Ya se alivia el alma mía trémula y amarilla; ya recibe la unción apasionada de tu mano… Y la fría rigidez de mi frente dulcemente entibiada ya se siente… Yo no sé si mi mal indefinido se decolora o se desviste, pero ya no hace ruido. Yo no sé si la luz que todo anega, o el latido leal que te apresura en mis sienes, o el ansia prematura, inunda las pupilas y las ciega. Qué conmovida está mi boca, e inconforme. Y distinto mi cuerpo a la distinta llama de tu sangre. Y mi sed ulterior acaso es poca. Siento una languidez, y un desvaído cansancio, casi de relato pueril… Me siento como en el claroscuro envejecido de un melancólico retrato…