| 1 ¡Silencio, los lebrelesde la jauría maldita!
 No despertéis a la implacable fiera
 que duerme silenciosa en su guarida.
 ¿No veis que de sus garras
 penden gloria y honor, reposo y dicha?
 Prosiguieron aullando los lebreles…-Los malos pensamientos homicidas!-
 y despertaron la temible fiera…
 -¡la pasión que en el alma se adormía!-
 Y ¡adiós! en un momento,
 ¡adiós gloria y honor, reposo y dicha!
 2 Duerme el anciano padre, mientras ellaa la luz de la lámpara nocturna
 contempla el noble y varonil semblante
 que un pesado sueño abruma.
 Bajo aquella triste frenteque los pesares anublan,
 deben ir y venir torvas visiones,
 negras hijas de la duda.
 Ella tiembla…, vacila y se estremece…¿De miedo acaso, o de dolor y angustia?
 Con expresión de lastima infinita,
 no sé qué rezos murmura.
 Plegaria acaso santa, acaso impía,trémulo el labio a su pesar pronuncia,
 mientras dentro del alma la conciencia
 contra las pasiones lucha.
 ¡Batalla ruda y terriblelibrada ante la víctima, que muda
 duerme el sueño intranquilo de los tristes
 a quien ha vuelto el rostro la fortuna!
 Y él sigue en reposo, y ella,que abandona la estancia, entre las brumas
 de la noche se pierde, y torna al alba,
 ajado el velo…, en su mirar la angustia.
 Carne, tentación, demonio,¡oh!, ¿de cuál de vosotros es la culpa?
 ¡Silencio…! El día soñoliento asoma
 por las lejanas alturas,
 y el anciano despierto, ella risueña,
 ambos su pena ocultan,
 y fingen entregarse indiferentes
 a las faenas de su vida oscura.
 3 La culpada calló, mas habló el crimen…Murió el anciano, y ella, la insensata,
 siguió quemando incienso en su locura,
 de la torpeza ante las negras aras,
 hasta rodar en el profundo abismo,
 fiel a su mal, de su dolor esclava.
 ¡Ah! Cuando amaba el bien, ¿cómo así pudohacer traición a su virtud sin mancha,
 malgastar las riquezas de su espíritu,
 vender su cuerpo, condenar su alma?
 Es que en medio del vaso corrompidodonde su sed ardiente se apagaba,
 de un amor inmortal los leves átomos,
 sin mancharse, en la atmósfera flotaban.
 Sedientas las arenas, en la playasienten del sol los besos abrasados,
 y no lejos, las ondas, siempre frescas,
 ruedan pausadamente murmurando.
 Pobres arenas, de mi suerte imagen:
 no sé lo que me pasa al contemplaros,
 pues como yo sufrís, secas y mudas,
 el suplicio sin término de Tántalo.
 Pero ¿quién sabe…? Acaso luzca un díaen que, salvando misteriosos límites,
 avance el mar y hasta vosotras llegue
 a apagar vuestra sed inextinguible.
 ¡Y quién sabe también si tras de tantossiglos de ansias y anhelos imposibles,
 saciará al fin su sed el alma ardiente
 donde beben su amor los serafines!
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