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Llegó en fin a este presido…

[Poema - Texto completo.]

José Batres Montúfar

Llegó en fin a este presido
inserta en El Semanario
(periódico literario)
la contienda del suicidio.
Para matar el fastidio,
por no decir otra cosa,
saco mi Musa quejosa
de vivir arrinconada,
cómo quién saca su espada
para ver si está roñosa.

A todos hablar prometo
sin ofender a ninguno,
que a todos, uno por uno,
los estimo y los respeto.
A decidir no me meto
quién es quién tiene razón;
sólo diré mi opinión
con modestia o sin modestia
que suele causar molestia
afectar moderación.

Muchos siglos van corridos
desde que hay suicidados
amantes menospreciados
y jugadores perdidos.
Tantos sabios distinguidos
han tratado del esplín
y del suicidio, que al fin
disputar está demás.
sobre si es nefas fas
(que yo también sé latín)

Tengo por mal argumento
para quitar la vida
el citar algún suicida
de valor o de talento.
Por uno se encuentra ciento
de la más ilustre fama
que terminaron su drama
enfermos, asesinados,
borrachos, apaleados
en la horca y en la cama.

Lector, si fuera a exponerte
tantos ejemplos diversos
llegaría haciendo versos
a la hora de mi muerte.
Citaré algunos y advierte
que no quiero fastidiarte;
va leyendo hasta cansarte,
y así que estés muy cansado
descansa, lector amado,
no vayas a suicidarte.

Marco Bruto se mató
por no vivir en cadenas,
y para alivio de penas
Cayo Casio le siguió.
Cada cual en esto erró,
y aunque probarlo no sé,
a Montesquieu citaré
que dice que cada cual
hizo en matarse muy mal,
y él sabrá muy bien por qué.

Esos dos se suicidaron,
y Pompeyo… pero no,
Pompeyo no se mató,
a Pompeyo lo mataron.
Y ni muerto lo dejaron
(es cosa que escandaliza)
que con una hacha maciza
le dividieron el cuello.
De solo pensar en ello
hasta el pelo se me eriza.

Mitridates rey del Ponto,
se mató, no por su mano,
mas por la de un veterano
muy obediente y muy tonto.
Ero se echó al Helesponto
al ver a Leandro ahogado
(el pobre no era pescado
y nadar de noche, a obscuras)…
¡Ay, infelices criaturas!
Dios las haya perdonado.

Aníbal tomó veneno,
Scipión murió degollado,
Cinna fue descuartizado
y arrastrando por el cieno.
Cleopatra metió en su seno
el gusanillo del Nilo,
de peste murió Camilo,
Adriano de hidropesía,
y Séneca de sangría
por orden de su pupilo.

Lucrecia de una estocada
le dio fin a su existencia,
a mi entender por demencia
más bien que por recatada.
Safo al revés; desechada
por un mozo vagabundo,
tuvo un pesar tan profundo
que de un salto se mató:
salto que no diera yo
por todo el oro del mundo.

El apóstol Iscariote
se echó un dogal en la gola
por falta de una pistola,
de un puñal o un garrote.
Les deseo el mismo lote
a todos los sucesores
que a su patria y bienhechores
clavan saetas agudas,
¡Que se maten como Judas
los ingratos, los traidores!

De los hombres que vinieron
y su nombre nos dejaron
unos cuantos se mataron
y los demás se murieron.
Lo mismo que ellos hicieron
haremos en conclusión.
Esta es la sola razón
clara, palpable y notoria
que se saca de la historia
acerca de la cuestión.

Nadie me puede negar
que le pongo en que elegir
sobre el modo de morir
un modelo que imitar.
Si me quieres preguntar,
lector, cuál me gusta más,
(quizá lo adivinarás)
digo lo que tú dirías,
es decir, Enoch y Elías
que no murieron jamás.

Si el matarse es cobardía
o si es acto de valor
es cuestión que con furor
se discute cada día.
Si es prudencia o tontería
es lo que decir no puedo;
pero afirmo con denuedo,
ya que de afirmar se trata,
que es cobarde el que se mata
cuando se mata por miedo.

El alacrán se suicida
cuando lo cercan de fuego:
se suicida el topo ciego
de un golpe o de una caída.
También se quita la vida
la mariposa en la llama;
buscando lo que más ama
se mata el hombre enviciado,
y con un corsé apretado
suele matarse una dama.

Mas solo de esta manera
es permitido matarse:
herirse o envenenarse
es delito en donde quiera.
¿Quién hay que tan necio fuera
que negara la partida,
cuando digo que el suicida,
desde Siam al Perú
y del Brasil al Pegú
tiene pena de la vida?

Descansa ya, musa mía,
de tan penosa jornada,
que no estás acostumbrada
a tanta carnicería.
Gustoso continuaría
escuchando tu canción;
mas no tengo corazón
ni soy capaz en conciencia
de ver con indiferencia
semejante matazón.


1836


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