Lo absoluto
no contiene recodo ni aledaño.
Libérrimo de pájaros y fruto,
de la escarcha o el pétalo del año.
Opuesto a ese despliegue disoluto
del cuerpo, de la cauda, del castaño.
Librado de lo móvil, del minuto,
conserva, como un lúcido rebaño,
oveja, esencia sin posible luto,
vellones no esquilmados, sin engaño,
aquel blancor divino e impoluto
que se hizo nuestro desde un día extraño.
¿Importa aquí la historia?
¿Acaso no forjamos del segundo
un hallazgo solar? La transitoria
piel se nos vuelve resplandor rotundo.
No sé sentirme miga migratoria
sino espiga del Sol fijo y fecundo.
Dime tú, mi honda, mi veraz victoria,
¿puedes sentirme breve o en el mundo?