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Lira I

[Poema - Texto completo.]

Sor Juana Inés de la Cruz

A estos peñascos rudos,
mudos testigos del dolor que siento,
que sólo siendo mudos
pudiera yo fiarles mi tormento,
si acaso de mis penas lo terrible
no infunde lengua y voz en lo insensible,

quiero contar mis males,
si es que yo sé los males de que muero;
pues son mis penas tales,
que si contarlas por alivio quiero,
le son, una con otra atropellada,
dogal a la garganta, al pecho espada.

No envidio dicha ajena,
que el mal eterno que en mi pecho lidia
hace incapaz mi pena
de que pueda tener tan alta envidia:
es tan mísero estado en el que peno,
que como dicha envidio el mal ajeno:

No pienso yo si hay glorias,
porque estoy de pensarlo tan distante,
que aun las dulces memorias
de mi pasado bien, tan ignorante
las mira de mi mal el desengaño,
que ignoro si fue bien y sé que es daño.

Estense allá en su esfera
los dichosos, que es cosa en mi sentido
tan remota, tan fuera
de mi imaginación, que sólo mido,
entre lo que padecen los mortales,
lo que distan sus males de mis males.

¡Quién tan dichoso fuera
que de un agravio indigno se quejara!
¡Quién un desdén llorara!
¡Quién un alto imposible pretendiera!
¡Quién llegara, de ausencia o de mudanza,
casi a perder de vista la esperanza!

¡Quién en ajenos brazos
viera a su dueño, y con dolor rabioso
se arrancara a pedazos
del pecho ardiente el corazón celoso!
Pues fuera menor mal que mis desvelos
el infierno insufrible de los celos.

Pues todos esos males
tienen consuelo o tienen esperanza;
y los más son iguales,
solicitan o animan la venganza,
y sólo de mi fiero mal se aleja
la esperanza, venganza, alivio y queja.

Porque ¿a quién sino al cielo,
que me robó mi dulce prenda amada,
podrá mi desconsuelo
dar sacrílega queja destemplada?
Y él con sordas, rectísimas orejas,
a cuenta de blasfemias pondrá quejas.

Ni Fabio fue grosero,
ni ingrato, ni traidor, antes amante,
con pecho verdadero:
nadie fue más leal ni más constante;
nadie más fino supo en sus acciones
finezas añadir a obligaciones.

Sólo el cielo envidioso
mi esposo me quitó: la Parca dura,
con ceño riguroso,

fue sólo autor de tanta desventura.
¡Oh cielo riguroso! ¡Oh triste suerte,
que tantas muertes das con una muerte!

¡Ay, dulce esposo amado!
¿Para qué te vi yo? ¿Por qué te quise,
y por qué tu cuidado
me hizo con las venturas infelice?
¡Oh dicha fementida y lisonjera,
quién tus amargos fines conociera!

¿Qué vida es ésta mía,
que rebelde resiste a dolor tanto?
¿Por qué, necia, porfía
y en las amargas fuentes de mi llanto,
atenuada, no acaba de extinguirse,
si no puede en mi fuego consumirse?



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