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Los duendes

[Poema - Texto completo.]

Gertrudis Gómez de Avellaneda

Palacios y chozas,
Campos y ciudad,
Brutos, aves, hombres,
Todo duerme ya;

Que cubren las sombras
Del cielo la faz,
Y guardan silencio
Los vientos y el mar.

Sólo un rumor se percibe,
Vago, débil y fugaz
El aliento de la noche,
Que llena la inmensidad;

Y cual un alma se queja
Perseguida sin cesar
Por una llama invisible
De la región infernal.

Mas crece el rumor… Sí, ¡crece,
Y ninguno fue jamás
Tan importuno y extraño,
Tan pavoroso y tenaz!

Ya parece de los búhos
La horrible voz sepulcral;
Ya de un inmenso gentío
El confuso respirar;

Ya fatídica campana
vibrando en la oscuridad,
Cuyos sonidos mil ecos
Repitiendo en torno van.

Pero no; cual cascabeles
Que mueve mano vivaz,
Que inarmónicos sones
Oigo en los aires vagar.

Ora se cambian… Podría
Presumirse, que a compás
Bailan niños juguetones
Sobre rollos de cristal,

Que se chocan, que se quiebran,
Que saltan acá y allá,
Revolviéndose en fragmentos
Con un ruido sin igual.

Son, ¡oh cielo! son los duendes,
Que enemigos de mi paz
Cada noche, en turba inmensa,
Visitan mi soledad.

Son los duendes, que mi insomnio
Parece siempre evocar,
Para burlarme, aturdirme,
Volverme loca quizás.

¡Ay! mi lámpara se extingue,
Y oigo al enjambre fatal
Que en confuso tropel cruza,
Surcando la inmensidad!

¡El techo retiembla
Sobre mí agitado!
¡Cual pino quemado
Lo escucho crujir!
¡La viga se dobla
Como junco blando!
¡La puerta, girando,
Se comienza a abrir!
¡Los goznes mohosos
Rechinan con ruido!
¡Con bronco estallido
Se parte el dintel!
¡Y veo entre nubes
De impuros vapores,
De extraños colores
Confuso tropel!

La horrible falange
Forma batallones.
Vampiros, dragones
Vuelan en montón,
Y pasan lanzando
Gemidos dolientes
¡Sus alas rugientes
Les presta Aquilón!

Acaso ¡ay! se posen
Sobre mi morada,
Ceda desquiciada
La antigua pared,
Y al impulso ruede
De la horda maldita,
Cual hoja marchita
Del viento a merced.

¡Oh Musa! si tu mano
Me ofrece libertad,
Prosternaré mi frente
Delante de tu altar.
De estos hijos impuros
De la noche fatal,
Sálvame compasiva,
Sálvame por piedad!

Haz que en vano sus alas,
Con capricho tenaz,
De mis viejos balcones
Azoten el cristal,
Y cerradas mis puertas
No dejen penetrar
El aliento maldito
De su boca infernal.

¡Ah! pasaron! las cohortes
Huyen ya, de furor llenas
Mas en los aires cadenas
Aún me parecen crujir.
Allá al remoto horizonte
La horrible cuadrilla avanza,
Y se escucha en lontananza
De sus alas el batir.

Bajo su vuelo impetuoso
Tiemblan las selvas vecinas,
Doblándose las encinas,
Removida su raíz.
¡Cómo en torno de la luna
Dibujan faja sangrienta,
Y en las nubes, que ella argenta,
Forman extraño matiz!

Mas ya las rasgan -huyendo-
Mis enemigos veloces…
Ya sus discordantes voces
Apenas puedo escuchar;
Siendo el ruido tan confuso,
A proporción que se aleja,
Que imita de la corneja
El fatídico graznar,

Y del granizo el sonido
Cayendo en un viejo techo,
O bien rodando deshecho
Desde elevada canal.
Pero más dulce se torna
Ya es de una fuente el murmullo
Ya el melancólico arrullo
De la tórtola leal

Ya de piadosa plegaria
Es la sílaba postrera…
Ya de la ola, en la ribera,
El espirante rumor
O es el aura -que en las ramas
Juega con vuelo liviano-
O acaso el eco lejano
Del insomne ruiseñor.

Todo cesa…
Ningún ruido
A mi oído
Llega ya;
Todo calla,
Y el reposo
Silencioso
Tornará.
Ya benigno
Vierte el sueño
Su beleño
Por mi sien,
Y en sosiego
Tan profundo
Duerme el mundo…
¡Y yo también!



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