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Las penas del cautivo en Argel

[Poema - Texto completo.]

Miguel de Cervantes Saavedra

¡Rompeos ya, cielos, y llovednos presto
el librador de nuestra amarga guerra
si ya en el suelo no le tenéis puesto!
Cuando llegué cautivo y vi esta tierra
tan nombrada en el mundo, que en su seno
tantos piratas cubre, acoge y cierra,
no pude al llanto detener el freno,
que, a pesar mío, sin saber lo que era,
me vi el marchito rostro de agua lleno.
Ofreciose a mis ojos la ribera
y el monte donde el grande Carlo tuvo
levantada en el aire su bandera,
y el mar que tanto esfuerzo no sostuvo,
pues, movido de envidia de su gloria,
airado entonces más que nunca estuvo.
Estas cosas volviendo en mi memoria,
las lágrimas trujeran a los ojos,
forzados de desgracia tan notoria.
Pero si el alto cielo en darme enojos
no está con mi ventura conjurado,
y aquí no lleva muerte mis despojos,
cuando me vea en más seguro estado,
o si la suerte o si el favor me ayuda
a verme ante Filipo arrodillado,
mi lengua balbuciente y casi muda
pienso mover en la real presencia,
de adulación y de mentir desnuda,
diciendo: «Alto señor, cuya potencia
sujetas trae las bárbaras naciones
al desabrido yugo de obediencia,
a quien los negros indios con sus dones
reconocen honesto vasallaje,
trayendo el oro acá de sus rincones,
despierte en tu real pecho coraje
la desvergüenza con que una bicoca
aspira de continuo a hacerte ultraje.
Su gente es mucha, mas su fuerza es poca,
desnuda, mal armada, que no tiene
en su defensa fuerte muro o roca.
Cada uno mira si tu armada viene,
para dar a los pies el cargo y cura
de conservar la vida que sostiene.
De la esquiva prisión, amarga y dura,
adonde mueren quince mil cristianos,
tienes la llave de su cerradura.
Todos, cual yo, de allá, puestas las manos,
las rodillas por tierra, sollozando,
cerrados de tormentos inhumanos,
poderoso señor, te están rogando
vuelvas los ojos de misericordia
a los suyos, que están siempre llorando.
Y pues te deja ahora la Discordia
que tanto te ha oprimido y fatigado,
y amor en darte sigue la Concordia,
haz, ¡oh buen rey!, que sea por ti acabado
lo que con tanta audacia y valor tanto
fue por tu amado padre comenzado.
El solo ver que vas pondrá un espanto
en la bárbara gente, que adivino
ya desde aquí su pérdida y quebranto».
¿Quién duda que el real pecho benigno
no se muestre, oyendo la tristeza
donde están estos míseros continuo?
Mas, ¡ay, cómo se muestra la bajeza
de mi tan rudo ingenio, pues pretende
hablar tan bajo ante tan alta alteza!
Mas la ocasión es tal, que me defiende;
pero a todo silencio poner quiero,
que creo que mi plática te ofende
y al trabajo he de ir adonde muero.



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