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 Las rejas se fueron  abajo por la tormenta 
y nosotros, niños ladrones entre las tristes sombras, 
éramos entibiados por nuestras camisas 
repletas de manzanas robadas. 
La manzanas querían arrancarse: 
era escandaloso comérselas. 
Pero nos queríamos el uno al otro 
y ese sentimiento nos salvaba de todo. 
Encerrándonos a nosotros,  los criminales mellizos, 
en un mundo de olas sucias, 
la pequeña cabaña campesina nos susurraba: 
“Sean valientes  y amen… sean valientes…” 
Y el paso de la luz de la luna decía, 
murmurando a través de las hojas polvorientas: 
“Si  robar es para el bien de la vida, 
Uds. entonces para mí no son unos ladrones…” 
El dueño de la cabaña 
un ex-famoso  futbolista desde su retrato 
que estaba sobre una chimenea encendida 
insistía: “sean valientes…no descansen…” 
Así que corriendo y flirteando 
llegamos hasta la zona del penal 
resbalándonos dejamos atrás al último defensa 
¡e inflamos con el gol la red del arco contrario! 
Vino el descanso del primer tiempo. Encima de nosotros 
revoloteaba el polvo de la tierra, parecía que era un sueño, 
los pequeños zapatos de futbol vibraban 
en una cancha invisible. 
“¡Jueguen!,” gritaban los hinchas, 
“ ¡Jueguen, pero jueguen seriamente. 
el pesado globo terráqueo es nada más que una partícula 
al igual que todos nosotros”. 
Volvimos a jugar otra vez, pateamos la pelota. 
El partido quizás era bastante ridículo 
pero nos queríamos el uno al otro 
y eso era lo más importante. 
Drogado por su propio rugido, el mar 
balbuceaba algo profundo 
y entonces algo como un pez dorado 
saltó sobre su frente, 
y ni me importaba saber 
que al otro lado de la tormenta 
y a causa de todo mi salvaje arrojo 
me había hundido con la ola del mar. 
Deja que la infamia me persiga, 
el amor no es para los débiles. 
El olor del amor es un perfume 
pero no el de las manzanas compradas sino 
el de las manzanas robadas. 
¿Seremos felices?  No mucho… 
Pero hemos podido cambiar el curso de las cosas; 
si nos hemos robado a nosotros mismos 
robar aquellos otros momentos también es posible. 
Qué importa el disparo del cuidador 
si cuando envuelto por el lejano sonido del mar 
puedo acomodar mi cabeza 
entre dos saladas manzanas que me robé. 
 
1967
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