ha de llegar o mal o nunca o tarde,
pues ya llegan veloces,
al compás de las cajas y las voces,
al mar, los que publican
que esta víctima a Venus sacrifican.
Y, aunque tan triste su lamento ha sido,
dulce linsonja es para mi oído
cada vez que le escucho y a ella veo
sin que darla favor pueda Perseo,
diciendo con severa
lástima a un tiempo crüel y compasiva.
UNOS: ¡Viva Trinacria!
TODOS: ¡Viva!
UNOS: ¡Muera Andrómeda!
TODOS: ¡Muera!
DISCORDIA: Mal de Perseo su favor espera,
aunque el Pegaso ya le dé sus alas,
Mercurio el cetro y el escudo Palas.
MÚSICOS: "La que nace para ser
estrago de la fortuna,
supla, calle, llore y sufra,
y consolada con que
la que es desdicha no es culpa,
supla, calle, llore y sufra."
ANDRÓMEDA: "La que nace para ser
estrago de la fortuna,
supla, calle, llore y sufra,
y consolada con que
la que es desdicha no es culpa,
supla, calle, llore y sufra."
Miente la alevosa voz
que consolarme procura
inútilemnte, asentando
en los ecos que pronuncia;
que, porque culpa no es
la que a este fin me reduzca,
no es desdicha porque antes,
si bien lo advierte y lo juzga,
es ser desdicha dos veces;
que el que culpado se angustia
en la culpa que comete,
halla honestada la injuria.
Mas quien la padece,--¡ay triste!--
sin cometerla, es locura
persuadirse a que es consuelo
el fracaso a que se ajusta.
Y así, miente, otra vez digo,
la voz que aleve articula;
que es disculpa de su hado
no siendo el hado disculpa.
MÚSICOS: "La que nace para ser
estrago de la fortuna,
supla, calle, llore y sufra."
ANDRÓMEDA: ¿Cuánto le fuera mejor
a mi fatal desventura
morir culpada que no
inocente? Estrella injusta,
¿por qué a mí no me dictaste
la vanidad, que perjura
me condena? Fuera mía
pues es mía la fortuna
la causa de ella, que yo
me holgara, en pena tan dura,
de ser la culpada siempre
porque no llorara nunca.
MÚSICOS: "Que consolada con que
la que es desdicha no es culpa,
supla, calle, llore y sufra."
CELIO: Andrómeda, ya es en vano
el llanto. Esta peña dura,
que dentro del mar permite
que en sus golfos se descubra
tan a todas partes, que
por todas partes la inundan,
cerrando el paso a que puedas
desde ella ponerte en fuga,
es donde hemos de dejarte
entregada a la sañuda
cólera de las Nereidas,
sacras enmigas tuyas.
Ellas han de recibirte
para que la ofensa suya
en Venus se satisfaga
pues Venus es en quien dura.
Retiraos todas. Sagradas
deidades justas o injustas,
ahí os queda vuestra ofensa,
ahí os queda vuestra injuria.
O remitidla o vengadla
que a nuestra obediencia suma
toca el ponérosla donde
gima ciega y diga muda.
TODOS: "La que nace para ser
estrago de la fortuna,
supla, calle, llore y sufra."
ANDRÓMEDA: ¡Oíd, esperad! Mas--¡ay triste!--
en vano un infeliz busca
piedad en orejas que oyen
cuando oyen lo que no escuchan.
Altos montes de Trinacia,
que al cielo elevan las puntas,
siendo el cóncavo palacio
del alcázar de la luna,
rocas rústicas, pilastras
de sus dóricas columna,
abrid en el centro vuestro
la más horrorosa gruta
para que a un vivo cadáver
le sirva de sepultura
antes que siendo este golfo
de sus verdes años tumba,
la dé un monstruo en sus entrañas
pira, monumento y urna.
Viva estatua soy de hielo,
y como a otra pena acuda...,
miento, de fuego la soy,
sintiendo dos iras juntas;
sin que aquésta aquélla aplaque,
ni aquélla a esotra consuma.
¿Quién creerá que en tanta pena,
desconsuelo, ansia y angustia,
hacerse sepa lugar
otra ira, rabia y furia,
dando paso la primera
a que quepa la segunda?
¿Es posible que aquel joven,
después que ciego aventura
mi vida y mi honor, se ausente,
sin que de mis desventuras
sea testigo? Siquiera
consolara mis injurias
su lástima; que el ver que otro
siente, si no alivia, ayuda
a hacer más tratable el daño.
Mas--¡ay de mí, qué locura!
y más cuando dulces ecos
la esfera del aire turban,
porque mi llanto y su acento
uno en el otro confunda.
TODAS: "¡Albricias hermosa
deidad de la espuma,
que ya es sacrificio
la que antes fue injuria!"
NEREIDA 1: "Ya la que soberbia..."
NEREIDA 2: "...quiso que presuman,..."
NEREIDA 3: "...que reina podía..."
NEREIDA 4: "...ser de la hermosura,..."
NEREIDA 5: "...víctima es sagrada..."
NEREIDA 6: "...a las aras tuyas."
TODAS: "¡Albricias hermosa
deidad de la espuma,
que ya es sacrificio
la que antes fue injuria!"
ANDRÓMEDA: Bellas ninfas de Nereo,
sagrado río, que inunda
los imperios de Trinacria,
patria mía y patria suya,
desde el alto Lilibeo
que fue su cuna y mi cuna
hasta esta funesta boca,
donde con el mar se junta,
si sois, como sois, deidades,
a quien toda esta cerúlea
república no hay escollo
en que no os labre y construya
templos de coral y nácar
en sus bóvedas profundas,
mostrad que lo sois en ser
piadosas; que no hay ninguna
acción en que más se muestre
la deidad, que a un dios ilustra,
que en la piedad. Y más, cuando
a la cuchilla que empuña,
el ruego le embota el filo,
le mella el llanto a punta.
A vuestra plantas postrada
yace una pompa caduca
que sólo para morir
infausta, amaneció augusta.
Si mi madre apasionada
con amor y sin cordura
me alabó, sobradamente
el afecto la disculpa.
¿Cuándo el amor de los padres
hizo fe? ¿Qué sierpe astuta
sus viboreznos no cría
con cariño y con blandura
pareciéndole que son,
llenos de escamas y arrugas,
más hermosos que las aves
que ramilletes de plumas
cuando ellos la tierra arrastran,
esotras el aire surcan?
Y cuando fuese indecoro
que con los dioses presuma
competir, ¿fue culpa mía
la que fue vanidad suya?
Duélaos la flor de mis años.
Mirad que el prado os acusa,
que cuando floridas todas
ésta sola dejéis mustia.
Acordaos de que fuimos
amigas cuando estas rubias
arenas a nuestros bailes
la escena dieron, de cuyas
mudanzas el viento agora
no sin ocasión murmura,
viendo que de extremo a extremo
pasan; pues siendo las unas
festivas, queréis contra arte
que a trágicas se reduzcan.
Más airosas quedaréis
en pasión tan absoluta,
como el decir que yo era
más hermosa, bella y pura
que Venus y que vosotras
en hacer, como seguras,
desperdicio del baldón
y de la arrogancia burla.
Contra la enseñanza, no hay
silogismo que concluya
sin que él mismo a su primera
consecuencia se confunda.
Dígalo el sol. ¿Qué importara
a sus bellas luces rubias
que hubiera uno que dijera
que le parecían oscuras?
¿Ofendiérase por eso?
No, que la venganza suya
fuera al que su luz disfama,
ver que a su luz se deslumbra.
Pues, siendo así, ¿qué más noble,
más piadosa, ni más justa
satisfacción puedo daros
que absorta, elevada y muda
arrojarme a vuestras plantas?
Pues no puede haber ninguna
que más claramente diga
quién obedece y quién triunfa.
Y pues como allá en el sol,
nada a su esplendor perturba
y yo confieso que el vuestro
a mí, a su sombra me ilustra,
no vengativas, no fieras,
no crüeles, no sañudas...
UNAS: No prosigáis.
OTRAS: Calla, calla.
NEREIDA 1: No con piedad nos arguya.
NEREIDA 2: Sin tiempo nos lisonjeas.
NEREIDA 3: Sin ocasión nos adulas.
NEREIDA 4: Y pues ya echada la suerte
a vista de la Fortuna,
humildades afectadas,
más que virtud, son industria.
De tus ropas te despoja.
TODAS: De ti adorno te desnuda.
ANDRÓMEDA: ¡Amigas!
NEREIDA 5: En competencia
de discreción y hermosura,
no hay amigas que no sean
enemigas.
ANDRÓMEDA: ¡Suerte injusta!
NEREIDA 6: En este elevado escollo
están las cadenas duras
que han de atarla.
ANDRÓMEDA: ¡Ay infelice!
TODAS: En él arrastrando suba.
ANDRÓMEDA: ¿Para qué? Soltad; que yo,
corrida de que la angustia
úsase del rendimiento,
quiero apelar a la furia.
Falsas, mentidas deidades,
de vuestro rencor se induzca,
pues no puede serlo, en quien,
rogada, la saña dura.
Ya no quiero que piadosas
conmigo estéis, pues ninguna
desdicha puede ya serlo
para mí más importuna
que ver desaprovechada
de las lágrimas la astucia
en quien usa tan mal de ellas
que de ellas con fieras usa.
Y así por echarle a mal,
ya el llanto de afecto muda
que ninguna piedad vuestra
será mejor que ninguna.
Y supuesto que el despecho
mejor que yo lo divulga,
voluntariamente doble
la cerviz a la coyunda.
Este destinado escollo,
cátedra de mi fortuna,
el peso de mis desdichas
sobre sus espaldas sufra.
Y habiendo de llorar a alguien
llore a aquesta peña ruda,
antes que a vosotras; pues
menos toscas, menos brutas
son las que ostentan el serlo
que las que lo disimulan.
NEREIDA 1: Llega esas argollas, ata.
NEREIDA 2: Ve, y esa cadena añuda.
NEREIDA 3: Sí haré.
NEREIDA 4: Y yo también.
NEREIDA 5: Agora,
verás si el viento te escucha.
TODAS: ¿Quién merece ser, tú o Venus,
la reina de la hermosura?
ANDRÓMEDA: ¿Cuál de vosotras, estrellas,
de cuantas la arquitectura
celeste esmaltáis, a quien
es dado que ansias influyan,
la mía es? No es porque quiere
darla quejas, lo pregunta
la voz, que antes para darla
gracias, en saberlo estudia,
el ver que tan liberal
en mí su influjo ejecuta,
que haga que quepan en mí
todas las desdichas juntas.
¿Habrá, dime, ¡o tú entre tantas
la más pobre, más oscura,
más trémula, más infausta
más apagada y más turbia!
¿Habrá, digo, en este estado,
porque digas que no apura
mi voz tu poder, algún
consuelo, esperanza alguna?
ECO: "Una..."
ANDRÓMEDA: Una el eco me responde;
mas, ¡ay! que no es piedad suya
sino delito; pues siempre
algo de lo que oye hurta.
Y así por mi desconsuelo
volver pretendo a la duda.
¿Qué más puede ser que sea
mi infelice desventura?
ECO: "...ventura..."
ANDRÓMEDA: Segunda vez, ladrón eco,
la postrer sílaba usurpas
de mi última razón.
Mas no por eso, segunda
causa, creeré que te trae.
ECO: "...hay..."
ANDRÓMEDA: Pues nada en ti me asegura.
ECO: "...segura."
ANDRÓMEDA: ¿Qué fuera--¡ay de mí!-- que el eco
algo en mi favor pronuncia?
Pues a mis preguntas dice,
si sus respuestas se aúnan,
que en el estado que estoy
"una ventura hay segura."
Mas, ¿qué ventura--¡ay de mí!--
puede ser si ya se enturbian
las ondas a la batida
que al disforme estatura
de un vivo escollo que, ya
bajel animado, surca
al mar encrespa la tez
de su verdinegra bruma,
de sus presas y sus garras
viene aguzando las puntas
contra mí?
PERSEO: En aquesta peña
te apea.
BATO: Es cosa muy justa.
PERSEO: Ya que a Andrómeda y al monstruo
quiere el cielo que descubra
a tan buen tiempo...
ANDRÓMEDA: ¡Piedad,
altos dioses!
PERSEO: ¿Qué te angustia,
hermosa Andrómeda bella,
si Perseo es en tu ayuda?
Alado Belerofonte,
bruto y ave en piel y pluma,
que aborto fuiste, engendrado
de la sangre de Medusa,
abate el vuelo a esas ondas;
que su campaña cerúlea
hoy el teatro ha de ser
de la más desigual lucha
que vio el sol en cuantos giros
dora, ilumina e ilustra.
ANDRÓMEDA: ¿Qué es esto, cielos, que veo?
De la más alta, más suma
región, nuevo alado asombro,
la esfera del aire cruza.
Un joven trae, y si no
me mienten y me perturban
o la admiración o el miedo
que mis sentidos ofuscan,
el joven es de la selva.
Oye, aguarda, espera, escucha,
que a tanta costa no quiero,
como tu riesgo, tu ayuda.
Menos importa que yo
muera, que ver que aventuras
tu vida tú por mi vida.
PERSEO: Por más que a las iras tuyas
los polos cel cielo giman,
los ejes del orbe crujan,
sobresaltados del mar
que a apagar sus luces suba
cuando en horribles bramidos
sus ondas al sol escupas,
no has de ponerme pavor.
ANDRÓMEDA: Deja, deja que esa furia
se cebe antes en mi pecho
que en el tuyo. No presumas;
que es favor el que tirano
más que me alivia, me asusta.
En partida lid los dos
ya se apartan, ya se juntan.
¡Piedad, dioses! Y esta vea
concederla no se excusa,
pues para mí no la pido.
PERSEO: Ya que la aleve cicuta
de su sangre, la azul playa
vuelve campaña purpúrea,
huye vencido a mi acero.
Y porque en el mar te hundas,
a nunca más ver tu horror,
mira en la acerada luna
de este escudo en quien impresa
quedó la faz de Medusa.
ANDRÓMEDA: Rastros de sangre dejando,
el monstruo se ha puesto en fuga.
PERSEO: Ya que vencido de mí
el mar su terror sepulta,
es bien, hermosa beldad,
que agora a desatarte acuda.
Libre estás.
ANDRÓMEDA: De dos albricias
soy deudora a mi fortuna;
mas miento, que no lo soy,
sino solamente de una,
pues no es mi vida acreedora
donde está anterior la tuya.
Dime quién eres, porque
agradecida y confusa,
sepa a quién esta fineza
debo.
PERSEO: Quien tu amparo busca
con tal riesgo, que no es
éste el mayor de quien triunfa.
Mas, ¿qué mucho facilite
más que el hado dificulta
amor, que en esta fineza
todos sus méritos funda,
para arrojarme a tus plantas?
¡Qué gran dicha!
ANDRÓMEDA: ¡Qué ventura!
PERSEO: ¡Qué felicidad!
ANDRÓMEDA: ¡Qué suerte!
BATO: Bien podéis, cuantos oculta
el miedo, por esas peñas
llegar, que ya con mi ayuda
mi amo dio la muerte al monstruo,
quitando a su dentadura
el que hoy no tenga por postre
manjar blanco de pechugas.
UNOS: ¡Viva quien la fiera vence! OTROS: ¡Viva quien del monstruo triunfa! REY: Dame, extranjero, los brazos,
y supuesto que es sin duda
que quien ha hecho tal hazaña
heroica sangre le ilustra,
en premio de ella, porque
ella sola es paga justa,
en diciéndonos quién eres,
Andrómeda será tuya.
PERSEO: Pues oye...Yo soy...
LIDORO: ¡Qué asombro!
REY: Tente, espera. ¿Qué os asusta
segunda vez que esas voces
dais?
LIDORO: Yo te lo diré. Escucha.
Mató a Medusa el ínclito Perseo
y de su sangre concibió la tierra
aquel blanco caballo en quien le veo
los rummbos acertar por donde yerra.
Yo, llevado del noble alto deseo
de ver qué en sí tanto prodigio encierra,
sabiendo que a Trinacria venía, intento
seguir por agua al que navega en viento.
Embarquéme tras él y, cuando hacía
punta el bajel del África a la Europa,
gozando en tormentosa travesía
dulce tranquilidad del viento en popa,
absorto vi que sobre mí venía
frisando con las nubes en quien topa,
un bulto tal, que en el boreal espacio
era templo tal vez, tal vez palacio.
Éste, pues, estrechándole la esfera
al aire, en quien ocupa lo que oprime,
sus espaldas fatiga de manera
que, cuando más bramar intenta, gime.
Bien que pesada fábrica y ligera
ni senda deja en él, ni huella imprime,
siendo de un horizonte a otro horizonte
monte y ciudad, sin ser ciudad ni monte.
Alguna vez que acaso él declinaba
o que acaso el bajel hacia él subía,
nuestra atención en ecos escuchaba
ya numana voz, ya métrica armonía;
de suerte que el horror que nos causaba
en lisonjas a tiempos convertía,
haciendo el gusto aquí, y allí el disgusto,
pesado al gozo y apacible al susto.
Con este, pues, prodigio siempre a vista,
navegué hasta la orilla de esa playa
donde he visto del monstruo la conquista,
de quien jamás es fuerza ejemplar haya,
donde porque un asombro a otro resista,
o porque uno en aumento de otro vaya,
donde del monstruo fue la lid sangrienta,
parece que la fábrica se asienta.
REY: Absorto estoy.
ANDRÓMEDA: Yo confusa.
PERSEO: Yo turbado.
LIDORO: Yo suspenso.
BATO: ¿Y habrá algún bobo después
que piense que es verdad esto?
MÚSICA: "A tierra, a tierra, que aquí
manda Júpiter supremo
por patrón de esta victoria,
trasladar de Acaya el templo."
JUNO: "Por no asistir al aplauso,
que ya, declarado el cielo,
da de Júpiter al hijo
a pesar de mis desprecios,
dejé el coro de los dioses,
Discordia, y contigo vengo
desde aquí a verle porque
la necedad de los celos
siempre anda acechando el daño.
Y así, aquí no retiremos,
ya que vencidas las dos
quedamos."
DISCORDIA: De mis deseos
servida estás; pero no,
señora, de mis afectos
porque trató de impedirlos
el gran Júpiter supremo
que de Mercurio y de Palas
poco importara el esfuerzo.
PALAS: "No importara sino mucho,
pues escudo y caduceo
fueron de su triunfa causa."
JUNO: "Pues, ¿por qué, si es triunfo vuestro,
no le asistís el el coro
de dioses?"
MERCURIO: "Porque queremos
no perderos a las dos
de la vista, previniendo
que no intentéis perturbarle
cuando a decir vuelve el viento..."
MÚSICA: "A tierra, a tierra, que aquí
manda Júpiter supremo
por patrón de esta victoria,
trasladar de Acaya el templo."
PERSEO: ¡Qué maravilla!
ANDRÓMEDA: ¡Qué asombro!
BATO: ¡Qué prodigio!
REY: ¡Qué portento!
LIDORO: Aún más es, señor, si miras
la gente que viene dentro;
porque aquél, si no me engaño
y bien sus señas acuerdo,
es Polídites, de Acaya
rey, y aquel milagro bello
de hermosura y discreción,
Danae, madre de Perseo.
PERSEO: ¿Qué es esto, cielos, que miro?
POLÍDITES: Escucha. Sabrás qué es esto.
PERSEO: En sabiendo tú que te oyen.
DANAE: ¿Quién?
PERSEO: Andrómeda y Cefeo.
POLÍDITES: Los brazos nos da.
LOS TRES: ¿Qué hay, Bato?
BATO: ¡Gilote, Ergasto, Riselo!
GILOTE: Todos estamos acá.
BATO: Aunque me espanto de veros,
no me espanto de que haga
Júpiter tales extremos;
porque por grande que sea
un padre, no puede menos
de hacer fiestas viendo un hijo
que le ha puesto en paz dos reinos.
CARDENIO: Dame a mí también los brazzos.
PERSEO: ¡Oh, padre, cuánto me huelgo
de verte en aqueste traje!
CARDENIO: Honras son que no merezco,
de Polídites.
PERSEO: Yo, como
mías, se las agradezco.
REY: No tan grande admiración
embarace el cumplimiento.
POLÍDITES: Sabiendo de tus fortunas
los prodigioses sucesos...
DANAE: ...y los peligros en que
Discordia y Furias te han puesto,...
POLÍDITES: ...yo y Danae, a quien ya hizo
mi amor reina de mi imperio,...
DANAE: ...sacrificios ofrecimos
al gran Júpiter inmenso...
POLÍDITES: Lo que le pedimos fue
que a nuestras ansias atento...
DANAE: ...nos revelase en qué estado
la Fortuna te había puesto.
POLÍDITES: Él, agradecido al voto,...
DANAE: ...él, compadecido al ruego...
POLÍDITES: ...no sólo en el templo quiso
revelarnos tus sucesos...
DANAE: ...pero el templo elevó todo,
arrancado de su centro...
POLÍDITES: ...y, navegando veloces
enjutos golfos de viento...
DANAE: ...a cuantos en él estaban
ha traído en él a verlos.
REY: A tanta admiración, sólo
responder puede el silencio
y, pues antes que tu voz
quién eres dijo el portento,
dale a Andrómeda la mano.
FINEO: No dará tal, que primero
que sus extrañas fortunas
a lograr lleguen tal premio,
morirá al arrojadizo
rayo del templado acero
de este arpón.
LIDORO: No morirá
sin que tú mueras primero.
FINEO: ¡Ay, infelice de mí!
Que antes de matar he muerto.
Justamente esta venganza
de mí han tomado los cielos.
LIDORO: Ya con esto te he pagado
aquella fineza, puesto
que si mataste una hidra
que tenía en el cabellos
los áspides, yo maté
a quien los tenía en el pecho,
no siendo menos rabiosos
los áspides que los celos.
REY: Retirad ese cadáver
y tú, gallardo extranjero,
por aquesta acción de quien
eligió por instrumento
el cielo, en venganza noble
de las iras de Fineo,
dame los brazos.
DANAE: Y a todos.
ANDRÓMEDA: Sí, pues todos le debemos
que puesto en salvo el amor,
muera el aborrecimiento.
DISCORDIA: Todo nos sucede mal;
que éste era el último esfuerzo
que de las Furias tenía
reservado.
JUNO: "Sus efectos
siguieron a los demás."
PALAS: "Claro está que el favor nuestro
había de hallar en Lidoro
lo que perdiera en Fineo."
MERCURIO: "Y aún no ha de parar aquí
su aplauso, que todo el cielo
la gala le ha de cantar."
LAS DOS: "¿Cómo?"
LOS DOS: "Dígalo el efecto."
REY: ¿Qué nueva luz nos alumbra?
LIDORO: Iluminado los vientos...
PERSEO: ...se transparentan a visos,...
DANAE: ...se traslucen a reflejos.
ANDRÓMEDA: Todo el coro de los dioses
rasga sus azules velos.
TODOS: Nueva música se escucha.
BATO: ¿En qué ha de parar aquesto?
MÚSICA: "¡Viva, viva la gala del gran Perseo;
que de Júpiter hijo, merece serlo!
Cuando a padre tan grande ponen sus hechos,
con dos monstruos vencidos, en paz dos reinos!"
JÚPITER: "Yo el festivo parabién
de vuestro aplauso agradezco,
y en el traje de Cupido
que fue mi disfraz primero
le recibo por hacer
de mis finezas acuerdo,
somo al fin primera causa
de tan gloriosos efectos.
Y así, para que prosiga,
vuelva a decir vuestro acento..."
CORO 1: "¡Viva, viva la gala del gran Perseo,..."
CORO 2: "...que de Júpiter hijo, merece serlo...."
CORO 3: "...cuando a padre tan grande ponen sus celos,..."
TODOS: "...con dos monstruos vencidos en paz dos reinos!"
REY: ¿Qué nueva música es
la que en varios coros vemos
aquí de voces, y aquí
de rústicos instrumentos,
que a la del cielo acompaña?
MUSAS: Atento oye.
PASTORES: Escucha atento.
MUSA: Las nueve musas, a quien
es concedido el imperio
del Parnaso, cuya fuente
dio el caballo de Perseo,
agradecidas al docto
cristal, puro, claro y terso,
que no menos fertiliza
los prados que los ingenios,
vienen también a cantarle
la gala, y con más afecto
que otros, pues árbitros son
de la música y los versos.
PASTOR: Aquí la festiva tropa
de rústicos semideos,
a quien tocan alquerías
de prados y montes, viendo
que el que hoy es héroe divino,
fue pastor en otro tiempo,
al compás de sus silvestres
zampoñas, flautas, salterios,
vienen en su pastoril
modo, a aplaudirle diciendo...
TODOS: "¡Viva, viva la gala del gran Perseo;
que de Júpiter hijo, merece serlo!
Cuando a padre tan grande ponen sus hechos,
con dos monstruos vencidos, en paz dos reinos!"
PERSEO: Mal, ¡oh Júpiter divino!,
podrá mi agradecimiento
responder a tantas honras;
pero a tus aras ofrezco,
no como satisfacción
sino como rendimiento,
la cabeza de Medusa,
el escudo y caduceo,
como de Mercurio y Palas
principales instrumentos.
POLÍDITES: En habiendo recibido
el don, parece que el templo
vuelve a elevarse.
CARDENIO: Esto es
decirnos que otra vez dentro
de él, los que dentro venimos
volvamos al patrio suelo.
REY: Permitid que mi hospedaje
antes os sirva.
DANAE: Primero
es la obediencia que el gusto
y, aunque tan grande lo tengo,
viéndote lograr la mano
de tan venturoso dueño,
contra lo que Dios ordena,
no es posible detenernos.
UNOS: Id en paz.
OTROS: En paz quedad.
BATO: A Dios rogad y rogad al cielo,
en metáforas de carro,
que no se derriengue el templo.
JÚPITER: "Pues el viento es dueño suyo,
vuelva a publicar el viento
en los ecos repetidos
de unos y otros acentos..."
TODOS: "¡Viva, viva la gala del gran Perseo;
que de Júpiter hijo, merece serlo!
Cuando a padre tan grande ponen sus hechos,
con dos monstruos vencidos, en paz dos reinos!"
MERCURIO: ¡Qué grande dicha!
JUNO: ¡Qué rabia!
PALAS: ¡Qué alegría!
DISCORDIA: ¡Qué tormento!
ANDRÓMEDA: ¡Qué felicidad!
REY: ¡Qué gusto!
PERSEO: ¡Qué ventura!
BATO: Y más si veo
que vuestro perdón merecen
las fortunas de Perseo
cuando en festivos aplausos
repiten todos a un tiempo:
TODOS: "¡Viva, viva la gala del gran Perseo;
que de Júpiter hijo, merece serlo!
Cuando a padre tan grande ponen sus hechos,
con dos monstruos vencidos, en paz dos reinos!"
FIN DE LA TERCERA JORNADAFIN DE LA COMEDIA |

