¡Cuántas veces sabiendo que eras tú, yo caía en tu misma sonrisa, mar abierta, mar plana, estival, pez, sacando tus palabras conmigo! ¡Qué nadar! Tú no sabes que ese mar tan arriba es ya cielo, y que el aire me sostiene tan líquido, tan cristal, que yo en él por tus ojos tan verdes afilado me pierdo. ¡Qué nadar! Algas, vivas indecisas miradas. ¡Agua mía, si helada, aguzándome siempre! ¿No te clavo? ¿No sientes que un trayecto, una herida -¡qué lanzada!- en tu pecho, agua verde, te dejo? Con justeza te hiendo, agua suya, y palpitas, en tu pecho, mar grande, en tu carne clavado. Sin sangrar. Las espumas te resbalan, qué piel, qué agonía, y me guardas en tu inmenso destino, oh pasión, oh mar cárdeno. Surto. Cesa tu aliento, desfalleces, mar último, y te olvidas de todo para ser, sólo estar. ¡Y qué muerto! Tu verde tan profundo, reposa hasta el lento horizonte, que te cierra parado. En la orilla te miro, oh cadáver, mar mío, y te peso despacio en tu carne, y mis labios alzo fríos y secos.
|