“Líbranos de la fiera tiranía de los humanos, Jove omnipotente ¡una oveja decía, entregando el vellón a la tijera? que en nuestra pobre gente hace el pastor más daño en la semana, que en el mes o el año la garra de los tigres nos hiciera.
Vengan, padre común de los vivientes, los veranos ardientes; venga el invierno frío, y danos por albergue el bosque umbrío, dejándonos vivir independientes, donde jamás oigamos la zampoña aborrecida, que nos da la roña, ni veamos armado del maldito cayado al hombre destructor que nos maltrata, y nos trasquila, y ciento a ciento mata.
Suelta la liebre pace de lo que gusta, y va donde le place, sin zagal, sin redil y sin cencerro; y las tristes ovejas ¡duro caso! si hemos de dar un paso, tenemos que pedir licencia al perro.
Viste y abriga al hombre nuestra lana; el carnero es su vianda cuotidiana; y cuando airado envías a la tierra, por sus delitos, hambre, peste o guerra, ¿quién ha visto que corra sangre humana? en tus altares? No: la oveja sola para aplacar tu cólera se inmola.
Él lo peca, y nosotras lo pagamos. ¿Y es razón que sujetas al gobierno de esta malvada raza, Dios eterno, para siempre vivamos? ¿Qué te costaba darnos, si ordenabas que fuésemos esclavas, menos crüeles amos? Que matanza a matanza y robo a robo, harto más fiera es el pastor que el lobo”.
Mientras que así se queja la sin ventura oveja la monda piel fregándose en la grama, y el vulgo de inocentes baladores ¡vivan los lobos! clama y ¡mueran los pastores! y en súbito rebato cunde el pronunciamiento de hato en hato el senado ovejuno “¡ah!” dice, “todo es uno”.
|