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Lo reconozco, Miraballes

[Cuento - Texto completo.]

Carlos Martínez Moreno

Mire Miraballes: ¿usted comprende, tan rápido como yo comprendí todo aquella mañana, por qué he pedido que este reconocimiento lo hiciéramos de a uno? Bueno, cuando usted entró y estiró los brazos para que le quitaran las esposas, el secretario. me dijo que usted no era el guardiacivil. Él había sido herido de un balazo que le atravesaba el pecho —¿a qué se do digo, si fue usted quien se lo pegó?— y creía que iba a desangrarse allí, en el asiento del coche. Aquello le daba una visión muy especial de las cosas, como una emoción de rabiosa despedida, no ‘sé explicarlo bien, pero se sentía. Es un muchacho valiente, claro que sí, y no había perdido la lucidez: pero estaba muy emocionado, muy emocionado… Y ahora, cuando usted entró, él acercó su boca a mi oído y dijo: No era ése, aquél tenía los ajos más saltones y las cejas más pobladas… Entonces yo pensé que era mejor proponer esto -que propuse: que él saliera y que el chofer saliera… que los reconocimientos fuéramos haciéndolos de a uno por vez. ¿Sabe por qué?… Yo tengo ascendiente sobre ellos y no quiero influidos: si me ven tan seguro como estoy, el secretario puede dudar, puede cambiarse… Y yo no quiero. Así que no va a pasar nada… yo voy a decir que Sí y el secretario va a decir que No… ¿Y el chofer? Ah, ésa es otra historia, una historia cómica: el chofer va a decir que No sin mirar, frente a cualquiera que le pongan delante. Mientras veníamos hacia aquí me lo dijo. Su mujer le dio la orden: tenemos un hijo en el liceo y vos no vas a provocar que le hagan nada, le dijo. Así que sea quien sea el que te muestren, vos no lo reconocés… ¿Estamos? Ése tampoco va a reconocerlo… no va a reconocer a nadie; cuida a su hijo, se cuida de ustedes… Es un modo de encarar el asunto como cualquier otro… Así que usted no se aflija: yo voy a decir que Sí, ellos van a decir que No y no va a pasar nada…

Y yo, ¿por qué voy a decir que Sí? Bueno, porque yo no fui herido, apenas fui empujado, nunca fui insultado; yo estaba muy tranquilo y muy frío, muy dueño de mí mismo viendo todo lo que me pasaba como si le pasara a otro, presenciando todo como un espectador y como un espectador que tuviera que recordarlo luego… Y creo que en buena parte fue usted mismo, Miraballes, el causante de que yo estuviera así y reconocerlo, créame, no es un acto de odio ni de venganza, no es un desquite… Es un deber de testigo ante la Justicia, un deber que yo no cumplo con ganas… Pero apenas usted estiró las manos para que le quitaran las esposas —o antes, apenas entró a esta pieza— yo lo reconocí… No crea que estoy sugestionado por las fotos de los diarios: yo estaba por unos días en Europa cuando a usted lo detuvieron, y puedo asegurarle que casi no vi fotos. No, en absoluto, no hay tal sugestión… Mire, si yo fuera una cámara podría pasarle todo lo que ocurrió esa mañana sin una sola deformación, sin una desprolijidad, sin una mancha… Y desde que usted entró dije “Es éste” y cuando usted habló unas pocas palabras con el Juez confirmé “Es éste” y ahora que lo tengo delante tengo que repetirme “Es éste”. Sí, usted niega con la cabeza y claro, ya sé, usted tiene que negar… Usted está en su juego… pero vuelvo a decirle: Créame que yo no estoy simplemente en el mío. Podría decir Ustedes me secuestraron, alguno de ustedes, cualesquiera de ustedes y el asunto frente a mí les concierne a todos por igual, y tanto da que el falso guardiacivil que dirigió el secuestro, que ordenó a todos, haya sido usted o cualquier otro de sus compañeros, esté en esta pieza de la cárcel o esté en la clandestinidad, ¿qué sé yo? Y yo podía sentir que descargo mi conciencia reconociendo a usted o reconociendo al que sea o a nadie… pero no es así, sino todo lo contrario… Yo reconozco sus manos cuando usted las estira, sus manos no demasiado grandes pero nervudas, sus manos pálidas con venas como cordones, sus manos de escultor o picapedrero, según dicen que usted dice que era… y después reconozco su voz cuando habla… Porque usted no habló demasiado durante el secuestro, pero usted dirigía y tuvo que hablar algunas veces, dar algunas órdenes… Y también habló conmigo, en seguida de haberme empujado —o después aún, después que el secretario quiso resistirse y usted, con la metralleta que llevaba, le disparó el único tiro, ese tiro que le rozó el pecho pero pudo haberlo matado… Ya habían dejado al chofer abajo y todavía no se habían descargado del secretario y ya estábamos en marcha cuando usted —bueno… usted dice que no era usted y la voz calmosa con la que lo dice me confirma que era usted—… cuando usted me preguntó si sabía qué era aquello y yo dije que un secuestro y usted insistió, porque no era eso lo que quería que yo le contestara y me preguntó si entendía por qué estaban haciéndolo y yo le dije Supongo que por publicidad y usted me dijo Veo que usted comprende en seguida -sin duda porque la cosa no era tan difícil pero las circunstancias, claro, no eran las mejores para razonar—. Veo que usted comprende en seguida y no va a ser necesario hablar mucho con usted para ponerse de acuerdo… Eso lo dijo usted con una voz, ¿cómo decirlo?, con una voz tranquilizadora, una voz que estaba diciéndome que no me iba a pasar nada si yo mismo no me lo buscaba… Y hasta creo que lo dijo y agregó que el secretario era estúpido por habérselo buscado, porque ni siquiera era con él la cosa, como se vio a las claras cuando después lo dejaron caer en la vereda o en la calle… Así que si yo tuviera que decir la verdad, fíjese qué extraño, y a pesar de que usted era el que había disparado la metralleta y herido al secretado, yo tendría que decir que usted fue el que me infundió calma, el que me dio a entender, con pocas palabras, que no iba a pasar nada si yo mismo no me buscaba complicaciones, si sabía acomodarme a la situación… Una situación difícil, claro, porque uno baja de su casa y se acerca a su auto para irse a la sesión de directorio y ustedes aparecen y unos toman por los brazos al chofer y otros inmovilizan al secretario en el asiento delantero del coche y usted me empuja, no para golpearme sino para apremiarme y dice algo así como Vamos, suba y entonces uno tiene que darse cuenta instantáneamente de todo, de que usted, vestido de guardiacivil, no es el guardiacivil de mi custodia sino —discúlpeme la palabra, porque repugna al trato que usted me dio— un terrorista y que aquello no es un viaje de tantos hacia mi despacho sino un viaje no se sabe adónde, un secuestro, un rapto, lo que sea… Pero eso mismo me hizo sentir que, mientras usted dirigiera, a mí no podía pasarme nada irreparablemente malo, si yo contribuía a que no me pasara, por supuesto… Usted me dio esa certidumbre, no sé cómo, con muy pocas palabras, con ninguna, y si yo lo pienso en ese momento tengo que estarle agradecido… Por eso le digo que esto es un reconocimiento pero no una venganza… ¿qué sentido tendría, si usted se comportó así conmigo y yo supe en seguida que tendría que conducirme con calma y que no iba a pasar nada?… Créame que tengo que cumplir un deber, un deber con la Justicia, no un deber contra usted, no un deber contra nadie… Soy un testigo, fíjese, ésa es mi situación… Soy un testigo y me traen frente a usted para que diga si lo reconozco, si creo que lo reconozco, si estoy seguro de que lo reconozco… y yo tengo que decir lo que tenga por cierto… ¡Un testigo! Parece increíble, después de todo, que yo quede reducido a eso, a ser un testigo para decir si usted era el guardiacivil o si el guardiacivil era otro… Bueno, un testigo o Ja víctima… o el sujeto pasivo, como dicen los abogados… Pero ninguna de esas palabras cambia la situación: a mí me invitan a venir hasta aquí… y si no quisiera venir me traerían par la fuerza pública…, me invitan a venir hasta aquí y a usted lo sacan de la celda y nos enfrentan… Y créame, a pesar de que usted se sonríe con cierto desdén y está aquí quieto frente a mí y a su abogado y a todos y no habla, y a pesar de que aquello fue un hecho violento y tan repentino y había un herido sangrando y con la camisa desabrochada entre usted y yo y usted le había llamado estúpido y él era mi secretario de todos los días, a pesar de todo eso, a pesar de todo tengo que confesarle que es más violento ahora que entonces… Violento que usted no me entienda, que me suponga intenciones que no tengo, que yo pueda aparecer rompiendo un pacto de caballeros que no contrajimos de manera expresa pero que estaba entendido desde que usted me dijo que era fácil entenderse conmigo y que no habría por qué hablar demasiado… Después estuvo todo lo otro y eso no tiene nada que ver con usted, porque ahí sí podría asegurar que usted no volvió a presentárseme, a pesar de que, como usted sabe muy bien, los que me cuidaban en la pieza y me traían la comida o me alcanzaban una palangana o me daban La República de Platón para que leyera estaban encapuchados y no era posible individualizarlos… bueno, usted conoce todo esto porque sabe cómo es su organización y cómo proceden… en fin, nadie fue grosero o descomedido o brutal y no tengo un odio particular contra nadie… pero la situación me crea deberes muy claros, y deberes que llegan a ser casi odiosos si ahora, por encima de tantos meses, tengo que volver a enfrentarme con usted y decirle Fue Usted, Usted era el falso guardiacivil, Usted era el que mandaba, Usted era el de la metralleta, Usted fue el único que en ese momento me habló, so encaró tranquilamente conmigo, me hizo una pregunta, no creyó necesario hacerme otras cuando oyó mi respuesta… Bueno, también todo eso usted lo sabe… Mire, le repito: no creo que usted haya vuelto a aparecer durante dos días del secuestro, porque, aunque estaban encapuchados, ellos no deformaban las voces y su voz, de eso estoy bien seguro, no volví a escucharla… Si, por supuesto, usted niega, usted me dice ahora que No con la cabeza e incluso la mueve corno en algún momento de aquel viaje, contrariado, vi que la movía… y yo también diría que No si estuviera en su sitio, ¿cómo no voy a comprenderlo?… Mire, yo estaba en el medio del asiento trasero del coche y un poco echado hacia atrás y con la cabeza en alto, porque tenía sobre mi pecho la cabeza volcada del secretario y en cierto modo, ayudado por un hombro de usted, estaba sosteniéndolo hasta que en algún momento del viaje, cuando ya era evidente que nadie nos seguía, arrimaron al cordón de la vereda y lo hicieron resbalar y lo dejaron sentado o semicaído y seguimos y entonces sí, entonces usted volvió a hablarme y me previno que iban a darme una inyección, nada más que para dormirme, usted volvió a tranquilizarme, usted me aseguró otra vez que no iba a pasarme nada… Mire, MiraBalles, póngase un segundo de perfil… Sí, así… Bueno, mire: ahora le digo otra cosa. También reconozco su patilla, el nacimiento del pelo en la patilla, esos primeros hilos grises del pelo en la patilla que encanece, unos hilitos grises que corren como hacia adentro, hacia la oreja, vi ese pelo ligeramente aplastado y como con algo de sudor cuando el coche arrancó y usted se sacó el quepis y se pasó la mano izquierda por la cabeza, como en un acto de refrescarse o de infundirse usted también un poco de calma, usted que estaba dándola a los otros… Sí, en ese momento el secretario decía algo contra usted, palabras rencorosas, que ya volverían a encontrarse y que él iba a matarlo —él, que ahora en seguida va a decirle en su cara que usted no era usted, que usted tenía aquella mañana los ojos más saltones o las cejas más pobladas…, así es la memoria de la gente, y la memoria del odio, que algunos creen tan ciegamente infalible, tan patente, tan irrecusable, en fin, todo eso…— y usted no le hacía caso, creo que usted y yo sabíamos que el muchacho no iba a morirse si cuando habían pasado algunos minutos del tiro seguía hablando, aunque fuera con una voz tan cambiada… yo al menos, por efecto de la tranquilidad que usted me infundió, estaba seguro de que el muchacho no iba a morirse… y me pareció bien que usted no contestara los insultos y entonces, por encima de la cabeza del muchacho lo miré y vi su cabeza recortada contra el cristal de la ventanilla trasera, a mi derecha. y vi el arco de su frente y el dibujo de su nariz, no para recordarlos, no para decirlo ahora, lo miré no más, para cerciorarme de que usted no volvería a tirar contra el muchacho, porque ya la metralleta no estaba en su mano derecha, me parece, sino al costado suyo, entre usted y la portezuela… sí, sí, porque volvió a empuñarla cuando hubo que abrir la portezuela para dejar que el muchacho se deslizase hacia la vereda y dejarlo allí… y miré su cara, que había quedado enteramente libre de sombras cuando usted puso el quepis sobre sus rodillas y la mano que alisaba el pelo bajó y era posible mirarlo de cerca sin que usted se cuidara… Sin que usted se cuidara ni se hubiera cuidado, porque vi el sudor en sus sienes, por efecto del quepis y vi su frente y su pelo aplastado y estoy completamente seguro de que usted no estaba maquillado ni desfigurado y era así, tal cual lo veo ahora, solo que entonces lo veía de más cerca y con un detallismo más nítido… No más exaltado, no, porque usted también sabe que yo estaba tranquilo y podría seguir registrándolo todo… Pienso que todo es muy claro: usted me dice que No con la cabeza y sonríe casi desdeñosamente porque usted tiene que hacer esa parte, como yo la mía. Pero en el fondo, usted no está muy convencido. Porque le digo esto: si usted no desfiguró sus rasgos ni me ocultó la cara requintándose el quepis ni me obligó a mirar hacia otro lado ni tomó ninguna otra precaución, es porque usted confía en la vida sin términos medios: o seguía en la acción, burlando a la policía y a cara descubierta, y entonces toda su cautela consistía en no parecerse demasiado a su vieja foto de los grandes bigotes —y usted se los había afeitado— o usted caía y entonces ya nada tenía importancia para usted, y haber dirigido mi secuestro o no haberlo dirigido no iba a cambiar el destino, llegado el caso… por eso usted piensa que todo lo que ahora pasa es una tontería y tal vez tenga razón, y por eso sonríe y mira a menudo a su abogado y al Juez. como si toda la situación —no sé cómo explicarme, pero lo siento aquí adentro– como si toda la situación le diera lástima, lástima y ganas de disculparse y hasta vergüenza, yo también lo siento, la vergüenza que nos provocan las situaciones sin sentido… bueno, pero usted siente toda esa lástima por la situación en conjunto y por todos los que estamos en esta pieza y no solo por mi ni por usted, ah, no, pienso que menos que nadie por usted, porque usted es el dueño de la situación otra vez, dueño con su silencio, dueño con su desdén… fíjese que yo he tenido que venir y alguien ha filtrado el dato y me han fotografiado en la puerta y «pareceré esta noche de cuerpo entero en los diarios, mientras usted no ha hecho más que dar unos pocos pasos desde su celda hasta aquí y está esperando lo que yo pueda decir para contestar simplemente que No con unas pocas palabras… ah, si, su papel es fácil, fácil otra vez, más fácil que el mío… Y sí yo le pido que se ponga de perfil usted lo consiente con cierta sorna, como si obedeciera con indulgencia a loa caprichos de un niño, como si todo esto fuera una ceremonia o un acto ritual, no sé cómo decirle, y usted tuviera que hacerme los gustos por un momento, como si fuese un precio para desatar un pacto, el pacto de que pudiéramos comprendernos sin necesidad de hablar demasiado… Mire, todavía no me !habían dado la inyección, todavía no habían dejado al secretario, todavía no había pasado nada de eso en el momento en que yo lo vi a usted de perfil, con una aflojada posición de descanso en sus rasgos, como ahora, si, tal como ahora, sin la pequeña burla en los labios y los ojos que hay ahora, pero eso no cambia, al contrario, casi le diría que refuerza la impresión de que sean los mismos labios, los mismos ojos, corno es la misma frente y la misma patilla y las mismas canas de la patilla y las mismas manos… y si vuelvo a mirarlo ahora casi podría decir que siento las palabras del herido, Ya vamos a encontrarnos de nuevo y te juro que.voy a matarte, hijo de pula, decía, y usted. había decidido ignorarlo y dejarlo, aun sabiendo que no eran los insultos de un moribundo sino de alguien que iba a salvarse, alguien ‘que va a pasar a esta pieza en un momento más y… entonces sí que usted va a sacarle una moraleja a toda esta historia, una moraleja que diga algo así como Es mejor herir a un hombre que tranquilizarlo, porque él va a venir y va a decir que No, prefiere la foto de algún otro en la galería policial a su misma cara de aquella mañana puesta aquí enfrente… Bueno, y también recuerdo su único momento de rabia, cuando el chofer del coche, a quien yo nunca pude verle más que la nuca, tomó por un lado distinto del que usted había indicado y fue el corto trecho en que nos siguió una camioneta y usted se irritó y le dijo Pedazo de tarado, ¿no te había dicho que doblaras? Bueno, no sé, usted dice que jamás le llama tarado a un compañero y posiblemente así sea, pero en aquel momento lo venció momentáneamente la contrariedad y usted lo dijo, sí que lo dijo, me acuerdo de sus palabras más aún que de las del secretario… Y usted lo dijo pero se tranquilizó en seguida porque un Volkswagen que venía casi al costado nuestro y que era seguramente de ustedes se interpuso, cerrándole el paso a la camioneta, y entonces la perdimos de vista y fue cuando usted se sacó el quepis y se barró en seguida de su cara la huella de cualquier crispación, de cualquier rabia… ah, sí, no tengo ninguna duda… ¡Vi de tan cerca su cara, su patilla izquierda, el ojo de ese lado, la curva de la frente, el filo de la nariz, el nacimiento del pelo! Era usted, sin duda… yo no tengo interés en perjudicarlo, pienso que entre usted y yo está ahora la cárcel y yo no tengo por qué empujado a ese abismo más de lo que usted pueda estar en él, ni siquiera empujarlo con la fuerza justa para hacer sentir la urgencia, corno usted lo hizo para meterme en el coche, no, ni siquiera eso… Porque usted me había dado a entender que no iba a pasarme nada y volvió a decírmelo cuando volvió a hablarme para anunciar que me darían una inyección, nada más que para dormirme, nada más que para eso… Y yo creo que su voz apelaba a aquella comprensión fácil y rápida que usted había pronosticado y yo ni siquiera tuve que contestarle cuando el sujeto que estaba a mi izquierda me hizo quitar la manga del saco —ya el secretario había quedado por el camino— y me hizo arremangar la camisa y con los mismas precauciones que en una clínica, empezó a refregar en redondo un pedacito de algodón empapado en alcohol, mientras me acercaba la aguja… Pero aun en ese momento yo rehusaba mirar hacia mi brazo, hacia aquel practicante o enfermero… Pensaba que iba a dormirme en un segundo, usted me lo había dicho, y prefería seguir mirando hacia el lado de usted, que ahora miraba simplemente adelante, Por eso le digo: no tengo, no podría —… aunque quisiera tener ninguna duda- Y tampoco sé, Miraballes, si querría tener esas dudas. Alguna vez leí que el amor es una larga paciencia… Bueno, ahora podría decirle que el reconocimiento de un hombre, en circunstancias como las que usted y yo vivimos en aquel coche, aquella mañana, es una larga prolijidad… Una larga prolijidad del recuerdo, un detallado acto de memoria… Acto de memoria, no esfuerzo de memoria… Porque no me cuesta nada recordarlo y queda flotando delante de mí como algo recortado y transparente, que jamás se mezcla a los otros recuerdos de aquellos días…, al cautiverio, como le llamaron los diarios… Allí las cosas son más encontradas y se mezclan, si pienso lo que comí. si pienso lo. que leí, si pienso lo que hablé, si quiero detenerme en una sola de las capuchas que se turnaban alrededor de mi cama o de la silla en que a veces me dejaban sentar… ah, todo eso puede ser confuso… y creo, estoy seguro de que usted no estaba allí, nunca estuvo allí… Ustedes se compartimentan… ¿no es así como dicen? Se dividen trabajos y creo que el suyo estaba cumplido y usted no volvió a aparecer pero el recuerdo de aquella mañana, hasta que la inyección me hizo perder la conciencia, resulta de una nitidez absoluta, transparente… No importa, los otros dos van a decirle que No, que usted no estaba allí, que era otro o que no era nadie… Y es mejor que sea así, y por eso, le repito, para no influir en ellos los hice salir antes de ponerme a hablar… Mejor que sea así, que yo haya cumplido con mi deber de testigo y que usted no pueda pensar que yo he querido vengarme, tan luego de usted, causarle un perjuicio, empujarlo más aún al fondo de la celda… Nada de eso, nada de eso… Pero tengo que decir lo que recuerdo, no puedo negarme a la evidencia de un pedazo de vida… ¡y qué pedazo de vida! Y por eso le digo sin ninguna duda, no ya porque estemos frente al Juez sino como si estuviésemos frente a una especie de Juez Supremo que cada uno puede pensar o creer si existe o no existe… Por eso le digo sin ningún odio, sin ninguna animosidad, sin ninguna sombra de rencor ni desquite… Lo reconozco —créame— lo reconozco, Miraballes…

*FIN*


De vida o muerte, 1971


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