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Los dioses de Grecia

[Poema - Texto completo.]

Friedrich Schiller

Cuando aún gobernabais el bello universo,
estirpe sagrada, y conducíais hacia la alegría
a los ligeros caminantes,
¡bellos seres del país legendario!,
cuando todavía relucía vuestro culto arrebatador,
¡qué distinto, qué distinto era todo entonces,
cuando se adornaba tu templo,
Venus Amazusia!

Cuando el velo encantado de la poesía
aún envolvía graciosamente a la verdad,
por medio de la creación se desbordaba la plenitud de la vida
y sentía lo que nunca había sentido.
Se concedió a la naturaleza una nobleza sublime
para estrecharla en el corazón del amor,
todo ofrecía a la mirada iniciada,
todo, la huella de un dios.

Donde ahora, como dicen nuestros sabios,
sólo gira una bola de fuego inanimada,
conducía entonces su carruaje dorado
Helios con serena majestad.
Las Oréadas llenaban las alturas,
una Dríada vivía en cada árbol
de las urnas de las encantadoras Náyades
brotaba la espuma plateada del torrente.
(…)

La seriedad tenebrosa y la triste resignación
fueron desterradas de vuestro alegre servicio,
todos los corazones debían latir felices,
pues estabais emparentados con la felicidad.
No había entonces nada más sagrado que lo bello,
el dios no se avergonzaba de ninguna alegría
donde las inocentes musas se ruborizaban,
donde las Gracias se ofrecían.
(…)

Hermoso mundo, ¿dónde estás? ¡Vuelve,
amable apogeo de la naturaleza!
Ay, sólo en el país encantado de la poesía
habita aún tu huella fabulosa.
El campo despoblado se entristece,
ninguna divinidad se ofrece a mi mirada.
De aquella imagen cálida de vida
sólo quedan las sombras.

Todas aquellas flores han caído
ante el terrible azote del norte,
para enriquecer a uno entre todos
tuvo que perecer ese mundo de dioses.
Con tristeza te busco en el curso de los astros,
a ti Selene, ya no te encuentro allí,
por los bosques te llamo, por las olas,
pero resuenan vacíos.
(…)

Ociosos retornaron los dioses a su hogar,
el país de la poesía, inútiles en un mundo que,
crecido bajo su tutela,
se mantiene por su propia inercia.

Sí, retornaron al hogar, y se llevaron consigo
todo lo bello, todo lo grande,
todos los colores, todos los tonos de la vida
y sólo nos quedó la palabra sin alma.
Arrancados del curso del tiempo, flotan
a salvo en las alturas del Pindo;
lo que ha de vivir inmortal en el canto,
debe perecer en la vida.


“Der Götter Griechenlandes”


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