Sentado en blanda cama un cura grueso, junto al brasero, en cámara esterada, pegado a él Sidoine dándole un beso, tierna, blanca, hermosísima, ataviada, así por una muesca los vi estarse bebiendo el mejor vino noche y día, reir, jugar, besarse, acariciarse, los dos desnudos cuando les placía, y supe ahí que contra la amargura no hay un mejor vivir que con holgura.
Si este vivir hubiesen ensayado el buen Gontier y su bienamada Helena no andarían frotando pan tostado con esos ajos que el amor condena. A sus leches cuajadas, su puchero y cremas el menor valor concedo. ¿Dormir bajo un rosal? Pues yo prefiero un lecho blando en el que hundirme puedo. ¿No es la elección que dicta la cordura? No hay un mejor vivir que con holgura.
Viven de pan moreno -¡desvarían!- y no beben más que agua el año entero. Todas las aves que en los prados pían, si así las pagaré, pues no las quiero aunque canten mis trozos predilectos. Que Franc Gontier retoce con Helena bajo el bello rosal lleno de insectos si tal la vida les parece buena. Pero yo pienso: por tener ventura no hay un mejor vivir que con holgura.
Poned, Príncipe, fin a este debate: yo agregaré que en mi niñez obscura oí decir a un demacrado vate: “No hay un mejor vivir que con holgura”.
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