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Los dos pichones

[Minicuento - Texto completo.]

Jean de La Fontaine

Queríanse tiernamente dos pichones, pero el uno de ellos se aburría de casa, y tuvo la insensata ocurrencia de hacer un largo viaje. Díjole el compañero:

-¿Qué vas a hacer? ¿Quieres dejar a tu hermano? La ausencia es el mayor de los males; pero no lo es sin duda para ti, a no ser que los trabajos, los peligros y las molestias del viaje te hagan cambiar de propósito. ¡Si estuviera más adelantada la estación! Aguarda las brisas primaverales: ¿Qué prisa tienes? Ahora mismo un cuervo pronostica desgracias a alguna ave desventurada. Si marchas, estaré siempre pensando en funestos encuentros, en halcones y en redes. Cuando esté lloviendo diré; ¿tendrá mi hermano buen albergue y buena cena?

Este discurso conmovió el corazón de nuestro imprudente viajero; pero el afán de ver y el espíritu aventurero prevalecieron por fin.

-No llores, dijo; con tres días de viaje quedaré satisfecho. Volveré en seguida a contarte, punto por punto, mis aventuras y te divertiré con mi relato. Quien nada ha visto, de nada puede hablar. Ya verás cómo te agrada la narración de mi viaje. Te diré: estuve allí y me pasó tal cosa. Te parecerá, al oírme, que has estado tú también.

Así hablaron y se despidieron llorando. Alejose el viajero, y al poco rato un chubasco lo obligó a buscar abrigo. No encontró más que un árbol, y de tan menguado follaje, que el pobre pichón quedó calado hasta los huesos.

Cuando pasó la borrasca, enjugase como pudo, y divisó en un campo inmediato granos de trigo esparcidos por el suelo y junto a ellos otro pichón. Avivósele el apetito, acércase y quedó preso; el trigo era cebo de traidoras redes. Eran estas viejas y estaban tan gastadas, que trabajando con las alas, el pico y las patas, pudo romperlas el cautivo, dejando en aquellas algunas plumas; pero lo peor del caso fue que un buitre, de rapaces garras, vio a nuestro pobre volátil, que arrastrando la destrozada red parecía un forzado que huía del presidio.

Arrojábase ya el buitre sobre él, cuando súbitamente cayó desde las nubes un águila con las alas extendidas. Prevaleciendo el pichón del conflicto entre aquellos dos bandoleros, echó a volar y se refugio en un granja, pensando que allí acabarían sus desventuras. Pero un maligno muchachuelo (esta edad no tiene entrañas), hizo voltear la honda, y de una pedrada dejó medio muerto al desdichado, que maldiciendo su curiosidad, arrastrando las alas y los pies, dirigiose cojeando y sin aliento hacia el palomar, a donde llegó al fin como pudo sin nuevos contratiempos. Juntos al cabo los dos camaradas, queda a juicio del lector considerar cuán grande fue su alegría después de tantos trabajos.

Amantes, afortunados amantes, ¿quieren viajar? No se alejen mucho; sean el uno para el otro un mundo siempre hermoso, siempre distinto siempre nuevo. Sean el uno el todo del otro, y no hagan caso de lo demás.

También yo amé alguna vez, y no hubiera cambiado entonces por el Louvre y sus tesoros, por el firmamento y su celeste bóveda, los campestres lugares dignificados por los pasos y alumbrados por los ojos de la joven y adorable zagala a quien me subyugaba el hijo de Citerea, y a quien consagré mis primeros juramentos. ¡Ay! ¿Cuándo volverán tan dulces horas? ¿Es posible que tantos objetos bellos y encantadores me dejen vivir a merced de mi alma inquieta? ¿No podrá inflamarse de nuevo mi corazón? ¿Habrá pasado ya para mi el tiempo de amar?

FIN



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