500 días, 500 martillazos
hora a hora, sobre el yunque del alma.
Madrugada. Una de tantas madrugadas
en que es inútil llamar al sueño,
en que es inútil botar, como a una mosca
al pensamiento
Afuera hay una madre pequeña
¿cuántas madres?
y una hija muerta de frío.
Cuando se habla de mí, se habla en voz baja
como si hicieran daño las palabras.
Un gallo ronca su canción
sobre el interminable silencio;
yo estoy un poco enferma,
pero no hay quien me alcance
la medicina del recuerdo.
No estoy sola: 4 paredes
y retratos. Víctor Raúl, mi hija
y alguien más que ya no sé quién es
así se ha ido solo, como vino
Mi cama, algunas sillas y una mesa,
algunos libros y una estrella.
Todo tiene mi roce, todo tiene mis dedos,
y mis palabras mudas
500 días imprimirán mi espíritu,
fluido mágico, han de quedar mis huellas.
Aquí se come por comer, y se lee
para no estar tan sola,
¿hay soledad mayor que la de estar
con gentes raras que no saben qué hablar,
que no saben sino quejarse,
como animales heridos?
Pero la Noche es mía toda entera,
¡la Noche! Qué interminables diálogos
sostenemos las dos, hasta agotarnos.
Ya la Noche me entiende,
y me despierta a la hora convenida
para iniciar la interrumpida plática
sobre mis esperanzas y mis recuerdos,
el ayer y el mañana, porque el hoy es vacío
la esperanza también es un recuerdo.
Reloj del tiempo estás echándome
sobre la cara tus arenas,
voy a salir como una monja gris,
con las manos cruzadas sobre el pecho…
¿Que no hace nada la prisión?
Para el que nunca la ha sufrido, quizás.
Este saberse de memoria todas las cosas,
las palabras, las caras,
los idénticos ruidos de las barras
que aseguran las puertas!
Todo. Y uno como una sombra
seguida por tantas miradas,
¡a pesar de que para la calle hay tantas rejas!
¿Quién estará pensando en mí ahora?
Nadie. Tal vez sueñe mi hija
con mis manos, tapándole la espalda.
La pequeña que apenas me conoce,
pero que ya se esfuerza por entenderme,
¿qué pensará de todo esto?
¡Su madre en la prisión y ella tan sola!
Tener que hacerse fuerte desde ahora
y comenzar a defenderse.
¡Cómo es de trágico el destino
para los niños de este tiempo!
Huérfanos, por la prisión o por la muerte,
da lo mismo,
privados de todo, hasta
de la parca ternura,
sin aspavientos, restringida,
que es todo lo que damos los pobres.
De todo. ¿Y nosotros?
Toda la juventud entre rejas
o perseguidos o en destierro,
llevando a cuestas nuestro dolor
y en los labios, nuestra protesta.
Trashumantes sobre la tierra inhóspita,
plagada de seres egoístas
que nos miran como apestados,
y para quienes somos en todas partes
“el peligro social”.
Todo por querer luz para nuestras covachas,
por un poco de pan para nuestras mesas,
y por un poco de alegría y de paz
para que nuestros hijos no crezcan
con las caras marchitas y los ojos tristes,
donde la risa más parece una mueca.
¡500 días! Mas, ¿qué importa?
Han de pasar todavía soy joven
y espero,
con la esperanza de los fuertes.
1935. Prisión
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