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Logia de maniáticos IV

[Minicuento - Texto completo.]

Enrique Anderson Imbert

Muchas veces, en las breves y forzadas paradas en los urinarios, había leído en los tabiques frases escritas por otras manos; y también se había imaginado las pictografías de las cuevas prehistóricas, las inscripciones en las atalayas de los castillos, la literatura mural de calabozos y garitas. ¿Fue así como comenzó su grafomanía? Lo cierto es que cuando cayó enfermo y lo encerraron en su habitación, las recién blanqueadas paredes lo instigaron a anotar con carbón sus pensamientos: irremediablemente tuvo que escribir. Escribía todos los días en las cuatro paredes a la redonda, a la altura de los ojos. La cabeza se le fue ciñendo con una corona de palabras negras, gruesas y movedizas. Mientras su salud empeoraba —ya no podía levantarse de la cama— esas palabras se pusieron a pensar por su propia cuenta. Él, postrado, las miraba dar vueltas por las paredes, arañas de la inteligencia, tejedoras de apotegmas y silogismos. Al final alcanzó a comprender que ahora la habitación misma era su cabeza y que él, adentro, era menos que una pálida idea, apenas una burbuja sin fuerza para llegar a ser palabra.

FIN


El gato de Cheshire, 1965


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