Las mocedades del Cid
[Teatro - Texto completo.]
Guillén de Castro
Personajes que hablan en ella:
ACTO PRIMERO
Salen el REY, don Fernando y DIEGO Laínez, los dos de barba blanca y el DIEGO Laínez decrépito. Arrodíllase delante el REY, y dice:
DIEGO: Es gran premio a mi lealtad.
REY: A lo que debo, me obligo.
DIEGO: Hónrale tu majestad.
REY: Honro a mi sangre en Rodrigo.
Diego Laínez, alzad.
Mis propias armas le he dado
para armalle caballero.
DIEGO: Ya, señor, las ha velado,
y ya viene...
REY: Ya lo espero.
DIEGO: ...excesivamente honrado,
pues don Sancho mi señor,
mi príncipe, y mi señora
la reina, le son, señor,
padrinos.
REY: Pagan agora
lo que deben a mi amor.
URRACA: ¿Qué te parece, Jimena,
de Rodrigo?
JIMENA: Que es galán.
(Y que sus ojos le dan Aparte
al alma sabrosa pena.)
REINA: ¡Qué bien las armas te están!
¡Bien te asientan!
RODRIGO: ¿No era llano,
pues tú les diste los ojos,
y Arias Gonzalo la mano?
ARIAS: Son del cielo tus despojos,
y es tu valor castellano.
REINA: ¿Qué os parece mi ahijado? PRÍNCIPE: ¿No es galán, fuerte y lucido?
CONDE: Bravamente le han honrado
los reyes.
ANSURES: Extremo ha sido.
RODRIGO: ¡Besaré lo que ha pisado
quien tanta merced me ha hecho!
REY: Mayores las merecías.
¡Qué robusto, qué bien hecho!
Bien te vienen armas mías.
RODRIGO: Es tuyo también mi pecho.
REY: Llegémonos al altar
del santo patrón de España.
DIEGO: No hay más glorias que esperar.
RODRIGO: Quien te sirve y te acompaña,
al cielo puede llegar.
REY: Rodrigo, ¿queréis ser caballero?
RODRIGO: Sí, quiero.
REY: Pues Dios os haga buen caballero.
Rodrigo, ¿queréis ser caballero?
RODRIGO: Sí, quiero.
REY: Pues Dios os haga buen caballero.
Rodrigo, ¿queréis ser caballero?
RODRIGO: Sí, quiero.
REY: Pues Dios os haga buen caballero.
Cinco batallas campales
venció en mi mano esta espada,
y pienso dejarla honrada
a tu lado.
RODRIGO: Extremos tales
mucho harán, señor, de nada.
Y así, porque su alabanza
llegue hasta la esfera quinta,
ceñida en tu confïanza
la quitaré de mi cinta,
colgaréla en mi esperanza.
Y, por el ser que me ha dado
y tuyo, que el cielo guarde.
de no volvérmela al lado
hasta estar asegurado
de no hacértela cobarde,
que será habiendo vencido
cinco campales batallas.
CONDE: (¡Ofrecimiento atrevido!) Aparte
REY: Yo te daré para dallas
la ocasión que me has pedido.
Infanta, y vos le poné
la espuela.
RODRIGO: ¡Bien soberano!
INFANTA: Lo que me mandas haré.
RODRIGO: Con un favor de tal mano,
sobre el mundo pondré el pie.
INFANTA: Pienso que te habré obligado.
Rodrigo, acuérdate de esto.
RODRIGO: Al cielo me has levantado.
JIMENA: (Con la espuela que le ha puesto Aparte
el corazón me ha picado.)
RODRIGO: Y tanto servirte espero,
como obligado me hallo.
REINA: Pues eres ya caballero,
ve a ponerte en un caballo,
Rodrigo, que darte quiero.
Y yo y mis damas saldremos
a verte salir en él.
PRÍNCIPE: A Rodrigo acompañemos.
REY: Príncipe, salid con él.
ANSURES: (Ya estas honras son extremos.) Aparte
RODRIGO: ¿Qué vasallo mereció
ser de su rey tan honrado?
PRÍNCIPE: Padre, ¿y cuándo podré yo
ponerme una espada al lado?
REY: Aún no es tiempo.
PRÍNCIPE: ¿Cómo no?
REY: Pareceráte pesada,
que tus años tiernos son.
PRÍNCIPE: Ya desnuda o ya envainada,
las alas del corazón
hacen ligera la espada.
Yo, señor, cuando su acero
miro de la punta al pomo
con tantos bríos le altero,
que a ser un monte de plomo
me pareciera ligero.
Y si Dios me da lugar
de ceñilla, y satisfecho
de mi pujanza, llevar
en hombros, espalda y pecho,
gola, peto y espaldar,
verá el mundo que me fundo
en ganalle; y si le gano,
verán mi valor profundo
sustentando en cada mano
un polo de los del mundo.
REY: Sois muy mozo, Sancho; andad.
Con la edad daréis desvío
a ese brío.
PRÍNCIPE: ¡Imaginad
que pienso tener más brío
cuanto tenga más edad!
RODRIGO: En mí tendrá vuestra alteza
para todo un fiel vasallo.
CONDE: (¡Qué brava naturaleza!) Aparte
PRÍNCIPE: Ven y pondráste a caballo.
ANSURES: (Será la misma braveza!) Aparte
REINA: Vamos a vellos.
DIEGO: Bendigo,
hijo, tan dichosa palma.
REY: (¡Qué de pensamientos sigo!) Aparte
JIMENA: (¡Rodrigo me lleva el alma!) Aparte
INFANTA: (¡Bien me parece Rodrigo!) Aparte
REY: Conde de Orgaz, Per Ansures,
Laínez, Arias Gonzalo,
los cuatro que hacéis famoso
nuestro consejo de estado,
esperad, volved, no os vais;
sentaos, que tengo que hablaros.
Murió Gonzalo Bermúdez
que del príncipe don Sancho
fue ayo, y murió en el tiempo
que más le importaba el ayo.
Pues dejando estudio y letras
el príncipe tan temprano,
tras su inclinación le llevan
guerras, armas y caballos.
Y siendo de condición
tan indomable, y tan bravo,
que tiene asombrado el mundo
con sus prodigio extraños,
un vasallo ha menester
que, tan leal como sabio,
enfrene sus apetitos
con prudencia y con recato.
Y así, yo viendo, parientes
más amigos que vasallos,
que es mayordomo mayor
de la reina Arias Gonzalo,
y que de Alonso y García
tiene la cura a su cargo
Peransures, y que el conde
por muchas causas Lozano,
para mostrar que lo es,
viste acero y corre el campo,
quiero que a Diego Laínez
tenga el príncipe por ayo;
pero es mi gusto que sea
con parecer de los cuatro,
columnas de mi corona,
y apoyos de mi cuidado.
ARIAS: ¿Quién como Diego Laínez
puede tener a su cargo
lo que importa tanto a todos,
y al mundo le importa tanto?
ANSURES: ¿Merece Diego Laínez
tal favor de tales manos?
CONDE: Sí, merece; y más agora,
que a ser contigo ha llegado
preferido a mi valor
tan a costa de mi agravio.
Habiendo yo pretendido
el servir en este cargo
al príncipe mi señor,
que el cielo guarde mil años,
debieras mirar, buen rey,
lo que siento y lo que callo
por estar en tu presencia,
si es que puedo sufrir tanto.
Si el viejo Diego Laínez
con el peso de los años,
caduca ya, ¿cómo puede
siendo caduco, ser sabio?
Y cuando al príncipe enseñe
lo que entre ejercicios varios
debe hacer un caballero
en las plazas y en los campos,
¿podrá, para dalle ejemplo,
como yo mil veces hago,
hacer una lanza astillas,
desalentando un caballo?
Si yo...
REY: ¡Baste!
DIEGO: Nunca, conde,
anduvistes tan lozano.
Que estoy caduco confieso,
que el tiempo, en fin, puede tanto.
Mas caducando, durmiendo,
feneciendo, delirando,
¡puedo, puedo enseñar yo
lo que muchos ignoraros!
Que si es verdad que se muere
cual se vive, agonizando,
para vivir daré ejemplos,
y valor para imitallos.
Si ya me faltan las fuerzas
para con pies y con brazos
hacer de lanzas astillas
y desalentar caballos,
de mis hazañas escritas
daré al príncipe un traslado,
y aprenderá en lo que hice,
si no aprende en lo que hago.
Y verá el mundo, y el rey,
que ninguno en lo crïado
merece...
REY: ¡Diego Laínez!
CONDE: ¡Yo lo merezco...
REY: ¡Vasallos!
CONDE: ...tan bien como tú, y mejor!
REY: ¡Conde!
DIEGO: Recibes engaño.
CONDE: Yo digo...
REY: ¡Soy vuestro rey!
DIEGO: ¿No dices?...
CONDE: Dirá la mano
lo que ha callado la lengua!
ANSURES: ¡Tente!...
DIEGO: ¡Ay, viejo desdichado!
REY: ¡Ah, de mi guarda...!
DIEGO: ¡Dejadme!
REY: ¡Prendedle!
CONDE: ¿Estás enojado?
Espera, excusa alborotos,
rey poderoso, rey magno,
y no los habrá en el mundo
de habellos en tu palacio.
Y perdónale esta vez
a esta espada y a esta mano
el perderte aquí el respeto,
pues tantas y en tantos años
fue apoyo de tu corona,
caudillo de tus soldados,
defendiendo tus fronteras,
y vengando tus agravios.
Considera que no es bien
que prendan los reyes sabios
a los hombres como yo,
que son de los reyes manos,
alas de su pensamiento,
y corazón de su estado.
REY: ¿Hola?
ANSURES: ¿Señor?
ARIAS: ¿Señor?
REY: ¿Conde?
CONDE: Perdona.
REY: ¡Espera villano!
¡Seguidle!
ARIAS: ¡Parezca agora
tu prudencia, gran Fernando!
DIEGO: Llamalde, llamad al conde,
que venga a ejercer el cargo
de ayo de vuestro hijo,
que podrá más bien honrallo;
pues que yo sin honra quedo,
y él lleva, altivo y gallardo,
añadido al que tenía
el honor que me ha quitado.
Y yo me iré, si es que puedo,
tropezando en cada paso
con la carga de la afrenta
sobre el peso de los años,
donde mis agravios llore
hasta vengar mis agravios.
REY: ¡Escucha, Diego Laínez!
DIEGO: Mal parece un afrentado
en presencia de su rey.
REY: ¡Oíd!
DIEGO: ¡Perdonad, Fernando!
(¡Ay, sangre que honró a Castilla!) Aparte
REY: ¡Loco estoy!
ARIAS: Va apasionado.
REY: Tiene razón. ¿Qué haré, amigos?
¿Prenderé al conde Lozano?
ARIAS: No, señor; que es poderoso,
arrogante, rico y bravo,
y aventuras en tu imperio
tus reinos y tus vasallos.
Demás de que en casos tales
es negocio averiguado
que el prender al delincuente
es publicar el agravio.
REY: Bien dices. Ve, Peransures,
siguiendo al conde Lozano.
Sigue tú a Diego Laínez.
Decid de mi parte a entrambos
que, pues la desgracia ha sido
en mi aposento cerrado
y está seguro el secreto,
que ninguno a publicallo
se atreva, haciendo el silencio
perpetuo; y que yo lo mando
so pena de mi desgracia.
ANSURES: ¡Notable razón de estado!
REY: Y dile a Diego Laínez
que su honor tomo a mi cargo,
y que vuelva luego a verme.
Y di al conde que le llamo,
y le aseguro. Y veremos
si puede haber medio humano
que componga estas desdichas.
ANSURES: Iremos.
REY: ¡Volved volando!
ARIAS: Mi sangre es Diego Laínez.
ANSURES: Del conde soy primo hermano.
REY: Rey soy mal obedecido,
castigaré mis vasallos.
RODRIGO: Hermanos, mucho me honráis.
BERMUDO: A nuestro hermano mayor
servimos.
RODRIGO: Todo el amor
que me debéis, me pagáis.
HERNÁN: Con todo habemos quedado.
Que es bien que lo confesamos,
envidiando los extremos
con que del rey fuiste honrado.
RODRIGO: Tiempo, tiempo vendrá, hermanos,
en que el rey, placiendo a Dios,
pueda emplear en los dos
sus dos liberales manos,
y os dé con los mismos modos
el honor que merecí;
que el rey que me honra a mí,
honra tiene para todos.
Id colgando con respeto
sus armas, que mías son;
a cuyo heroico blasón
otra vez juro y prometo
de no ceñirme su espada,
que colgada aquí estará
de mi mano, y está ya
de mi esperanza colgada,
hasta que llegue a vencer
cinco batallas campales.
BERMUDO: ¿Y cuándo, Rodrigo, sales
al campo?
RODRIGO: A tiempo ha de ser.
DIEGO: ¿Agora cuelgas la espada,
Rodrigo?
HERNÁN: ¡Padre!
BERMUDO: ¡Señor!
RODRIGO: ¿Qué tienes?
DIEGO: (No tengo honor.) Aparte
¡Hijos!
RODRIGO: ¡Dile!
DIEGO: Nada, nada...
¡Dejadme solo!
RODRIGO: ¿Qué ha sido?
(De honra son estos enojos Aparte
Vertiendo sangre de los ojos
con el báculo partido...)
DIEGO: ¡Salíos fuera!
RODRIGO: Si me das
licencia, tomar quisiera
otra espada.
DIEGO: ¡Esperad fuera!
¡Salte, salte como estás!
HERNÁN: ¡Padre!
BERMUDO: ¡Padre!
DIEGO: (¡Más se aumenta Aparte
mi desdicha!)
RODRIGO: ¡Padre amado!
DIEGO: (Con una afrenta os he dado Aparte
a cada uno una afrenta.)
¡Dejadme solo...!
BERMUDO: Crüel
es su pena.
HERNÁN: Yo la siento.
DIEGO: (¡Que se caerá este aposento Aparte
si hay cuatro afrentas en él!)
¿No os vais?
RODRIGO: Perdona...
DIEGO: (¡Qué poca Aparte
es mi suerte!)
RODRIGO: (¿Qué sospecho? Aparte
Pues ya el honor en mi pecho
toca a fuego, al arma toca.)
DIEGO: ¡Cielos! ¡Peno, muero, rabio!...
No más, báculo rompido,
pues sustentar no ha podido
sino al honor, al agravio.
Mas nos os culpo, como sabio.
Mal he dicho, perdonad.
Que es ligera autoridad
la vuestra, y sólo sustenta
no la carga de una afrenta,
sino el peso de una edad.
Antes con mucha razón
es vengo a estar obligado,
pues dos palos me habéis dado
con que vengue un bofetón.
Mas es liviana opinión
que mi honor fundarse quiera
sobre cosa tan ligera.
Tomando esta espada, quiero
llevar báculo de acero
y no espada de madera.
Si no me engaño, valor
tengo que mi agravio siente.
¡En ti, en ti, espada valiente,
ha de fundarse mi honor!
De Mudarra el vengador
eres; tu acero afamado
desde el uno al otro polo;
pues vengaron tus heridas
la muerte de siete vidas,
¡venga en mí un agravio solo!
¿Esto es blandir o temblar?
Pulso tengo todavía;
aún hierve mi sangre fría,
que tiene fuego el pesar.
Bien me puedo aventurar;
mas, ¡ay cielo!, engaño es,
que cualquier tajo o revés
me lleva tras sí la espada,
bien en mi mano apretada
y mal segura en mis pies.
Ya me parece de plomo,
ya mi fuerza desfallece,
ya caigo, ya me parece
que tiene a la punta el pomo.
Pues, ¿qué he de hacer? ¿Cómo, cómo
con qué, con qué confïanza
daré paso a mi esperanza,
cuando funda el pensamiento
sobre tan flaco cimiento
tan importante venganza?
¡Oh, caduca edad cansada!
Estoy por pasarme el pecho.
¡Ah, tiempo ingrato! ¿Qué has hecho?
¡Perdonad, valiente espada!
¡Y estad desnuda y colgada
que no he de envainaros, no!
Que pues mi vida acabó
donde mi afrenta comienza,
teniéndoos a la vergüenza,
diréis la que tengo yo.
¡Desvanéceme la pena!
Mis hijos quiero llamar;
que aunque es desdicha tomar
venganza con mano ajena,
el no tomalla condena
con más veras al honrado.
En su valor he dudado,
teniéndome suspendido,
el suyo por no sabido,
el mío por acabado.
¿Qué haré?... No es mal pensamiento.
¡Hernán Díaz!
HERNÁN: ¿Qué me mandas?
DIEGO: Los ojos tengo sin luz,
la vida tengo sin alma.
HERNÁN: ¿Qué tienes?
DIEGO: ¡Ay hijo! ¡Ay hijo!
Dame la mano. Estas ansias
con este rigor me aprietan.
HERNÁN: ¡Padre, padre! ¡Que me matas!
¡Suelta, por Dios, suelta! ¡Ay cielo!
DIEGO: ¿Qué tienes? ¿Qué te desmaya?
¿Qué lloras, medio mujer?
HERNÁN: ¡Señor!...
DIEGO: ¡Vete! ¡Vete! ¡Calla!
¿Yo te di el ser? No es posible...
¡Sale fuera!
HERNÁN: ¡Cosa extraña!
DIEGO: ¡Si así son todos mis hijos,
buena queda mi esperanza!
¡Bermudo Laín!
BERMUDO: ¿Señor?
DIEGO: Una congoja, una basca
tengo, hijo. Llega, llega...
¡Dame la mano!
BERMUDO: Tomalla
puedes. ¡Mi padre! ¿Que haces?
¡Suelta, deja, quedo, basta!
¿Con las dos manos me aprietas?
DIEGO: ¡Ay, infame! Mis manos flacas
¿son las garras de un león?
Y aunque lo fueran, ¿bastaran
a mover tus tiernas quejas?
¿Tú eres hombre? ¡Vete, infamia
de mi sangre!
BERMUDO: Voy corrido.
DIEGO: ¿Hay tal pena? ¿Hay tal desgracia?
¿En qué columnas escriba
la nobleza de una casa
que dio sangre a tantos reyes?
Todo el aliento me falta.
¿Rodrigo?
RODRIGO: ¿Padre? Señor,
¿Es posible que me agravias?
Si me engendraste el primero,
¿cómo el postrero me llamas?
DIEGO: ¡Ay hijo! Muero...
RODRIGO: ¿Que tienes?
DIEGO: ¡Pena, pena, rabia, rabia!
RODRIGO: ¡Padre! ¡Soltad en mal hora!
¡Soltad, padre, en hora mala!
¡Si no fuérades mi padre,
diéraos una bofetada!
DIEGO: Ya no fuera la primera.
RODRIGO: ¿Cómo?
DIEGO: ¡Hijo, hijo del alma!
¡Ese sentimiento adoro,
esa cólera me agrada,
esa braveza bendigo!
¡Esa sangre alborotada
que ya en tus venas revienta,
que ya por tus ojos salta,
es la que me dio Castilla,
y la que te di heredada
de Laín Calvo y de Nuño,
y la que afrentó en mi cara
el conde... el conde de Orgaz...
ése a quien Lozano llaman!
¡Rodrigo, dame los brazos!
¡Hijo, esfuerza mi esperanza,
y esta mancha de mi honor
que al tuyo se extiende, lava
con sangre; que sangre sola
quita semejantes manchas!
Si no te llamé el primero
para hacer esta venganza,
fue porque más te quería,
fue por más te adoraba;
y tus hermanos quisiera
que mis agravios vengaran
por tener seguro en ti
el mayorazgo en mi casa.
Pero pues los vi, al proballos
tan sin bríos, tan sin alma,
que cobraron mis afrentas,
y crecieron mis desgracias.
¡A ti te toca, Rodrigo!
Cobra el respeto a estas canas;
poderoso es el contrario
y en palacio y en campaña
su parecer el primero,
y suya la mejor lanza.
Pero pues tienes valor
y el discurso no te falta
cuando a la vergüenza miras
aquí ofensa y allí espada.
No tengo más que decirte
pues ya mi aliento se acaba
y voy a llorar afrentas
mientas tú tomas venganza.
RODRIGO: Suspenso, de afligido,
estoy... Fortuna, ¿es cierto lo que veo?
¡Tan en mi daño ha sido
tu mudanza, que es tuya, y no la creo!
¿Posible pudo ser que permitiese
tu inclemencia que fuese
mi padre el ofendido? ¡Extraña pena!
¿Y el ofensor el padre de Jimena?
¿Qué haré, suerte atrevida,
si él es el alma que me dio la vida?
¿Que haré--¡terrible calma!--
si ella es la vida que me tiene el alma?
Mezclar quisiera, en confïanza tuya,
mi sangre con la suya,
¿y he de verter su sangre? ¡Brava pena!
¿Yo he de matar al padre de Jimena?
Mas ya ofende esta duda
al santo honor que mi opinión sustenta.
Razón es que sacuda
de amor el yugo y, la cerviz exenta,
acuda a lo que soy; que habiendo sido
mi padre el ofendido,
poco importa que fuese--¡amarga pena!
el ofensor el padre de Jimena.
¿Que imagino? Pues que tengo
más valor que pocos años,
para vengar a mi padre
matando al conde Lozano,
¿qué importa el bando temido
del poderoso contrario,
aunque tenga en las montañas
mil amigos asturianos?
¿Y qué importa que en la corte
del rey de León, Fernando,
sea su voto el primero,
y en guerra el mejor su brazo?
Todo es poco, todo es nada
en descuento de un agravio,
el primero que se ha hecho
a la sangre de Laín Calvo.
Daráme el cielo ventura,
si la tierra me da campo,
aunque es la primera vez
que doy el valor al brazo.
Llevaré esta espada vieja
de Mudarra el castellano,
aunque está bota y mohosa,
por la muerte de su amo;
y si le pierdo el respeto,
quiero que admita en descargo
del ceñírmela ofendido,
lo que la digo turbado.
Haz cuenta, valiente espada,
que otro Mudarra te ciñe,
y que con mi brazo riñe
por su honra maltratada.
Bien sé que te correrás
de venir a mi poder,
mas no te podrás correr
de verme echar paso atrás.
Tan fuerte como tu acero
me verás en campo armado;
segundo dueño has cobrado
tan bueno como el primero.
Pues cuando alguno me venza,
corrido del torpe hecho
hasta la cruz en mi pecho
te esconderé, de vergüenza.
URRACA: ¡Qué general alegría
tiene toda la ciudad
con Rodrigo!
JIMENA: Así es verdad,
y hasta el sol alegra al día.
URRACA: Será un bravo caballero,
galán, bizarro y valiente.
JIMENA: Luce en él gallardamente
entre lo hermoso lo fiero.
URRACA: ¡Con qué brío, qué pujanza,
gala, esfuerzo y maravilla
afirmándose en la silla,
rompió en el aire una lanza!
Y al saludar, ¿no le viste
que a tiempo picó el caballo?
JIMENA: Si llevó para picallo
la espada que tú le diste,
¿qué mucho?
URRACA: ¡Jimena, tente!
Porque ya el alma recela
que no ha picado la espuela
al caballo solamente.
CONDE: Confieso que fue locura,
mas no la quiero enmendar.
ANSURES: Querrálo el rey remediar
con su prudencia y cordura.
CONDE: ¿Que ha de hacer?
ANSURES: Escucha agora,
ten flema, procede a espacio...
JIMENA: A la puerta de palacio
llega mi padre, y, señora,
algo viene alborotado.
URRACA: Mucha gente le acompaña.
ANSURES: Es tu condición extraña.
CONDE: Tengo condición de honrado.
ANSURES: Y con ella, ¿has de querer
perderte?
CONDE: ¿Perderme? No,
que los hombres como yo
tienen mucho que perder,
y ha de perderse Castilla
antes que yo.
ANSURES: ¿Y no es razón
el dar tú...?
CONDE: ¿Satisfacción?
¡Ni dalla ni recibilla!
ANSURES: ¿Por qué no? No digas tal.
¿Qué duelo en su ley lo escribe?
CONDE: El que la da y la recibe,
es muy cierto quedar mal,
porque el uno pierde honor,
y el otro no cobra nada;
el remitir a la espada
los agravios es mejor.
ANSURES: ¿Y no hay otros medios buenos?
CONDE: No dicen con mi opinión.
Al dalle satisfacción
¿no he de decir, por lo menos,
que sin mí y conmigo estaba
al hacer tal desatino,
o porque sobraba el vino,
o porque el seso faltaba?
ANSURES: Es ansí.
CONDE: ¿Y no es desvarío
el no advertir, que en rigor
pondré un remedio en su honor
quitando un girón del mío?
Y en habiendo sucedido,
habremos los dos quedado,
él, con honor remendado,
y yo, con honor perdido.
Y será más en su daño
remiendo de otro color,
que el remiendo en el honor
ha de ser del mismo paño.
No ha de quedar satisfecho
de esa suerte, cosa es clara;
si sangre llamé a su cara,
saque sangre de mi pecho,
que manos tendré y espada
para defenderme de él.
ANSURES: Esa opinión es crüel.
CONDE: Esta opinión es honrada.
Procure siempre acertalla
el honrado y principal;
pero si la acierta mal,
defendella y no enmendalla.
ANSURES: Advierte bien lo que haces,
que sus hijos...
CONDE: Calla, amigo;
¿y han de competir conmigo
un caduco y tres rapaces?
JIMENA: ¡Parece que está enojado
mi padre, ay Dios! Ya se van.
URRACA: No te aflijas; tratarán
allá en su razón de estado.
Rodrigo viene.
JIMENA: Y también
trae demudado el semblante.
RODRIGO: (Cualquier agravio es gigante Aparte
en el honrado... ¡Ay. mi bien!)
URRACA: ¡Rodrigo, qué caballero
pareces!
RODRIGO: (¡Ay, prenda amada!) Aparte
URRACA: ¡Qué bien te asienta la espada
sobre seda y sobre acero!
RODRIGO: Tal merced...
JIMENA: (Alguna pena Aparte
señala... ¿Qué puede ser?)
URRACA: Rodrigo...
RODRIGO: (Que he de verter Aparte
sangre del alma! ¡Ay, Jimena!
URRACA: ...o fueron vanos antojos,
o pienso que te has turbado.
RODRIGO: Sí, que las dos habéis dado
dos causas a mis dos ojos,
pues lo fueron de este efeto
el darme con tal ventura,
Jimena, amor y hermosura,
y tú, hermosura y respeto.
JIMENA: Muy bien ha dicho, y mejor
dijera, si no igualara
la hermosura.
URRACA: (Yo trocara Aparte
con el respeto el amor.)
Más bien hubiera acertado
si mi respeto no fuera,
pues sólo tu amor pusiera
tu hermosura en su cuidado,
y no te causara enojos
el ver igualarme a ti
en ella.
JIMENA: Sólo sentí
el agravio de tus ojos;
porque yo más estimara
el ver estimar mi amor
que mi hermosura.
RODRIGO: (¡Oh, rigor Aparte
de Fortuna! ¡Oh, suerte avara!
¡Con glorias creces mi pena!)
URRACA: Rodrigo...
JIMENA: (¿Qué puede ser?) Aparte
RODRIGO: ¡Señora! (¡Que he de verter Aparte
sangre del alma! ¡Ay Jimena!
Ya sale el conde Lozano.
¿Cómo, ¡terribles enojos!,
teniendo el alma en los ojos
pondré en la espada la mano?
ANSURES: De lo hecho te contenta,
y ten por cárcel tu casa.
RODRIGO: (El amor allí me abrasa, Aparte
y aquí me hiela el afrenta.)
CONDE: Es mi cárcel mi albedrío,
si es mi casa.
JIMENA: (¿Qué tendrá?
Ya está hecho brasa, y ya está
como temblando de frío.
URRACA: Hacia el conde esta mirando
Rodrigo, el color perdido.
¿Qué puede ser?)
RODRIGO: (Si el que he sido Aparte
soy siempre, ¿qué estoy dudando?)
JIMENA: (¿Qué mira? ¿A qué me condena?)
RODRIGO: (Mal me puedo resolver.) Aparte
JIMENA: (¡Ay, triste!)
RODRIGO: (¡Que he de verter
sangre del alma! ¡Ay, Jimena!...
¿Qué espero? ¡Oh, Amor gigante!...
¿En qué dudo? Honor, ¿qué es esto?
En dos balanzas he puesto
ser honrado y ser amante.
Mas mi padre es éste; rabio
ya por hacer su venganza,
¡que cayó la una balanza
con el peso del agravio!
¡Cobardes mis bríos son,
pues para que me animara
hube de ver en su cara
señalado el bofetón!)
DIEGO: (Notables son mis enojos. Aparte
Debe dudar y temer.
¿Que mira, si echa de ver
que le animo con los ojos?)
ARIAS: Diego Laínez, ¿qué es esto?
DIEGO: Mal te lo puedo decir.
ANSURES: Por acá podremos ir
que está ocupado aquel puesto.
CONDE: Nunca supe andar torciendo
ni opiniones ni caminos.
RODRIGO: (Perdonad, ojos divinos Aparte
si voy a matar muriendo.)
¿Conde?
CONDE: ¿Quién es?
RODRIGO: A esta parte
quiero decirte quién soy.
JIMENA: (¿Qué es aquello? ¡Muerta estoy!) Aparte
CONDE: ¿Qué me quieres?
RODRIGO: Quiero hablarte.
Aquel viejo que está allí,
¿sabes quién es?
CONDE: Ya lo sé.
¿Por qué lo dices?
RODRIGO: ¿Por qué?
Habla bajo, escucha.
CONDE: Di.
RODRIGO: ¿No sabes que fue despojo
de honra y valor?
CONDE: Sí, sería.
RODRIGO: ¿Y que es sangre suya y mía
la que yo tengo en el ojo?
¿Sabes?
CONDE: Y el sabello...Acorta
razones... ¿qué ha de importar?
RODRIGO: Si vamos a otro lugar
sabrás lo mucho que importa.
CONDE: ¡Quita, rapaz! ¿Puede ser?
Vete, novel caballero,
vete, y aprende primero
a pelear y a vencer;
y podrás después honrarte
de verte por mí vencido,
sin que yo quede corrido
de vencerte y de matarte.
Deja agora tus agravios,
porque nunca acierta bien
venganzas con sangre quien
tiene la leche en los labios.
RODRIGO: En ti quiero comenzar
a pelear y aprender;
y verás si sé vencer,
veré si sabes matar.
Y mi espada mal regida
te dirá en mi brazo diestro,
que el corazón es maestro
de esta ciencia no aprendida.
Y quedaré satisfecho,
mezclando entre mis agravios
esta leche de mis labios
y esa sangre de tu pecho.
ANSURES: ¡Conde!
ARIAS: ¡Rodrigo!
JIMENA: ¡Ay de mí!
DIEGO: (El corazón se me abrasa.) Aparte
RODRIGO: Cualquier sombra de esta casa
es sagrado para ti...
JIMENA: ¿Contra mi padre, señor?
RODRIGO: ...Y así no te mato agora.
JIMENA: ¡Oye!
RODRIGO: ¡Perdonad, señora!
¡Que soy hijo de mi honor!
Sígueme, Conde!
CONDE: Rapaz
con soberbia de gigante,
mataréte si delante
te me pones; vete en paz.
Vete, vete si no quiés
que como en cierta ocasión
di a tu padre un bofetón
te dé a ti mil puntapiés.
RODRIGO: ¡Ya es tu insolencia sobrada!
JIMENA: ¡Con cuánta razón me aflijo!
DIEGO: Las muchas palabras, hijo,
quitan la fuerza a la espada.
JIMENA: ¡Detén la mano violenta,
Rodrigo!
URRACA: Trance feroz!
DIEGO: ¡Hijo, hijo! Con mi voz
te envío ardiendo mi afrenta.
CONDE: ¡Muerto soy!
JIMENA: ¡Suerte inhumana!
¡Ay, padre!
ANSURES: ¡Matalde! ¡Muera!
URRACA: ¿Qué haces, Jimena?
JIMENA: Quisiera
echarme por la ventana.
Pero volaré corriendo,
ya que no bajo volando.
¡Padre!
DIEGO: ¡Hijo! URRACA: ¡Ay, Dios!
RODRIGO: ¡Matando
he de morir!
URRACA: ¿Qué estoy viendo?
CRIADO 1: ¡Muera, que al conde mató!
CRIADO 2: ¡Prendedlo!
URRACA: Esperad, ¿qué hacéis?
Ni le prendáis, ni matéis...
¡Mirad, que lo mando yo,
que estimo mucho a Rodrigo,
y le ha obligado su honor!
RODRIGO: Bella infanta, tal favor
con toda el alma bendigo.
Mas es la causa extremada,
para tan pequeño efeto,
interponer tu respeto
donde sobrara mi espada.
No matallos ni vencellos
pudieras mandarme a mí,
pues por respetarte a ti
los dejo con vida a ellos.
Cuando me quieras honrar,
con tu ruego y con tu voz
detén el viento veloz,
pára el indómito mar,
y para parar el sol
te le opón con tu hermosura;
que para éstos, fuerza pura
sobra en mi brazo español;
y no irán tantos viniendo
como pararé matando.
URRACA: Todo se va alborotando,
Rodrigo, a Dios te encomiendo,
y el sol, el viento y el mar,
pienso, si te han de valer,
con mis ruegos detener
y con mis fuerzas parar.
RODRIGO: Beso mil veces tu mano.
¡Seguidme!
CRIADO 1: ¡Vete al abismo!
CRIADO 2: ¡Sígate el demonio mismo!
URRACA: ¡Oh, valiente castellano!
FIN DEL ACTO PRIMEROACTO SEGUNDO
Salen el REY don Fernando y algunos CRIADOS con él
REY: ¿Qué rüido, grita y lloro
que hasta las nubes abrasa,
rompe el silencio en mi casa,
y en mi respeto el decoro?
Arias Gonzalo, ¿qué es esto?
ARIAS: ¡Una gran adversidad!
Perderáse esta ciudad
si no lo remedias presto.
REY: ¿Pues qué ha sido?
ANSURES: Un enemigo...
REY: ¿Per Ansures?
ANSURES: ...un rapaz
ha muerto al conde de Orgaz.
REY: ¡Válame Dios! ¿Es Rodrigo?
ANSURES: Él es, y en tu confïanza
pudo alentar su osadía.
REY: Cómo la ofensa sabía
luego caí en la venganza.
Un gran castigo he de hacer.
¿Prendiéronle?
ANSURES: No, señor.
ARIAS: Tiene Rodrigo valor,
y no se dejó prender.
Fuése, y la espada en la mano,
llevando a compás los pies,
pareció un Roldán francés,
pareció un Héctor troyano.
JIMENA: ¡Justicia, justicia pido!
DIEGO: Justa venganza he tomado.
JIMENA: ¡Rey, a tus pies he llegado!
DIEGO: ¡Rey, a tus pies he venido!
REY: (¡Con cuánta razón me aflijo! Aparte
¡Qué notable desconcierto!)
JIMENA: ¡Señor, a mi padre han muerto!
DIEGO: Señor, matóle mi hijo.
Fue obligación sin malicia.
JIMENA: Fue malicia y confïanza.
DIEGO: Hay en los hombre venganza.
JIMENA: ¡Y habrá en los reyes justicia!
¡Esta sangre limpia y clara
en mis ojos considera!
DIEGO: Si esa sangre no saliera,
¿cómo mi sangre quedara?
JIMENA: ¡Señor, mi padre he perdido!
DIEGO: ¡Señor, mi honor he cobrado!
JIMENA: Fue el vasallo más honrado.
DIEGO: ¡Sabe el cielo quién lo ha sido!
Pero no os quiero afligir.
Sois mujer. Decid, señora.
JIMENA: Esta sangre dirá agora
lo que no acierto a decir.
Y de mi justa querella
justicia así pediré,
porque yo solo sabré
mezclar lágrimas con ella.
Yo vi con mis propios ojos
teñido el luciente acero;
mira si con causa muerto
entre tan justos enojos.
Yo llegué casi sin vida,
y sin alma, ¡triste yo!,
a mi padre, que me habló
por la boca de la herida.
Atajóle la razón
la muerte, que fue crüel,
y escribió en este papel
con sangre mi obligación.
A tus ojos poner quiero,
letras que en mi alma están,
y en los míos, como imán,
sacan lágrimas de acero.
Y aunque el pecho se desangre
en su misma fortaleza,
costar tiene una cabeza
cada gota de esta sangre.
REY: ¡Levantad!
DIEGO: Yo vi, señor,
que en aquel pecho enemigo
la espada de mi Rodrigo
entraba a buscar mi honor.
Llegué, y halléle sin vida,
y puse con alma exenta
el corazón en mi afrenta
y los dedos en su herida.
Lavé con sangre el lugar
adonde la mancha estaba,
porque el honor que se lava,
con sangre se ha de lavar.
Tú, señor, que la ocasión
viste de mi agravio, advierte
en mi cara de la suerte
que se venga un bofetón;
que no quedara contenta
ni lograda mi esperanza,
si no vieras la venganza
adonde viste la afrenta.
Agora, si en la malicia
que a tu respeto obligó,
la venganza me tocó
y te toca la justicia,
hazla en mí, rey soberano,
pues es propio de tu alteza
castigar en la cabeza
los delitos de la mano.
Y sólo fue mano mía
Rodrigo. Yo fui el crüel
que quise buscar en él
las manos que no tenía.
Con mi cabeza cortada
quede Jimena contenta,
que mi sangre sin mi afrenta
saldrá limpia y saldrá honrada.
REY: ¡Levanta y sosiegaté!
¡Jimena!
JIMENA: ¡Mi llanto crece!
URRACA: Llega, hermano, y favorece
a tu ayo.
PRÍNCIPE: Así lo haré.
REY: Consolad, Infanta, vos
a Jimena. ¡Y vos, id preso!
PRÍNCIPE: Si mi padre gusta de eso
presos iremos los dos.
Señale la fortaleza...
mas tendrá su majestad
a estas canas más piedad.
DIEGO: Déme los pies vuestra alteza.
REY: A castigalle me aplico.
¡Fue gran delito!
PRÍNCIPE: Señor,
fue la obligación de honor,
¡y soy yo el que lo suplico!
REY: Casi a mis ojos matar
al conde, tocó en traición.
URRACA: ¡El conde le dio ocasión!
JIMENA: ¡Él la pudiera excusar!
PRÍNCIPE: Pues por ayo me le has dado,
hazle a todos preferido;
pues que para habello sido
le importaba el ser honrado.
Mi ayo, ¡bueno estaría
preso mientras vivo estoy!
ANSURES: De tus hermanos lo soy,
y fue el conde sangre mía.
PRÍNCIPE: ¿Qué importa?
REY: ¡Baste!
PRÍNCIPE: ¡Señor,
en los reyes soberanos
siempre menores hermanos
son crïados del mayor!
¿Con el príncipe heredero
los otros se han de igualar?
ANSURES: Preso le manda llevar.
PRÍNCIPE: ¡No hará el rey si yo no quiero!
REY: ¡Don Sancho!
JIMENA: ¡El alma desmaya!
ARIAS: (¡Su braveza maravilla!) Aparte
PRÍNCIPE: ¡Ha de perderse Castilla
primero que preso vaya!
REY: Pues vos le habéis de prender.
DIEGO: ¿Qué más bien puedo esperar?
PRÍNCIPE: Si a mi cargo ha de quedar,
yo su alcaide quiero ser.
Siga entre tanto Jimena
su justicia.
JIMENA: ¡Harto mejor!
Perseguiré el matador.
PRÍNCIPE: Conmigo va.
REY: ¡Enhorabuena!
JIMENA: (¡Ay, Rodrigo! Pues me obligas Aparte
si te persigo verás)
URRACA: (Yo pienso valelle más Aparte
cuanto tú más le persigas.)
ARIAS: (Sucesos han sido extraños.) Aparte
PRÍNCIPE: Pues yo tu príncipe soy,
ve confïado.
DIEGO: Sí, voy.
Guárdete el cielo mil años.
PAJE: A su casa de placer
quiere la reina partir;
manda llamarte.
URRACA: Habré de ir;
con causa debe de ser.
REY: Tú, Jimena, ten por cierto
tu consuelo en mi rigor.
JIMENA: ¡Haz justicia!
REY: Ten valor.
JIMENA: (¡Ay, Rodrigo, que me has muerto!) Aparte
ELVIRA: ¿Qué has hecho, Rodrigo?
RODRIGO: Elvira,
una infelice jornada.
A nuestra amistad pasada
y a mis desventuras mira.
ELVIRA: ¿No mataste al conde?
RODRIGO: Es cierto;
importábale a mi honor.
ELVIRA: Pues, señor,
¿cuándo fue casa del muerto
sagrado del matador?
RODRIGO: Nunca al que quiso la vida;
pero yo busco la muerte
en su casa.
ELVIRA: ¿De qué suerte?
RODRIGO: Está Jimena ofendida;
de sus ojos soberanos
siento en el alma disgusto,
y por ser justo
vengo a morir en sus manos
pues estoy muerto en su gusto.
ELVIRA: ¿Qué dices? Vete y reporta
tal intento; porque está
cerca palacio y vendrá
acompañada.
RODRIGO: ¿Qué importa?
En público quiero hablalla,
y ofrecella la cabeza.
ELVIRA: ¡Qué extrañeza!
Eso fuera... ¡vete, calla!
...locura y no gentileza.
RODRIGO: ¿Pues qué haré?
ELVIRA: ¿Qué siento? ¡Ay, Dios!
¡Ella vendrá...! ¿Qué recelo?
¡Ya viene! ¡Válgame el cielo!
¡Perdidos somos los dos!
A la puerta del retrete
te cubre de esa cortina.
RODRIGO: Eres divina.
ELVIRA: (Peregrino fin promete Aparte
ocasión tan peregrina.)
JIMENA: Tío, dejadme morir.
ANSURES: Muerto voy. ¡Ay, pobre conde!
JIMENA: Y dejadme sola adonde
ni aun quejas puedan salir.
Elvira, sólo contigo
quiero descansar un poco.
Mi mal toco
con toda el alma; Rodrigo
mató a mi padre.
RODRIGO: (¡Estoy loco!) Aparte
JIMENA: ¿Qué sentiré, si es verdad...?
ELVIRA: Di, descansa.
JIMENA: ¡Ay, afligida!
¡Que la mitad de mi vida
ha muerto la otra mitad!
ELVIRA: ¿No es posible consolarte?
JIMENA: ¿Qué consuelo he de tomar,
si al vengar
de mi vida la una parte,
sin las dos he de quedar?
ELVIRA: ¿Siempre quieres a Rodrigo?
Que mató a tu padre mira.
JIMENA: Sí, y aun preso, ¡ay Elvira!,
es mi adorado enemigo.
ELVIRA: ¿Piensas perseguille?
JIMENA: Sí,
que es de mi padre el decoro;
y así lloro
el buscar lo que perdí,
persiguiendo lo que adoro.
ELVIRA: Pues, ¿cómo harás--no lo entiendo--
estimando el matador
y el muerto?
JIMENA: Tengo valor,
y habré de matar muriendo.
Seguiréle hasta vengarme.
RODRIGO: Mejor es que mi amor firme,
con rendirme,
te dé el gusto de matarme
sin la pena del seguirme.
JIMENA: ¿Qué has emprendido? ¿Qué has hecho?
¿Eres sombra? ¿Eres visión?
RODRIGO: ¡Pasa el mismo corazón
que pienso que está en tu pecho!
JIMENA: ¡Jesús! ¡Rodrigo! ¡Rodrigo
en mi casa!
RODRIGO: Escucha...
JIMENA: ¡Muero!
RODRIGO: Sólo quiero
que en oyendo lo que digo
respondas con este acero.
Tu padre el conde, Lozano
en el nombre y en el brío,
puso en las canas del mío
la atrevida injusta mano;
y aunque me vi sin honor
se mal logró mi esperanza
en tal mudanza
con tal fuerza, que tu amor
puso en duda mi venganza.
Mas en tan gran desventura
lucharon a mi despecho
contrapuestos en mi pecho
mi afrenta con tu hermosura;
y tú, señora, vencieras
a no haber imaginado
que afrentado
por infame aborrecieras
quien quisiste por honrado.
Con este buen pensamiento,
tan hijo de tus hazañas,
de tu padre en las entrañas
entró mi estoque sangriento.
Cobré mi perdido honor;
mas luego a tu amor, rendido
he venido
porque no llames rigor
lo que obligación ha sido
donde disculpada veas
con mi pena mi mudanza,
y donde tomes venganza
si es que venganza deseas.
Toma, y porque a entrambos cuadre
un valor y un albedrío,
haz con brío
la venganza de tu padre
como hice la del mío.
JIMENA: Rodrigo, Rodrigo, ¡ay triste!,
yo confieso, aunque la sienta,
que en dar venganza a tu afrenta
como caballero hiciste.
No te doy la culpa a ti
de que desdichada soy;
y tal estoy
que habré de emplear en mí
la muerte que no te doy.
Sólo te culpo, agraviada,
el ver que a mis ojos vienes
a tiempo que aún fresca tienes
mi sangre en mano y espada.
Pero no a mi amor,rendido,
sino a ofenderme has llegado,
confïado
de no ser aborrecido
por lo que fuiste adorado.
Mas, ¡vete, vete Rodrigo!
Disculpará mi decoro
con quien piensa que te adoro,
el saber que te persigo.
Justo fuera sin oírte
que la muerte hiciera darte;
mas soy parte
para sólo perseguirte,
¡pero no para matarte!
¡Vete! Y mira a la salida
no te vean, si es razón
no quitarme la opinión
quien me ha quitado la vida.
RODRIGO: Logra mi justa esperanza.
¡Mátame!
JIMENA: ¡Déjame!
RODRIGO: ¡Espera!
¡Considera
que el dejarme es la venganza
que el matarme no lo fuera!
JIMENA: Y aun por eso quiero hacella.
RODRIGO: ¡Loco estoy! Estás terrible...
¿Me aborreces?
JIMENA: No es posible,
que predominas mi estrella.
RODRIGO: Pues tu rigor, ¿qué hacer quiere?
JIMENA: Por mi honor, aunque mujer,
he de hacer
contra tú cuando pudiera...
deseando no poder.
RODRIGO: ¡Ay, Jimena! ¿Quién dijera...
JIMENA: ¡Ay, Rodrigo! ¿Quien pensara...
RODRIGO: ...que mi dicha se acabara?
JIMENA: ...y que mi bien feneciera?
Mas, ¡ay Dios!, que estoy temblando
de que han de verte saliendo...
RODRIGO: ¿Qué estoy viendo?
JIMENA: ¡Vete y déjame pensando!
RODRIGO: ¡Quédate, iréme muriendo!
DIEGO: No la ovejuela su pastor perdido,
ni el león que sus hijos le has quitado,
baló quejosa, ni bramó ofendido,
como yo por Rodrigo... ¡Ay hijo amado!
Voy abrazando sombras descompuesto
entre la oscura noche que ha cerrado...
Dile la seña y señaléle el puesto
donde acudiese en sucediendo el caso.
¿Si me habrá sido inobediente en esto?
¡Pero no puede ser! ¡Mil penas paso!
Algún inconveniente le habrá hecho,
mudando la opinión, torcer el paso...
¡Qué helada sangre me revienta el pecho!
¿Si es muerto, herido o preso? ¡Ay cielo santo!
¡Y cuántas cosas de pesar sospecho!
¿Qué siento? ¿Es él? Mas no merezco tanto;
será que corresponden a mis males
los ecos de mi voz y de mi llanto.
Pero, entre aquellos secos pedregales
vuelvo a oír el galope de un caballo.
De él se apea Rodrigo. ¿Hay dichas tales?
¿Hijo?
RODRIGO: ¿Padre?
DIEGO: ¿Es posible que me hallo
entre tus brazos? Hijo, aliento tomo
para en tu alabanzas empleallo.
¿Cómo tardastes tanto? Pies de plomo
te puso mi deseo, y pues viniste,
no he de cansarte preguntando el cómo.
¡Bravamente probaste! ¡Bien lo hiciste!
¡Bien mis pasados bríos imitaste!
¡Bien me pagaste el ser que me debiste!
Toca las blancas canas que me honraste,
llega la tierna boca a la mejilla
donde la mancha de mi honor quitaste.
Soberbia el alma a tu valor se humilla,
como conservador de la nobleza
que han honrado tantos reyes en Castilla.
RODRIGO: Dame la mano, y alza la cabeza,
a quien, como la causa, se atribuya
si hay en mí algún valor y fortaleza.
DIEGO: Con más razón besara yo la tuya,
pues si yo te di el ser naturalmente,
tú me le has vuelto a pura fuerza suya.
Mas será no acabar eternamente
si no doy a esta plática desvíos.
Hijo, ya tengo prevenida gente;
con quinientos hidalgos, deudos míos,
que cada cual tu gusto solicita.
Sal en campaña a ejercitar tus bríos.
Ve, pues la causa y la razón te incita,
donde está esperando en sus caballos,
que el menos bueno a los del sol imita.
Buena ocasión tendrás para empleallos,
pues moros fronterizos arrogantes,
al rey le quitan tierras y vasallos;
que ayer, con melancólicos semblantes,
el Consejo de Guerra, y el de Estado,
lo supo por espías vigilantes.
Las fértiles campañas han talado
de Burgos; y pasando Montes de Oca,
de Nájera, Logroño y Vilforado,
con suerte mucha, y con vergüenza poca,
se llevan tanta gente aprisionada,
que ofende al gusto, y el valor provoca.
Sal les al paso, emprende esta jornada,
y dando brío al corazón valiente,
pruebe la lanza quien probó la espada,
y el rey, sus grandes, la plebeya gente,
no dirán que la mano te ha servido
para vengar agravios solamente.
Sirve en la guerra al rey; que siempre ha sido
digna satisfacción de un caballero
servir al rey a quien dejó ofendido.
RODRIGO: ¡Dadme la bendición!
DIEGO: Hacello quiero.
RODRIGO: Para esperar de mi obediencia palma,
tu mano beso, y a tus pies la espero.
DIEGO: Tómala con la mano y con el alma.
URRACA: ¡Qué bien el campo y el monte
le parece a quien lo mira
hurtando el gusto al cuidado,
y dando el alma a la vista!
En los llanos y en la cumbres
¡qué a concierto se divisan
aquí los pimpollos verdes,
y allí las pardas encinas!
Si acullá brama el león,
aquí la mansa avecilla
parece que su braveza
con sus cantares mitiga.
Despeñándose el arroyo,
señala que como estiman
sus aguas la tierra blanda,
huyen de las peñas vivas.
Bien merecen estas cosas
tan bellas, y tan distintas,
que se imite a quien las goza,
y se alabe a quien las cría.
¡Bienaventurado aquél
que por sendas escondidas
en los campos se entretiene,
y en los montes se retira!
Con tan buen gusto la reina
mi madre, no es maravilla
si en esta casa de campo
todos sus males alivia.
Salió de la corte huyendo
de entre la confusa grita,
donde unos toman venganza,
cuando otros piden justicia...
¿Qué se habrá hecho Rodrigo?
Que con mi presta venida
no he podido saber de él
si está en salvo, o si peligra.
No sé qué tengo, que el alma
con cierta melancolía
me desvela en su cuidado...
Mas ¡ay!, estoy divertida.
Una tropa de caballos
dan polvo al viento que imitan,
todos a punto de guerra...
¡Jesús, y qué hermosa vista!
Saber la ocasión deseo,
la curiosidad me incita...
¡Ah, caballeros! ¡Ah, hidalgos!
Ya se paran y ya miran.
¡Ah, capitán, el que lleva
banda y plumas amarillas!
Ya de los otros se aparta,
la lanza a un árbol arrima.
Ya se apea del caballo,
ya de su lealtad confía,
ya el cimiento de esta torre,
que es todo de peña viva,
trepa con ligeros pies,
ya los miradores mira.
Aún no me ha visto. ¿Qué veo?
Ya le conozco. ¿Hay tal dicha?
RODRIGO: La voz de la infanta era...
Ya casi las tres esquinas
de la torre he rodeado.
URRACA: ¿Ah, Rodrigo?
RODRIGO: Otra vez grita...
Por respetar a la reina,
no respondo, y ella misma
me hizo dejar el caballo.
Mas... ¡Jesús! ¡Señora mía!
URRACA: ¡Dios te guarde! ¿Dónde vas?
RODRIGO: Donde mis hados me guían,
dichosos, pues me guiaron
a merecer esta dicha.
URRACA: ¿Ésta es dicha? No, Rodrigo;
la que pierdes lo sería.
Bien me lo dice por señas
la sobrevista amarilla.
RODRIGO: Quien con esperanzas vive,
desesperado camina.
URRACA: Luego, no la has perdido.
RODRIGO: A tu servicio me animan.
URRACA: ¿Saliste de la ocasión
sin peligro, y sin heridas?
RODRIGO: Siendo tú mi defensora
advierte cómo saldría.
URRACA: ¿Dónde vas?
RODRIGO: A vencer moros,
y así la gracia perdida
cobrar de tu padre el rey.
URRACA: ¡Qué notable gallardía!
¿Quién te acompaña?
RODRIGO: Esta gente
me ofrece quinientas vidas,
en cuyos hidalgos pechos
hierve también sangre mía.
URRACA: Galán vienes, bravo vas,
mucho vales, mucho obligas;
bien me parece, Rodrigo,
tu gala y tu valentía.
RODRIGO: Estimo con toda el alma
merced que fuera divina,
mas mi humildad en tu alteza
mis esperanzas marchita.
URRACA: No es imposible, Rodrigo,
el igualarse las dichas
en desiguales estados,
si es la nobleza una misma.
¡Dios te vuelva vencedor,
que después...
RODRIGO: ¡Mil años vivas!
URRACA: (¿Qué he dicho?) Aparte
RODRIGO: Tu bendición
mis victorias facilita.
URRACA: ¿Mi bendición? ¡Ay Rodrigo,
si las bendiciones mías
te alcanzan, serás dichoso!
RODRIGO: Con no más de recibillas
lo seré, divina infanta.
URRACA: Mi voluntad es divina.
Dios te guíe, Dios te guarde,
como te esfuerza y te anima,
y en número tus victorias
con las estrellas compitan.
Por la redondez del mundo,
después de ser infinitas
con las plumas de la fama
y el mismo sol las escriba.
Y ve agora confïado
que te valdré con la vida.
Fía de mí estas promesas
quien plumas al viento fía.
RODRIGO: La tierra que ves adoro,
pues no puedo la que pisas;
y la eternidad del tiempo
alargue a siglos tus días.
Oiga el mundo tu alabanza
en las bocas de la envidia,
y más que merecimientos
te dé la Fortuna dichas.
Y yo me parto en tu nombre,
por quien venzo mis desdichas,
a vencer tantas batallas
como tú me pronosticas.
URRACA: ¡De este cuidado te acuerda!
RODRIGO: Lo divino no se olvida.
URRACA: ¡Dios te guíe!
RODRIGO: ¡Dios te guarde!
URRACA: Ve animoso.
RODRIGO: Tú me animas.
¡Toda la tierra te alabe!
URRACA: ¡Todo el cielo te bendiga!
MOROS: ¡Li, li, li, li!...
PASTOR: ¡Jesús mío,
qué de miedo me acompaña!
Moros cubren la campaña...
Mas de sus fieros me río,
de su lanza y de su espada,
como suba y me remonte
en la cumbre de aquel monte
todo de peña tajada.
REY MORO: Atad bien esos cristianos.
Con más concierto que priesa
id marchando.
MORO 1: ¡Brava presa!
REY MORO: Es hazaña de mis manos.
Con asombro y maravilla,
pues en su valor me fundo,
sepa mi poder el mundo,
pierda su opinión Castilla.
¿Para qué te llaman magno,
rey Fernando, en paz y en guerra,
pues yo destruyo tu tierra
sin oponerte a mi mano?
Al que grande te llamó,
¡vive el cielo, que le coma,
porque, después de Mahoma,
ninguno mayor que yo!
PASTOR: Si es mayor el que es más alto,
yo lo soy entre estos cerros.
¿Qué apostaremos--¡ay, perros!--
que no me alcanzáis de un salto?
MORO 2: ¿Qué te alcanza una saeta?
PASTOR: Si no me escondo, sí hará.
¡Morillos, volvé, esperá,
que el cristiano os acometa!
MORO 3: Oye, señor ¡por Mahoma!,
que cristianos...
REY MORO: ¿Qué os espanta?
MORO 4: ¡Allí polvo se levanta!
MORO 1: ¡Y allí un estandarte asoma!
MORO 2: Caballos deben de ser.
REY MORO: Logren, pues, mis esperanzas.
MORO 3: Ya se parecen las lanzas.
REY MORO: ¡Ea, morir o vencer!
MORO 2: Ya la bastarda trompeta
toca al arma.
VOZ: ¡Santïago! REY MORO: ¡Mahoma! Haced lo que hago. VOZ: ¡Cierra España! REY MORO: ¡Oh, gran profeta!
PASTOR: ¡Bueno! Mire lo que va
de Santïago a Mahoma...
¡Qué bravo herir! Puto, toma
para peras. ¡Bueno va!
¡Voto a San! Braveza es
lo que hacen los cristianos;
ellos matan con las manos,
sus caballos con los pies.
¡Qué lanzadas! ¡Pardiez, toros
menos bravos que ellos son!
¡Así calo yo un melón
como despachurran moros!
El que como cresta el gallo
trae un penacho amarillo,
¡oh lo que hace! Por decillo
al cura, quiero mirallo.
¡Pardiós! No tantas hormigas
mato yo en una patada
ni siego en una manada
tantos manojos de espigas,
como él derriba cabezas...
¡Oh, hideputa! Es de modo
que va salpicado todo
de sangre moro... ¡Bravezas
hace! ¡Voto al soto! Ya
huyen los moros. ¡Ah, galgos!
¡Ea, cristianos hidalgos,
seguildos! ¡Matá, matá!
Entre las peñas se meten
donde no sirven caballos...
Ya se apean... alcanzallos
quieren... de nuevo acometen...
RODRIGO: ¡También pelean a pie
los castellanos, morillos!
¡A matallos, a seguillos!
REY MORO: ¡Tente! ¡Espera!
RODRIGO: ¡Rindeté!
REY MORO: Un rey a tu valentía
se ha rendido, y a tus leyes.
RODRIGO: ¡Toca al arma! Cuatro reyes
he de vencer en un día.
PASTOR: ¡Pardiós! Que he habido placer
mirándolos desde afuera;
las cosas de esta manera
de tan alto se han de ver.
MAESTRO: ¡Príncipe, señor, señor!
DIEGO: Repórtase vuestra alteza
que sin causa la braveza
desacredita el valor.
PRÍNCIPE: ¿Sin causa?
DIEGO: Vete, que enfadas
al príncipe.
¿Cuál ha sido?
PRÍNCIPE: Al batallar, el rüido
que hicieron las dos espadas,
y a mí el rostro señalado.
DIEGO: ¿Hate dado?
PRÍNCIPE: No. El pensar
que a querer me pudo dar,
me ha corrido, y me ha enojado.
Y a no escaparse el maestro,
yo le enseñara a saber...
No quiero más aprender.
DIEGO: Bastantemente eres diestro.
PRÍNCIPE: Cuando tan diestro no fuera,
tampoco importara nada.
DIEGO: ¿Cómo?
PRÍNCIPE: Espada contra espada,
nunca por eso temiera.
Otro miedo el pensamiento
me aflige y me atemoriza;
con una arma arrojadiza
señala en mi nacimiento
que han de matarme, y será
cosa muy propincua mía
la causa.
DIEGO: ¿Y melancolía
te da eso?
PRÍNCIPE: Sí, me da.
Y haciendo discursos vanos,
pues mi padre no ha de ser,
vengo a pensar y a temer
que lo serán mis hermanos.
Y así los quiero tan poco,
que me ofenden.
DIEGO: ¡Cielo santo!
A no respetarte tanto,
te dijera...
PRÍNCIPE: ¿Que soy loco?
DIEGO: Que lo fue quien a esta edad
te ha puesto en tal confusión.
PRÍNCIPE: ¿No tiene demostración
esta ciencia?
DIEGO: Así es verdad.
Mas ninguno la aprendió
con certeza.
PRÍNCIPE: Luego, di.
¿Locura es creella?
DIEGO: Sí.
PRÍNCIPE: ¿Serálo el temella?
DIEGO: No.
PRÍNCIPE: ¿Es mi hermana?
DIEGO: Sí, señor.
URRACA: En esta suerte ha de ver
mi hermano, que aunque mujer,
tengo en el brazo valor.
Hoy, hermano...
PRÍNCIPE: ¿Cómo así?
URRACA: ...entre unas peñas...
PRÍNCIPE: ¿Que fue?
URRACA: ...este venablo tiré,
con que maté un javalí,
viniendo por el camino
cazando mi madre y yo.
PRÍNCIPE: Sangriento está. ¿Y le arrojó
tu mano?
(¡Ay, cielo divino!
Mira si tengo razón.
DIEGO: Ya he caído en tu pesar.)
URRACA: ¿Qué te ha podido turbar
el gusto?
PRÍNCIPE: Cierta ocasión
que me da pena.
DIEGO: Señora,
una necia astrología
le causa melancolía
y tú la creciste agora.
URRACA: Quien viene a dalle contento,
¿Cómo su disgusto aumenta?
DIEGO: Dice que a muerte violenta
le inclina su nacimiento.
PRÍNCIPE: ¡Y con arma arrojada
herido en el corazón!
DIEGO: Y como en esta ocasión
la vio en tu mano...
URRACA: ¡Ay, cuitada!
PRÍNCIPE: Alteróme de manera
que me ha salido a la cara.
URRACA: Si disgustarse pensara
con ella no la trujera.
Mas tú, ¿crédito has de dar
a lo que abominan todos?
PRÍNCIPE: Con todo, buscaré modos
como poderme guardar.
Mandaré hacer una plancha,
y con ella cubriré
el corazón, sin que esté
más estrecha ni más ancha.
URRACA: Guarda con más prevención
el corazón. Mira bien
que por la espalda también
hay camino al corazón.
PRÍNCIPE: ¿Qué me has dicho? ¿Qué imagino?
¡Que tú de tirar te alabes
un venablo, y de que sabes
del corazón el camino
por las espaldas! ¡Traidora!
¡Temo que causa has de ser
tú de mi muerte! ¡Mujer,
estoy por matarte agora,
y asegurar mis enojos!
DIEGO: ¿Qué haces, príncipe?
PRÍNCIPE: ¿Qué siento?
¡Ese venablo sangriento
revienta sangre en mis ojos!
URRACA: Hermano, el rigor reporta
de quien justamente huyo.
¿No es mi padre como tuyo
el rey, mi señor?
PRÍNCIPE: ¿Qué importa?
Que eres de mi padre hija,
pero no de mi fortuna.
Nací heredando.
URRACA: Importuna
es tu arrogancia, y prolija.
DIEGO: El rey viene.
PRÍNCIPE: (¡Qué despecho!) Aparte
URRACA: (¡Qué hermano tan enemigo!) Aparte
REY: Diego, tu hijo Rodrigo
un gran servicio me ha hecho;
y en mi palabra fïado,
licencia le he concedido
para verme.
DIEGO: ¿Y ha venido?
REY: Sospecho que habrá llegado;
y en prueba de su valor...
DIEGO: ¡Grande fue la dicha mía!
REY: ...hoy a mi presencia envía
un rey por su embajador.
Volvió por mí y por mis greyes;
muy obligado me hallo.
REY MORO: Tienes, señor, un vasallo
de quien lo son cuatro reyes.
En escuadrones formados,
tendidas nuestras banderas,
corríamos tus fronteras,
vencíamos tus soldados,
talábamos tus campañas,
cautivábamos tus gentes,
sujetando hasta las fuentes
de las soberbias montañas;
cuando gallardo y ligero
el gran Rodrigo llegó,
peleó, rompió, mató,
y vencióme a mí el primero.
Viniéronme a socorrer
tres reyes, y su venir
tan sólo pudo servir
de dalle más que vencer,
pues su esfuerzo varonil
los nuestros dejando atrás;
quinientos hombres no más
nos vencieron a seis mil.
Quitónos el español
nuestra opinión en un día,
y una presa que valía
más oro que engendra el sol.
Y en su mano vencedora
nuestra divisa otomana,
sin venir lanza cristiana
sin una cabeza mora,
viene con todo triunfando
entre aplausos excesivos,
atropellando cautivos
y banderas arrastrando,
asegurando esperanzas,
obligando corazones,
recibiendo bendiciones
y despreciando alabanzas.
Ya llega a tu presencia.
URRACA: (¡Venturosa suerte mía!) Aparte
DIEGO: Para llorar de alegría
te pido, señor, licencia,
y para abrazalle, ¡ay Dios!,
antes que llegue a tus pies.
¡Estoy loco!
RODRIGO: Causa es
que nos disculpa a los dos.
Pero ya esperando estoy
tu mano, y tus pies, y todo.
REY: ¡Levanta, famoso godo,
levanta!
RODRIGO: ¡Tu hechura soy!
¡Mi príncipe!
PRÍNCIPE: ¡Mi Rodrigo!
RODRIGO: Por tus bendiciones llevo
estas palmas.
URRACA: Ya de nuevo,
pues te alcanzan, te bendigo.
REY MORO: ¡Gran Rodrigo!
RODRIGO: ¡Oh, Almanzor!
REY MORO: ¡Dame la mano, el mío Cide!
RODRIGO: A nadie mano se pide
donde está el rey, mi señor.
A él le presta la obediencia.
REY MORO: Ya me sujeto a sus leyes
en nombre de otros tres reyes
y el mío. (¡Oh, Alá, paciencia!) Aparte
PRÍNCIPE: El "mío Cid" le ha llamado.
REY MORO: En mi lengua es "mi señor,"
pues ha de serlo el honor
merecido y alcanzado.
REY: Ese nombre le está bien.
REY MORO: Entre moros le ha tenido.
REY: Pues allá le ha merecido,
en mis tierras se le den.
Llamalle "el Cid" es razón,
y añadirá, porque asombre,
a su apellido este nombre,
y a su fama este blasón.
ESCUDERO 1: Sentado está el señor rey
en su silla de respaldo.
JIMENA: Para arrojarme a sus pies,
¿Qué importa que esté sentado?
Si es "magno," si es "justiciero,"
premie al bueno y pena al malo;
que castigos y mercedes
hacen seguros vasallos.
DIEGO: Arrastrando luengos lutos,
entraron de cuatro en cuatro
escuderos de Jimena,
hija del conde Lozano.
Todos atentos la miran,
suspenso quedó palacio,
y para decir sus quejas
se arrodilla en los estrados.
JIMENA: Señor, hoy hace tres meses
que murió mi padre a manos
de un rapaz, a quien las tuyas
para matador crïaron.
Don Rodrigo de Vivar,
soberbio, orgulloso y bravo,
profanó tus leyes justas,
y tú le amparas ufano.
Son tus ojos sus espías,
tu retrete su sagrado,
tu favor sus alas libres,
y su libertad mis daños.
Si de Dios los reyes justos
la semejanza y el cargo
representan en la tierra
con los humildes humanos,
no debiera de ser rey
bien temido, y bien amado,
quien desmaya la justicia
y esfuerza los desacatos.
A tu justicia, señor,
que es árbol de nuestro amparo,
no se arrimen malhechores
indignos de ver sus ramos.
Mal lo miras, mal lo sientes,
y perdona si mal hablo;
que en boca de una mujer
tiene licencia un agravio.
¿Qué dirá, qué dirá el mundo
de tu valor, gran Fernando,
si al ofendido castigas,
y si premias al culpado?
Rey, rey justo, en tu presencia,
advierte bien cómo estamos:
él ofensor, yo ofendida,
yo gimiendo, y él triunfando;
él arrastrando banderas,
y yo lutos arrastrando;
él levantando trofeos,
y yo padeciendo agravios;
él soberbio, yo encogida,
yo agraviada y él honrado,
yo afligida, y él contento,
él riendo, y yo llorando.
RODRIGO: (¡Sangre os dieran mis entrañas Aparte
para llorar, ojos claros!)
JIMENA: (¡Ay, Rodrigo! ¡Ay, honra! Aparte
¿Adónde os lleva el cuidado?)
REY: No haya más, Jimena. ¡Baste!
Levantaos, no lloréis tanto,
que ablandarán vuestras quejas
entrañas de acero y mármol;
que podrá ser que algún día
troquéis en placer el llanto,
y si he guardado a Rodrigo,
quizá para vos le guardo.
Pero por haceros gusto
vuelva a salir desterrado,
y huyendo de mi rigor
ejercite el de sus brazos,
y no asista en la ciudad
quien tan bien prueba en el campo.
Pero si me dais licencia,
Jimena, sin enojaros,
en premio de estas victorias
ha de llevarse este abrazo.
RODRIGO: Honra, valor, fuerza y vida,
todo es tuyo, gran Fernando,
pus siempre de la cabeza
baja el vigor a la mano.
Y así, te ofrezco a los pies
esas banderas que arrastro,
esos moros que cautivo
y esos haberes que gano.
REY: Dios te me guarde, el mío Cid.
RODRIGO: Beso tus heroicas manos.
(Y a Jimena dejo el alma.) Aparte
JIMENA: (¡Que la opinión pueda tanto Aparte
que persigo los que adoro!)
URRACA: (Tiernamente se han mirado; Aparte
no le ha cubierto hasta el alma
a Jimena el luto largo,
¡ay cielo!, pues no han salido
por sus ojos sus agravios.)
PRÍNCIPE: Vamos, Diego, con Rodrigo,
que yo quiero acompañarlo,
y verme entre sus trofeos.
DIEGO: Es honrarme, y es honrallo.
¡Ay, hijo del alma mía!
JIMENA: (¡Ay, enemigo adorado!) Aparte
RODRIGO: (¡Oh, amor, en tu sol me hielo!) Aparte
URRACA: (¡Oh, amor, en celos me abraso!) Aparte
FIN DEL ACTO SEGUNDOACTO TERCERO
Salen ARIAS Gonzalo y la infanta doña URRACA
ARIAS: Mas de lo justo adelantas,
señora, tu sentimiento.
URRACA: Con mil ocasiones siento
y lloro con otras tantas.
Arias Gonzalo, por padre
te he tenido.
ARIAS: Y soylo yo
con el alma.
URRACA: Ha que murió
y está en el cielo mi madre
más de un año, y es crueldad
lo que esfuerzan mi dolor:
mi hermano con poco amor,
mi padre con mucha edad.
Un mozo que ha de heredar,
y un viejo que ha de morir,
me dan penas que sentir
y desdichas que llorar.
ARIAS: ¿Y no alivia tu cuidado
el ver que aún viven los dos,
y entre tanto querrá Dios
pasarte a mejor estado,
a otros reinos y a otro rey
de los que te han pretendido?
URRACA: ¿Yo un extraño por marido?
ARIAS: No lo siendo de tu ley,
¿qué importa?
URRACA: ¿Así me destierra
la piedad que me crïó?
Mejor le admitiera yo
de mi sangre, y de mi tierra;
que más quisiera mandar
una ciudad, una villa,
una aldea de Castilla,
que en muchos reinos reinar.
ARIAS: Pues pon, señora, los ojos
en uno de tus vasallos.
URRACA: Antes habré de quitallos
a costa de mis enojos.
Mis libertades te digo
como al alma propia mía...
ARIAS: Di, no dudes.
URRACA: Yo querría
al gran Cid, al gran Rodrigo.
Castamente me obligó,
pensé casarme con él...
ARIAS: Pues, ¿quién lo estorba?
URRACA: ¡Es crüel
mi suerte y honrada yo!
Jimena y él se han querido,
y después del conde muerto
se adoran.
ARIAS: ¿Es cierto?
URRACA: Cierto
será, que en mi daño ha sido.
Cuanto más si padre llora,
cuanto más justicia sigue,
y cuanto más le persigue,
es cierto que más le adora;
y él la idolatra adorado,
y está en mi pecho advertido,
no del todo aborrecido,
pero del todo olvidado;
que la mujer ofendida,
del todo desengañada,
ni es discreta, ni es honrada,
si no aborrece ni olvida.
Mi padre viene; después
hablaremos... mas, ¡ay, cielo!
ya me ha visto.
ARIAS: A tu consuelo
aspira.
DIEGO: Beso tu pies
por la merced que a Rodrigo
le has hecho; vendrá volando
a servirte.
REY: Ya esperando
lo estoy.
DIEGO: Mi suerte bendigo.
REY: Doña Urraca, ¿dónde vais?
Esperad, hija, ¿qué hacéis?
¿Qué os aflige? ¿Qué tenéis?
¿Habéis llorado? ¿Lloráis?
¿Triste estáis?
URRACA: No lo estuviera,
si tú, que me diste el ser,
eterno hubieras de ser
o mi hermano amable fuera.
Pero mi madre perdida,
y tú cerca de perderte,
dudosa queda mi suerte,
de su rigor ofendida.
Es el príncipe un león
para mí.
REY: Infanta, callad;
la falta en la eternidad
supliré en la prevención.
Y pues tengo, gloria a Dios,
más reinos y más estados
adquiridos que heredados,
alguno habrá para vos.
Y alegraos, que aún vivo estoy,
y si no...
URRACA: ¡Dame la mano!
REY: ... es don Sancho buen hermano,
yo padre, y buen padre, soy.
Id con Dios.
URRACA: ¡Guárdete el cielo!
REY: Tened de mí confïanza.
URRACA: Ya tu bendición me alcanza.
REY: Ya me alcanza tu consuelo.
REY: Resuelto está él de Aragón,
pero ha de ver algún día
que es Calahorra tan mía
como Castilla y León;
que pues letras y letrados
tan varios en esto están,
mejor lo averiguarán
con las armas los soldados.
Remitir quiero a la espada
esta justicia que sigo,
y al mío Cid, al mi Rodrigo,
encargalle esta jornada.
En mi palabra fïado
lo he llamado.
ARIAS: ¿Y ha venido?
DIEGO: Si tu carta ha recibido
con tus alas ha volado.
CRIADO: Jimena pide licencia
para besarte la mano.
REY: Tiene del conde Lozano
la arrogancia y la impaciencia.
Siempre la tengo a mis pies
descompuesta y querellosa.
DIEGO: Es honrada y es hermosa.
REY: Importuna también es.
A disgusto me provoca
el ver entre sus enojos,
lágrimas siempre en sus ojos,
justicia siempre en su boca.
Nunca imaginara tal;
siempre sus querellas sigo.
ARIAS: Pues yo sé que ella y Rodrigo,
señor, no se quieren mal.
Pero así de la malicia
defenderá la opinión,
o quizá satisfacción
pide, pidiendo justicia;
y el tratar el casamiento
de Rodrigo con Jimena
será alivio de su pena.
REY: Yo estuve en tu pensamiento,
pero no lo osé intentar
por no crecer su disgusto.
DIEGO: Merced fuera, y fuera justo.
REY: ¿Quiérense bien?
ARIAS: No hay dudar.
REY: ¿Tú lo sabes?
ARIAS: Lo sospecho.
REY: Para intentallo, ¿qué haré?
¿De qué manera podré
averiguallo en su pecho?
ARIAS: Dejándome el cargo a mí,
haré una prueba bastante.
REY: Dile que entre.
ARIAS: Este diamante
he de probar.
Oye.
CRIADO: Di.
REY: En el alma gustaría
de gozar tan buen vasallo
libremente.
DIEGO: Imaginallo
hace inmensa mi alegría.
JIMENA: Cada día que amanece,
veo quien mató a mi padre,
caballero en un caballo,
y en su mano un gavilán.
A mi casa de placer
donde alivio mi pesar,
curioso, libre y ligero,
mira escucha, viene y va,
y por hacerme despecho
dispara a mi palomar
flechas, que a los vientos tira,
y en el corazón me dan;
mátame mis palomicas
crïadas, y por criar;
la sangre que sale de ellas
me ha salpicado el brïal.
Enviéselo a decir,
envióme a amenazar
con que ha de dejar sin vida
cuerpo que sin alma está.
Rey que no hace justicia
no debría de reinar,
ni pasear en caballo
ni con la reina folgar.
¡Justicia, buen rey, justicia!
REY: ¡Baste, Jimena, no más!
DIEGO: Perdonad, gentil señora,
y vos, buen rey, perdonad,
que lo que agora dijiste
sospecho que lo soñáis;
pensando vuestras venganzas,
si os desvanece el llorar,
lo habréis soñado esta noche,
y se os figura verdad;
que Rodrigo ha muchos días,
señora, que ausente está,
porque es ido en romería
a Santiago. Ved, mirad
cómo es posible ofenderos
en eso que le culpáis.
JIMENA: Antes que se fuese ha sido.
(¡Si podré disimular!) Aparte
Ya en mi ofensa, que estoy loca
sólo falta que digáis.
PORTERO: ¿Qué queréis?
CRIADO: Hablar al rey,
¡Dejadme, dejadme entrar!
REY: ¿Quién mi palacio alborota?
ARIAS: ¿Qué tenéis? ¿Adónde vais?
CRIADO: Nuevas te traigo, el buen rey,
de desdicha, y de pesar;
el mejor de tus vasallos
perdiste, en el cielo está.
El santo patrón de España
venía de visitar,
y saliéronle al camino
quinientos moros, y aun más.
Y él, con veinte de los suyos,
que acompañándole van,
los acomete, enseñando
a no volver paso atrás.
Catorce heridas le han dado
que la menor fue mortal.
Ya es muerto el Cid, ya Jimena
no tiene que se cansar,
rey, en pedirte justicia.
DIEGO: ¡Ay, mi hijo! ¿Dónde estáis?
(Que estas nuevas, aun oídas Aparte
burlando, me hacen llorar.)
JIMENA: ¿Muerto es Rodrigo? ¿Rodrigo
es muerto? ¡No puedo más!
¡Jesús mil veces!
REY: Jimena,
¿qué tenéis, que os desmayáis?
JIMENA: Tengo...un lazo en la garganta,
y en el alma muchos hay!
REY: Vivo es Rodrigo, señora,
que yo he querido probar
si es que dice vuestra boca
lo que en vuestro pecho está.
Ya os he visto el corazón;
reportalde, sosegad.
JIMENA: (Si estoy turbada y corrida Aparte
mal me puedo sosegar...
Volveré por mi opinión...
Ya sé el cómo. ¡Estoy mortal!
¡Ay, honor, cuánto me cuestas!)
Si por agraviarme más
te burlas de mi esperanza
y pruebas mi libertad;
si miras que soy mujer
verás que lo aciertas mal;
y si no ignoras, señor,
que con gusto, o con piedad,
tanto atribula un placer
como congoja un pesar,
verás que con nuevas tales
me pudo el pecho asaltar
el placer, no la congoja.
Y en prueba de esta verdad,
hagan públicos pregones
desde la mayor ciudad
hasta en la menor aldea,
en los campos y en la mar,
y en mi nombre, dando el tuyo
bastante seguridad,
que quien me dé la cabeza
de Rodrigo de Vivar,
le daré, con cuanta hacienda
tiene la casa de Orgaz,
mi persona, si la suya
me igualare en calidad.
Y si no es su sangre hidalga
de conocido solar,
lleve, con mi gracia entera,
de mi hacienda la mitad.
Y si esto no hace, rey,
propios y extraños dirán
que, tras quitarme el honor,
no hay en ti, para reinar,
ni prudencia, ni razón,
ni justicia, ni piedad.
REY: ¡Fuerte cosa habéis pedido!
No más llanto; bueno está.
DIEGO: Y yo también, yo, señor,
suplico a tu majestad
que por dar gusto a Jimena,
en un pregón general
asegures lo que ofrece
con tu palabra real;
que a mí no me da cuidado;
que en Rodrigo de Vivar
muy alta está la cabeza,
y el que alcanzalla querrá
más que gigante ha de ser,
y en el mundo pocos hay.
REY: Pues las partes se conforman,
¡ea, Jimena, ordenad
a vuestro gusto el pregón!
JIMENA: Los pies te quiero besar.
ARIAS: (¡Grande valor de mujer!) Aparte
DIEGO: (No tiene el mundo su igual.) Aparte
JIMENA: (La vida te doy; perdona, Aparte
honor, si te debo más.)
GAFO: ¿No hay un cristiano que acuda
a mi gran necesidad?
RODRIGO: Esos caballos atad...
¿Fueron voces?
SOLDADO 1: Son, sin duda.
RODRIGO: ¿Qué puede ser? El cuidado
hace la piedad mayor.
¿Oyes algo?
SOLDADO 2: No, señor.
RODRIGO: Pues nos hemos apeado,
escuchad...
PASTOR: No escucho cosa.
SOLDADO 1: Yo tampoco.
SOLDADO 2: Yo tampoco.
RODRIGO: Tendamos la vista un poco
por esta campaña hermosa,
que aquí esperaremos bien
los demás; propio lugar
para poder descansar.
PASTOR: Y para comer también.
SOLDADO 1: ¿Traes algo en el arzón?
SOLDADO 2: Una pierna de carnero.
SOLDADO 1: Y yo una bota...
PASTOR: Esa quiero.
SOLDADO 1: ...y casi entero un jamón.
RODRIGO: Apenas salido el sol,
después de haber almorzado,
¿queréis comer?
PASTOR: Un bocado.
RODRIGO: A nuestro santo español
primero gracias le hagamos,
y después podréis comer.
PASTOR: Las gracias suélense hacer
después de comer. ¡Comamos!
RODRIGO: Da a Dios el primer cuidado,
que aún no tarda la comida.
PASTOR: ¡Hombre no he visto en mi vida
tan devoto y tan soldado!
RODRIGO: ¿Y es estorbo el ser devoto
al ser soldado?
PASTOR: Sí, es.
¿A qué soldado no ves
desalmado o boquirroto?
RODRIGO: Muchos hay; y ten en poco
siempre a cualquiera soldado
hablador y desalmado,
porque es gallina o es loco.
Y los que en su devoción
a sus tiempos concertada
le dan filos a la espada,
mejores soldados son.
PASTOR: Con todo, en esta jornada,
da risa tu devoción
con dorada guarnición,
y con espuela dorada,
con plumas en el sombrero,
a caballo, y en la mano
un rosario.
RODRIGO: El ser cristiano
no impide al ser caballero.
Para general consuelo
de todos, la mano diestra
de Dios mil caminos muestra,
y por todos se va al cielo.
Y así, el que fuere guïado
por el mundo peregrino
ha de buscar el camino
que diga con el estado.
Para el bien que se promete
de un alma limpia y sencilla,
lleve el fraile su capilla,
y el clérigo su bonete,
y su capote doblado
lleve el tosco labrador,
que quizá acierta mejor
por el surco de su arado.
Y el soldado y caballero,
si lleva buena intención,
con dorada guarnición,
con plumas en el sombrero,
a caballo, y con dorada
espuela, galán divino,
si no es que yerra el camino
hará bien esta jornada;
porque al cielo caminando
ya llorando, ya riendo,
van los unos padeciendo,
y los otros peleando.
GAFO: ¿No hay un cristiano, un amigo
de Dios?
RODRIGO: ¿Qué vuelvo a escuchar?
GAFO: ¡No con sólo pelear
se gana el cielo, Rodrigo!
RODRIGO: Llegad; de aquel tremedal
salió la voz.
GAFO: ¡Un hermano
en Cristo, déme la mano,
saldré de aquí.
PASTOR: ¡No haré tal!
Que está gafa y asquerosa.
SOLDADO 1: No me atrevo.
GAFO: ¡Oíd un poco,
por Cristo!
SOLDADO 2: Ni yo tampoco.
RODRIGO: Yo sí, que es obra piadosa,
y aun te besaré la mano.
GAFO: Todo es menester, Rodrigo;
matar allá al enemigo,
y valer aquí al hermano.
RODRIGO: Es para mí gran consuelo
esta cristiana piedad.
GAFO: Las obras de caridad
son escalones del cielo.
Y en un caballero son
tan propias, y tan lucidas,
que deben ser admitidas
por precisa obligación.
Por ellas un caballero
subirá de grada en grada,
cubierto en lanza y espada
con oro el luciente acero;
y con plumas, si es que acierta
la ligereza del vuelo,
no haya miedo que en el cielo
halle cerrada la puerta.
¡Ah, buen Rodrigo!
RODRIGO: Buen hombre,
¿qué Ángel...llega, tente, toca,
...habla por tu enferma boca?
¿Cómo me sabes el nombre?
GAFO: Oíte nombrar viniendo
agora por el camino.
RODRIGO: Algún misterio imagino
en lo que te estoy oyendo.
¿Qué desdicha en tal lugar
te puso?
GAFO: ¡Dicha sería!
Por el camino venía,
desviéme a descansar,
y como casi mortal
torcí el paso, erré el sendero,
por aquel derrumbadero
caí en aquel tremedal,
donde ha dos días cabales
que no como.
RODRIGO: ¡Que extrañeza!
Sabe Dios con qué terneza
contemplo aflicciones tales.
A mí, ¿qué me debe Dios
más que a ti? Y porque es servido,
lo que es suyo ha repartido
desigualmente en los dos.
Pues no tengo más virtud,
tan de hueso y carne soy,
y gracias al cielo, estoy
con hacienda y con salud,
con igualdad nos podía
tratar; y así, es justo darte
de los que quitó en tu parte
para añadir en la mía.
Esas carnes laceradas
cubrid con ese gabán.
¿Las acémilas vendrán
tan presto?
PASTOR: Vienen pesadas.
RODRIGO: Pues de eso podéis traer
que a los arzones venía.
PASTAR: Gana de comer tenía,
mas ya no podré comer,
porque esa lepra de modo
me ha el estómago revuelto...
SOLDADO 1: Yo también estoy resuelto
de no comer.
SOLDADO 2: Y yo, y todo.
Un plato viene no más
que por desdicha aquí está.
RODRIGO: Ése solo bastará.
SOLDADO 2: Tú, señor, comer podrás
en el suelo.
RODRIGO: No, que a Dios
no le quiero ser ingrato.
Llegad, comed, que en un plato
hemos de comer los dos.
SOLDADO 1: ¡Asco tengo!
SOLDADO 2: Vomitar
querría!
PASTOR: ¿Vello podéis?
RODRIGO: Ya entiendo el mal que tenéis,
allá os podéis apartar.
Solos aquí nos dejad
si es que el asco os alborota.
PASTOR: ¡El dejaros con la bota
me pesa, Dios es verdad!
GAFO: ¡Dios os lo pague!
RODRIGO: Comed.
GAFO: ¡Bastantemente he comido,
gloria a Dios!
RODRIGO: Bien poco ha sido.
Bebed, hermano, bebed.
Descansá.
GAFO: El divino Dueño
de todo, siempre pagó.
RODRIGO: Dormid un poco, que yo
quiero guardaros el sueño.
Aquí estaré a vuestro lado.
Pero... yo me duermo...¿hay tal?
No parece natural
este sueño que me ha dado.
A Dios me encomiendo, y sigo
en todo... su voluntad...
GAFO: ¡Oh, gran valor! ¡Gran bondad!
¡Oh, gran Cid! ¡Oh gran Rodrigo!
¡Oh, gran capitán cristiano!
Dicha es tuya, y suerte es mía,
pues todo el cielo te envía
la bendición por mi mano,
y el mismo Espíritu Santo
este aliento por mi boca.
RODRIGO: ¿Quién me enciende? ¿Quién me toca?
¡Jesús! ¡Cielo, cielo santo!
¿Qué es del pobre? ¿Qué se ha hecho?
¿Qué fuego lento me abrasa,
que como rayo me pasa
de las espaldas al pecho?
¿Quién sería? El pensamiento
lo adivina, y Dios lo sabe.
¡Qué olor tan dulce y süave
dejó su divino aliento!
Aquí se dejó el gabán,
seguiréle sus pisadas...
¡Válgame Dios! Señaladas
hasta en las peñas están.
Seguir quiero sin recelo
sus pasos...
GAFO: ¡Vuelve, Rodrigo!
RODRIGO: ...que yo sé que si los sigo
me llevarán hasta el cielo.
Agora siento que pasa
con más fuerza y más vigor
aquel vaho, aquel calor
que me consuela y me abrasa.
GAFO: ¡San Lázaro soy, Rodrigo!
Yo fui el pobre a quien honraste;
y tanto a Dios agradaste
con lo que hiciste conmigo,
que serás un imposible
en nuestros siglos famoso,
un capitán milagroso,
un vencedor invencible;
y tanto, que sólo a ti
los humanos te han de ver
después de muerto vencer.
Y en prueba de que es así
en sintiendo aquel vapor,
aquel soberano aliento
que por la espalda violento
te pasa al pecho el calor,
emprende cualquier hazaña,
solicita cualquier gloria,
pues te ofrece la victoria
el santo patrón de España.
Y ve, pues tan cerca estás,
que tu rey te ha menester.
RODRIGO: Alas quisiera tener
y seguirte donde vas.
Mas, pues el cielo, volando,
sus nubes te encierra,
lo que pisaste en la tierra
iré siguiendo y besando.
REY: Tanto de vosotros fío,
parientes...
ARIAS: ¡Honrarnos quieres!
REY: ...que a vuestros tres pareceres
quiero remitir el mío.
Y así, dudoso y perplejo,
la respuesta he dilatado,
porque de un largo cuidado
nace un maduro consejo.
Propóneme el de Aragón,
que es un grande inconveniente
el juntarse tanta gente
por tan leve pretensión,
y cosa por inhumana,
que nuestras hazañas borra,
el comprar a Calahorra
con tanta sangre cristiana;
y que así, de esta jornada
la justicia y el derecho
se remita a solo un pecho
una lanza y una espada,
que peleará por él
contra el que fuere por mí,
para que se acabe así
guerra, aunque justa, crüel.
Y sea del vencedor
Calahorra, y todo, en fin,
lo remite a don Martín
González, su embajador.
DIEGO: No hay negar que es cristiandad
bien fundada y bien medida
excusar con una vida
tantas muertes.
ANSURES: Es verdad.
Mas tiene el Aragonés
al que ves, su embajador,
por manos de su valor
y por basa de sus pies.
Es don Martín un gigante
en fuerzas y en proporción,
un Rodamonte, un Milón,
un Alcides, un Atlante.
Y así, apoya sus cuidados
en él solo, habiendo sido
quizá no estar prevenido
de dineros y soldados.
Y así, harás mal si aventuras
remitiendo esta jornada
a una lanza y a una espada,
lo que en tantas te aseguras,
y viendo en brazo tan fiero
el acerada cuchilla...
ARIAS: ¿Y no hay espada en Castilla
que sea también de acero?
DIEGO: ¿Faltará acá un castellano,
si hay allá un aragonés,
para basa de tus pies,
para valor de tu mano?
¿Ha de faltar un Atlante
que apoye tu pretensión,
un árbol a ese Milón,
y un David a ese gigante?
REY: Días ha que en mi corona
miran mi respuesta en duda,
y no hay un hombre que acuda
a ofrecerme su persona.
ANSURES: Temen el valor profundo
de este hombre, y no es maravilla
que atemorice a Castilla
un hombre que asombra el mundo.
DIEGO: ¡Ah, Castilla! ¿A qué has llegado?
ARIAS: Con espadas y consejos
no han de faltarte los viejos,
pues los mozos te han faltado.
Yo saldré, y, rey, no te espante
el fïar de mí este hecho;
que cualquier honrado pecho
tiene el corazón gigante.
REY: ¡Arias Gonzalo!...
ARIAS: Señor,
de mí te sirve y confía,
que aún no es mi sangre tan fría,
que no hierva en mí valor.
REY: Yo estimo esa voluntad
al peso de mi corona;
pero ¡alzad! Vuestra persona
no ha de aventurarse. ¡Alzad!
No digo por una villa,
mas por todo el interés
del mundo.
ARIAS: Señor, ¿no ves
que pierde opinión Castilla?
REY: No pierde; que a cargo mío,
que le di tanta opinión,
queda su heroico blasón
que de mis gentes confío.
Y ganará el interés
no sólo de Calahorra,
mas pienso hacelle que corra
todo el reino aragonés.
Haced que entre don Martín.
CRIADO: Rodrigo viene.
REY: ¡A buena hora!
¡Entre!
DIEGO: ¡Ay, cielo!
REY: En todo agora
espero dichoso fin.
MARTÍN: Rey poderoso en Castilla...
RODRIGO: Rey, en todo el mundo, magno...
MARTÍN: ¡Guárdete el cielo!
RODRIGO: Tu mano
honre al que a tus pies se humilla.
REY: Cubríos, don Martín. Mío Cid,
levantaos. Embajador
sentaos.
MARTÍN: Así estoy mejor.
REY: Así os escucho. Decid.
MARTÍN: Sólo suplicarte quiero...
RODRIGO: (¡Notable arrogancia es ésta!) Aparte
MARTÍN: ...que me des una respuesta,
que ha dos meses que la espero.
¿Tienes algún castellano,
a quien tu justicia des,
que espere un aragonés
cuerpo a cuerpo y mano a mano?
Pronuncie una espada el fallo,
dé una victoria la ley;
gane Calahorra el rey
que tenga mejor vasallo.
Deje Aragón y Castilla
de verter sangre española,
pues basta una gota sola
para el precio de una villa.
REY: En Castilla hay tantos buenos,
que puedo en su confïanza
mi justicia y me esperanza
fïarle al que vale menos.
Y a cualquier señalaría
de todos, si no pensase
que si a uno señalase,
los demás ofendería.
Y así, para no escoger,
ofendiendo tanta gente,
mi justicia solamente
fïaré de mi poder.
Arbolaré mis banderas
con divisas diferentes;
cubriré el suelo de gentes
naturales y extranjeros;
marcharán mis capitanes
con ellas; verá Aragón
la fuerza de mi razón
escrita en mis tafetanes.
Esto haré; y lo que le toca
hará tu rey contra mí.
MARTÍN: Esa respuesta le di,
antes de oílla en tu boca;
porque teniendo esta mano
por suya el aragonés,
no era justo que a mis pies
se atreviera un castellano.
RODRIGO: (¡Reviento!) Aparte
Con tu licencia
quiero responder, señor;
que ya es falta del valor
sobrar tanto la paciencia.
Don Martín, los castellanos,
con los pies a vencer hechos,
suelen romper muchos pechos,
atropellar muchas manos,
y sujetar muchos cuellos;
y por mí su majestad
te hará ver esta verdad
en favor de todos ellos.
MARTÍN: El que está en aquella silla
tiene prudencia y valor;
no querrá...
RODRIGO: ¡Vuelve señor,
por la opinión de Castilla!
Esto el mundo ha de saber,
eso el cielo ha de mirar;
sabes que sé pelear
y sabes que sé vencer.
Pues, ¿cómo, rey, es razón
que por no perder Castilla
el interés de una villa
pierda un mundo de opinión?
¿Qué dirán, rey soberano,
el alemán y el francés,
que contra un aragonés
no has tenido un castellano?
Si es que dudas en el fin
de esta empresa, a que me obligo,
¡salga al campo don Rodrigo
aunque venza don Martín!
Pues es tan cierto y sabido
cuánto peor viene a ser
el no salir a vencer,
que saliendo, el ser vencido.
REY: Levanta, pues me levantas
el ánimo. En ti confío,
Rodrigo; el imperio mío
es tuyo.
RODRIGO: Beso tus plantas.
REY: ¡Buen Cid!
RODRIGO: ¡El cielo te guarde!
REY: Sal en mi nombre a esta lid.
MARTÍN: ¿Tú eres a quien llama Cid
algún morillo cobarde?
RODRIGO: Delante mi rey estoy,
mas yo te daré en campaña
la respuesta.
MARTÍN: ¿Quién te engaña?
¿Tú eres Rodrigo?
RODRIGO: Yo soy.
MARTÍN: ¿Tú a campaña?
RODRIGO: ¿No soy hombre?
MARTÍN: ¿Conmigo?
RODRIGO: ¡Arrogante estás!
Sí, y allí conocerás
mis obras como mi nombre.
MARTÍN: Pues, ¿tú te atreves, Rodrigo,
no tan sólo a no temblar
de mí, pero a pelear,
y cuando menos, conmigo?
¿Piensas mostrar tus poderes,
no contra arneses y escudos,
sino entre pechos desnudos,
con hombre medio mujeres,
con los moros, en quien son
los alfanges de oropel,
las adargas de papel,
y los brazos de algodón?
¿No adviertes que quedarás
sin el alma que te anima,
si dejo caerte encima
una manopla no más?
¡Ve allá, y vence a tus morillos,
y huye aquí de mis rigores!
RODRIGO: ¡Nunca perros ladradores
tienen valientes colmillos!
Y así, sin tanto ladrar,
sólo quiero responder
que, animoso por vencer,
saldré al campo a pelear;
y fundado en la razón
que tiene su majestad,
pondré yo la voluntad,
y el cielo la permisión.
MARTÍN: ¡Ea! Pues quieres morir,
con matarte, pues es justo,
a dos cosas de mi gusto
con una quiero acudir.
¿Al que diere la cabeza
de Rodrigo, la hermosura
de Jimena no asegura
en un pregón vuestra alteza?
REY: Sí, aseguro.
MARTÍN: Y yo soy quien
me ofrezco dicha tan buena;
porque, ¡por Dios, que Jimena
me ha parecido muy bien!
Su cabeza por los cielos,
y a mí en sus manos, verás.
RODRIGO: (Agora me ofende más Aparte
porque me abrasa con celos.)
MARTÍN: Es pues, rey, la conclusión,
en breve, por no cansarte,
que donde el término parte
Castilla con Aragón
será el campo, y señalados
jueces, los dos saldremos,
y por seguro traeremos
cada quinientos soldados.
¿Así quede?
REY: ¡Quede así!
RODRIGO: Y allí verás en tu mengua
cuán diferente es la lengua
que la espada.
MARTÍN: Ve, que allí
daré yo, aunque te socorra
de tu arnés la mejor pieza,
a Jimena tu cabeza
y a mi rey a Calahorra.
RODRIGO: Al momento determino
partir con tu bendición.
MARTÍN: Como si fuera un halcón
volaré por el camino.
REY: ¡Ve a vencer!
DIEGO: ¡Dios soberano
te dé la victoria y palma,
como te doy con el alma
la bendición de la mano!
ARIAS: ¡Gran castellano tenemos
en ti!
MARTÍN: Yo voy.
RODRIGO: Yo te sigo.
MARTÍN: ¡Allá me verás, Rodrigo!
RODRIGO: ¡Martín, allá nos veremos!
JIMENA: Elvira, ya no hay consuelo
para mi pecho afligido.
ELVIRA: Pues tú misma lo has querido
¿de quién te quejas?
JIMENA: ¡Ay, cielo!
ELVIRA: Para cumplir con tu honor
por el decir de la gente,
¿no bastaba cuerdamente
perseguir el matador
de tu padre y de tu gusto,
y no obligar con pregones
a tan fuertes ocasiones
de su muerte y tu disgusto?
JIMENA: ¿Qué pude hacer? ¡Ay, cuitada!
Vime amante y ofendida,
delante del rey corrida,
y de corrida, turbada;
y ofrecióme un pensamiento
para excusa de mi mengua;
dije aquello con la lengua,
y con el alma lo siento,
y más con esta esperanza
que este aragonés previene.
ELVIRA: Don Martín González tiene
ya en sus manos tu venganza.
Y en el alma tu belleza
con tan grande extremo arraiga,
que no dudes que te traiga
de Rodrigo la cabeza;
que es hombre que tiene en poco
todo un mundo, y no te asombres;
que es espanto de los hombres,
y de los niños el coco.
JIMENA: ¡Y es la muerte para mí!
No me le nombres, Elvira;
a mis desventuras mira.
¡En triste punto nací!
¡Consuélame! ¿No podría
vencer Rodrigo? ¿Valor
no tiene? Mas es mayor
mi desdicha, porque es mía;
y ésta... ¡ay, cielos soberanos!
ELVIRA; Tan afligida no estés.
JIMENA: ...será grillos de sus pies,
será esposa de sus manos;
ella le atará en la lid
donde le venza el contrario.
ELVIRA: Si por fuerte y temerario
el mundo le llama "el Cid",
quizá vencerá su dicha
a la desdicha mayor.
JIMENA: ¡Gran prueba de su valor
será el vencer mi desdicha!
PAJE: Esta carta te han traído.
Dice que es de don Martín
González.
JIMENA: Mi amargo fin
podré yo decir que ha sido.
¡Vete! ¡Elvira, llega, llega!
ELVIRA: La carta puedes leer.
JIMENA: Bien dices, si puedo ver;
que de turbada estoy ciega.
"El luto deja, Jimena,
ponte vestidos de bodas,
si es que mi gloria acomodas
donde quitaré tu pena.
De Rodrigo la cabeza
te promete mi valor,
por ser esclavo y señor
de tu gusto y tu belleza.
Agora parto a vencer
vengando al conde Lozano;
espera alegre una mano
que tan dichosa ha de ser.
Don Martín." ¡Ay, Dios! ¿Qué siento?
ELVIRA: ¿Dónde vas? ¿Hablar no puedes?
JIMENA: ¡A lastimar las pareces
de mi cerrado aposento,
a gemir, a suspirar!
ELVIRA: ¡Jesús!
JIMENA: ¡Voy ciega, estoy muerta!
Ven enséñame la puerta
por donde tengo de entrar.
ELVIRA: ¿Dónde vas?
JIMENA: Sigo, y adoro
las sombras de mi enemigo.
¡Soy desdichada! ¡Ay, Rodrigo,
yo te mato, y yo te lloro!
REY: De don Sancho la braveza,
que, como sabéis, es tanta
que casi casi se atreve
al respeto de mis canas;
viendo que por puntos crecen
el desamor, la arrogancia,
el desprecio, la espereza
con que a sus hermanos trata;
como, en fin, padre, entre todos
me ha obligado a que reparta
mis reinos y mis estados,
dando a pedazos el alma.
De esta piedad, ¿qué os parece?
Decid, Diego.
DIEGO: Que es extraña,
y a toda razón de estado
hace grande repugnancia.
Si bien lo adviertes, señor,
mal prevalece una casa
cuyas fuerzas, repartidas,
es tan cierto el quedar flacas.
Y el príncipe, mi señor,
si en lo que dices le agravias,
pues le dio el cielo braveza,
tendrá razón de mostralla.
ANSURES: Señor, Alonso y García
pues es una mesma estampa,
pues de una materia misma
los formó quien los ampara,
si su hermano los persigue,
si su hermano los maltrata,
¿qué será cuando suceda
que a ser escuderos vayan
de otros reyes a otros reinos?
¿Quedará Castilla honrada?
ARIAS: Señor, también son tus hijas
doña Elvira y doña Urraca,
y no prometen buen fin
mujeres desheredadas.
DIEGO: ¿Y si el príncipe don Sancho,
cuyas bravezas espantan,
cuyos prodigios admiran,
advirtiese que le agravias?
¿Qué señala, qué promete,
sino incendios en España?
Así que, si bien lo miras,
la misma, la misma causa
que a lo que dices te incita,
te obliga a que no lo hagas.
ARIAS: ¿Y es bien que su majestad,
por temer esas desgracias,
pierda sus hijos, que son
pedazos de sus entrañas?
DIEGO: Siempre el provecho común
de la religión cristiana
importó más que los hijos;
demás que será sin falta,
si mezclando disensiones
unos a otros se matan,
que los perderá también.
ANSURES: Entre dilaciones largas
eso es dudoso, esto cierto.
REY: Podrá ser, si el brío amaina
don Sancho con la igualdad,
que se humane.
DIEGO: No se humana
su indomable corazón
ni aun a las estrellas altas.
Pero llámale, señor,
y tu intención le declara,
y así serás si en la suya
tiene paso tu esperanza.
REY: Bien dices.
DIEGO: Ya viene allí.
REY: Pienso que mi sangre os llama.
Llegad, hijo; sentaos, hijo.
PRÍNCIPE: Dame la mano.
REY: Tomalda.
Como el peso de los años,
sobre la ligera carga
del cetro y de la corona,
más presto a los reyes cansa,
para que se eche de ver
lo que va en la edad cansada
de los trabajos del cuerpo
a los cuidados del alma,
siendo la veloz carrera
de la frágil vida humana
un hoy en los poseído
y en los esperado un mañana,
yo, hijo, que de mi vida
en la segunda jornada,
triste el día y puesto el sol,
con la noche me amenaza,
quiero, hijo, por salir
de un cuidado, cuyas ansias
a mi muerte precipitan
cuando mi vida se acaba,
que oyáis de mi testamento
bien repartidas las mandas,
por saber si vuestro gusto
asegura mi esperanza.
PRÍNCIPE: ¿Testamento hacen los reyes?
REY: (¡Qué con tiempo se declara!) Aparte
No, hijo, de lo que heredan,
mas pueden de lo que ganan.
Vos heredáis, con Castilla,
la Extremadura y Navarra,
cuanto hay de Pisuerga a Ebro.
SANCHO: Eso me sobra.
REY: (¡En la cara Aparte
se le ha visto el sentimiento!)
PRÍNCIPE: (¡Fuego tengo en las entrañas!) Aparte
REY: De don Alonso es León
y Asturias, con cuanto abraza
Tierra de Campos; y dejo
a Galicia y a Vizcaya
a don García. A mis hijas
doña Elvira y doña Urraca
doy a Toro y a Zamora,
y que igualmente se partan
el Infantado. Y con esto,
si la del cielo os alcanza
con la bendición que os doy,
no podrá fuerzas humanas
en vuestras fuerzas unidas,
atropellar vuestras armas;
que son muchas fuerzas juntas
como un manojo de varas,
que a rompellas no se atreve
mano que no las abarca,
más de por sí cada una
cualquiera las despedaza.
PRÍNCIPE: Si es ese ejemplo te fundas,
señor, ¿es cosa acertada
el dejallas divididas
tú, que pudieras juntallas?
¿Por qué no juntas en mí
todas las fuerzas de España?
En quitarme lo que es mío,
¿no ves, padre, que me agravias?
REY: Don Sancho, príncipe, hijo,
mira mejor que te engañas.
Yo sólo heredé a Castilla;
de tu madre doña Sancha
fue León, y lo demás
de mi mano y de mi espada.
Lo que yo gané, ¿no puedo
repartir con manos francas
entre mis hijos, en quien
tengo repartida el alma?
PRÍNCIPE: Y a no ser rey de Castilla,
¿con qué gentes conquistaras
lo que repartes agora?
¿Con qué haberes, con qué armas?
Luego, si Castilla es mía
por derecho, cosa es clara
que al caudal, y no a la mano,
se atribuye la ganancia.
Tú, señor, mil años vivas;
pero si mueres... ¡mi espada
juntará lo que me quitas,
y hará una fuerza de tantas!
REY: ¡Inobediente, rapaz,
tu soberbia y tu arrogancia
castigaré en un castillo!
ANSURES: (¡Notable altivez!) Aparte
ARIAS: (¡Extraña!) Aparte
PRÍNCIPE: Mientras vives, todo es tuyo.
REY: ¡Mis maldiciones te caigan
si mis mandas no obedeces!
PRÍNCIPE: No siendo justas, no alcanzan.
REY: Estoy...
DIEGO: Mira vuestra alteza
lo que dice; que más calla
quien más siente.
PRÍNCIPE: Callo agora.
DIEGO: En esta experiencia clara
verás mi razón, señor.
REY: ¡El corazón se me abrasa!
DIEGO: ¿Qué novedades son éstas?
¿Jimena con oro y galas?
REY: ¿Cómo sin luto Jimena?
¿Qué ha sucedido? ¿Qué pasa?
JIMENA: (¡Muerto traigo el corazón! Aparte
¡Cielo! ¿Si podré fingir?)
Acabé de recibir
esta carta de Aragón;
y como me da esperanza
de que tendré buena suerte,
el luto que di a la muerte
me le quito a la venganza.
DIEGO: Luego... ¿Rodrigo es vencido?
JIMENA: Y muerto lo espero ya.
DIEGO: ¡Ay, hijo!...
REY: Presto vendrá
certeza de lo que ha sido.
JIMENA: (Ésa he querido saber, Aparte
y aqueste achaque he tomado.)
REY: Sosegaos. DIEGO: ¡Soy desdichado!
Crüel eres.
JIMENA: Soy mujer.
DIEGO: Agora estarás contenta,
si que murió mi Rodrigo.
JIMENA: (Si yo la venganza sigo, Aparte
corre el alma la tormenta.)
REY: ¿Qué nuevas hay?
CRIADO: Que ha llegado
de Aragón un caballero.
DIEGO: ¿Venció don Martín? ¡Yo muero!
CRIADO: Debió de ser...
DIEGO: ¡Ay, cuitado!
CRIADO: Que éste trae la cabeza
de Rodrigo, y quiere dalla
a Jimena.
JIMENA: (¡De tomalla Aparte
me acabará la tristeza!)
PRÍNCIPE: ¡No quedará en Aragón
una almena, vive el cielo!
JIMENA: (¡Ay, Rodrigo! ¡Este consuelo Aparte
me queda en esta aflicción!)
¡Rey Fernando! ¡Caballeros!
Oíd mi desdicha inmensa,
pues no me queda en el alma
más sufrimiento y más fuerza.
¡A voces quiero decillo,
que quiero que el mundo entienda
cuánto me cuesta el ser noble,
y cuánto el honor me cuesta!
De Rodrigo de Vivar
adoré siempre las prendas
y por cumplir con las leyes
--¡que nunca el mundo tuviera!--
procuré la muerte suya,
tan a costa de mis penas,
que agora la misma espada
que ha cortado su cabeza
cortó el hilo de mi vida.
URRACA: Como he sabido tu pena
he venido. (¡Y como mía Aparte
hartas lágrimas me cuesta!)
JIMENA: Mas, pues soy tan desdichada,
tu majestad no consienta
que ese don Martín González
esa mano injusta y fiera
quiera dármela de esposo;
conténtese con mi hacienda.
Que mi persona, señor,
si no es que el cielo la lleva,
llevaréla a un monasterio.
REY: Consolaos, alzad, Jimena.
DIEGO: ¡Hijo! ¡Rodrigo!
JIMENA: ¡Ay, de mí!
¿Si son soñadas quimeras?
PRÍNCIPE: ¡Rodrigo!
RODRIGO: Tu majestad
me dé los pies, y tu alteza.
URRACA: (Vivo le quiero, aunque ingrato.) Aparte
REY: De tan mentirosas nuevas,
¿dónde está quien fue el autor?
RODRIGO: Antes fueron verdaderas.
Que si bien lo adviertes, yo
no mandé decir en ellas
sino sólo que venía
a presentalle a Jimena
la cabeza de Rodrigo
en tu estrado, en tu presencia,
de Aragón un caballero;
y esto es, señor, cosa cierta,
pues yo vengo de Aragón,
y no vengo sin cabeza,
y la de Martín González
está en mi lanza allí fuera;
y ésta le presento agora
en sus manos a Jimena.
Y pues ella en sus pregones
no dijo viva ni muerta,
ni cortada, pues le doy
de Rodrigo la cabeza,
ya me debe el ser mi esposa;
mas si su rigor me niega
este premio, con mi espada
puede cortalla ella mesma.
REY: Rodrigo tiene razón;
yo pronuncio la sentencia
en su favor.
JIMENA: (¡Ay, de mí! Aparte
Impídeme la vergüenza.)
PRÍNCIPE: ¡Jimena, hacedlo por mí!
ARIAS: ¡Esas dudas no os detengan!
ANSURES: Muy bien os está, sobrina.
JIMENA: Haré lo que el cielo ordena.
RODRIGO: ¡Dicha grande! ¡Soy tu esposo!
JIMENA: ¡Y yo tuya!
DIEGO: ¡Suerte inmensa!
URRACA: (¡Ya del corazón te arrojo, Aparte
ingrato!)
REY: Esta noche mesma
vamos, y os desposará
el obispo de Placencia.
PRÍNCIPE: Y yo he de ser el padrino.
RODRIGO: Y acaben de esta manera
las mocedades del Cid,
y las bodas de Jimena.
FIN DEL ACTO TERCEROFIN DE LA COMEDIA |

