Linda rubia: las otras lindas rubias
envidian la blancura de tus perlas.
Tus labios, los dos cárdenos gusanos,
que tu lengua de miel aterciopela
unidos en los picos y en las colas
en apretado amor de macho y hembra,
circundan tu nidada de marfiles,
tus dos triunfales arcos en hileras,
que hízolos Dios para que fuesen dientes
y que una noche se volvieron perlas,
una noche de orgía en el Olimpo,
de rumba y bacanal, la noche lesbia
de la luna desnuda y tú desnuda,
en que borracha tú y borracha ella,
le pegaste un mordisco en las mejillas
empolvadas de polvo de luciérnagas,
y así bañaste en lumbre tus marfiles
que se volvieron luminosas perlas.
Linda rubia: las otras lindas rubias
el lujo de tus nácares ensueñan.
Nácares que en tus dedos acumulan
la impalpabilidad con que la abeja
liba el glóbulo intáctil de rocío
sin que su etérea levedad la sienta.
Besos de vaporosos colibríes
que rozan sin rozar las astromelias.
Nácares de las uñas de tus dedos
que palpan sin palpar mi cabellera.
Como las de las playas de los mares,
uñas de las minúsculas almejas
que por entre las púdicas enaguas,
en que la espuma se desriza en seda,
rascan las blancas nalgas de las olas
que a retozar se tienden en la arena.
Linda rubia: las otras lindas rubias
saben que tú eres la más blanca entre ellas.
Tú eres la luna medialuna blanca
en mis suntuosas noches de bohemia,
en las aristocráticas orgías
-vinos de mieles de Afrodita y Leda-
y hasta en las náuseas del amor rendido
que vomita su alcohol en las tinieblas.
La medialuna es Venus de los cielos
y tú eres medialuna de la tierra.
En tu falda de plata, Medialuna,
voy a besar el oro de una estrella.
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