Lúcia McCartney
[Cuento - Texto completo.]
Rubem FonsecaI
Abro el ojo: Isa, bandeja, tostada, plátano, café, leche, mantequilla. Me desperezó. Isa quiere que coma. Quiere que me acueste temprano. Piensa que soy una niña.
Después de que el marido de Isa se fue ella empezó a vigilarme aún más. Isa dice que él volverá, pero lo dudo. Primero, no estaba casada con su marido. Segundo, creo que no se gustaban mucho: Isa de vez en cuando hacía su programa de citas, y él desaparecía durante algunos días. Creo que ahora desapareció para siempre. Isa espera que el marido vuelva, en cualquier momento. Las camisas de él están todas bien arregladas en la cómoda y ella mandó arreglar los binoculares, el tipo estaba loco por los caballos. Ella ya no sale de casa, ni para una cita de barra-libre, pero hasta ahora, nada.
Rene me telefonea para una cita en la noche. Le digo que está bien. Tomo nota de la dirección.
En la playa está toda la banda. Acuerdan ir al Zum Zum. Les digo que tal vez vaya. Si mi cita acaba temprano iré. Pero no les digo nada de mi cita. Ellos nada tienen que ver con esto. Dos ya se acostaron conmigo, pero solo dos. Vamos al bar, bailamos, bebemos y después regreso a casa. Es más camaradería que otra cosa. Jugamos, nos divertimos y listo.
II
El departamento es muy bonito. Somos cuatro muchachas y ellos también son cuatro. No conozco a ninguna de las otras chicas, pero también deben haber sido mandadas por Rene. Como nadie conoce a nadie, comienza aquella charla aburrida, lo de siempre. Todos los clientes de Rene son señorones, muy educados pero brutos de tan lentos para decidirse.
DIÁLOGO POSIBLE (pero inventado)
Lúcia McCartney II
Bebimos y conversamos. Tres son cariocas y uno paulista. El paulista es el que habla menos. No me gustan mucho los paulistas, todos son ignorantes y brutos y creen que todo lo pueden resolver con dinero. Espero que el paulista no me escoja. Me mira y casi me meto el dedo en la nariz para chocarle. Pero no lo meto, hasta me río con él, una risa de muchacha tímida que sé hacer. Los cariocas están divirtiendo al paulista, sin subordinación, todos deben ser del mismo nivel..
DIÁLOGO (verdadero)
Lúcia McCartney II
Cada cual se va a un cuarto. Rene sabe que no me gusta la promiscuidad. Voy a un cuarto con el paulista. Me siento en un sofá. También se sienta. Después recuesta la cabeza en mi pecho, dice que no tiene ganas de hacer nada, “a esos tipos se les ocurrió que hoy tenía que llevarme una muchacha a la cama, solo conversaremos, ¿está OK?” Le digo que está OK. Dice que no quiere arruinar las cosas. Le digo que está bien. (Quiero ir al Zum Zum.) Paso la mano por sus cabellos. “No quiero hacer eso”, dice, quitándose la ropa. Yo también me quito la ropa y nos acostamos, él diciendo siempre que no lo quiere hacer, pero acariciándome. Después de que nos lavamos, por separado, se viste, pone dinero en mi bolsa. Se queda callado, con un gesto medio distraído, medio cansado, medio desinteresado como hacen los señorones. Vamos a la sala y ya todos están ahí, pues nosotros perdimos mucho tiempo con su indecisión. Todos están bailando. Me mira y dice “puedes irte.” Le pregunto si no quiere mi teléfono y se queda pensando un tiempo, mirándome y mirando hacia la sala donde están los otros, el tipo es indeciso, y después de no sé cuanto tiempo dice: “¿cuál es?”
Estoy en el Zum Zum con los muchachos. De vez en cuando pienso en el tipo aquel. ¿Qué estará haciendo?
III
Lo que más me gusta en el mundo es dormir. Despertarme al mediodía e ir a la playa. Hoy es 4 de diciembre y hay un sol bárbaro afuera. Me desperezo. Isa llega con la bandeja. “Te preparé unas yemas”, pone frente a mí el plato hondo, “ahora siempre llegas después de las seis, perdiendo el tiempo con esos muchachos.” Me gusta bailar, a ella no; me gustan los hombres (bonitos, jóvenes, fuertes), a ella le gusta el marido que ni está casado con ella y nadie sabe dónde está; a mí no me gusta estar sola, a mí — “¡Isa, por el amor de Dios!, no me molestes”, me levanto, pongo un disco y empiezo a bailar, me gusta pasar el día entero oyendo música, necesito oír música, para mí es como el aire. “Lo digo por tu bien.” “Sé que lo dices por mi bien.” “Nadie aguanta una vida como la que llevas.” “No veo nada de malo en ella.” “Piensa en el futuro.” “El futuro no me interesa y no sigas molestándome, si no, me iré.” “José Roberto telefoneó, el tipo de São Paulo que estuvo contigo anoche.”
A Isa le gustaría saber cosas sobre el paulista, pero decido convertirlo en un misterio para molestarla. Tampoco sé nada sobre ese José Roberto. Ni siquiera sé si de veras es paulista. Tampoco sabía que se llamaba José Roberto. José Roberto no es un nombre de Señorón. Llamará de nuevo.
TELEFONEMA
—Aló.
—¿Quién habla?
—¿Con quién quiere hablar?
—Con doña Lúcia, por favor.
—¿Quién quiere hablar con ella?
—José Roberto.
—Lúcia habla.
—¿Cómo te va? ¿Estás bien?
—Sí. ¿Y usted?
—Bien.
(Él se calla. Yo también me callo. Me pongo nerviosa:)
—¿Alguna novedad?
—Quiero verte.
—¿Cuando?
—Hoy.
—¿A qué hora?
—A la hora que puedas.
—Puedo a cualquier hora. Después de las cuatro.
—¿Prefieres en la tardecita o en la noche?
—A cualquier hora.
—En la noche, entonces. ¿A las ocho? Podemos cenar juntos.
—Está bien. ¿Usted pasa por aquí, o voy yo? ¿Cómo es mejor?
—Ven tú.
—¿La misma dirección de ayer?
—Es otra. Apunta por favor.
IV
Huele bien y me habla con mucha suavidad. Estamos solos. Dice que ayer había demasiada gente, “quería estar solo contigo.” Parece que estuviera apenado, como si nunca hubiera salido con una chica de programa de citas. Se sienta lejos de mí. “¿Nunca antes saliste con una chica de programa?” “Sí, he salido con montones, muchas, ya ni sé cuántas.” “¿Entonces por qué finges?” “No estoy fingiendo nada.”
Prepara las bebidas. Sobre la mesa de la sala hay un montón de revistas y un papel, José Roberto, estuve aquí y no te encontré, llámame, besos, Suely. Cojo el recado, lo hago bolita y lo arrojo por la ventana. La noche está muy oscura, no veo el mar aunque siento su olor. De noche el mar tiene un olor diferente, el mar cambia de olor varias veces al día.
“Para ti”, José Roberto me da un frasco de perfume. Joy. Adoro los perfumes. Me pongo un poco en el brazo. “¿Quieres oír música?” Me lleva a un cuarto en el que hay un inmenso equipo de sonido, me coloca los audífonos que cubren por entero mis orejas y escucho la música más linda del mundo. “Espectacular, voy a quedarme aquí toda la noche” —ríe—, “¿por qué te ríes?” —responde, pero no lo oigo—, “¿qué?, ¿qué?”. Entonces me quita los audífonos de los oídos: “no necesitas gritar tanto.” Con aquellos audífonos en los oídos uno piensa que habla, pero grita, como un sordo. Lo mismo debe haber ocurrido con las otras chicas.
ESCENA (subjetiva)
—¿Lo mismo ocurrió con las otras chicas?
—¿Qué?
—Ponerles los audífonos y que quedaran gritando como sordas igual que yo.
—No. Le ocurrió a mi madre, pero ella no es precisamente una chica.
—¿Tienes madre?
—¿Crees que soy muy viejo para tener madre?
—¿Y vino aquí?
—Sí.
—Y traes a tu madre al mismo lugar al que traes a tus, a esas…
—Aquí vivo. Cuando estoy en Rio. ¿Ésas qué?
—Creo que estás mintiendo. Esas vagabundas.
—Nunca miento.
—¿Y quién es Suely?
—¿Suely? Nunca he oído hablar de Suely.
—Mentiroso.
—Nunca miento.
—Entonces que te vaya bien. Adiós.
—Espera. No me dejes. ¡Por favor!
Me quito los audífonos de los oídos.
ESCENA (verdadera)
—¿Lo mismo ocurrió con las otras chicas?
—¿Qué?
—Ponerles los audífonos y que quedaran gritando como sordas igual que yo.
—Siempre ocurre. Por eso me reí.
—¿Con todas las chicas que vienen aquí?
—Con todas.
—¿Son muchas? ¿Miles?
—Miles no. Muchas.
—¿Y quién es Suely?
—Una amiga mía.
—Soy muy celosa. Tiré el recado de Suely, así no sabrás su teléfono.
—Lo tengo en una libreta. De cualquier manera, gracias por los celos.
—Si supiera cocinar te haría la comida. Me gustaría quedarme aquí.
—Pediré la cena por teléfono. ¿Te gusta la champaña?
—Cualquier cosa.
Llegan dos camareros con fuentes, cubos con hielo, botellas. ¡Qué cena! “Estoy en lo mejor de la borrachera.” “Entonces deja de tomar un poco, pues lo que vamos a hacer ahora debe hacerse con absoluta conciencia.” José Roberto me lleva al cuarto.
“Me llamaban Astilla.” “La astilla más linda del mundo”, dice él, besándome. Me acerco a él, me entrego, me doy, él está dentro de mí, rezo para que dure mucho, pido “¡tarda mucho, mucho!, ¡no acabes!”, me pone loca, me derrite y mi corazón queda golpeando en el pecho, en la garganta, en la barriga, ¡qué-bien, qué-bien, qué-bien, qué-bien, qué-bien!
DIÁLOGO
—Nunca vi a José Roberto. Telefonea y dice: mándame una chica, ya sabes cómo me gustan. —¿Cómo le gustan? —Inteligentes, bonitas, depravadas.
—Yo no soy depravada.
—Si fuera muy inteligente no necesita ser muy depravada, dice él.
—Yo suspiré.
(Rene da una carcajada?)
—¿Qué tipo de persona es él?
—No sé. El otro día le mandé un bomboncito. La chica estudia. Ya estaban en la cama cuando él descubrió que la chica estaba matando clases. Se puso como fiera. Le dio una lección de moral a la niña, hizo que se vistiera y que le prometiera que no volvería a matar clases. Le pagó el doble, sin siquiera tocarla. Es un tipo muy extraño.
V
José Roberto está en São Paulo. Ya han pasado siete días. Isa decidió mudarse a Ipanema. Consiguió un departamento, compró una fianza (de las que anuncian en el periódico) y quiere mudarse desde esta semana. Recibí carta de José Roberto. (No tiene fecha, ni nada)
Hoy me dieron ganas de escribir a una persona que no conociera, o que, aun conociéndola, nunca volvería a ver. Fui al cine y volví al departamento. La película era pésima. En mi libreta tengo muchas direcciones, pero no telefoneé a nadie. Existe una muchacha llamada Neyde, es bonita, inteligente. Siento (¿o sentía?) una gran atracción física y mental por ella. Nuestra piel combina, nuestros gustos coinciden, nuestros órganos sexuales coinciden. Tomé el teléfono para hablarle, tres o cuatro veces, pero no llamé. En la mesa del teléfono había una hoja de papel en la que dibujaba bolas y cuadros. El estéreo estaba encendido, Eleanor Rigby, llovía, también llovía, bolas y cuadros se habían convertido en Lúcia, Lúcia, l ú c, úcia, LÚCIA, etc. No llamé a Neyde —pasado, ¿pasó? La soledad es buena (pero) después de que me vacié en una o me henchí con una mujer. Estaba solo, y no quería, como siempre quise, una mujer cerca de mí, para gozarla física y espiritualmente y luego echarla, ésa es la mejor parte, echar a la mujer después y quedar solo, pensando y pensando.
Pensando en ti, es lo que estoy haciendo ahora. Eres mi Minotauro, siento que entré en mi laberinto. Alguien será devorado. ¿Adiós?
José Roberto
Deliro con la carta de José Roberto. Creo que es lo máximo. “¿Por qué estás llorando?”, pregunta Isa. “Extraño a José Roberto.” “Ese tipo está loco”, dice Isa después de leer la carta, “tú eres otra loca, siempre he vivido rodeada de locos, deja de llorar, idiota.” Isa mete la mano en el bolsillo de la bata, se pasa el día en bata (debe haber sido por eso que se piró el marido), y cuando le entra la rabia mete la mano en el bolsillo con fuerza hasta que revienta el tejido, “mierda, ¡se volvió a joder el bolsillo!, ¡soy una idiota!.”
“¿Crees que volveré a verlo nuevamente?” “¿Me vas a decir que estás enamorada?” “¡Sí, sí!, ¡lo juro! Estoy enamorada.” Isa cree que esto es una estupidez, que apenas estoy entusiasmada, porque José Roberto es diferente de los muchachos de la banda, tiene más experiencia, conoce más. “Y mira, si de casualidad aparece, no te entregues inmediatamente, a los hombres no les gustan las mujeres ofrecidas.” Acuerdo con Isa que si José Roberto me busca fingiré desinterés.
TELEFONEMA
—Aló.
—José Roberto! ¡Querido!
—¿Cómo te va?
—Bien. Estoy loca de nostalgia por ti.
—Yo también te extraño.
—Me encantó tu carta. Ya la leí más de cien veces. Hasta mientras me ducho la llevo conmigo al baño.
(¡Él se queda callado!)
—¿Dónde estás?
—En el departamento.
—Voy.
—Estoy a punto de salir.
—Quiero verte.
—Hoy no, no es posible.
—Por favor. Necesito verte.
—Lo siento mucho, pero es imposible.
—Estoy triste, José Roberto, soy infeliz, déjame verte.
(Isa coge el teléfono: “Caballero, a ver si deja de atormentar a mi hermana, ya no coordina bien y usted viene a perturbarla aun más, sepa que leí su carta, usted también está loco. ¿Cómo? Ella tomó un taxi y va para allá.” Salgo corriendo para vestirme, vuelvo a la sala. Isa irritada me pasa el teléfono. “Dice que no tomaste ningún taxi y que si no le hablas me colgará el teléfono en las narices, el muy creído.”)
—Vine a atender un negocio, estoy saliendo ahora.
—Tienes una mujer ahí contigo.
—Voy a São Paulo y estaré de regreso dentro de cinco días. Dentro de cinco días, aquí en el departamento, a las ocho.
¡Tiene una voz tan bonita! Estoy en Le Bateau, en medio del mayor barullo, pero solo oigo su voz. (En el interior de mi cabeza.)
La banda dice que estoy en la luna, bailando con los ojos cerrados, riéndome sola. ¡No saben nada! ¡No saben lo que es el amor! Todos son unos tontos.
VI
Ya pasaron cuatro días. Nos mudamos a Ipanema y estamos sin dinero, pues el departamento es mayor y necesita muebles nuevos, y tuvimos que dar un mes adelantado para el fiador que compró Isa. Isa está haciendo un programa diario, por la tarde, con unos amigos antiguos. Es una gran mujer, no le faltan citas de programa, pero no le gusta salir de noche. Creo que aún espera al marido.
Recibo carta de José Roberto.
La soledad es muy importante. El teléfono sonaba sin parar. Les di el día libre a las empleadas. La campanita de la puerta sonaba. Oí música con los audífonos, aislado del mundo exterior. Pero a cada momento me quitaba los audífonos y SIEMPRE una campanita sonaba, alguien me buscaba, ¿quién sería? ¿Sufriría?
Resolví salir de la casa, ir a un lugar donde seguramente no encontraría a quien me quería encontrar. Solo una de las pistas del boliche estaba ocupada (por tres jóvenes). Ocupé la pista más distante. A cada tiro el recogedor de pinos aplaudía, con lentitud, con pereza; solo le veía las piernas, flacas, protegidas por unos pantalones desteñidos cortados a la altura de las rodillas.
Una muchacha llegó y se sentó en una mesa cercana. Intenté varias veces, sin éxito, una jugada de efecto.
“¿Quieres que apunte por ti?”, preguntó la chica sentándose frente a mi cartulina.
“Está bien”, dije.
Seguí jugando, ella anotando. Cuando terminé la décima jugada pregunté: “¿Quieres jugar?” Ella respondió: “No. Ya he jugado mucho. Mira el cuadro, hace más de seis meses que estoy a la cabeza y nadie supera mi marca. Ninguna mujer, claro.” En el cuadro estaba escrito ELIETE 275— 11 DE MAYO. “Me aburrí”, continuó, “ya me dejé crecer las uñas…”
Jugué una partida más, mientras conversábamos trivialidades. Terminada la partida, llamé al camarero, pedí una Coca, me quité la corbata, el saco y la chica desapareció. Quedé frustrado. Un completo desconocido no puede hacerte mal. Además tenía una sonrisa bonita, sabía hablar (voz) y cruzar las piernas. Puse un billete grande en la bola y se lo mandé al recogedor. Él asomó la cara y se rió; tenía pocos dientes. Aplaudí, con el mismo gesto lento que había usado conmigo.
Ella estaba en la puerta, esperándome.
“Doscientos setenta y cinco no es nada”, dije.
“Jugaba todo el día”, dijo.
Fuimos andando.
“Eliete”, dije.
“Y tú, ¿cómo te llamas?”
“José Roberto.”
“Dices Eliete como quien dice el león es el rey de los animales.”
“¿Quieres tomar algo?”, pregunté.
“Sí”, dijo
Eliete usa el cabello corto, como tú, y sus ojos tienen el mismo brillo negro de los tuyos. Es una sensación agradable, quedar frente a frente, sin prisa y sin mentira, disponibles, recíprocos, mientras bebemos y el mundo fluye suavemente.
Te extraño mucho. Lúcia. Lúcia. ¿El león es el rey de los animales?
José Roberto
Hace tanto bien recibir una carta como ésta, inteligente. Una vez me peleé con un novio que tuvo el atrevimiento de escribirme una carta que empezaba diciendo: espero que estas líneas mal trazadas, etc. No pude ni siquiera volver a mirarlo a la cara. José Roberto me hace pensar. Cree que puedo pensar, que sé pensar, ¿Se iría a la cama con la chica del boliche? Debe haber ido. Ah, Dios mío, yo podría estar con él, anotando su juego de boliche, en lugar de aquella piraña. ¡Se parece a mí! Me cortaré el cabello como niño, cortito, solo yo tendré esta cara, ya verá.
VII
Llego al departamento antes de las ocho. Me recibe con una revista americana en la mano. Me dan ganas de reír cuando lo veo, y río, abrazada a él, feliz. José Roberto solo sonríe, divertido y sorprendido con mi entusiasmo y mi cara nueva. Pasa la mano por mi cabeza, intenta agarrar mis cabellos, abandono mi cabeza sin dejar de abrazarlo, mi cuerpo guardado por su cuerpo, hirviendo. “¿Cuántos años tienes?” Él tiene treinta y seis, pero eso no me incomoda, puede ser un hombre importante, pero es mejor que todos los demás. “¿Y tú?” “Dieciocho años”, lo repite él, lentamente, como si estuviera diciendo una palabra mágica.
“Salí todas estas noches, del Zum Zum a Le Bateau, de Le Bateau a Sachinha, todas las noches, ¿no te molesta?” ‘Tú sabes lo que debes o no debes hacer.” “Quiero que te pongas celoso.” Ríe, misteriosamente, me besa la cara, no sé lo que está pensando o sintiendo, pero celos seguramente no existen en su corazón (ni en su cabeza).
No quiero saber qué hace. Dice que quizás sea espía ruso (o americano) o trapecista de circo o poeta o fotógrafo o farmacéutico. Puede ser todo esto, o cualquier otra cosa. Es un hombre extraño, a veces habla por teléfono en inglés, francés, y creo que una vez en alemán. O portugués, frases cortas, enigmáticas. Pero nada de eso me incomoda, puede ser lo que quiera, el secreto me atrae más aún.
Ir a la cama con él es cada vez mejor. Sabe amar, me pone loca, durante horas. Me deja muerta —me duermo profundamente y cuando despierto está leyendo un libro tranquilamente, o fumando pipa y oyendo música con los audífonos, listo para amarme de nuevo.
Mañana se va a São Paulo, o Buenos Aires o Lima, el asunto no quedó bien aclarado. Es medianoche y dice que tiene quehacer, que tiene que salir. Solo eso, “tengo que salir.” Coloca un montón de dinero en mi bolsa: “para que vayas a bailar.” Bajamos juntos, él lleva un portafolios. José Roberto me besa en el rostro y me pone en un taxi. En ese instante veo un enorme carro negro que se aproxima, José Roberto entra en él. La luz roja coloca mi taxi junto a su carro. Su chofer está todo de negro, gorra negra, ropa negra y tiene un gesto de dureza. José Roberto me ve, le hago una seña. Él también, ajeno, distante, cerrando los dedos sobre la palma de la mano, como hace la reina de Inglaterra en el cine.
DIÁLOGO (inventado, después de un sueño)
Lúcia McCartney III
PROSTITUTA (yo)
Lúcia McCartney VII
No soy prostituta.
¿No vas a quitarte la ropa, cariño?
CLIENTE (José Roberto)
Lúcia MCCartney VII
En un momento me la quito.
PROSTITUTA (yo)
Lúcia McCartney VII
Conozco a los dos pero prefiero a Sócrates (porque se tomó la cicuta).
¿No vas a quitarte la ropa, cariño?
CLIENTE (José Roberto)
En un momento me la quito.
¿La prostituta es una mujer inmoral?
PROSTITUTA (yo)
No me avergüenzo de ser prostituta.
Lúcia McCartney VII
¿Qué piensas del amor libre?
¿No vas a quitarte la ropa, mi bien?
CLIENTE (José Roberto)
no acabará con la prostitución.
es una iniquidad.
Lúcia McCartney VII
En un momento me la quito.
PROSTITUTA (yo)
¿No vas a quitarte la ropa, cariño?
CLIENTE (José Roberto)
En un momento me la quito.
Lúcia McCartney VII ¿No vas a quitarte la ropa, cariño?
CLIENTE (José Roberto)
¿Cuáles son los mejores clientes?
En un momento me la quito.
PROSTITUTA (yo)
Tú — eres el mejor cliente.
¿No vas a quitarte la ropa, cariño?
(El cliente se quita la ropa y debajo de la camisa tiene otra camisa y debajo del pantalón tiene otro pantalón y debajo del zapato tiene otro zapato. Las ropas ya llegan al techo. José Roberto sigue quitándose ropas del cuerpo con rapidez cada vez mayor y diciendo cosas importantes en alemán.)
CARTA (reconstrucción mnemotécnica)
Ilmo. Sr.
Isaac Zaltman
Programa HOY ES DÍA DE ROCK
Radio Mayrink Veiga
Nesta
Apreciado Sr. Zaltman:
Siempre escucho su programa HOY ES DÍA DE ROCK, el mejor de la radio brasileña. Muchas gracias por transmitir diariamente la música de THE BEATLES. Continúe siempre así.
Lúcia McCartney
CARTA (ipsis litteris)
“Palabras, palabras, palabras”, dice Hamlet a Polonia en el segundo acto.
Palabras, palabras, palabras, dirás tú, víctima también de la misma duda existencial del personaje shakespeariano, al leer esta carta.
Uno de los poemas de John Lennon cuenta la historia de una chica que abandona a su familia en busca de aventuras. “Ella lo tenía todo”, dicen los padres perplejos al leer la carta de despedida. Es un viernes, la chica salió subrepticiamente, apretando contra el pecho la maleta y lamentando no haber podido decir en la carta todo lo que pretendía. Tiene una cita con un hombre que representa para ella aventura, alegría, diversión. “Fun is the one thing that money can’t buy. “La letra entera está en la funda del disco. Ya debes conocerla. La música, de tu hermano (¿o ex-novio?) McCartney, es muy bonita también.
Saliste de casa (que era un edificio de ladrillos, convenciones y miseria) para entrar en un círculo cerrado, sin aire y sin luz, como el túnel de un topo. Túnel que no puede ser el camino de la liberación individual que tal vez estuvieras buscando.
Enfrenta la realidad con sus dificultades y asperezas.
José Roberto
“Qué sujeto tan presumido y bestia”, dice Isa después de leer la carta. “Es más bestia e hipócrita que loco. Fanfarrón. Viejo vividor. Atrevido.” “No está viejo.” Isa tiene fijación con José Roberto. Ella cree que si yo le gustara él se volvería una especie de protector mío. Horrible, esa palabra. Mi protector. Mi coronel. Si pudiera, yo sería su coronel. Pobre Isa. ¿El túnel es que soy una puta? ¿La liberación individual está en ser bien portado? ¿Tener un empleo decente? Él no me entiende, Dios mío, ¿cómo es posible eso?, ¿si él no me entiende, quién me va a entender? “Llora, manteca derretida”, dice Isa, saliendo del cuarto, azotando la puerta.
Isa está cada vez peor, reclamándome que llego tarde (o temprano) todos los días. Estoy muy feliz y quería ver a José Roberto. Me paso los días escribiendo cartas. (Para José Roberto.) Apenas despierto (a mediodía) empiezo a escribir las cartas. (Que no envío.) Hoy estoy muy angustiada. No era necesario que me dijera adiosito como si yo fuera un esclavo (¿una esclava?).
LOMBRIZ ENROSCADA A MI PESCUEZO
LAGARTIJA QUE ANDA EN MI PECHO
CUCARACHA ENROSCADA EN MIS CABELLOS
RATÓN ROYENDO MI BOCA:
DIÁLOGO
—José Roberto estuvo aquí.
—¿A qué horas?
—En la tarde.
—¿En la tarde? Pero él sabía que yo tendría hoy mi primera clase del curso de inglés.
—Se va, Lúcia. Vino a dejarte un cheque. Dice que va a pasar años y años fuera.
—¿Años y años? ¿Dijo eso?
—Dijo que quizá no vuelva. Dijo, no soy dueño de mí, ni de nadie, díselo a ella.
—¿Qué significa esa frase?
—No sé.
—¿Estaba triste?
—No sé. Su cara no decía nada.
—No te creo, no te creo. Él me ama.
—¡Habla despacio! No te entiendo.
“Seis de la mañana, es la hora de llegar a casa”, repite Isa. Grito: “Me voy, pasaré un bello fin de semana lejos de todo, donde nadie me moleste, voy a desaparecer, si José Roberto me telefonea (¿de dónde?), le dices que morí. Tengo que irme, Isa, de lo contrario cuando él llegue (¿de dónde?) y me llame saldré arrastrándome, te lo juro, siento dolor en todo el cuerpo de tanta añoranza por ese hombre.
Isa: “Estoy rodeada de locos por todos lados.”
VIII
En São Paulo, en casa de mi tía. Estoy aquí desde hace una semana. El refrigerador tiene un candado. A la parte de la casa donde viven las empleadas mi tía la llama edílica. Su pasatiempo (de mi tía) es hablar mal de las empleadas, de los vecinos, del gobierno, del marido y de los artistas de cine, radio y televisión. Mi tío llega todos los días alrededor de las siete, con el Estado de S. Paulo debajo del brazo, y dice siempre la misma frase: “Uf, qué día, no tuve tiempo ni de leer el periódico”, siempre con la misma inflexión y la misma falta de significado o destinatario. (Como el periódico, que el fin de semana es vendido por kilo por mi tía.) Mi tío enciende la televisión.
ESCENA (verdadera, con pequeñas adaptaciones)
LOCUTOR: ¡El presidente de la República pide la unión de todos los brasileños!
MI TÍO: Este país no tiene remedio.
MI TÍA: ¡Todos son unos ladrones!
MI TÍO: ¡Nosotros somos quienes pagamos!
LOCUTOR: ¡Gloriosos destinos de la nación brasileña!
MI TÍA: ¡El dinero va a dar a las amantes y a los parientes!
(En la mesa del comedor)
MI TÍA: La hija estaba embarazada y quieren esconderlo, piensan que los demás somos imbéciles.
MI TÍO: ¡Qué desgracia! ¡La única hija!
MI TÍA: ¡¿Qué desgracia?! Solo quienes no quisieron no vieron lo que iba a ocurrir. ¡Aquella ramera no podía acabar de otra manera!
(De vuelta a la sala de televisión)
CANTORA: Laralí, laralá, etc.
Mi TÍA: ¡Laralí, laralá pero fue detenida por la policía tomando drogas!
MI TÍO: ¡¿Fulana?!
MI TÍA: ¡Fulana, sí señor! ¡¿Es que no sabes nada?! Gastaron una fortuna para tapar el escándalo!
Hoy es el séptimo día de mi destierro. Soy la mujer más infeliz del mundo. No tengo padre ni madre. (Pero incluso me parece bien que se hayan muerto, para que no quedaran igual que mis tíos. Padre y madre no hacen falta. Hermano sí, por eso convertí a Isa en mi hermana, es un poco burra y molesta, pero es mi hermana, no de sangre, de corazón.)
Me paso los días y las noches oyendo música en el radio de pilas, y escribiendo cartas. Querido José Roberto te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo. LA RASGO. Querido José Roberto. No puedo vivir sin ti, quiero estar cerca de ti, puede ser como criada o cocinera o quien te limpie los zapatos o lavandera o tapete o pipa o pantufla o perro o cucaracha o ratón, cualquier cosa de tu casa, no necesitas hablar conmigo, ni mirarme. LA RASGO. En su casa no hay cucarachas, perro, ratón. ¿Perro lleva acento? ¿Acento se acentúa? Soy muy ignorante para escribirle. (Olvido que ni siquiera sé dónde está.)
No sé dónde está.
Mi corazón está negro. El aire que respiro atraviesa un camino de carne podrida cancerosa que empieza en la nariz y termina con una punzada en algún lugar de mi espalda. Cuando pienso en José Roberto un rayo de luz corta mi corazón. Lo ilumina y duele. A veces pienso que mi única salida es el suicidio. ¿Fuego a las ropas? ¿Barbitúricos? ¿Me arrojo por la ventana? Hoy por la noche iré a bailar.
*FIN*